Cuando el pasado domingo 2 de febrero Jorge Eduardo Lamo Gómez se levantó temprano a desayunar y leer el diario El Tiempo, se llevó una sorpresa de las más satisfactorias que ha tenido como decano de Derecho.
La razón es que
debajo del titular: “Colombianos que nos dejan muy en alto en el exterior”, la
asociación Fusionarte y Marca País escogieron cien historias de vida y entre
ellas –abriendo página– estaba la de Carlos Bohórquez.
“Lleva cinco de
sus 33 años trabajando en apoyo de situaciones de conflicto armado y emergencia
en Oriente Medio y en África. Trabajó con la Unicef en zonas de conflictos
étnicos y culturales en el Congo y coordinó el sistema de protección de niños
víctimas del reclutamiento forzado, violencia sexual y hambruna en Somalia. Hoy
tiene a su cargo uno de los programas de protección de refugiados en Siria,
liderado por la ONG danesa DRC. Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de
Bucaramanga (UNAB), luego, Derecho Internacional Público en la Universidad de
París y, posteriormente, Derecho Internacional Humanitario en Ginebra. En el
libro, afirma: ‘Como colombiano, me siento legitimado para entender el
conflicto armado y tengo el compromiso de aliviar el sufrimiento y los efectos
de la guerra”.
Esta noticia fue
el tema número uno del lunes siguiente en la Universidad y durante los días
siguientes. Desde entonces, decano, profesores y secretarias tienen un recuerdo
de Carlos Bohórquez, ese muchacho que estudió 13 años en el colegio Quinta del
Puente y se graduó de bachiller en el Nuevo Cambridge.
Lo localicé en
Beirut (Líbano), desde donde gustoso accedió a esta entrevista, pocas horas
antes de escuchar a la distancia el estallido de dos carros-bomba que dejaron
un saldo de cuatro muertos y más de 100 heridos, luego de ser accionados por
kamikazes de un grupo próximo a la red fundamentalista Al Qaeda en el sur de esa
capital, en pleno corazón de un bastión de la milicia chiita pro iraní Hezbolá.
¿Por qué estudio en la UNAB?
Porque era la
Universidad en Santander que me ofrecía un currículo interesante, una muy buena
metodología y contaba con muy buenos profesores.
¿Por qué lo marcaron tanto las enseñanzas de sus profesoras
Osilda Ramírez Ramírez y Aída Elia Fernández de los Campos?
¿A cuál
estudiante que haya pasado por la Facultad de Derecho de la UNAB no lo han
marcado estas dos grandes personas y excelentes profesoras? Con Osilda, mi
experiencia fue muy particular. Los estudiantes tenían la oportunidad de
escoger materias y yo escogí Derecho Constitucional con ella. Como la gente le
tenía miedo, el primer día de clase llegamos solamente tres personas. Una se
asustó y se retiró a las dos semanas, así que apenas quedamos dos. Osilda no
canceló el curso, y quede prácticamente en clases privadas con ella. Eso fue
todo un privilegio y creo que por eso pasé mi preparatorio relajado, pues había
aprendido tanto con ella y estaba simplemente en otro nivel.
Aída me marcó
muchísimo, pues tiene una experiencia internacional muy importante y estudió en
buenas universidades en Europa y otros lugares. Aída me ayudó a encontrar una universidad
en París, y me dio excelentes cartas de recomendación para las becas e
inscripciones. Ella siempre ha estado entre mis referencias personales para
cualquier trabajo o estudio que haga.
¿Cuál es el sello que tiene por ser abogado UNAB?
En primer
lugar, la UNAB inculca una deontología
aplicada al estudio de los derechos y deberes, más precisamente enfocados al
ejercicio de la profesión de abogado. Además, creo que me ayudó mucho el
enfoque que tiene mi Universidad sobre los Derechos Humanos y la dignidad de
las personas. Por último, la UNAB les permite a sus estudiantes interpretar de
una forma práctica el Derecho en Colombia o el Derecho Internacional por igual.
¿Por qué no se contentó con el título de pregrado y decidió
estudiar en Francia y Suiza?
Desde antes de
comenzar mis estudios de universidad, ya sabía que me quería ir a continuar mis
estudios de posgrado en el extranjero y más precisamente en Europa. Siempre fue
parte de mis objetivos personales y profesionales.
¿Cuándo o por qué decidió no conformarse con una
oficina en un edificio de lujo de Bucaramanga y, en cambio, meterse en esos
conflictos en los que ha ido a parar?
Le tengo pavor a
la rutina. Con el solo hecho de imaginarme ir todos los días a la misma oficina
o que el día de hoy se va a parecer al de ayer, me enfermo. La profesión que
escogí (trabajador humanitario), no tiene un día normal y ningún día se parece
al anterior. Cada día está repleto de historias humanas, que a veces son tristezas
pero también muchas historias bonitas.
