Así el escritor
Fernando Vallejo opine lo contrario y por ello le importe cinco irse al
infierno, los católicos que quieran podrán encomendarse a Laura de Jesús Montoya
Upegui, canonizada el 12 de mayo por el papa Francisco.
No basta con
tener la vocación y cara de monja para ser admitida en las filas de la
Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena.
Porque es que además
de los votos de pobreza, castidad y obediencia, quien aspire a convertirse en
‘Laurita’ debe haber terminado el bachillerato, tener 17 años y saber que le
espera una vida de catequista, educadora y hasta enfermera, siguiendo los pasos
de su fundadora Laura de Jesús Montoya Upegui (Jericó 1874 – Medellín 1949), y
para ello deberá contar con buena salud y excelente estado físico porque lo que
tendrá que hacer es trepar montañas y cruzar ríos en busca de las comunidades
indígenas en América Latina o África donde hoy esa comunidad está presente.
Estas
consideraciones las formula Blanca Cecilia Giraldo Giraldo, la monja que tiene
a cargo la casa en el sector rural de Piedecuesta (hay que tomar la desviación
a la derecha por el Seminario San Alfonso), donde siete octogenarias ‘Lauritas’
disfrutan de una recompensa de paz y sosiego tras haberse dedicado con ‘alma,
vida y sombrero’ a la tarea de decirles a los indígenas que “Dios también los
ama”.
En su caso,
Blanca Cecilia no estuvo en el Darién con los embera katíos -como lo hizo en
1914 la hoy santa Laura-, pero con su hábito, un morral y unas botas pantaneras
sí se le metió a la selva del Catatumbo para ser aceptada por los motilón barí,
e incluso durante muchos años se le midió a internarse en la Amazonía para
asistir a yucunas, cocamas, boras y huitotos, tratando de llegar primero que
misioneros y pastores de otras iglesias,
pragmáticos antropólogos o simples colonos sedientos de riqueza a cambio
de baratijas.
En la pequeña
capilla, las almas piadosas o también las que están en pena pueden encontrar el
pendón con la cara de la santa e incluso su reliquia, que para este caso es un
fragmento de su hábito, que no supera el centímetro cuadrado pero que Blanca
Cecilia y las demás monjas conservan con orgullo infinito, como si se tratara
de una partícula de los mandamientos de Moisés o al menos de la mitra de Juan
Pablo II.
Poco amigas de
estar alardeando que su superiora es una santa, las ‘Lauritas’ de esta casa de
campo ya están más dedicadas a la oración y a valérselas por sí mismas en los
días que les quedan en esta dimensión terrenal. Aún así, como es domingo y hay
visita, Blanca Cecilia proclama: ¡Habemus Santa!, pero como no hay para todos, sigilosamente
mete su mano derecha en el hábito y de allí saca una estampita que me la
entrega como si se tratara de algo más valioso que una visa Schengen o al menos
una de las casas que anda repartiendo el ministro Germán Vargas Lleras con los
impuestos de los colombianos.
“Oración para
alcanzar gracias por la intercesión de Santa Laura Montoya”, reza el encabezado
y luego viene una oración que en mi caso ya está tras la puerta del apartamento
que tengo en arriendo, a ver si no se me vuelven a meter los ladrones que por
cierto abundan en esta ‘competitiva y global’ ciudad de Bucaramanga, a la que
algunos osados apodan ‘La ciudad profética’.
“Dios
Misericordioso, que prodigaste tu amor y tus dones a Santa Laura Montoya,
haciéndola fiel discípula de tu Hijo y misionera de los más pobres; concédenos,
por su intercesión, que, movidos por la fuerza de tu Espíritu, anunciemos a
todos el Evangelio, alcancemos el don de la paz y si es tu voluntad,
encontremos ayuda en nuestra necesidad. Amén”.
Luego está
escrito “Padre Nuestro” y puntos suspensivos, y “Gloria al Padre” y puntos
suspensivos, con la aprobación eclesiástica (Imprimatur) del arzobispo de
Medellín, Ricardo Tobón Restrepo. Este es el momento en el que no hay más
alternativa que pedir la asistencia de la madre y así no naufragar en estas aguas
calmas donde cualquier pecador como yo se delata.
