(Esta entrevista la publiqué en la edición 432 de Vivir la UNAB que circula desde el lunes 20 de abril de 2015)
"Oía que le decían: ‘Vas a hablar o no, grandísimo
hijueputa; hablá que si no te arranco las güevas con este alicate, malparido,
gonorrea’. Fumaban, tomaban aguardiente, preguntaban, le subían o le bajaban el
volumen a la música, pero los muchachos solamente gritaban y rogaban que no los
mataran. De la parte de atrás de una camioneta sacaron una motosierra y la
prendieron. Hacía un ruido que aturdía, ‘haga de cuenta como cuando están
talando un cedro o como cuando pasa un avión bajito tomando fotos’, dijo
Próspero. La prendían, aceleraban el motor, y les acercaban la cadena al cuello
a los muchachos, con su zumbido atroz. Se carcajeaban con una maldad de locos;
olía a bazuco, a aguardiente, a marihuana. Próspero no alcanzaba a ver: oía por
encima de la música y las motosierras, olía, sentía, imaginaba. A ratos
apagaban la motosierra. Los quemaban con cigarrillos y con la candela para
prender los cigarrillos. ‘Te voy a poner esta candela en la oreja, jajajaja,
mirá cómo se prende esta antorcha con el sebo de la oreja, mirá cómo se le pone
negra, como la de un marrano, mirá’. Y los muchachos gritaban, lloraban,
rogaban: ‘Nosotros no hicimos nada, por mi madrecita que no hicimos nada, como
mucho nos robamos una jíquera de naranjas’. Los otros les decían que eran
ladrones, que eran guerrilleros, que eran informantes. Al fin Próspero empezó a
percibir el olor a hierro de la sangre, y un ruido como de machetazos o
cuchilladas, porque los tipos gritaban que no se iban a gastar balas en esos
chichipatos. Ya era noche cerrada y los gemidos empezaban a llegar más
apagados, los últimos gritos, los borborigmos, los estertores. Después las
motosierras volvieron a encenderse para picarlos en pedazos, para dejarlos en
piezas sueltas desparramadas por el suelo, descuartizados como reses. Próspero
no sabía qué era peor, si el ruido o el olor a hierro de la sangre. Lo último que
hicieron fue mocharles la cabeza con las motosierras y patearlas para que
fueran a dar en la zanja”. (Fragmento de la página 212 de “La Oculta”).
“En Colombia se necesita mucha memoria, mucha verdad, pero ojalá muy poco rencor. El sentimiento
que menos recomiendo es el rencor. Uno no debe odiar a nadie; ni siquiera al señor Procurador”.
Esta frase sale
de los labios de Héctor Joaquín Abad Faciolince (Medellín, 1958), el columnista
que cada domingo pone a pensar a los colombianos con su columna en el diario El Espectador, y el escritor que el
pasado 15 de abril estuvo en Bucaramanga en el lanzamiento de la Feria del
Libro Ulibro, de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB (24 al 29 de agosto de 2015), y de paso promocionando
su más reciente novela “La Oculta” (Alfaguara), de la que son protagonistas
Pilar, Eva y Antonio Ángel, herederos de una finca escondida en las montañas
del Suroeste antioqueño, donde viven los momentos más felices, no sin antes
“enfrentarse también al asedio de la violencia y el terror, al desasosiego y la
huida”.
Vivir la UNAB logró dialogar con el autor de
“Angosta” y “El olvido que seremos”, dos de las obras que lo han catapultado a
nivel nacional e internacional como uno de los escritores más respetados y
galardonados. “Demasiada política”, dice al final cuando le preguntan cómo le
fue en esta entrevista, repleta de reflexiones que hay que tener en cuenta
a la hora de aproximarse al devenir de un país que sueña con ponerle punto
final a un conflicto armado interno que ha dejado miles de muertos, huérfanos y
viudas a lo largo del último medio siglo. Entre ellos su padre Héctor Abad
Gómez, un médico, ensayista, parlamentario, defensor de los Derechos Humanos y
profesor de la Universidad de Antioquia, que fue asesinado por sicarios en pleno
centro de Medellín el 25 de agosto de 1987 después de denunciar reiteradamente
los horrores cometidos por los grupos paramilitares y narcotraficantes tanto en
su tierra natal como en el resto de Colombia. El activista que les decía a sus
seis hijos: “Cuando todos nos muramos de viejos, el mundo será mejor”.
