lunes, 20 de mayo de 2013

Laura, la única colombiana santa



Así el escritor Fernando Vallejo opine lo contrario y por ello le importe cinco irse al infierno, los católicos que quieran podrán encomendarse a Laura de Jesús Montoya Upegui, canonizada el 12 de mayo por el papa Francisco.

No basta con tener la vocación y cara de monja para ser admitida en las filas de la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena.

Porque es que además de los votos de pobreza, castidad y obediencia, quien aspire a convertirse en ‘Laurita’ debe haber terminado el bachillerato, tener 17 años y saber que le espera una vida de catequista, educadora y hasta enfermera, siguiendo los pasos de su fundadora Laura de Jesús Montoya Upegui (Jericó 1874 – Medellín 1949), y para ello deberá contar con buena salud y excelente estado físico porque lo que tendrá que hacer es trepar montañas y cruzar ríos en busca de las comunidades indígenas en América Latina o África donde hoy esa comunidad está presente.

Estas consideraciones las formula Blanca Cecilia Giraldo Giraldo, la monja que tiene a cargo la casa en el sector rural de Piedecuesta (hay que tomar la desviación a la derecha por el Seminario San Alfonso), donde siete octogenarias ‘Lauritas’ disfrutan de una recompensa de paz y sosiego tras haberse dedicado con ‘alma, vida y sombrero’ a la tarea de decirles a los indígenas que “Dios también los ama”.

En su caso, Blanca Cecilia no estuvo en el Darién con los embera katíos -como lo hizo en 1914 la hoy santa Laura-, pero con su hábito, un morral y unas botas pantaneras sí se le metió a la selva del Catatumbo para ser aceptada por los motilón barí, e incluso durante muchos años se le midió a internarse en la Amazonía para asistir a yucunas, cocamas, boras y huitotos, tratando de llegar primero que misioneros y pastores de otras iglesias,  pragmáticos antropólogos o simples colonos sedientos de riqueza a cambio de baratijas.

En la pequeña capilla, las almas piadosas o también las que están en pena pueden encontrar el pendón con la cara de la santa e incluso su reliquia, que para este caso es un fragmento de su hábito, que no supera el centímetro cuadrado pero que Blanca Cecilia y las demás monjas conservan con orgullo infinito, como si se tratara de una partícula de los mandamientos de Moisés o al menos de la mitra de Juan Pablo II.


Poco amigas de estar alardeando que su superiora es una santa, las ‘Lauritas’ de esta casa de campo ya están más dedicadas a la oración y a valérselas por sí mismas en los días que les quedan en esta dimensión terrenal. Aún así, como es domingo y hay visita, Blanca Cecilia proclama: ¡Habemus Santa!, pero como no hay para todos, sigilosamente mete su mano derecha en el hábito y de allí saca una estampita que me la entrega como si se tratara de algo más valioso que una visa Schengen o al menos una de las casas que anda repartiendo el ministro Germán Vargas Lleras con los impuestos de los colombianos.

“Oración para alcanzar gracias por la intercesión de Santa Laura Montoya”, reza el encabezado y luego viene una oración que en mi caso ya está tras la puerta del apartamento que tengo en arriendo, a ver si no se me vuelven a meter los ladrones que por cierto abundan en esta ‘competitiva y global’ ciudad de Bucaramanga, a la que algunos osados apodan ‘La ciudad profética’.

“Dios Misericordioso, que prodigaste tu amor y tus dones a Santa Laura Montoya, haciéndola fiel discípula de tu Hijo y misionera de los más pobres; concédenos, por su intercesión, que, movidos por la fuerza de tu Espíritu, anunciemos a todos el Evangelio, alcancemos el don de la paz y si es tu voluntad, encontremos ayuda en nuestra necesidad. Amén”.

Luego está escrito “Padre Nuestro” y puntos suspensivos, y “Gloria al Padre” y puntos suspensivos, con la aprobación eclesiástica (Imprimatur) del arzobispo de Medellín, Ricardo Tobón Restrepo. Este es el momento en el que no hay más alternativa que pedir la asistencia de la madre y así no naufragar en estas aguas calmas donde cualquier pecador como yo se delata.

