(Esta nota la publiqué en la edición 295 del Periódico 15, de Bucaramanga, que circula desde el domingo 5 de julio de 2015)
El Periódico 15
revela las partes sustanciales del documento “Evidencias de responsabilidad de generales y coroneles del Ejército colombiano por ejecuciones de civiles”, elaborado por la organización
internacional Human Rights Watch (HRW).
En junio de 2011 un grupo de madres de Soacha vinieron a la Plaza Cívica ‘Luis Carlos Galán’ de Bucaramanga a reclamar justicia por sus hijos asesinados en marzo de 2008 por miembros del Ejército de Colombia en Ocaña (Norte de Santander) y Cimitarra (Santander). Fue la primera sentencia que se conoció en el país por el escándalo de los llamados ‘falsos positivos’ y una jueza condenó a ocho militares –incluido un teniente coronel– por el homicidio agravado de Daniel Andrés Pesca Olaya y Eduardo Garzón Páez. La Fiscalía determinó que en la “Misión Táctica Marfil” no hubo tal combate con guerrilleros del ELN –como alegaban los uniformados adscritos a la Quinta Brigada–, que las armas que les pusieron a los cadáveres no servían, que las botas eran nuevas, que debajo del camuflado llevaban ropa, lo cual no es usual en la subversión y menos en un clima como el del Magdalena Medio, y que los jóvenes viajaron engañados por un ofrecimiento de trabajo y después de su muerte fueron sepultados como N.N. en Cimitarra. / Foto PVG
El fiscal
general Eduardo Montealegre se ha comprometido a que antes de diciembre de este
año el país no solamente conocerá los nombres de los máximos responsables de
los llamados ‘falsos positivos’, sino que se emprenderán las acciones legales
correspondientes contra los ‘cerebros’ de una barbarie que -según el Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos- alcanzó una
cantidad que podría ascender a 5.000 víctimas.
Mientras tanto,
una polvareda de enormes implicaciones se ha levantado a consecuencia del
informe de 105 páginas que la organización internacional Human Rights Watch
(HRW) ha presentado al mundo bajo el título: “El rol de los altos mandos en
falsos positivos”.
Y es que con el
acostumbrado tono directo que su director para las Américas, José Miguel
Vivanco, ha empleado cada vez que tiene que hacer una denuncia sobre Venezuela,
México, Cuba o Ecuador, en esta ocasión HRW va directo al grano y afirma que
hay “evidencias sustanciales de que los falsos positivos no fueron obra de unas
‘manzanas podridas’, sino que fueron cometidos por la gran mayoría de las
brigadas en distintas regiones de Colombia a lo largo de varios años. Cuanto
mayor es la cantidad de asesinatos y más parecen responder a un patrón
sistemático de ataques, menor es la probabilidad de que los superiores no
supieran sobre ellos”.
El modus operandi general de los falsos
positivos implicó que los comandantes de unidades tácticas y brigadas debieran
realizar una serie de acciones, como emitir “órdenes de operaciones” y otros
documentos oficiales para autorizar las supuestas operaciones, asevera HRW, y
agrega que “todos los falsos positivos fueron informados oficialmente a
comandantes de unidades tácticas, brigadas y divisiones como muertes en
combate, y las circunstancias frecuentemente poco verosímiles de los incidentes
informados sugieren que estos deberían haber detectado irregularidades”,
advirtiendo que “desde 2004, o tal vez incluso antes, se difundieron versiones
creíbles sobre falsos positivos, y esto puso a los comandantes en conocimiento
de la posibilidad de los crímenes”.
Como era de
esperarse, el procurador Alejandro Ordóñez Maldonado reaccionó diciendo
que son informaciones “ligeras y envenenadas”, mientras que el expresidente y hoy senador
Álvaro Uribe Vélez y el presidente Juan Manuel Santos han salido a cuestionar
el documento, a descalificar a la reconocida ong y a defender a capa y espada a
las Fuerzas Militares, mientras que los dos últimos insisten en evadir eventuales
responsabilidades –Santos fue ministro de Defensa de 2006 a 2009–, pero
columnistas como Ramiro Bejarano también se han pronunciado y dicho en El Espectador que “se ve más claro que
estos crímenes macabros no fueron hechos aislados sino una política sistemática
de exterminio. No de otra forma se explica que el ministro de Defensa de la
seguridad democrática, Camilo Ospina, hubiese expedido la resolución que sirvió
de base para que se montara esa tenebrosa operación de ejecuciones
extrajudiciales”.
