lunes, 9 de septiembre de 2013

Lecciones de paz de un Nobel (habla Don Óscar Arias Sánchez)



Diálogo exclusivo con Óscar Arias, expresidente de Costa Rica y artífice de la paz en Centroamérica, quien estuvo en la Feria del Libro de la UNAB compartiendo sus ideas y su experiencia, así muchos no se dieran por notificados. (Publicado en el Periódico 15, edición 261 del 9 de septiembre de 2013)
 
Al tiempo que en Washington el presidente de Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz 2009, Barack Obama, decidía un ataque contra el dictador sirio Bashar al-Asad por masacrar a civiles; en una ciudad remota de Colombia llamada Bucaramanga, don Óscar Arias Sánchez hablaba de desarme y de salidas negociadas.

Premio Nobel de la Paz en 1987, doctor en Ciencias Políticas y dos veces presidente de Costa Rica, a sus 73 años –los cumple este 13 de septiembre– Arias Sánchez camina pausadamente pero con la frente en alto como todo aquel que tiene su conciencia tranquila. Su único afán es el de compartir con un auditorio en el que abundan los estudiantes, pero escasean las autoridades civiles y, por supuesto, no están los actores de la violencia.
Responsable del fin de la guerra en Centroamérica que dejó cientos de miles de muertos, desaparecidos, huérfanos y viudas en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, Arias Sánchez no entiende otro lenguaje más que el diálogo y por ello no se explica cómo un país como Colombia que lleva más de medio siglo en medio de un conflicto armado interno, se siga desangrando mientras unos 'buitres carroñeros' cruzan sus dedos para que haya más venganza y desolación.
“Este pueblo no se merece continuar con la violencia que ha vivido durante cincuenta años. Yo hago votos porque exista esa voluntad, esa humildad y esa capacidad para transigir, de tal manera que aunque sean puntos difíciles los que se están negociando se pueda llegar a acuerdos satisfactorios y que puedan pasar ustedes esta horrorosa página”, dice Arias, y de inmediato manifiesta que no le ve razón –por su complejidad y porque no conoce acuerdos similares en el mundo que hayan tenido que pasar por ese procedimiento– a la propuesta formulada por el presidente Juan Manuel Santos de convocar a un referendo que apruebe los acuerdos a los que eventualmente se llegue con las negociaciones que se llevan a cabo en La Habana (Cuba), pero tampoco al requerimiento de una Asamblea Nacional Constituyente, como ha alegado la guerrilla.

Ya que no es hora de lamentar que el punto de partida hubiese sido el desarme –“que permite a los negociadores verse a los ojos y adquirir cada vez más confianza”– Arias sostiene que “este es un pequeño detalle y al final lo que es importante es que haya la voluntad que se requiere en toda negociación: saber ceder, porque uno no puede lograr siempre lo que quiere sino lo que puede; tener la humildad para entender que no todo lo que uno piensa que debe estar en ese acuerdo es importante y posiblemente tenga que aceptar que la otra parte tiene la razón y transigir en aras de adquirir el consenso necesario para entrar a firmar un acuerdo”.

Después de nueve meses de verse las caras, considera que los negociadores del Gobierno Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) tienen que acelerar el paso y parir esa tan anhelada criatura. “Ustedes han tenido en el pasado oportunidades para alcanzar acuerdos, pero no aprovecharon aquellos momentos, y mientras tanto pasa el tiempo y pasa el tiempo y sigue muriendo gente inocente, más secuestros, más asaltos, como lo vemos todos los días en los medios de comunicación… Los colombianos tienen que aprovechar esta oportunidad, porque puede ser que no se repita. Medio siglo de guerra es suficiente”.
Y don Óscar, con el kilometraje de quien conoce al derecho y al revés los vericuetos de la geopolítica, lanza entonces una afirmación que en principio suena cruda, pero que adquiere sensatez saliendo de sus labios: “Cada vez el desinterés del mundo por lo que logren en Colombia es mayor. Hoy ustedes no están en el radar de los países europeos, ni de Washington ni de Moscú”, que a esta hora tienen concentrada su mirada en Damasco o El Cairo.

En plena Guerra Fría, Arias Sánchez tuvo los ‘pantalones’ para parárseles en la raya a Ronald Reagan y a Estados Unidos, a Mijail Gorbachov y a la Unión Soviética, e incluso al propio comandante Fidel Castro. Una guerra en la que –asevera– “las superpotencias ponían las armas y los centroamericanos poníamos los muertes”.