Mientras unas voluntarias -entre las que hay médicas, ingenieras y amas de casa- preparan el chocolate acompañado con queso y una minúscula bola de pan, Blanca Cecilia accede a repasar la vida Laura, como le dice sin tanta prosopopeya.

Relata, por ejemplo, la travesía de Laura Montoya a lomo de mula desde Medellín a Dabeiba, en los albores del siglo XX, sin dejarse cohibir por las miradas desorbitadas de las conservadoras matronas paisas o los improperios de quienes la tildaban a ella y a sus compañeras de ‘aventureras’ o disparatadas, por decir lo menos.

También habla de las penurias de esa niña cuyo padre fue asesinado cuando ella apenas tenía dos años de edad y la enviaron a casa de su abuelo, que le ahorraba cualquier muestra de cariño. “A los seis años tuvo una visión de Dios. Estaba jugando con las hormigas y en un momento se sintió como invadida por Dios. Desde ese momento ella entendió el amor de Dios hacia los seres humanos”.

O cuando a los 16 años entró a la Normal de Medellín y se hizo maestra, para trabajar en varios pueblos de Antioquia y con ese dinero ayudar a su madre. Desde su juventud, Laura estaba obsesionada por los indígenas “y se le fue formando como una llaga en su corazón al ver que nadie se preocupaba por ellos y en cambio los explotaban”.

Su afán era ir a esas comunidades y catequizarlas, dice Blanca Cecilia, y para ello le pidió a la virgen de la Candelaria que le hiciera el mandado de que el papa instruyera a obispos y sacerdotes para dirigir su atención hacia los indígenas. Al cabo de dos meses Pío X escribió una encíclica al respecto y Laura comprendió que era el momento de tomar camino hacia el Darién, a vivir en las mismas condiciones de los aborígenes, “respetando sus rasgos culturales, sin infundirles la idea de pecado pero sí encarando los antivalores”.


Su pormenorizado relato va hasta los últimos años que Laura pasó atada a una silla de ruedas, siempre con la misma devoción y la misma entrega, pero sin calcular que su comunidad llegaría a contar con 860 religiosas y representaciones en 21 países. “Fue una vida sencilla en medio de su inmensa grandeza”, acota con su acento de Santuario (Antioquia), y recuerda el día que despachó a su novio para seguir el llamado divino, convirtiéndose en la ‘Laurita’ que no olvida aquella frase de la madre Laura que estaba en su puerta: “Destrúyeme Señor y sobre mis ruinas haz un monumento para tu gloria”.

Confía en que este ‘cuarto de hora’ en el que la santa Laura es hasta portada de la revista Cromos, sirva para que más jovencitas sientan el llamado de Jesús y toquen a sus puertas.

“Como hija de Laura tendré que exigirme más”, dice complacida Blanca Cecilia. Después hace una pausa de cinco segundos y cita el pensamiento de su fundadora que quiso ser santa, como respondiendo al Evangelio, pero no de altares, títulos y honores. “La vida religiosa es sacrificio, abnegación y servicio a los demás, sin importar si nos agradecen o no. Ser religioso hoy es ir en contravía de un mundo que está al revés”, concluye, sin sospechar que Fernando Vallejo, su paisano, escribiría en El Espectador el día de la canonización: “No sé quién fue la madre Laura. Sé que para el Vaticano es urgente canonizar santos colombianos o van a perder el mercado nuestro a manos de los protestantes, de los que hoy llaman ‘evangélicos’. Y sé quién es Jorge Mario Bergoglio, el que hoy se hace llamar ‘Francisco’. Uno de los 117 mafiosos que el 12 de marzo se reunieron a puerta cerrada en ese encierro secreto y gangsteril que llaman el ‘cónclave’, para elegir el papa apostólico, o sea el capo vaticano, a uno de ellos”.


2 comentarios:

  1. http://publicatuimagen.com/wp-content/uploads/2013/08/santa-laura-montoya-upegui.jpg

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  2. Quisiera saber de la Hermana Estefanía Martínez es nuestra amiga le hemos mandado varios email y no nos contesta.

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