Sueños, amores, revanchas,
desilusiones y esperanzas, una mezcla de contradicciones y flagelos que tienen
como epicentro una finca heredada bajo la condición de no venderla jamás y un
pueblo de Jericó, sin murallas como la ciudad bíblica ubicada a orillas del río
Jordán -en Cisjordania-, pero sí con barreras, fantasmas y tabúes en la mente
de quienes se pasean por sus 334 páginas.
Los 18 minutos
no alcanzaron para hablar de su expulsión de una universidad de curas -debido a unas críticas que lanzó al Papa de turno-, ni
por qué si olía que tarde o temprano lo iban a censurar en un periódico godo de
su tierra insistió en escribir en él una columna sobre homosexualismo. Tampoco para escarbar en tantas ‘joyas’
que ha parido su tierra natal o extasiarse con sus crónicas de viaje por la
Toscana italiana. Nada de eso. Guerra y paz. ¡Y punto! Esta es la entrevista.
¿“La Oculta” es una hacienda de un millón cien mil
kilómetros cuadrados llamada Colombia? ¿Finca donde han ocurrido y seguirán
pasando todo ese tipo de barbaridades que usted narra?
“La Oculta”
tiene las dimensiones que cada uno le quiera poner. Puede tener las dimensiones
de ese bonito cuento de (León) Tolstói (1828-1910) que se llama: “¿Cuánta
tierra necesita un hombre?”, que son simplemente las dimensiones de una tumba,
dos metros por un metro; pero puede tener también dimensiones muy grandes, como
las de un país. De todas maneras yo creo que los seres humanos de cualquier
latitud –los antioqueños, los santandereanos, los de Israel, los de Palestina,
los franceses, los rusos…–, tenemos todos una relación particular con la
tierra. Un apego particular bien sea a un país, o a un terreno o a una casa, a
algo que tenemos o que tuvimos, y que queremos conservar o que tenemos nostalgia
por haber perdido, o que queremos alcanzar emigrando a otra parte. “La Oculta”
habla de esa relación de amor y de odio por una tierra que se tiene o que se
pierde o que se quiere perder. Y sí, de alguna manera sin yo quererlo pues está
incluida parte de la historia de Colombia y parte de la historia sobre todo del
campo colombiano, de las dificultades, de los sueños de los desplazados, de la
gente que llegó al campo como una tierra prometida y que salió de allí como de
un infierno del que los movieron. Una novela es muchas cosas y una novela puede
tener muchas lecturas, y cada lector ve en una novela probablemente su propia
historia, su propio cuento con la finca o con la tierra. Entonces esta novela de
“La Oculta” yo aspiro a que sea por lo menos como un poliedro que tenga en cada
cara un espejo y una historia muy distinta en la que cada uno se pueda
reflejar.
¿Cómo víctima de la violencia en esta locura de país,
Héctor Abad Faciolince conoce las palabras perdón y olvido? ¿O esas son
fórmulas que aplican para los demás pero para usted no?
Yo diría que
‘requeteconozco’ la palabra perdón y la palabra olvido. Las palabras
desterradas de mi mundo interior son las palabras venganza o rencor.
Afortunadamente lo que mi papá nos dio mientras estuvo vivo fue los elementos
para soportarlo casi todo. Fue tanto amor el que nos dio que podemos soportar
las ofensas, sin que los que intentaron destruirnos consigan en realidad
destruirnos. Porque hay como una carga interior en que a pesar de la tristeza,
a pesar del dolor, a pesar de la ira inicial momentánea, uno se sobrepone y se
sobrepone de una manera firme pero no rencorosa, para recuperar la alegría y
recuperar las ganas de vivir y las ganas de que otros vivan mejor y sin correr
el riesgo de que les maten a alguien.
¿Usted se ha despertado en estos últimos tiempos con
la sensación de por fin vivir un día en paz, o esta es una ilusión que usted
jamás verá hacerse realidad?
Yo no me levanto
con sueños, pero sí me levanto con muchas ganas de apoyar un proceso de paz que
me parece bueno.
¿Ese dicho popular de que todos en Colombia queremos
la paz, usted se lo cree?
No todos
queremos la paz; la guerra es un negocio para mucha gente. El conflicto
mantiene muchas cosas rodando de cierta manera. El conflicto impide que lleguen
el Estado y la Justicia, así como las intervenciones modernas a zonas del campo
en donde hay intereses de narcotraficantes, de ‘caciques’ terratenientes, de
gente que ha despojado tierras de campesinos, que las compraron baratas después
de desplazarlos. Hay gente además llena de miedo. No siempre son malas
intenciones. Hay gente que piensa que si se firma la paz entonces Colombia
caerá en las garras del ‘castrochavismo’ y que las votaciones de las masas
serán por ellos. Realmente yo creo que cuando la gente actúa por el miedo, pues
puede ser muy grave. Ese movimiento de reacción contra la paz por el miedo es
el peor consejero de todos.
¿Y la verdad? ¿Dónde quedará la verdad? ¿O será que
en aras de la paz es mejor ‘echarle tierra’ a la verdad?
Yo diría que la
verdad es siempre muy importante. A lo que podemos echar un poco de tierrita es
a la justicia plena. La guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia) tiene que aceptar una cierta dosis de justicia, de justicia
transicional, para que el país acepte que entren en la política. Pero verdad de
parte de ellos y de parte de los paramilitares y de parte del mismo Estado,
siempre será necesaria. Verdad no para el rencor, ni para la venganza, y ni
siquiera para la justicia plena, sino porque la verdad produce una especie de
tranquilidad, porque uno no pasa el resto de la vida haciendo hipótesis e
imaginándose cosas, sino que entiende lo que sucedió. Y entender es siempre
algo que nos serena, que nos calma y que nos reconcilia con la historia del
país.
El periodista Alberto Donadio sostiene que conoce a
Juan Manuel Santos Calderón desde hace varias décadas cuando trabajaban juntos
en el diario El Tiempo –el primero como miembro de la Unidad Investigativa y el
segundo como subdirector del periódico– y sostiene que no cree en la palabra
del hoy presidente. ¿Usted se fía en el mandatario?
Las personas
somos mucho más complejas de lo que uno piensa. Un novelista tiene que mirar a
un personaje desde todas sus facetas. Los políticos no suelen ser personas
ideales, personas que llevan un tipo de vida perfecto, que no traicionan nunca,
que no se contradicen jamás, que no tienen que tomar decisiones espantosas a
veces e incluso inmorales. Pero él está dedicado a ese ejercicio político, yo
no voté por él la primera vez, yo pensé que era un personaje que iba a
continuar las mismas políticas del Gobierno anterior (el de Álvaro Uribe
Vélez). Él afortunadamente traicionó esas políticas del Gobierno anterior. Hay
traiciones buenas y traiciones que a uno le parecen correcciones en el camino,
que yo en el caso de Santos celebro, y las políticas que él está haciendo en
algunas materias –en la paz sobre todo, pero también en salud y en educación–,
a mí no me parecen negativas. Entonces con todos los bemoles que pueda tener
este presidente y con todas las desconfianzas que pueda despertar, yo sé lo
complejo que es el personaje y mientras en ciertos aspectos importantes para el
país él esté haciendo lo que a mí me parece que es lo correcto, como por
ejemplo adelantar este proceso de paz en La Habana (Cuba) con unos comisionados
serios y respetables, pues en esos puntos tendrá mi apoyo. También mi crítica
en otras cosas. No estoy de acuerdo con la venta de Isagén o con ciertas partes
de la política minera, por ejemplo. Pienso muy distinto en muchos temas, pero
las personas son complejas y hay que apoyarlas en lo bueno y criticarlas en lo
malo.
¿Cómo novelista tendría usted la capacidad de crear
un personaje que toma agua de valeriana, que hace yoga, que declama poemas,
pero que a la vez transpira sed de venganza y quien cada vez se queda con menos
amigos porque la Corte Suprema o los jueces los están hallando culpables y
condenando?
Admiro muchísimo
a García Márquez, pero hay una faceta de García Márquez que yo no admiro tanto,
y es la fascinación que él sentía por el poder y por ciertos personajes
poderosos y muy fuertes. Si yo tuviera esa parte de García Márquez dentro de mí,
yo quisiera tener otras pero esta no, tal vez me interesaría mucho por el
personaje de Uribe. Aún siendo antioqueño, aún habiendo sido él durante algunos
meses o semanas novio de una hermana mía, nunca he sentido fascinación por el
personaje. No me desvelan sus trinos, no me trasnocha su ira y no entiendo esa
fascinación de amor o de odio que muchos sienten por él. Yo tengo una posición
como mucho más tranquila en la que lo jubilé dentro de mi mente y lo siento
como un presidente jubilado y los presidentes jubilados son más o menos muebles
viejos y ese es el sitio que a él le corresponde en este momento. Él ya hizo lo
que hizo, lo que pudo hacer para bien o para mal, y para mí es un presidente
del pasado.
Los comandantes de las FARC han manifestado que no
están dispuestos a pagar un día de cárcel, pero que tienen la voluntad para
parar ponerle punto final a este conflicto armado interno.
Creo que deben
pagar algunos días o meses o añitos de cárcel, y creo que si el Estado
colombiano les garantiza lo que ellos más temen, y es que se desmovilicen, que
entreguen las armas y que entonces los maten, si el Estado logra garantizarles
eso, desarmados, y no pasa lo que pasó con algunos del M-19, con el EPL
(Ejército Popular de Liberación), con otros procesos de desmovilización, si el
Estado les garantiza la seguridad, yo creo que las FARC pueden estar dispuestas
a aceptar un tipo de justicia transicional mientras preparan a su gente o a los que no tengan
delitos atroces para hacer política. Ese es el escenario mejor que veo yo para
el futuro próximo de Colombia.
Como Santos Calderón no se puede presentar para un
tercer periodo presidencial, si en las elecciones de 2018 usted tuviera que
escoger entre votar por el conservador Alejandro Ordóñez Maldonado –catalogado
por el periódico El Frente como ‘la
conciencia moral de la Nación– o el exilio en Siria o Kenia bajo los fundamentalistas
del Estado Islámico (EI), ¿qué haría?
Una Presidencia
de un personaje antisemita, lefebvrista -movimiento que niega el Holocausto y niega los campos de concentración-, fanático religioso, fanático político,
un personaje creo yo capaz de infamias sin nombre, me llevaría sí al exilio.
Espero que ese exilio fuera en Italia como la primera vez, o en España o en
Estados Unidos, y no en el equivalente del procurador en tierras islamistas,
que es más o menos lo mismo, simplemente cambiando a Cristo por Mahoma. Confío
en la inteligencia de los colombianos que no vamos a escoger como presidente a
un fanático religioso y a una persona que limitaría hasta extremos intolerables
las libertades civiles y las libertades personales. Ése señor hace mucho tiempo
alcanzó su nivel de incompetencia y no es competente ni siquiera como
procurador, mucho menos podría ser competente como presidente. Pero si eso
llegara a pasar como usted dice, no quedaría otro remedio que el camino del
exilio.
Es
sobre todo para los jóvenes. Mi novela yo sé que les puede llegar a muchos
jóvenes porque ellos también crecen y lo hacen con unos apegos a la tierra. Yo
confío muchos en los jóvenes, en su capacidad de ensoñación, de lectura, de
ilusión. No tengo ninguna duda de que los jóvenes van a hacer un país mejor que
el que nosotros hicimos, los que ya estamos pasando a la vejez o los que ya
somos viejos como usted tan amablemente me dice. Tengo dos hijos muy jóvenes y
ellos me parecen mucho mejores que yo, y tengo muchos sobrinos jóvenes que
también me parecen mucho mejores. Confío en ellos mucho más que en mi
generación, y ellos a su manera leen, son sensibles, se preocupan y harán un
país mejor. Yo no soy pesimista. Si fuera pesimista ya me habría ido, antes de
la llegada de Ordóñez.
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De ancestros, anhelos y medios de comunicación
Bucaramanga es
la tierra de los bisabuelos de Héctor Joaquín Abad Faciolince –José Joaquín
García fue el autor del libro “Las crónicas de Bucaramanga”– y es de aquí de
donde el novelista asegura que le viene la vena por el lenguaje y la escritura.
Ese santandereano que está sepultado en el Cementerio Central de la calle 45,
fue a su vez el padre de varios sacerdotes entre ellos Joaquín García Benítez,
quien llegó a ser arzobispo de Medellín y quien crió a la madre del novelista.
“Tío Joaquín,
como le decíamos en la casa, era muchísimo más moderno que el señor procurador,
y aunque era un obispo de los chapados a la antigua, era mucho más tolerante
que ‘monseñor’ Alejandro Ordóñez, que parece del siglo XIX”, resalta Abad
Faciolince.