Entonces le llamaron “iluso”, le dijeron que “la paz es una quimera” y que no había otra salida que el aplastamiento militar, pero él echaba mano de una expresión de Cervantes, de que lo importante es la nobleza y el empeño en luchar por aquello en lo que uno cree, “mover corazones y mente”.

“Las armas no se disparan solas. Son los que perdieron la esperanza los que disparan las armas. Son los que están dominados por los dogmatismos los que disparan las armas. Hemos de luchar sin desmayos por la paz y aceptar sin temor estos retos del mundo sin esperanza y de la amenaza del fanático”, es una de sus frases contundentes.

Micrófono en mano, Arias enfatiza: “Ninguna negociación está ungida de certeza. Lo que interesa es que se ha iniciado un diálogo que puede significar el fin de una guerra. En este proceso de negociación no se trata de decidir qué pensamos sobre las Farc, sobre los paramilitares o sobre el Gobierno colombiano. Se trata de decidir si estamos a favor o en contra de un acuerdo de paz en Colombia. Sólo si lo expresamos en estos términos, podemos entender la magnitud de lo que está en juego”.

Considera que esta es una oportunidad invaluable para las Farc de obtener una salida similar a la que consiguió el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (Fmln), que hoy forma parte de la institucionalidad política de El Salvador, país en el que se llegó a hablar de un empate técnico entre las fuerzas del Estado y una guerrilla que alcanzó las avenidas de su capital.

Muchas veces ha dicho que la paz no es fruto de la impaciencia, “pero mucho menos es fruto del perfeccionismo y la postergación. Las partes deben sentir que tienen tiempo para decidir, pero que ese tiempo no es ilimitado. El conflicto centroamericano nos enseñó la importancia de aprovechar el moméntum. La atención del mundo es breve, los recursos son escasos y otras prioridades compiten siempre con la búsqueda de la paz”

“Estoy consciente –indica– de que muchas personas opinarán sobre la forma en que deben conducirse esta negociaciones. Se requiere humildad y flexibilidad. Se requiere hidalguía y sentido de responsabilidad histórica. Lo que nos enseñan procesos como el de Irlanda del Norte, como el de Suráfrica, como el de Centroamérica, es que la paz no es la obra de héroes ni titanes, sino de hombres y mujeres imperfectos, luchando en tiempos difíciles, por un resultado incierto. Pero eso, lejos de desalentarnos, debería alimentar nuestra esperanza en el diálogo. Tengo fe en que éste puede ser el principio del fin de la larga pesadilla del terrorismo en Colombia. Guardo la esperanza de que la paz llegará a esta tierra; de que la paz liberará a este pueblo. Guardo la esperanza de que la paz reinará en las montañas, en las plazas, en los colegios y en las universidades de toda Colombia”. Aulas –subrayó– en las que son héroes quienes obtienen buenas calificaciones y ayudan a sus compañeros, mientras que en la guerra son héroes quienes acumulan muertos y persiguen a sus enemigos.
Como enviado especial a cubrir diferentes conflictos en el continente, me conmovió verlo derramar una lágrima cuando en 2006 lo entrevisté en San José de Costa Rica y recordó su encuentro con una indígena guatemalteca que se le arrojó a los brazos para darle gracias a nombre de sus dos hijos: el que regresaba del monte a entregar su fusil AK-47, y el que llevaba en su vientre.

Así que antes de formularle la siguiente pregunta, extraigo del baúl de los recuerdos un casete del que suena la canción de paz con que Arias en 1986 llegó por primera vez a la Presidencia de su país y en la que proponía cambiar las armas por arados.

¿Cómo fue posible ese milagro de acabar con el infierno de la guerra en Centroamérica que dejó cerca de medio millón de víctimas?, le indago. “Si ya usted me sacó una lágrima recordándome la anécdota de esa madre, también casi me saca las mismas lágrimas con la canción que hice mi campaña política pidiéndole a la juventud de mi país que confiara en mí y me hiciera presidente porque iba a luchar por silenciar las armas en toda la región. No se imaginaba Reagan que eso significaba luchar contra su mayor obsesión en Centroamérica que era apoyar a la contra revolucionaria en Nicaragua, y tampoco se imaginaba Castro que algún día Daniel Ortega iría a firmar un plan de paz como el que yo presenté, en el que le obligaba a hacer elecciones libres, elecciones que perdió en febrero de 1990”.

