Con su menuda
figura y la llama encendida por ver algún día a Colombia en paz que se refleja
en el brillo de sus ojos azules, Virginia M. Bouvier, consejera para América
Latina del Instituto de la Paz de los Estados Unidos de América (USIP), se
paseó por la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) sin ninguna prevención o esquema de seguridad, sino
entusiasmada por estar participando en el encuentro “Fortalecimiento de mujeres
mediadoras en el conflicto armado colombiano: intercambio de experiencias y
saberes”.
Así que después
de intervenir en un panel junto a Alba Márquez, exguerrillera del Frente
Farabundo Martí para la Liberación (FMLN) de El Salvador y hoy congresista;
Carla Ruta, de la ong humanitaria suiza
“Llamado de Ginebra” y de Esperanza Hernández, investigadora del
Instituto de Estudios Políticos (IEP) de la UNAB, Bouvier atendió esta
entrevista exclusiva, no sin antes auscultar la visión del reportero.
El certamen, que
se llevó a cabo del 30 de septiembre al 4 de octubre en el Auditorio Menor
‘Alfonso Gómez Gómez’ y en el Hostal UNAB, fue organizado por el IEP que dirige
Carmen Lya Fernández, con el apoyo de la Agencia Usaid del Pueblo de los
Estados Unidos y la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y
el Empoderamiento de las Mujeres, ONU Mujeres.
Tomaron parte treinta
mujeres indígenas y negras, víctimas del conflicto armado interno, funcionarias
gubernamentales, delegados de ong internacionales y expertos en el tema como la
exsenadora Piedad Córdoba Ruiz; Jonathan Richter, director de Programas de
Usaid en Colombia; y Ana Teresa Bernal, alta consejera para los derechos de las
víctimas (Alcaldía de Bogotá).
¿Qué es el Instituto de la Paz de los Estados
Unidos?
Es una entidad
financiada por el Congreso norteamericano, que fue constituida en 1984 así que
estamos cumpliendo treinta años de existencia, con el mandato de contribuir a
la prevención, gestión y resolución de conflictos internacionales. Y lo hacemos
de distintas formas. Por ejemplo tenemos programas de financiación para apoyar
a las gentes que están en las zonas de conflicto y que están buscando la
prevención o tienen programas o procesos de resolución de conflictos o de
construcción de la sociedad civil como un actor que puede ayudar a proteger los
derechos humanos y promover la paz.
¿Su Instituto es ajeno a que quienes tengan la
mayoría en el Congreso de su país sean demócratas o republicanos? ¿Depende de
los vaivenes de la política interna? ¿O de los caprichos del presidente de
turno?
No. Tenemos una
junta directiva que por mandato es bipartidaria, con un balance entre estas dos
fuerzas políticas. También contamos con varias personas que participan en la
junta como funcionarios del Departamento de Estado y de la Escuela Nacional de
Seguridad, así que la composición de la organización tiene ciertas protecciones
para asegurar que no caigamos en el bipartidismo ni en una política de Estado.
Somos independientes y autónomos, y una de las ventajas y logros que tenemos es
que podemos convocar a todos los sectores y buscamos apoyar espacios de
conversación sin tomar partido. Igualmente diría que respondemos bastante a la
coyuntura política, porque hay debates muy difíciles y existe la necesidad de
realizarlos, así que nosotros podemos ofrecer espacios de conversación mediada
o facilitada con gente que no está de acuerdo entre sí.
¿Por qué están convencidos ustedes que las mujeres
están llamadas a cumplir un rol de primer orden en la solución del conflicto
armado interno colombiano?
Las mujeres
llevan muchas décadas de jugar un papel en la construcción de paz y en la
mediación de conflictos en sus territorios. Eso no hay que imaginarlo. Existen
y es más cuestión de apoyar estos esfuerzos. Creo que las mujeres por haber
sido tan invisibilizadas en la sociedad colombiana, a veces no se reconocen, no
se estima que su participación cuente para algo. Y es que las mujeres hacen
esto de una manera tan natural a veces que uno ni se da cuenta que está
contribuyendo.
Una de las metas
de este seminario-taller, que no hemos presentado como capacitación porque
consideramos que esas mujeres ya han manifestado sus capacidades. Tienen capacidades,
pero lo que no tienen es reconocimiento. Inclusive ellas mismas no se
reconocen, entonces tratar de fortalecer sus capacidades de alguna manera
comienza con un reconocimiento a lo que han logrado. Aquí ellas han compartido
muchas experiencias que demuestran una perspicacia, una inteligencia, una
persistencia, un esfuerzo de reconocer la humanidad del otro como la base de
hacer un trabajo, que es un trabajo de mediación pero también es un trabajo de
cómo resolver conflictos, cómo prevenir la violencia en sus comunidades, cómo
prevenir desplazamientos, cómo manejar unas situaciones muy difíciles de
conflicto armado y de cómo encontrar soluciones a nivel local.
De todos estos relatos que ha podido escuchar en
este encuentro, ¿cuál ha sido el que más le ha impactado a pesar de que usted
ha presenciado tantas experiencias dolorosas y traumáticas en este continente?
No sé en cuanto
a la confidencialidad de lo particular si puedo destacar algo específico, pero
yo diría que aquellos casos de secuestro de familiares, donde las mujeres han
buscado la liberación de sus seres queridos y lo han conseguido. Puedo destacar
el trabajo de Marleny Orjuela (Asociación de Familiares de Policías y Militares
secuestrados por la guerrilla, Asfamipaz), que centenares de policías y
militares capturados por las Farc han sido recuperados por el trabajo de ella.
En otros casos las negociaciones con paramilitares que han hecho cerco a una
comunidad y que por la valentía y la audacia de una mujer o un grupo de mujeres
se han ido después de conversar con ellos y enfrentarlos, un poco reclamando su
derecho a asumir esa vocería, para defender a los suyos y también la
trayectoria de la mujer en la zona. En algún caso que oí los paramilitares
entraron a una población y atemorizaron a todos sus habitantes, pero una mujer
fue con algunas compañeras a reclamarles “con qué derecho están ustedes aquí
amenazado que no podemos seguir, si nosotros llevamos décadas en esta zona.
¿Ustedes cuándo llegaron? ¿Qué derecho tienen?”. Diciéndoselos así, cara a
cara. Lo mismo el caso de personas que estaban bajo amenaza por un sector u
otro, y que fueron directamente a enfrentarse con los actores armados para
preguntarles “¿qué quieren de mí?”, y que por la valentía de la mujer los
actores armados que estaban presionando, intimidando o extorsionando dejaron de
hacerlo. Un poco el reconocimiento de la valentía cuando las mujeres se ponen
bravas, que ya los actores armados no pueden ponerle la cara y se ven obligados
a retirarse. Igualmente cuando uno de los comandantes de las Farc lloró al
estar enfrentado con un familiar que reclamaba por un pariente secuestrado. Hay
muchas experiencias no contadas y las mujeres han trabajado en cierto silencio.
No buscan la visibilidad y simplemente hacen su trabajo cuando algo pasa con
una comunidad o con un familiar, y ha sido necesario ponerse en frente de la
situación para resolver el problema.
¿Estas mujeres odian? ¿Quieren venganza?
Nada, nada. En
los seminarios-talleres una de las cosas que se ha planteado es que de la
mediación no se puede hacer un lugar de odio, porque no funciona y porque hay
que ir con una apertura, una perspectiva de no juzgar al otro, de tratar de
entender al otro y sus puntos de vista para poder negociar algo.
En este espacio
hay muchas mujeres muy diferentes, que no están de acuerdo entre ellas, y el
aceptar a la otra es una gran ganancia. Aquí por ejemplo hay varias
excombatientes que han firmado pactos de la paz y que han entrado a la vida
civil en Colombia, que están presentes en este seminario, y algunas de ellas
contaron de sus experiencias, de su opción no por la guerra pero de su
frustración por no encontrar espacio y una exclusión política que no dejó
posibilidades de más justicia digamos, y que en cierto momento se dieron cuenta
que la vía armada no era una opción adecuada y tomaron decisiones con mucha
valentía de entrar en la vida civil.
Y después de uno
de los testimonios sobre esta experiencia, una mujer desplazada que ha sido
víctima de todos los grupos armados y su comunidad también, hizo su
intervención con lágrimas y dijo: Yo tengo una historia donde mi comunidad ha
sufrido bastante a manos de las guerrillas y de los paramilitares, y nunca se
me ocurrió que los individuos de estos grupos tienen sus propias historias
también, y que podría haber un deseo de paz entre ellos. Fue un momento muy
emocionante.
¿Cómo comprender desde afuera que en este país hay
gente que le sigue apostando a que fracasen todos los intentos de buscar una
salida negociada y que esto se acabe de incendiar?