No le halaga
mucho que le digan que tiene cara de seminarista, pero admite que un tío por parte de su
padre también es cura –Javier Abad Gómez– y nada menos que del Opus Dei, la
orden personal de José María Escrivá de Balaguer. De hecho, se graduó como bachiller en el Gimnasio Los Alcázares, cuyo modelo está basado en un "humanismo cristiano".
"Afortunadamente", subraya el autor de “La
Oculta”, fue educado en el iluminismo francés y el positivismo inglés, pese a
que su madre –Cecilia Faciolince– sigue siendo “muy católica”, aunque su papá era agnóstico. "Nunca en mi casa se habló de cilicio, de mortificaciones, ni de ese tipo de cosas" -que acostumbran los numerarios en el Opus Dei, precisa.
Sus maestros, al menos para poder escribir con la calidad que lo hace,han sido Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Jaime Gil de Biedma, Porfirio Barba Jacob, León de Greiff, Aurelio Arturo y el nortesantandereano Eduardo Cote Lamus, por citar unos cuantos de los que se ha leído todo lo que le ha llegado a sus manos.
Sus maestros, al menos para poder escribir con la calidad que lo hace,han sido Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Jaime Gil de Biedma, Porfirio Barba Jacob, León de Greiff, Aurelio Arturo y el nortesantandereano Eduardo Cote Lamus, por citar unos cuantos de los que se ha leído todo lo que le ha llegado a sus manos.
Con el dinero
que ganó por “El olvido que seremos” -la primera vez que obtenía algo de plata con un libro-, Abad Faciolince compró “una finquita” en
La Ceja, “y ahí me di cuenta que tenía la misma locura de muchos antioqueños de
querer tener un pedazo de tierra, de tener dónde caerme muerto, como se dice
allá y supongo que aquí también”, admite.
“Para la paz de
Colombia sería muy importante devolverle su pedacito de tierra a los campesinos
que salieron desplazados de tantas zonas del país o darles la oportunidad a los
que no tienen nada de que tengan una parcela donde puedan sembrar algo, donde
puedan tener algo que defender”, sentencia este columnista de El Espectador a quien le gustaría ver un
país de pequeños propietarios, no de grandes terratenientes y gente sin un
centavo y sin un centímetro cuadrado de tierra.
“Nadie me paga
por hablar a favor o en contra del proceso de paz. De lo que se trata es de
disminuir la violencia y que en vez de poner minas, echar bala y tirar
cilindros-bomba, pues que echen lengua y votamos bien poquito por ellos”,
asevera.
Se atreve a cuestionar a su paisano Fernando Vallejo Rendón y dice que no le extraña la posición y las críticas recientes con las que se despachó contra el país y contra las negociaciones en Cuba. "Él siempre ha sido un laureanista y el estilo de su discurso es típicamente laureanitas. Yo me sentía como oyendo a monseñor (Miguel Ángel) Builes, un obispo muy famoso de Santa Rosa de Osos, que mandaba a decir que no era pecado matar a los liberales. Para Fernando Vallejo no es pecado matar a los feos o a los pobres. Eso le parece a él y que deberían prohibirles reproducirse. Él tiene un discurso laureanista, es decir falangista, un poco fascista y muy facilón, porque cualquier político para él es un 'hp', cualquier político para él es un corrupto, todo es espantoso. Entonces es muy fácil también hablar pestes del proceso de paz sin proponer nada a cambio. Afortunadamente él no es la única persona que puede hablar aquí", acota.
En cambio, del magistrado y candidato presidencial por el Polo Democrático, Carlos Gaviria Díaz -fallecido el pasado 31 de marzo-, Abad Faciolince afirma: "Un gran líder de izquierda, pero sobre todo un profesor, un humanista, un defensor de los derechos humanos, un hombre pacífico, y para mí como un hermano o como una especie de padre sustituto, porque él era amigo de mi papá y cuando a mi papá lo mataron él de alguna manera me adoptó". También lamenta la desaparición del empresario antioqueño Nicanor Restrepo Santamaría, una de las principales 'piedras en el zapato' que ha tenido el expresidente antioqueño, caballista y hoy senador por el Centro Democrático, Álvaro Uribe Vélez.
