(Esta nota la publiqué en la edición 456 de Vivir la UNAB, en circulación desde el 13 de marzo de 2017)
A lo mejor de viejo y rodeado por sus hijos
y nietos, o de un infarto fulminante en el escenario, pero Kenny Devone Wesley
jamás se morirá de hambre.
Este músico excepcional de 34 años, nacido en las
paradisíacas islas de Hawái aunque criado en Jacksonville (Carolina del Norte),
estuvo el pasado 24 de febrero en la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) y dejó
con la boca abierta a los 890 asistentes que abarrotaron el Auditorio Mayor‘Carlos
Gómez Albarracín’.
No saben lo que se perdieron las casi 300 personas que se
quedaron por fuera del recinto, algunos de los cuales se conformaron con el eco
de una voz privilegiada que por instantes sonaba a Michael Jackson y por otros
a Ray Charles Robinson.
Y es que durante cerca de una hora y media, Wesley demostró
con creces que la música la lleva en el alma y que debe tener un pacto secreto
con Stevie Wonder, o con el diablo, pero en todo caso de su boca salen unas
tonalidades que atrapan y seducen al público.
Wesley es cantante pero también hechicero. Espectáculo y
poesía. Malabarismo y derroche de gracia y energía. Es un relámpago cuyo
destello perdura desde el momento en que sale corriendo del camerino para
empezar la función, hasta cuando con evidente nostalgia se despide de la gente
improvisando una tonada de esas que se acostumbran oír en las orillas del
Misisipi.
La pinta para este joven de 34 años no es lo de menos. Unas
gafas rosadas sin vidrio, pajarita de pepas, pantalón ceñido y
saltacharcos, unas medias coloridas de figuras geométricas, su boina hacia
atrás marca Adidas y una camisa azul en la que más tarde se dibujará el croquis
del sudor derivado de no quedarse quieto un segundo. Kenny no hace muecas. Lo
que pasa con él es que como si se tratara del azul profundo del océano, se
sumerge en los pentagramas del jazz, el blues, el folk y el funk,sin que haya
nadie ni nada que pueda liberarlo.
Quizás por eso es que en su muñeca izquierda lleva tres
relojes baratos que deberían recordarle que todo tiene un límite y que no puede
pasarse la noche embrujando a quienes cayeron en la trampa de acudir a una cita
que poco o nunca se ve en la capital mundial de ese ruido llamado vallenato de
la nueva ola. Pero qué va, dos de esos aparatos no caminan y jamás se fija en
el otro. Kenny también sorprende con su picardía a los músicos que le han
acompañado en esta gira por Bolivia, Perú y Colombia.
Lo hizo en la mañana cuando en la charla-taller contó sus
inicios y sus secretos, les dio juego al baterista Dante Pope, al bajista Dennis
Turner y al guitarrista Zachary Cutler, y de repente se sentaba al teclado con
ganas de interpretar una pieza que no estaba en el libreto. Igual fue en la
noche. Con un español fluido, Wesley se dejó llevar por el romanticismo, en una
cadencia de mil voces que van de un sonido áspero -como el de las garras en el
metal de Freddy Krueger- al susurro que eriza la piel.
Lo califican como un tenor lírico. No obstante, Kenny es
indescifrable. Es un muchacho que se ríe de sus travesuras, que se inclina a
los pies de su baterista para agradecerle de alguna manera ese desenfreno que
recuerda sus raíces africanas. Y se contonea como si fuera miembro de una
compañía de ballet. Toma un buche de agua, ajusta los botones de la consola y
vuelve a dispararse como un cohete espacial. De tal forma que ni el más frío de
los asistentes puede resistirse a que el hielo se rompa, aunque no falta el que
se sale ufanándose de que tiene mayores condiciones que el invitado.
En la calle hace calor y no hay asomos de aguacero alguno; sin
embargo en el Auditorio Mayor cae una lluvia púrpura. Kenny invoca a Prince y
lo logra. Suena esa canción que figura en la lista de las mejores
500 de todos los tiempos, según la revista Rolling
Stone. Pocos se han repuesto de la sorpresa y Wesley arremete con Rock with you, de Michael Jackson.
¡Bravo! ¡Bravo!, le grita una espontánea de la tercera fila.
La emoción se apodera de un muchacho que aplaude en la parte menos indicada.
Hasta los dos niños cansones que no saben por qué sus papás los llevaron, se
quedan hipnotizados con la voz de quien desafió al destino y no fue militar
como su padre o profesor de escuela como su madre.
La fama no le trasnocha, así que con la misma disposición
que realizó su espectáculo, también accedió a tomarse fotos con quien las
quiso, a saludar de manera especial a los estudiantes del colegio Fe y Alegría
que no se perdieron un segundo de su estadía. Un autógrafo por allí, un saludo
en vídeo por allá. Un abrazo, diez abrazos, cientos de abrazos y sonrisas,
porque no conoce la cicatería. Wesley no es de esos artistas que en el
escenario son unos y en la cotidianidad se transforman en unos ogros que
repelen a quienes intentan acercárseles.