Mientras unas
voluntarias -entre las que hay médicas, ingenieras y amas de casa- preparan el
chocolate acompañado con queso y una minúscula bola de pan, Blanca Cecilia accede
a repasar la vida Laura, como le dice sin tanta prosopopeya.
Relata, por
ejemplo, la travesía de Laura Montoya a lomo de mula desde Medellín a Dabeiba,
en los albores del siglo XX, sin dejarse cohibir por las miradas desorbitadas
de las conservadoras matronas paisas o los improperios de quienes la tildaban a
ella y a sus compañeras de ‘aventureras’ o disparatadas, por decir lo menos.
También habla de
las penurias de esa niña cuyo padre fue asesinado cuando ella apenas tenía dos
años de edad y la enviaron a casa de su abuelo, que le ahorraba cualquier
muestra de cariño. “A los seis años tuvo una visión de Dios. Estaba jugando con
las hormigas y en un momento se sintió como invadida por Dios. Desde ese
momento ella entendió el amor de Dios hacia los seres humanos”.
O cuando a los
16 años entró a la Normal de Medellín y se hizo maestra, para trabajar en
varios pueblos de Antioquia y con ese dinero ayudar a su madre. Desde su
juventud, Laura estaba obsesionada por los indígenas “y se le fue formando como
una llaga en su corazón al ver que nadie se preocupaba por ellos y en cambio
los explotaban”.
Su afán era ir a
esas comunidades y catequizarlas, dice Blanca Cecilia, y para ello le pidió a
la virgen de la Candelaria que le hiciera el mandado de que el papa instruyera
a obispos y sacerdotes para dirigir su atención hacia los indígenas. Al cabo de
dos meses Pío X escribió una encíclica al respecto y Laura comprendió que era
el momento de tomar camino hacia el Darién, a vivir en las mismas condiciones de
los aborígenes, “respetando sus rasgos culturales, sin infundirles la idea de
pecado pero sí encarando los antivalores”.
Su pormenorizado
relato va hasta los últimos años que Laura pasó atada a una silla de ruedas,
siempre con la misma devoción y la misma entrega, pero sin calcular que su
comunidad llegaría a contar con 860 religiosas y representaciones en 21 países.
“Fue una vida sencilla en medio de su inmensa grandeza”, acota con su acento de
Santuario (Antioquia), y recuerda el día que despachó a su novio para seguir el
llamado divino, convirtiéndose en la ‘Laurita’ que no olvida aquella frase de
la madre Laura que estaba en su puerta: “Destrúyeme Señor y sobre mis ruinas
haz un monumento para tu gloria”.
Confía en que
este ‘cuarto de hora’ en el que la santa Laura es hasta portada de la revista Cromos, sirva para que más jovencitas sientan
el llamado de Jesús y toquen a sus puertas.
“Como
hija de Laura tendré que exigirme más”, dice complacida Blanca Cecilia. Después
hace una pausa de cinco segundos y cita el pensamiento de su fundadora que
quiso ser santa, como respondiendo al Evangelio, pero no de altares, títulos y
honores. “La vida religiosa es sacrificio, abnegación y servicio a los demás,
sin importar si nos agradecen o no. Ser religioso hoy es ir en contravía de un
mundo que está al revés”, concluye, sin sospechar que Fernando Vallejo, su
paisano, escribiría en El Espectador
el día de la canonización: “No sé quién fue la madre Laura. Sé que para el
Vaticano es urgente canonizar santos colombianos o van a perder el mercado
nuestro a manos de los protestantes, de los que hoy llaman ‘evangélicos’. Y sé
quién es Jorge Mario Bergoglio, el que hoy se hace llamar ‘Francisco’. Uno de
los 117 mafiosos que el 12 de marzo se reunieron a puerta cerrada en ese
encierro secreto y gangsteril que llaman el ‘cónclave’, para elegir el papa
apostólico, o sea el capo vaticano, a uno de ellos”.
http://publicatuimagen.com/wp-content/uploads/2013/08/santa-laura-montoya-upegui.jpg
ResponderEliminarQuisiera saber de la Hermana Estefanía Martínez es nuestra amiga le hemos mandado varios email y no nos contesta.
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