Es que hay
muchos intereses en la guerra. Cuando se termine la guerra hay sectores que van
a sufrir una reducción de sus fondos. La meta es pensar en cómo reducir este
sector de la población, de crear oportunidades para quienes pueden perder con
la paz, de buscar incorporarles en la sociedad de una manera en la que ellos también
sientan que tienen un lugar y un trabajo digno.
En las
conversaciones en La Habana (Cuba) no se ha contemplado una reducción de las
Fuerzas Armadas, pero creo que hay que reconocer que si no hay guerra habrá que
reacomodar las estructuras del poder y los presupuestos. Entonces hay que
tratar de minimizar el temor de lo que puede pasar y buscar realmente
alternativas para que los militares que han prestado servicio a la Nación en
estas guerras durante tantos años, no sean aislados de la comunidad y del
Estado. Ellos han jugado un papel, hay un reconocimiento de eso, así uno esté
de acuerdo o no con la guerra, pero muchos han prestado servicio muy honorable y
algunos otros no. Hay que separar eso también, hay que buscar la justicia para
asegurar que toda la institucionalidad no sufra de acusaciones, sino que se
identifique a quienes han abusado del poder, para limpiar la institucionalidad.
No hay que dejarlos a un lado en el proceso.
Yo creo que el
presidente (Juan Manuel) Santos ha hecho un trabajo muy interesante por buscar
incorporar a los militares y policías en el proceso de paz, para asegurar que
ellos se sienten parte de esa transición a una nueva etapa para Colombia.
¿La viuda o la huérfana que se sienta frente al
victimario y le da la mano es una cobarde, como piensan algunos descerebrados,
o que se volvió cómplice de ellos? ¿Cómo ven ustedes estos encuentros que se
han venido dando en La Habana?
Esto de la
reconciliación es un tema bien complicado. Hay dos niveles: uno personal e
individual, y otro de la sociedad. El perdón personal nunca debe ser una
expectativa de la sociedad, porque es una decisión de cada quien, e imponer una
carga a la víctima por esto encuentro como una revictimización muy fuerte y
equivocada. Sin embargo, ha habido muchas personas que han logrado llegar a
sentir la necesidad de perdonar al otro. Eso viene a través de un proceso
largo. No es una cosa que se puede decir que sí o decir que no. Es un proceso y
tiene mucho que ver con los reclamos para la verdad y que no se puede perdonar
lo que uno no sabe. Hay que saber de qué se perdona y hay que tener algún
reconocimiento por parte de la persona que hizo mal de lo malo que ha hecho.
Yo encuentro una
capacidad y un deseo de perdonar entre muchas víctimas, no todas, pero un deseo
de personar para sanarse la víctima en sí, algo que tiene más que ver con la
necesidad de sanación personal, de no querer vivir con el odio hacia el otro.
Eso viene con la verdad, la justicia y la reparación. La reconciliación puede
venir sólo en condición de que las otras situaciones se cumplan, así como las
garantías de no repetición. Eso también sería lo más importante para la mayor
parte de las víctimas. Ellos quieren garantías de que nunca se repita de nuevo
y que no haya otras víctimas que tengan que sufrir como ellos y ella han
padecido.
¿Para el Instituto de Paz de EE.UU. está claro que
lo que se está negociando en Cuba es el fin del conflicto armado interno y no
la paz, que implica muchas cosas más que el silencio de los fusiles?
Esa es una buena
diferencia la que haces. Nosotros creemos que se está conversando para poner
fin al conflicto armado interno en Colombia. Reconocemos sin embargo que la
mayor parte de la violencia en este país no viene del conflicto entre las Farc
y las fuerzas del Estado, y que tampoco todos los actores armados del conflicto
están en La Habana. Debe haber un proceso de paz con los ‘elenos’ (Ejército de
Liberación Nacional, ELN) para ponerle un punto final al conflicto armado, y también
algunos arreglos con el EPL (Ejército Popular de Liberación).
Hay que pensar
en un proceso de paz en Colombia como un proceso muy comprensivo e integral, que
incluyera a todos los actores armados. Segundo, el proceso de negociación
colombiano ha hecho tantas cosas innovadoras, una de ellas es esta comisión
histórica de esclarecimiento del conflicto y sus víctimas. Lo que esta comisión
puede ofrecer es destacar el hecho de que no es una negociación entre las Farc
y el Gobierno colombiano lo que va a terminar el conflicto, porque hay muchas
víctimas de muchos sectores y que hay que de nuevo tener un acercamiento
integral al problema.