Una vez más
fueron los particulares los que más aprovecharon el evento. Directivos,
docentes, estudiantes y administrativos estaban ocupados o tuvieron una excusa
para no ‘trasnocharse’ ese viernes.
Vaya paradoja:
Kenny Wesley, todo melodía, todo pasión, todo amistad, se convierte –sin que se
lo proponga o le paguen por eso– en el mejor embajador de Estados Unidos, particularmente
en estos días en que el magnate Donald Trump enarbola su nacionalismo más
furioso, aborrece a la prensa y pone a temblar a medio mundo con sus trinos
virulentos.
Viajó a la
capital santandereana –como lo hizo a Cali, Manizales, Armenia, Pereira, Bogotá
y Medellín–, para la conmemoración del Mes de la Historia Afro-Americana (Black History Month), donde fue
presentado por la Embajada de Estados Unidos, la Oficina de Educación y Asuntos
Culturales del Departamento de Estado y el Centro Colombo-Americano, como “uno
de los artistas jóvenes más originales de la escena jazz en Norteamérica”.
Soulful Nerd o un nerd con alma musical que conmueve con su voz. Así lo dice el programa
y él no se incomoda. “Escribe poemas al amor, compone melodías que combinan lo
folclórico con el funk, toca el piano con maestría y canta en un rango de
cuatro octavas, habilidades que han hecho que críticos lo comparen con el
excéntrico y ya fallecido, Prince”.
En el año 2008
publicó su primer disco llamado I’m sorry
y en 2013 fue seleccionado para representar a Estados Unidos en el Festival de
Jazz de Montreux (Suiza) –el evento musical más importante de Europa–. Luego
vino su disco Real thing.
Se inspiró en
Alwin López “Al” Jarreau, célebre por tema central de la serie Luz de Luna (Moonlighting) de los años ochenta, y
Rachelle Ferrell, entre otras figuras, pero Wesley no puede negar la influencia
que ejercieron su abuela, su madre y su hermana en el góspel–la música
religiosa propia de las comunidades afronorteamericanas–.
“El color de la
voz de Wesley solo es comparable con el oro. Es un momento mágico cuando Kenny
y el micrófono se unen”, manifestó Gordon Anthony Chambers, cantante ganador y
nominado a varios Premios Grammy.
Así que antes
tomar su morral y pensar en su regreso a Berlín (Alemania), ciudad donde
reside, Kenny aceptó intercambiar algunas impresiones con Vivir la UNAB, siempre acatando la advertencia de sus acompañantes
–“no se refiera a temas políticos”–.
“La música es
una expresión de mis sentimientos y por eso no canto ni toco con la mente sino
con el corazón. La parte espiritual para mí cuenta mucho siempre y es por eso
que hago la música, para inspirar a la gente”, señala, a la vez que subraya que desde el momento en que se despierta cada mañana Dios está presente y se ve
reflejado en la letra de sus composiciones como cuando se refiere al carácter
del creador.
“Expreso mi vida
a través de mi música”, dice, y suelta una risotada cuando le pregunto si se
puede hacer jazz sin ser negro.
-¿Qué es negro?
-Su piel.
-Mi piel es café
(carcajada)… Los orígenes del jazz claro que vienen de los negros, pero es un
género internacional. No se pueden negar los orígenes, pero la música es para
todos, no para una raza.
Para no meterme
en honduras, entonces le pido un consejo para esa cantidad de jóvenes que
anhelan ser músicos y por ese camino alcanzar la fama. “Ser famoso es una cosa;
ser buen músico es otra y eso implica educación, disciplina y pasión. Ser
famoso es el equivalente a una lotería enorme y hay como un uno por ciento de
todos los músicos que llegan a serlo. Entonces no vale la pena pensar en eso,
sino en ser un buen músico y un buen ser humano”.
Con su risita
de niño travieso Kenny recuerda que sus padres y su tía le recomendaron ser médico y
tener una ‘profesión noble’. “Temían que me fuera a involucrar en las
drogas, que son los estereotipos del ámbito musical, pero cuando notaron que
tenía un don y que no iba a dejar de perseguir ese sueño de ser músico, me
apoyaron incondicionalmente”, acota.
Sabe que se
puede vivir de la música, pero aclara que de sus ingresos un ochenta por ciento
viene por esa vía, mientras que el resto lo deriva de clases y talleres. “Las
regalías de mis conciertos las invierto en mi futuro y mi jubilación”,
manifiesta, aunque le recalque que apenas tiene 34 años de edad. “Pienso en mi
futura familia”, remacha.
No vino a
Bucaramanga con el objetivo de cosechar discípulos para el jazz. “Pienso en
expresar mi corazón en el escenario y sé que el público puede relacionarse con
mi música. Lo que siempre busco y espero haber logrado en la UNAB, es que el
público devuelva la energía que tenemos”.
Tampoco recomienda canciones ni autores y cuando le indago por la composición
que lo traslada a otra dimensión, el nerdo del jazz sonríe y dice: “¡Una
alabanza!”. Entonces empieza a tararear alguna, me da un abrazo y se marcha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario