sábado, 14 de mayo de 2016

La Orquesta Sinfónica UNAB con el sello del maestro Carrizosa


(Esta nota la publiqué en la edición número 448 de Vivir la UNAB,
                    en circulación desde el 15 de mayo de 2016. Textos y Fotos PVG)

A los grandes músicos nada los amilana. Y eso fue lo que demostró el maestro Eduardo Carrizosa Navarro cuando al subir al escenario se dio cuenta que estaban vacías tres cuartas partes del aforo del Auditorio Mayor ‘Carlos Gómez Albarracín’.



Con la veteranía y ‘kilometraje’ que le ha brindado dirigir la Orquesta Sinfónica Nacional o haber sido director asistente de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, este ‘rolo’ tomó la batuta de la Sinfónica UNAB y el pasado y el pasado miércoles 27 de abril no solo dio una excelsa demostración de qué es estar al frente de 59 músicos –entre estudiantes, graduados y docentes–, sino que les obsequió a los asistentes un variado y entretenido concierto.

Con el nerviosismo disimulado de tener sentado en tercera a su colega y profesor Blas Emilio Atehortúa Amaya –considerado uno de los más prolíficos y reconocidos compositores de música clásica colombiana–, Carrizosa Navarro era consciente que tenía un enorme compromiso por cumplir ya que dentro del programa de la noche figuraba “Partita 72 para cuerdas” y debía corroborar ante su maestro esas condiciones que lo han llevado a producir ocho discos compactos, sin contar esa obra magistral llamada “Carranga Sinfónica”, en la que junto a la Sinfónica Nacional de Colombia, así como Jorge Luis Velosa Ruiz, José Fernando Rivas, Jorge Eliécer González Virviescas y Manuel Cortés González, han abarrotado el Auditorio ‘Leon de Greiff’ y el Teatro Mayor ‘Julio Mario Santodomingo’.

Tan solo que esta vez no fueron “La cucharita”, “El cagajón” o “La pirinola”, sino “Oberón” –“Juramento del rey de los elfos” –, del compositor romántico alemán Carl Maria von Weber (1786-1826); “Variaciones sobre un tema de Haydn”, de Johannes Brahms (1833-1897), considerado el más clásico de los compositores románticos; la obra de Atehortúa (1943); y “Kalamary” –paráfrasis sobre temas del bolivarense Luis Eduardo ‘Lucho’ Bermúdez Acosta (1912-1994–.

Así que fue llevando al público de lo clásico a “Salsipuedes” y “Prende la vela”, entre otros porros, cumbias y gaitas, con una versatilidad y una gracia que le hicieron ganarse de entrada el aprecio del público, porque desde un primer momento solicitó que no apagaran las luces del recinto para que cada quien pudiera consultar el programa de mano cuantas veces quisiera y de paso romper el mito de que para escuchar una orquesta de esta categoría hay que hacerlo con tanta prosopopeya.

Violines, violas, violonchelos, contrabajos, oboes, flauta, clarinetes, fagotes, trompetas, trombones, cornos, tuba y percusión sonaron finamente acompasados bajo el sello de rigurosidad y disciplina que le ha imprimido Carrizosa Navarro a la Sinfónica UNAB en este Segundo Programa de la Temporada 2016, que comprendió presentaciones en la Iglesia Cristo Misionero (lunes 25) y el Auditorio ‘Luis A. Calvo’ de la UIS (martes 26 de abril).



Entregado a su oficio, este ‘cachaco’ de raíces tolimenses vibró e hizo vibrar a los  asistentes, explicando de qué se trataba cada obra, en qué se inspiró cada compositor, qué particularidades tenía el repertorio, contagiando con su energía a sus dirigidos, empinándose, marcando el instante exacto de aparición de un instrumento, moviéndose con la agilidad de un boxeador en el ring y con la pulcritud de un director de orquesta que reconoce los méritos a sus dirigidos.

Permitiéndole apenas secarse el sudor causado por tanta entrega y teniendo en cuenta que debía madrugar a tomar un avión hacia Bogotá, abordé a Eduardo Carrizosa Navarro en el camerino, mientras padres de familia de los músicos y admiradores en general se acercaban a agradecerle, retumbando todavía el aplauso que le dio un público encabezado por el rector Alberto Montoya Puyana y vicerrector Administrativo y Financiero, Gilberto Ramírez Valbuena, y del que formaban parte el director del Programa de Música, Rafael Ángel Suescún Mariño, uno que otro docente y estudiante, y particulares que sí sacan tiempo para cumplir esta cita con el arte.