Y Antonio
Caballero, en la revista Semana,
manifestó: “Tres mil asesinados
disfrazados con uniforme guerrillero después de muertos. Tres mil asesinatos
que a los asesinos les valieron premios, días de permiso, condecoraciones,
ascensos. Que yo recuerde, fue sin soporte documental, por simple sentido
común, como hace siete años el mismo Juan Manuel Santos, por entonces ministro
de Defensa, destituyó de un tacazo a 17 coroneles, mayores y generales por las
primeras denuncias de estos mismos terribles y vergonzosos ‘falsos positivos’.
Lo que hace ahora HRW es simplemente pedir que se prosiga la tarea que entonces
emprendió Santos”.
En opinión de Caballero, “la Fiscalía acaba de llamar a
declarar a cuatro generales retirados de alto nivel de los años de plomo de
Uribe, incluyendo a uno que llegó a la comandancia de las Fuerzas Militares.
Pues tampoco es verdad, como afirma el presidente, que solamente se hayan ‘cometido
errores’ en materia de abusos castrenses. Son demasiados ‘errores’. Las
habitualmente desdeñadas ‘manzanas podridas’ dentro de la institución han
acabado por pudrir el barril”.
Caballero apunta que la denuncia de Human Rights Watch se
queda corta. “Está muy bien que se señale la responsabilidad de la alta
oficialidad, y no solo la de los cientos de soldados, cabos y tenientes ya
condenados. Pero hay que mirar también la de los civiles que les trazaron el
camino de las atrocidades. La de los ministros de Defensa, para empezar. Y en
particular la de Camilo Ospina, que en 2005 ordenó la política del conteo de
cadáveres y les puso precio: una recompensa de 3.800.000 pesos por cada
guerrillero muerto. La de su jefe el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez. El
cual no solo justificó cínicamente los ‘falsos positivos’, llamando ‘ajusticiados’
a los asesinados e insultándolos después de muertos al insinuar con sonrisita
pícara que ‘no estarían allá cogiendo café’, sino que los promovió activamente
con su exigencia a los soldados de que mostraran resultados, ciertos o falsos,
de victoria. Lo puedo imaginar en sus tan elogiadas rondas telefónicas de
mandos militares al amanecer:
–¡Qué, coronel! ¡Y es que su batallón no combate
a la Far o qué? ¿Allá no hay terroristas muertos? ¿Me va a tocar a mí ir
personalmente?
Y como por milagro empezaban de inmediato a
aparecer cadáveres hasta en los más urbanos cuerpos de intendencia. Por eso
muchos no quieren que se escudriñe la historia para que se esclarezca la verdad.
Puede resultar incómoda”, concluye Caballero.
La
Fiscalía General ya citó a comparecer ante un fiscal delegado a cuatro
generales retirados: el excomandante del
Ejército, Mario Montoya Uribe; el excomandante de la Fuerza de Tarea Conjunta,
Ricardo Andrés Bernal Mendiola; el jefe de planeación y transformación del
Ejército, Jorge Salgado Restrepo; y al excomandante de la Quinta División, Henry William
Torres Escalante. Pero en la investigación de HRW también figuran el actual
comandante de las Fuerzas Militares, general Juan Pablo Rodríguez Barragán, y
el jefe del Ejército, general Jaime Alfonso Lasprilla Villamizar.
Un indicio de las dimensiones del fenómeno conocido como
‘falsos positivos’ lo muestra Human Rights Watch en el mapa adjunto en el que
solamente hace referencia a once brigadas analizadas de un total de 41, una de
ellas la 14, asentada en Puerto Berrío (Antioquia) pero con radio de acción en
algunos municipios del Magdalena Medio santandereano y que aparece con 51
ejecuciones, o la 15 Brigada Móvil, con sede en Ocaña (Norte de Santander), con
38 ejecuciones.
