lunes, 16 de septiembre de 2013

La sal de Maras, la dulzura del Perú


Después de recorrer las ruinas del laboratorio Inca de Moray, la siguiente parada obligatoria es en las salineras de Maras (Kachi Raqay), una mezcla grandiosa de los dones de la naturaleza que provee de sal en lo que millones de años atrás fuera un mar, y del afán del ser humanos por sobrevivir.
Y es que si ya las terrazas circulares de Moray causan el efecto hipnótico en el forastero, a pocos kilómetros (diez a lo sumo) están las cuatro mil pozas que no pertenecen a un solo dueño sino a más de 120 familias que las han heredado de generación en generación y las administran de forma comunitaria.
A 50 kilómetros de Cusco y diez de Urubamba, las salineras de Maras (3.300 metros sobre le nivel mínimo del mar) irrumpen en la retina de quien no sospecha que en la próxima curva se encontrará con una panorámica singular: una especie de panal blanco y resplandeciente que desafía la ley de la gravedad y por cuyos delgados caminos suben y bajan -como si fueran equilibristas- las mujeres, hombres y niños que desde hace siglos extraen de allí la sal para sus alimentos y para abastecer un considerable porcentaje de su demanda en la sierra.
La técnica es elemental: llenan las pozas con el agua que brota de la montaña, la dejan evaporar durante un mes y luego se solidifica la sal, que posteriormente es empacada en costales y subida a hombro hasta el lugar de acopio, al lado del cual hay ventas de artesanías, coscojas de plátano maduro, habas y choclo cocido acompañado de queso salado.
El éxtasis de contemplar las salinas de Maras se complementa con los cultivos de cebada y trigo, los pastores con sus ovejas, ciclomontañistas y caminantes 'apurados por no llegar', el serpenteante río Urubamba -que inspirara a Paul Simon y Art Garfunkel- y las cumbres nevadas de los Andes.
Al que quiera más, como dirían en el Valle del Cauca, que le piquen caña.

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