¿Cuál ha sido la cronología de sus trabajos y
lugares en los que ha estado?
Mi primera
oportunidad con la Organización de Naciones Unidas (ONU) fue una práctica que
realicé en La Haya (Holanda) en la Corte Internacional de Justicia, la misma
corte que recientemente dictó sentencia en el proceso entre Colombia y
Nicaragua. Como colombiano me tocó firmar un documento de confidencialidad para
trabajar por tres meses en la Corte.
Luego de regreso a París realicé otra práctica con la delegación colombiana
ante la Unesco. De Francia me mudé a Ginebra (Suiza) para continuar mis
estudios en Derecho Internacional Humanitario y antes de terminarlos me
contactaron para trabajar en la sede de la Agencia de la ONU para los
Refugiados (Acnur). De ahí pasé rápidamente al terreno, pues estuve como
oficial de protección con Acnur durante dos años en Chad (África). Después me fui
a vivir al Congo (África) para trabajar con Unicef en el campo de la protección
de la infancia y con programas de reintegración de niños asociados con grupos
armados.
Tras casi dos años,
continué el mismo trabajo con Unicef pero esta vez en Somalia. Luego de tan
solo tres semanas de estar trabajando con la operación en Somalia, se desató la
hambruna y la crisis del ‘Cuerno de África’ del año 2011. Desde hace un año me
encuentro trabajando con Danish Refugee
Council (Consejo Danés para los Refugiados), que es la ONG internacional
con el programa más grande de respuesta a la crisis actual de Siria, en el Líbano.
Soy el responsable del equipo y del programa de protección.
Dicen los que saben del tema que no es cierto que en
la guerra como en el amor todo valga. ¿De qué horrores ha tenido que ser
testigo?
No me gusta esta
pregunta.
¿Entonces cuál es la experiencia más desgarradora
que ha tenido que enfrentar y en qué circunstancias?
He vivido muchas
experiencias difíciles, pero creo que lo que más me ha parecido duro han sido
las visitas a los hospitales donde conducía misiones de monitoreo y veía cosas
muy tristes. Los servicios de salud en la mayoría de lugares de África donde
trabajé eran demasiado precarios. Un día vi cómo un doctor amigo estaba
tratando de salvarle la vida a un niño de seis años que pisó una mina
antipersonal. No disponía de anestesia ni de la compañía de un cirujano.
¿Por qué suceden atrocidades como la carnicería que
está viviendo Siria y al mundo pareciera no importarle cinco centavos?
La humanidad no
ha aprendido sobre los horrores de la guerra. En 1859 Henry Dunant vivió y escribió
sus memorias sobre la batalla de Solferino. Ese libro inspiró la creación del Comité
Internacional de la Cruz Roja (CICR) en 1863 y luego las Convenciones de
Ginebra en 1964. La idea original era la de aliviar los horrores de la guerra y
proteger a la población civil. Hoy, 150 años después, las cosas están peor que
en ese entonces. La guerra en Siria es una atrocidad más de la humanidad.
Si eso pasa en Siria, ¿qué no estará sucediendo en
el Congo cuya guerra más de seis millones de muertos?
Cada guerra
tiene sus orígenes y sus causas. La guerra en el Congo creo que tiene sus
causas en cuestiones puramente económicas. Es uno de los países más ricos del
planeta en relación con los recursos naturales, pero desafortunadamente y desde
hace muchos todos sus recursos han sido explotados por varias potencias
mundiales y por compañías multinacionales. La guerra y la inestabilidad
política son la forma más simple de perpetuar la explotación.
¿Está hastiado de los conflictos armados? ¿O tiene
energía suficiente para seguir asistiendo a los más afectados por los
conflictos, que casi siempre es la población civil que nada tiene que ver?
Todavía tengo
mucha energía, pero seguro tengo menos que hace siete años cuando llegué por
primera vez a África.
¿Piensa algún día regresar a su país a hacer su
aporte a la solución del conflicto armado interno? ¿O cree que ese momento
jamás llegará?
Sí, claro. Es la
pregunta que siempre me he hecho y siempre ha estado como una opción. El
problema es que no he encontrado la oportunidad o el proyecto que me haga
volver.
¿Qué consejo les da a quienes empiezan a estudiar
Derecho en la UNAB?
Que aprovechen
la oportunidad que tienen de estudiar en una excelente institución, pero que
además valoren la ocasión tan grande que tienen simplemente de poder estudiar.
Millones de personas en Colombia y en todo el mundo no tienen la misma suerte.
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