“Estos casos de ‘falsos positivos’, cometidos a gran escala
durante siete años, constituyen uno de los episodios más nefastos de
atrocidades masivas ocurridos en el hemisferio occidental en las últimas
décadas”, señala HRW, recordando que en septiembre de 2008, el escándalo
mediático sobre la ejecución por soldados de hombres jóvenes y adolescentes de
Soacha (Cundinamarca), influyó en que el Gobierno se viera obligado a adoptar
medidas serias para frenar estos delitos, incluido el pase a retiro de tres generales
del Ejército.
La Fiscalía General de la Nación investiga actualmente más de
3.000 presuntos casos de falsos positivos atribuidos a militares. Más de 800
miembros del Ejército de Colombia, en su mayoría soldados de rangos inferiores,
han sido condenados por ejecuciones extrajudiciales perpetradas entre 2002 y
2008.
Algunos de los comandantes de las 11 brigadas analizadas
posteriormente ascendieron a los niveles más altos de la línea de mando militar
y HRW apoyada en datos de la Fiscalía señala que se estarían investigando al
menos 44 presuntas ejecuciones extrajudiciales perpetradas por soldados de la 4
Brigada durante el periodo en el cual el general retirado Mario Montoya Uribe
–quien fue comandante del Ejército Nacional de 2006 a 2008– estuvo al mando; al
menos 113 presuntas ejecuciones extrajudiciales perpetradas por soldados de la
4 Brigada durante el periodo en el cual el general (r) Óscar González Peña
–quien fue comandante del Ejército Nacional de 2008 a 2010– estuvo al mando; al menos 28 presuntas
ejecuciones extrajudiciales perpetradas por soldados de la 4 Brigada durante el
periodo en el cual el general Juan Pablo Rodríguez –actual comandante de las
Fuerzas Militares– estuvo al mando; y al
menos 48 presuntas ejecuciones extrajudiciales cometidas por soldados de la 9
Brigada durante el periodo en el cual el general Jaime Lasprilla Villamizar
–hoy comandante del Ejército– estuvo al mando.
“Conforme a datos de la Fiscalía, los casos de ejecuciones
extrajudiciales perpetradas por soldados alcanzaron un nivel máximo durante los
tres años en los cuales Montoya Uribe estuvo al frente del Ejército, y se están
investigando más de 1.100 presuntas ejecuciones ilegales cometidas por agentes
del Estado solamente en 2007, que se atribuyen en su gran mayoría a miembros
del Ejército”, subraya HRW.
“Las ejecuciones extrajudiciales aparentemente generalizadas
y sistemáticas cometidas por soldados de casi la totalidad de las brigadas en
cada División de Colombia abonan la conclusión de que los más altos niveles de
mando del Ejército deberían, al menos, haber sabido de las ejecuciones, e
incluso podrían haberlas ordenado o facilitado activamente su comisión”,
recalca el informe.
HRW también dice que su investigación demuestra que los
fiscales que investigan casos de falsos positivos enfrentan graves obstáculos,
que van desde la falta de cooperación con las investigaciones por parte de
autoridades militares hasta amenazas y ataques a testigos clave.
“A siete años de que trascendiera el escándalo sobre los
falsos positivos, existen abundantes evidencias que indican que son muchos los
oficiales de alto rango del Ejército que tienen responsabilidad por lo
sucedido, y es vital que el gobierno realice acciones más enérgicas para
asegurar que rindan cuentas. Algunos pasos importantes son disponer que las
autoridades militares cooperen con investigaciones sobre falsos positivos,
asignar suficientes fiscales para que impulsen tales investigaciones, proteger
a testigos y sus familiares, y asegurar que cualquier legislación sobre
justicia transicional que se implemente como parte de un futuro acuerdo de paz
con la guerrilla no impida la posibilidad de que se haga justicia con respecto
a estos delitos. Llevar ante la justicia a los máximos responsables de uno de
los capítulos más oscuros del conflicto colombiano no será fácil, pero es una
tarea irrenunciable y completamente factible para el gobierno”, expresa HRW en
su enérgico llamado.
El análisis de HRW la lleva a decir que en los falsos
positivos había similitudes en los perfiles de víctimas, el modus operandi y el móvil, “que
principalmente fue una fuerte presión para incrementar el número de bajas,
sumada a beneficios otorgados por las muertes en combate informadas. El modus operandi implicó una considerable
planificación y coordinación, que incluía desde llevar a las víctimas a sitios
remotos hasta asegurar que en cada caso hubiera documentación oficial que
certificara que se trataba de muertes legítimas en combate”.
Dos exoficiales de un batallón le dijeron a HRW que, durante
un periodo de más de un año, se reunían con el comandante del batallón
semanalmente para planificar falsos positivos. “Señalaron que en gran cantidad
de casos utilizaban un método similar, que incluía persuadir a las víctimas
para que acudieran a un sitio donde habría soldados esperándolas, quienes las
ejecutaban y les colocaban armas, y que luego el comandante premiaba a los
soldados con días de vacaciones”.
“Otras acciones realizadas por comandantes que fueron
indispensables para las ejecuciones incluyen desde autorizar verbalmente el
movimiento de tropas durante supuestos operativos, hasta autorizar pagos a
falsos informantes y otorgar permisos y otros premios a soldados por presuntas
muertes en combate, lo cual contribuía a generar incentivos para estos
crímenes”, complementa HRW.
Citando al Relator Especial de la ONU sobre ejecuciones
extrajudiciales, luego de asesinar a las víctimas, “las fuerzas militares organizan
un montaje de la escena, con distintos grados de habilidad, para que parezca un
homicidio legítimo ocurrido en combate. El montaje puede entrañar, entre otras
cosas, poner armas en manos de las víctimas; disparar armas de las manos de las
víctimas; cambiar su ropa por indumentaria de combate u otras prendas asociadas
con los guerrilleros; o calzarlas con botas de combate”. A menudo, los soldados
quitaban a las víctimas sus documentos de identidad y otras pertenencias.
Para elaborar el documento más completo que se ha conocido
hasta la fecha sobre este tema y que fue analizado por 15, HRW examinó casos en
los cuales se informaba que las víctimas llevaban armas cortas –incluso algunas
que no funcionaban– en vez de armas de combate típicas; se indicaba que
delincuentes comunes que portaban armas livianas habían iniciado ataques contra
soldados fuertemente armados; y numerosas muertes en combate eran informadas
por unidades que normalmente no participaban en operativos de combate, o en
zonas donde no había presencia de guerrillas. El número de delincuentes comunes
que el Ejército informó como muertos en operaciones militares aumentó de 27 en
2004, a 325 en 2007 –casi 100 casos más que de miembros del Ejército de
Liberación Nacional (ELN), la segunda guerrilla más numerosa de Colombia–, y
descendió posteriormente a un promedio anual de 5 desde 2009, luego de que el
gobierno adoptara medidas para detener los casos de falsos positivos.
Entre las víctimas se encontraban agricultores, menores de
edad, personas desempleadas, indigentes, personas con adicción a las drogas,
personas con discapacidad mental, líderes comunitarios, personas con
antecedentes penales o que habían cometido delitos menores, guerrilleros o
paramilitares desmovilizados y, en algunos casos, presuntos colaboradores de la
guerrilla o guerrilleros que habían sido detenidos o se habían rendido.