Obvio que Arias sabe de sobra que ya no hay Guerra Fría y que no todos los conflictos son iguales, pero las causas en buena parte son económicas, políticas y sociales; la pobreza, la desigualdad y la exclusión. “No pueden fracasar. Ese es un lujo que los colombianos no se pueden dar. Tienen que llegar a un acuerdo de paz en La Habana”, insiste sin temor a sonar terco o cansón.

Sin que muchos se atrevieran a apostar un centavo, en la madrugada del 7 de agosto de 1987 Arias y los presidentes Vinicio Cerezo (Guatemala), José Napoleón Duarte (El Salvador), Daniel Ortega (Nicaragua) y José Azcona Hoyo (Honduras) suscribían el Acuerdo de Esquipulas II que fijó las reglas para promover la reconciliación nacional, el final de las hostilidades, la democratización, el término de toda asistencia para las fuerzas irregulares, negociaciones sobre el control de armas y la asistencia a los miles de refugiados, todo bajo la verificación internacional, dentro del gran paquete de la llamada Paz Firme y Duradera.

“Tomamos responsablemente en nuestras manos el destino de cuarenta millones de seres humanos que habitaban Centroamérica y no podía ser posible que continuaran matándose nuestros hermanos, como no puede ser posible que continúen matándose los hermanos colombianos. Este es un imperativo categórico, para usar la expresión de Emanuel Kant: tienen los colombianos que llegar a un acuerdo que permita silenciar las armas y pasar las páginas de cincuenta años de violencia. Es suficiente medio siglo de estarse matando los hermanos y las hermanas colombianas”, acota.

A manera de provocación, Arias insta: “Imaginen por un instante lo que sería nuestra región si le otorgáramos más poder a los programadores y diseñadores en lugar de a los coroneles y los generales; si destináramos nuestros recursos a comprar más libros y computadoras en lugar de más misiles y tanques de guerra. Si algo tiene América Latina es potencial”.

Se refiere a los más de 70 mil millones de dólares en gasto militar que en el año 2012 despilfarraron los países latinoamericanos en sus fuerzas militares. Al tiempo que sin presunción alguna expresa: “La fortaleza de Costa Rica, la fuerza que la hace invencible ante la violencia, que la hace más poderosa que mil ejércitos, es la fuerza de la libertad, de sus principios, de los grandes ideales de nuestra civilización”. Una Costa Rica que desde 1948 no tiene Ejército y que desde hace 144 años determinó que la educación es obligatoria y gratuita.

“Lo que Costa Rica hizo no es una receta para ser copiada por el mundo entero, pero tampoco es algo que no se pueda repetir. No es una utopía terminar con un ejército. Nunca América Latina fue más democrática de lo que es hoy en día. Todos los países de América Latina, unos más otros menos, tienen democracias elegidas por sus pueblos y la única dictadura, digámoslo sin ambages, se llama Cuba; sin embargo, es la región del mundo que más ha aumentado el gasto militar en los últimos años. ¿Qué justificación hay? ¡Ninguna! Colombia tiene que gastar en armas porque tiene una guerrilla y un conflicto armado, y de los impuestos que ustedes pagan buena parte de esos recursos van para comprar más armas para enfrentarse a la guerrilla, y ésta tiene sus recursos para también comprar más armas.  No es una utopía terminar con ejércitos, y yo no estoy recomendando eso para Colombia, pero posiblemente la mayoría de ustedes desconoce que Panamá y Haití no tienen ejército”, señala.

Así que mientras el mundo gasta 1,7 trillones de dólares en helicópteros artillados, cañones  y cohetes, Arias recalca que “nada empobrece más a un pueblo que gastar en armas y soldados”, y hace unas cuentas sencillas: “Con un cinco por ciento de ese dinero podríamos alfabetizar a los mil millones de analfabetos que tenemos; con un poquito más podríamos darle agua potable a más de mil millones de seres humanos que no la tienen; con un pequeño porcentaje de esa suma podríamos encontrar la cura para la malaria, la tuberculosis y el sida. Gastando mejor ese dinero y no en armas y soldados, el mundo podría ser infinitamente más próspero, más justo, menos desigual. Hoy hay mil millones de seres humanos que viven con un dólar veinticinco centavos (menos de 2.500 pesos) al día. En los últimos veinte años se bajó la pobreza en el mundo en casi mil millones de seres humanos; seiscientos ochenta millones de ellos en China, pero en América Latina es muy poquito lo que hemos logrado disminuir la pobreza y seguimos siendo la zona más desigual del mundo, lo cual nos debe llenar de vergüenza”.