Para hacer un
acercamiento integral hace falta entender el problema en su totalidad. La
violencia del conflicto armado viene a ser una minoría de las violencias que
existen en Colombia, que todas tienen vínculos entre sí pero creo que no se ha
tratado todavía de desarmar estas otras violencias de los conflictos sociales.
Por ejemplo pensando en el tema de Género, no se ha reconocido la relación
entre la violencia contra la mujer y la violencia intrafamiliar y el conflicto
armado, pero si uno hace un análisis de distintas dimensiones del conflicto,
digamos el desplazamiento, algunos estudios han demostrado que un quince por
ciento de los desplazados lo han hecho por razones de amenaza de violencia
sexual o intrafamiliar. Ese es un impulso que hace repetir el conflicto. Si uno
mira los cuestionarios que se han hecho a excombatientes, muchos de ellos al
preguntarles por qué se juntaron a un sector armado como el quince o veinte por
ciento responde que por violencia o por abuso sexual en su familia que dejaron
la casa. Ese es otro factor que impulsa a la guerra y se convierte en un ciclo
de violencia porque al final otro aspecto es que cuando los excombatientes
vuelvan a sus casas para las mujeres la violencia aumenta. Entonces si la
violencia aumenta en la casa ya se inicia el ciclo de nuevo y los jóvenes se
van porque hay más violencia.
Entonces si uno
piensa después que la violencia contra la mujer forma parte de las lógicas de
la guerra, uno se pregunta: ¿Y cómo se interrumpe este ciclo? Lo que se sabe de
la prevención de violencia contra mujeres, contra cualquier grupo, es que pasa
dentro de un contexto de discriminación y maltrato de ese sector. Entonces si
la violencia contra la mujer se permite existir por una idea de la sociedad de
que la mujer tiene menos valor que el hombre, hay que buscar la manera de hacer
más equitativa la relación entre la mujer y el hombre, para que la sociedad
entienda que la mujer tiene la misma dignidad y los mismos derechos que el
hombre.
Es algo
complicado y la gente no capta muy bien los matices de la importancia de la
participación política de la mujer, y crea un nuevo contexto en el cual no se
acepta la violencia contra la mujer y si no se acepta la posibilidad de una
renovación de la guerra es latente.
Cuando oye al propio Gobierno admitir que en Colombia hay seis millones y medio de
víctimas (600 mil de ellas en Bogotá), luego oye a unas mujeres que dicen que el
conflicto continúa con igual o mayor fragor en poblaciones del Cauca como
Santander de Quilichao o en El Catatumbo (Norte de Santander), ¿usted es
optimista de lo que viene o este es un sueño?
Hay que manejar
las expectativas y hay mucha carga en el Estado de resolverlo todo. Sabemos de
otros procesos de paz que con la firma de unos acuerdos las cosas no cambian de
manera inmediata, porque se requiere cierto trabajo, hacer nuevas
institucionalidades, tramitar leyes que deben ser discutidas y aprobadas, y demanda
de un apoyo desde la sociedad para el cambio. Creo que en Colombia se ha estado
construyendo desde la base la paz, desde hace mucho tiempo y no es que aquí se
comience de la nada, sin embargo hay
como una falta de articulación entre lo que está pasando en los territorios y
lo que pasa en el nivel central. Tengo la confianza y el optimismo de que se va
a firmar algo en La Habana. El balance de los poderes acá en Colombia es difícil, hay muchos en contra, pero el anhelo
popular sigue siendo para la paz. Hay una apuesta por la paz muy fuerte acá. Lo
que no veo tan claro es cómo traducir esa firma en cambios reales y concretos
en los territorios, y hay un escepticismo por parte de muchos en los
territorios porque no hay cese bilateral de fuego, y la guerra para ellos se
está intensificando en muchas regiones, entonces ven una situación compleja
entre tener un proceso de paz y el vivir la guerra.