Al menos 19 mujeres que habitaban en Soacha (Cundinamarca) y Ciudad Bolívar (Bogotá) tuvieron que reportar a sus hijos como desaparecidos, buscarlos incesantemente, para finalmente enterarse que habían resultado muertos y presentados como guerrilleros caídos en combate, por unos militares que en muchos casos recibían a cambio compensaciones como días de descanso. La entonces secretaria de Gobierno de Bogotá, Clara López Obregón, y el entonces senador Gustavo Petro Urrego, fueron dos de los más férreos denunciantes de esta barbarie cometida por miembros del Ejército de Colombia para mostrar logros en la lucha contra los movimientos armados ilegales y que puede superar las 3.000 víctimas según las indagaciones de la Fiscalía General. Sin embargo, el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez llegó a decir que: ‘...no estaban recogiendo café’. / Foto PVG
Los falsos positivos –básicamente ejecuciones extrajudiciales
y asesinatos– constituyen graves violaciones de derechos humanos. Son además
graves violaciones del derecho internacional humanitario aplicable en
conflictos no internacionales y, como tales, constituyen crímenes de guerra,
explica HRW, quien le hace un llamado al presidente Barack Obama para que “en
vista de la evidencia de que numerosos falsos positivos permanecen en la
Justicia Penal Militar y que las autoridades militares no han cooperado en
forma plena ni oportuna con las investigaciones, Estados Unidos debería
suspender la parte de la ayuda militar que depende de que Colombia cumpla los
requisitos en materia de derechos humanos”.
Un testimonio tenido en cuenta por HRW es el del teniente
coronel retirado Robinson González del Río, quien ha admitido responsabilidad en
al menos 27 casos de falsos positivos ocurridos mientras estuvo al mando de unidades
tácticas entre 2006 y 2008, y quien le señaló a la Fiscalía: “A usted lo
evaluaban por bajas. Esto de las bajas es una política que venía implementando
el Señor General Mario Montoya… las diez mejores unidades del país, todos los
lunes eran resaltadas por él. Pero esas unidades eran evaluadas por bajas.
Porque le pongo un ejemplo: si un batallón ha hecho 40 desmovilizados, y lleva
nada más una baja, pero otro batallón llevaba 1 desmovilizado y 4 bajas, estaba
por encima el que llevaba las 4 bajas… (En) programas radiales… él le
preguntaba a muchas unidades, “¿Cuánto lleva usted sin resultados
operacionales?” (Ellos respondían) “Mi General el día de ayer se hicieron dos
capturas”. (Y Montoya replicaba) “no, no, no hermano, resultados operacionales,
somos un ejército en guerra, aquí lo que vale son las bajas”. Los días que eran
el miércoles a domingo los comandantes de las brigadas y de los batallones
entraban en crisis porque sabían que el día lunes había que reportar bajas. Si
no reportaban bajas, el comandante del Ejército los iba a vaciar, les iba a
llamar la atención, los amenazaba con relevarlos”.
Édgar Iván Flórez Maestre, un exteniente del Batallón Calibío
(Décima Cuarta Brigada), dijo: “Para el mes de febrero de 2008 tuvimos una
reunión en el Centro de Operaciones Tácticas del batallón. En esa reunión
estaba mi coronel Ramírez, el nuevo comandante del batallón, quien nos dijo…
“cada comandante de compañía me debe responder por un muerto en combate cada
mes y la sección segunda me debe responder por tres muertos al mes… En este
momento la guerra se mide por litros de sangre. El comandante que no tenga
resultados de muertos por mes, tendrá la sanción correspondiente”.
Un exoficial del Batallón ‘Pedro Justo Berrío’ (Cuarta
Brigada) indicó a la Fiscalía que luego de que su unidad cometiera varios
falsos positivos en 2005, los soldados recibieron 35 días de permiso. Dijo que
“cada uno busca su beneficio personal, (los soldados) saben que por cada caso
hay unos días de permiso, entonces ninguno de opuso”.
El coronel retirado Luis Fernando Borja, de la Fuerza de
Tarea Conjunta en Sucre (Décima Primer Brigada) declaró: “En algunas
oportunidades por estos homicidios se daba dinero a los comandos de patrullas.
Era el dinero que el Estado daba por inteligencia, mensual. Todos pagos
ficticios. Colocaban a una persona ficticia o real que nunca recibía dinero y
este iba para el C2 (inteligencia) y se administraba a mi orden”.
Otro caso recogido por HRW es el siguiente: “El 17 de marzo
de 2008, el entonces comandante de la Octava Brigada, el General Emiro José
Barrios; el entonces segundo comandante de la brigada, el General Jorge Enrique
Navarrete Jadeth; y el entonces comandante
de la BCG 57, el Mayor Josué Linares, firmaron todos un documento en el
cual certificaban el pago de 2 millones de pesos a un informante por ‘la muerte
de dos terroristas’. La Fiscalía posteriormente demostró que los ‘terroristas’
eran en verdad civiles que no estaban armados y que habían sido reclutados en
una ciudad cercana”.
En la acusación formal de la Fiscalía contra el Teniente
Coronel retirado Henry Acosta Pardo, excomandante del Batallón Birno (Décima
Sexta Brigada), por tres falsos positivos en julio de 2007, la Fiscalía señala:
“Resulta increíble que avezados delincuentes, como aquellos que se dedican a
las actividades del narcotráfico, resulten portando armas obsoletas, corroídas
por el óxido, deterioradas, como una pistola y dos revólveres y que llevando
granadas consigo, no sean accionadas; pero mucho más inverosímil resulta, que
vayan a participar en un combate armado, con una pistola INSERVIBLE”.
(Recuadro 1)
“Uy jueputa la cagamos”
El soldado dijo que su compañía, que estaba adscrita a un batallón de contraguerrillas que operaba como parte de una brigada móvil, secuestró
a cinco civiles de un pueblo en el departamento de Guaviare donde estaba
instalada, y los retuvo en una finca durante aproximadamente dos semanas. El
día de la ejecución, un teniente que estaba al mando de la compañía hizo que
cuatro de las víctimas se sentaran en torno a una mesa en la finca. Todas
habían sido vestidas con prendas de tipo militar. Luego el teniente ordenó a
los soldados que les dispararan, según contó el soldado, quien afirmó que se
encontraba aproximadamente a 50 metros de distancia. El teniente regresó a la
cocina, vio los “rostros destrozados” y dijo “uy jueputa la cagamos”. El
testimonio del soldado indica que creía que el teniente estaba preocupado
debido a que todas las víctimas habían recibido los disparos en el rostro, lo cual
parecía incongruente con el tipo de combate que tenían previsto informar.
Luego las tropas ejecutaron a la quinta víctima e informaron
al “puesto de mando” que se habían enfrentado en combate con 20 guerrilleros, y
habían matado a cinco, según dijo el soldado. El soldado señaló que las tropas
colocaban armas “muy dañadas” a las víctimas, lo cual resultaba poco realista
para él, dado que el frente de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia) con presencia en la región contaba con armas de gran calidad.
El soldado dijo que, posteriormente esa tarde, los jefes del
batallón, la brigada y la Fuerza de Tarea Conjunta Omega llegaron en
helicópteros militares que habían sido movilizados para llevarse los cuerpos, y
recompensaron inmediatamente a los soldados: “Nos llevaron pollo, cigarrillos,
nos felicitaron. Se fueron y la buena noticia era que nos íbamos de permiso 45
días”.
Según el soldado, la guerrilla tenía una presencia mínima en
la zona donde operaba la compañía. Indicó que, al día siguiente a que llegara
el teniente para asumir el comando de la compañía, a fines de 2004, este reunió
a sus tropas y les dijo que la compañía “estaba muy caída ante los ojos de la
Brigada por falta de resultados”. En el término de tres meses, la compañía informó
10 muertos en combate, a pesar de que, en realidad, sólo mantuvo un único
combate con la guerrilla durante todo el tiempo en que el teniente estuvo al
mando, y en el cual no hubo muertes. Esto indica que hubo circunstancias
adicionales que podrían haber levantado la sospecha de los comandantes: en una
zona donde la presencia de la guerrilla era mínima, llegó a una compañía un
nuevo comandante con el mensaje de que la brigada estaba disconforme con la
falta de “resultados” de la unidad, y entonces rápidamente la unidad incrementó
la cantidad de muertes en combate informadas.