Don Óscar Arias tiene la certeza de que llegará el día en que las selvas colombianas sean tan tranquilas como los bosques de su Costa Rica del alma. Será “el día en que los fusiles de esta guerra se guarden en los museos y en las vitrinas, como se guardan en mi patria”. De ahí que como el libertador Simón Bolívar, quien no aspiraba a otra gloria que la consolidación de la Gran Colombia, el Nobel no aspira a otra gloria más que la paz de Colombia, “que habrá de llegar con el candor de la madrugada del mejor día que ha vivido esta tierra bendita: el día de mañana”.

Entonces, de ese mismo baúl de los recuerdos del que salió la canción de paz, escapan estas palabras pronunciadas por Óscar Arias el día que recibió el Nobel en Estocolmo (Suecia): “Era más fácil predecir la derrota que la victoria de la paz en Centroamérica. Siempre fue más fácil predecir la derrota que la victoria. Así sucedió cuando el hombre quiso volar y también cuando quiso conquistar el espacio. Así fue en los duros días de las dos guerras mundiales que conoció el siglo XX. Así fue y es cuando el hombre se enfrenta a las más terribles enfermedades y a la tarea de terminar con la pobreza y con el hambre en el mundo. La historia no la han escrito hombres que predijeron el fracaso, que renunciaron a soñar, que abandonaron sus principios, que permitieron que la pereza adormeciera la inteligencia. Si en ciertas horas hubo hombres que en su soledad estuvieron buscando victorias, siempre estuvo vigilante al lado de ellos el alma de los pueblos, la fe y el destino de muchas generaciones”.


Para seguir pensando

A su paso por la UNAB el 26 de agosto, el Nobel Óscar Arias expresó otras ideas que pueden interesarles a los colombianos:

“Hay que perdonar, pero no se va a poder perdonar a todo el mundo. Hay alguna gente que cometió crímenes de lesa humanidad que deben ir a los tribunales de justicia. Es casi inevitable. Ese fue el tema más complejo en Guatemala y El Salvador; también en Suráfrica. Se requiere de un personaje con la autoridad moral que tiene un Nelson Mandela para haberle dicho al pueblo negro surafricano que vivió siglos de apartheid: ‘No quiero venganza, pero justicia sí’. Yo los entiendo cuando los colombianos también exigen justicia”.

“Se requiere más valor y trabajo para hacer la paz que para hacer la guerra. Es más fácil continuar matándose los colombianos. Uno lucha por la paz no porque sea fácil, sino porque es necesaria”.

“En toda negociación hay que hacer concesiones. En Colombia es necesario que ambas partes del conflicto hagan concesiones, porque solo así van a obtener la paz que este pueblo se merece”.

“No es justo que toda esta nueva generación de jóvenes colombianos siga viviendo otros cincuenta años de guerra. No tiene sentido. No se lo merecen. Tienen que concluir esta negociación lo más pronto posible. Nadie se puede levantar de la mesa en La Habana hasta tanto no hayan cumplido una negociación satisfactoria para todos. Ustedes llevan nueve meses y nueve meses es un parto. Esa negociación ya debería parir el acuerdo definitivo para silenciar las armas”.

“El mismo consejo que les daría a los israelíes y palestinos, se los estoy dando a los colombianos: No pueden perder esta oportunidad y levantarse de la mesa sin llegar a un acuerdo”.

“La paz se hace entre enemigos, lo dijo Isaac Rabin cuando negociaba con Yasser Arafat. Los israelíes y los palestinos son enemigos y se están matando todos los días, y sin embargo Rabin tuvo la valentía y la hidalguía de decirle a sus compatriotas: ‘Yo quiero terminar con este conflicto’. Requerimos muchos Rabin colombianos para que terminen con este conflicto”.

“Aquí lo importarte es preguntarse: ¿Vamos a permitir que esto continúe o hacemos un esfuerzo sobrehumano para que tenga éxito la negociación que se lleva a cabo en La Habana?

“Los cinco países miembros permanentes del Consejo de Seguridad (Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia) de Naciones Unidas desde 1945, responsables de velar por la paz en el mundo, son los que exportan el ochenta por ciento de las armas en el mundo, vendiéndolas a los países más pobres. Y no hay mejor manera de perpetuar la pobreza en un país pobre que gastando en armas, en lugar de hacerlo en educación, salud, cultura o en la infraestructura que nos dé la competitividad para poder dar el salto al desarrollo”.

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