Además, algo que
hemos aprendido de la violencia en los procesos de paz es que en muchos casos
cuando se acerca la firma final de un acuerdo la violencia se destapa. Eso va a
pasar y está pasando. Yo interpreto tantas amenazas en las últimas semanas
contra los defensores de derechos humanos, contra los periodistas, contra los
reclamantes de tierras y contra las víctimas, casi como un reconocimiento de
que lo que pase en La Habana pueda llevar a un acuerdo, y hay gente que está
con mucho temor de lo que puede significar para ellos y están reaccionando. En
Irlanda del Norte, en Sudáfrica, en El Salvador, la violencia se destapó justo
antes de la firma del acuerdo de paz, pero la sociedad civil y el gobierno en
todos los casos supo acumular fuerzas con el aumento de la violencia y usar la
violencia para decir es más urgente que nunca que llegáramos al final y firmemos
un acuerdo de paz, en vez de decir es que hay una contradicción y si hay
violencia hay que parar el proceso. Ya se está entendiendo más esa lección del
Caguán cuando se descarriló el proceso por las violencias, por el avión
secuestrado en particular. Esta vez lo que yo veo en cambio es una decisión muy
clara de rodear el proceso hasta que termine. Eso ayuda.
El otro elemento
es entender que en los procesos de paz se usa la violencia para ganar cosas en
la mesa. En el caso colombiano no ha funcionado así. El uso de la violencia
durante procesos de paz en el pasado y ahora, crea escepticismo y puede socavar
el proceso porque la gente no cree en un proceso que no puede disminuir la violencia
que están viviendo. Esta es una de las razones por la que muchos sectores están
reclamando un cese bilateral del fuego.
¿Si no es por el diálogo y las negociaciones, cómo
más se puede poner fin al conflicto armado interno en Colombia? ¿Esto cómo se ve
desde Washington?
La opción
militar ya no tiene apoyo en el exterior. Todo el mundo está reclamando una
resolución política a un conflicto que tiene sus aspectos políticos. Y si uno
mira los borradores y acuerdos preliminares que se han hecho en La Habana,
tocan los temas estructurales del conflicto: reforma agraria, desarrollo
integral y participación política. Este conflicto ha tenido raíces en la cuestión política y es cuestión
de una modernización de la democracia. No es nada radical lo que se está pidiendo.
Ahora, en cuanto a las drogas y cultivos ilícitos, si bien no era un generador
inicial del conflicto ha contribuido en su parte a la perpetuación del
conflicto. Así que tenemos los tres factores principales que han dado origen al
conflicto. Entonces creo que es un buen inicio, y víctimas y fin del conflicto
se están conversando ahora. La apertura a las víctimas en la mesa de
conversaciones en La Habana ha sido algo extraordinario, único, pionero en el
mundo en cuanto a procesos. Colombia está construyendo un camino nuevo que va a
ser replicado o al menos considerado en todos los otros procesos que existen en
el planeta, porque abre nuevos espacios y nuevas formas. El tema de la
participación política en particular es muy importante y allí el de la mujer,
no sólo como víctima sino porque las mujeres tienen muchas propuestas y
visiones diferentes que pueden ofrecer. Por eso la importancia de la
subcomisión de género que se abrió en La Habana, porque crea nuevas
oportunidades para las mujeres de contribuir a parar de una vez por todas este
desangre.
¿Qué tan sincera es la actitud de Estados Unidos
para que en este país se acabe la guerra, y más si nos ponemos a mirar la
posición de su Gobierno en temas como Siria, Irak y Afganistán, o en un pasado
no muy remoto en El Salvador, Nicaragua y Guatemala?
Es una pregunta
que tiene muchos matices. El Instituto de Paz no toma posiciones políticas tal
cual y tratamos de mantenernos como terceros que ofrecen espacios de discusión
para buscar apoyar opciones no militares alternativas. En cuanto al trabajo en
Colombia, la verdad es que este país no ha sido prioridad en estos años dentro
del esquema del Congreso de Estados Unidos ni del Ejecutivo. Hay mucho debate
sobre el papel de los Estados Unidos en Colombia, la mayoría a partir del ‘Plan
Colombia’ y la lucha contra las drogas. Hay
una pluralidad de intereses de los Estados Unidos en Colombia: intereses
comerciales con el Tratado de Libre Comercio (TLC), las drogas, en ciertos
momentos la contrinsurgencia, en otro el contraterrorismo… Veo que en los
últimos años ha habido una apertura hacia la paz, por lo menos en América
Latina, y en el caso de Colombia se ha visto un deseo de apoyar una salida
pacífica, que se ve que hay una posibilidad de lograr un acuerdo de paz y que
hay que apoyarla. Estados Unidos no está en la parte por la guerra.
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