Formado en el Conservatorio de la Universidad Nacional en la capital colombiana, el maestro Carrizosa es un tipo sencillo, al que no le importa que un periodista impertinente le pregunte nimiedades, y que cumple a cabalidad con el tiempo de los ensayos. Su obra más conocida es “Kantule”, un sentido homenaje a los indígenas Cunas que habitan en los departamentos de Chocó y Antioquia, así como en Panamá. A través de la música le da gracias a la vida y al arquitecto del Universo que le permitieron, con el soporte de su esposa, superar un cáncer hace 16 años.

Lo primero que usted advirtió es que estas orquestas hay que ponerlas a que suenen como un revoloteo de hadas y no como una avanzada de la Policía Antidisturbios cuando hay revueltas en la Nacional. ¿Esa es la gracia?

(Sonríe) Exactamente, claro. Ese es el trabajo de ensayos, porque hay unos rangos dinámicos y unos rasgos técnicos e incluso de los salones en donde tocamos a los cuales hay que obedecer, aparte de todo lo que escriben los compositores. Entonces parte de lo que son los ensayos es hacer que la pintura y el color de la orquesta obedezca a esas acuarelas. No es pastel, es acuarela. Cuando es pastel es pastel y cuando es óleo es óleo. Entonces las densidades de orquesta hay que trabajarlas.

Hay directores que tienen un estilo rígido, ortodoxo si se quiere, cuando están al frente de una orquesta y entonces escasamente se mueven. Otros en cambio, como usted, van, vienen, suben, bajan, gesticulan y se deleitan con lo que están haciendo. ¿Se trata también de transmitir esa energía a los músicos?

Yo entiendo la dirección de orquesta como un dar y recibir. Si yo no doy nada, no puedo recibir nada. Entonces así sea mínimo de mirar al instrumentista y decirle: Yo estoy con usted, ¿usted qué me va a dar? Yo le doy este gesto para que usted haga esto. Es una reciprocidad el gesto con lo que está sonando hacia el músico.



¿Cómo es esa experiencia de tener al compositor allí presente, siendo como una especie de juez? ¿Qué sintió al ver emocionado al maestro Blas Emilio Atehortúa, aplaudiéndolo y con deseos de pararse de la silla de ruedas y darle un abrazo?

La ventaja con el maestro Blas es que es de un corazón tan absolutamente grande que las críticas de él, incluso en las clases, siempre son: Fíjese en esto Eduardo, por qué no mira esto. De él yo nunca he recibido una crítica destructiva, todas críticas constructivas, y eso es lo que lo hace a él un gran maestro. Entonces aparte de los sentimientos, porque nosotros compartimos con él hasta brochas de pintura en el Conservatorio, es poder hacerle un homenaje en vida a una persona a la que Colombia le debe muchas cosas. Así que yo espero que esta sea la primera de muchas flores que le demos en vida al maestro Blas Emilio Atehortúa, que se lo merece y que Colombia se lo debe.

Mezclar esa música clásica de Von Weber y Brahms con el son tropical de ‘Lucho’ Bermúdez es para algunos puristas casi un sacrilegio. ¿En realidad es un atrevimiento? ¿Una forma de incorporar a los públicos contemporáneos para que acudan a los auditorios y no se duerman?

Creo que es la segunda parte de lo que usted dice. La única manera de formar público es llevando la música a segmentos que sean más o menos familiares, porque si nosotros tocamos únicamente la famosa ‘música clásica’… Recuerdo que alguna vez que fuimos con la orquesta a Sincelejo (Sucre), llamaron a preguntar que si podían entrar al concierto en shorts, porque existe como el mito de que deben ir de corbata y toda esta cosa etiqueta. El poder grande de la música es llegar a cualquier ser humano que tenga la capacidad auditiva buena. No necesita trajes, no necesita fronteras, no necesita pasaportes y menos necesita partituras. Necesita un corazón que esté dispuesto a entender los mensajes. Por eso yo soy un partidario de ir desmitificando los conciertos. Que nosotros no porque estamos tocando somos mejores seres humanos, sino somos unos seres humanos que tenemos una capacidad musical que la damos a todo el público… pero somos seres humanos. Entonces esa igualdad es la que yo quiero que en la música se dé, porque la música no se ha jerarquizado per se sino que la han jerarquizado. Es muy importante generar nuevos públicos, porque esa es la retroalimentación hacia la misma orquesta.

De no haber sido el ‘señor músico’ que es hoy, ¿Eduardo Carrizosa Navarro qué habría sido en su vida?


¡El músico que soy hoy! Yo tuve el privilegio de comenzar en la música muy niño, aunque tengo que confesar que comencé una carrera de Química, para decir que era música por vocación y no por brutalidad. Estudié en la Universidad Nacional y soy orgulloso de ser un músico, porque creo que la música es lo que traspasa y es transversal a la Humanidad en todos los géneros, en todos los continentes, en todas las religiones. Todos somos tocados por la música, unos más, otros menos, pero la melomanía es un derecho inalienable del ser humano. 

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