El nombre del soldado que prestó declaración jurada ante la
Fiscalía, el número de radicado y las fechas exactas de mantienen bajo reserva,
advierte el informe de Human Rights Watch (HRW).
(Recuadro 2)
El “Informe Suárez”
El “Informe Suárez” de las Fuerzas Militares describe en
detalle seis casos de muertes en combate reportadas por el Batallón Calibío
entre agosto de 2007 y julio de 2008 en las cuales familiares y/o miembros de
la comunidad, entre otros, afirmaron que la víctima había sido ejecutada. Uno
de esos incidentes es el asesinato del campesino y líder comunitario Aicardo
Ortiz, de 58 años, ocurrido en una vereda de Yondó (Antioquia), el 8 de julio
de 2008. El batallón informó que Ortiz era un presunto miembro de las FARC a
quien habían disparado y matado después de que este abriera fuego primero
contra ellos, mientras realizaban un operativo. Indicaron haberle encontrado un
revólver, una granada y una radio, entre otros elementos de guerra.
En contraposición con esto, los vecinos sostuvieron que,
temprano por la mañana, un grupo de soldados golpearon la puerta de Ortiz,
ingresaron por la fuerza a su vivienda, le dispararon, sacaron su cuerpo afuera
y le colocaron armas, según consta en el “Informe Suárez”. Édgar Iván Flórez
Maestre, el exteniente del Batallón Calibío, dijo que los soldados orquestaron
la ejecución para que pareciera una muerte en combate. Informó a la
Procuraduría que él había estado cuando mataron a Ortiz y que se había
comunicado con el comandante del batallón, el “Coronel Ramírez”, quien le dijo
que un sargento traería un ‘paquete’. Flórez contó que el sargento llego más
tarde con una bolsa que contenía uniformes, elementos de las FARC y una radio,
y que los soldados los pusieron en el lugar del hecho. (El Teniente Coronel
Ramírez Cedeño fue comandante del Batallón Calibío durante al menos parte de
2008, y es uno de los 27 militares que el gobierno pasó a retiro en octubre de
ese año. Fue arrestado en 2009 en relación con dos ejecuciones extrajudiciales
que supuestamente habrían cometido soldados del batallón en enero de 2008,
precisa el informe de HRW).
Ortiz resultó ser el padre de un soldado que había
pertenecido hasta poco tiempo antes al Batallón Calibío. Al enterarse de que su
padre había sido asesinado, el hijo, Jhon Fredy Ortiz, decidió revelar a las
autoridades otros homicidios que la unidad había cometido.
(Recuadro 3)
Brigada Móvil 15
La Brigada Móvil 15 operó en el departamento de Norte de
Santander dentro de la Segunda División del Ejército entre 2006 y principios de
2009 –señala el informe de Human Rights Watch–, cuando fue cerrada tras el
escándalo de los falsos positivos de Soacha (Cundinamarca). La Unidad de
Derechos Humanos investiga en la actualidad 38 ejecuciones extrajudiciales
presuntamente cometidas entre 2006 y 2008 por varias de las unidades de la
brigada.
La Brigada Móvil 15 fue responsable de los falsos positivos
de jóvenes y adolescentes que, con falsas ofertas de trabajo, fueron llevados
engañados de sus casas en Soacha y luego ejecutados en Ocaña. Tras la
repercusión mediática de estas muertes, el gobierno pasó a retiro al Coronel
Rubén Darío Castro y al Coronel Santiago Herrera Fajardo, entonces comandante y
excomandante de la Brigada Móvil 15, respectivamente, así como al Teniente
Coronel Gabriel de Jesús Rincón Amado, jefe de operaciones de la brigada.
Herrera está siendo procesado –y Rincón Amado ya ha sido
condenado–, por el asesinato, en abril de 2007, de un conductor de mototaxi que
fue ejecutado por soldados, los cuales informaron que se trataba de una muerte
en combate, precisa el informe de HRW.
Asi como sentenciaron a estos militares también deben sentenciar y condenar a prision de por vida al principal culpable, alvaro uribe velez.
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