Y de los medios de comunicación dice: "Yo trabajé en El Colombiano hasta que me colgaron una columna a favor de los gays. Después me volvieron a llamar y estuve trabajando otro tiempo hasta que renunciamos porque nos prohibieron opinar de las elecciones a la Alcaldía de Medellín cuando era (Sergio) Fajardo candidato por primera vez, y ellos querían apoyar al candidato conservador. Ahí nos salimos Alonso Salazar, Alberto Aguirre, Aura López y yo, que recuerde. Yo había visto un cambio positivo de parte de Martha Ortiz, en El Colombiano, pero el retiro de (Yohir) Akerman y otras cosas que han hecho recientemente en el periódico me han vuelto a alejar de un periódico que leo porque da las noticias de mi región, pero que me deja perplejo muchas veces. El Espectador, para el que trabajo, es el periódico que más respeto en Colombia. Creo que es un periódico de verdad libre e independiente. Nunca me han dicho qué debo hacer, su director Fidel Cano (Correa) es una persona ecuánime y tranquila, y los dueños no se meten en la línea editorial del periódico. Yo me he sentido muy cómodo trabajando allí. En El Tiempo no he trabajado nunca. Sé que es el periódico que más se lee en Colombia. Yo lo leo menos que tantos colombianos".
Se atreve a cuestionar a su paisano Fernando Vallejo Rendón y dice que no le extraña la posición y las críticas recientes con las que se despachó contra el país y contra las negociaciones en Cuba. "Él siempre ha sido un laureanista y el estilo de su discurso es típicamente laureanitas. Yo me sentía como oyendo a monseñor (Miguel Ángel) Builes, un obispo muy famoso de Santa Rosa de Osos, que mandaba a decir que no era pecado matar a los liberales. Para Fernando Vallejo no es pecado matar a los feos o a los pobres. Eso le parece a él y que deberían prohibirles reproducirse. Él tiene un discurso laureanista, es decir falangista, un poco fascista y muy facilón, porque cualquier político para él es un 'hp', cualquier político para él es un corrupto, todo es espantoso. Entonces es muy fácil también hablar pestes del proceso de paz sin proponer nada a cambio. Afortunadamente él no es la única persona que puede hablar aquí", acota.
En cambio, del magistrado y candidato presidencial por el Polo Democrático, Carlos Gaviria Díaz -fallecido el pasado 31 de marzo-, Abad Faciolince afirma: "Un gran líder de izquierda, pero sobre todo un profesor, un humanista, un defensor de los derechos humanos, un hombre pacífico, y para mí como un hermano o como una especie de padre sustituto, porque él era amigo de mi papá y cuando a mi papá lo mataron él de alguna manera me adoptó". También lamenta la desaparición del empresario antioqueño Nicanor Restrepo Santamaría, una de las principales 'piedras en el zapato' que ha tenido el expresidente antioqueño, caballista y hoy senador por el Centro Democrático, Álvaro Uribe Vélez.
Y de los medios de comunicación dice: "Yo trabajé en El Colombiano hasta que me colgaron una columna a favor de los gays. Después me volvieron a llamar y estuve trabajando otro tiempo hasta que renunciamos porque nos prohibieron opinar de las elecciones a la Alcaldía de Medellín cuando era (Sergio) Fajardo candidato por primera vez, y ellos querían apoyar al candidato conservador. Ahí nos salimos Alonso Salazar, Alberto Aguirre, Aura López y yo, que recuerde. Yo había visto un cambio positivo de parte de Martha Ortiz, en El Colombiano, pero el retiro de (Yohir) Akerman y otras cosas que han hecho recientemente en el periódico me han vuelto a alejar de un periódico que leo porque da las noticias de mi región, pero que me deja perplejo muchas veces. El Espectador, para el que trabajo, es el periódico que más respeto en Colombia. Creo que es un periódico de verdad libre e independiente. Nunca me han dicho qué debo hacer, su director Fidel Cano (Correa) es una persona ecuánime y tranquila, y los dueños no se meten en la línea editorial del periódico. Yo me he sentido muy cómodo trabajando allí. En El Tiempo no he trabajado nunca. Sé que es el periódico que más se lee en Colombia. Yo lo leo menos que tantos colombianos".
Y sí, es posible sentir emoción a través de la palabra escrita, cuando el personaje se "cuela" en ella y nos "sacude" con el significado de cada frase. Excelente entrevista.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con el escritor, en algunas de sus apreciaciones, pero le pregunto: usted no tiene rencor contra algo, o alguien?
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