sábado, 11 de marzo de 2017

Kenny Wesley, jazzista y hechicero

(Esta nota la publiqué en la edición 456 de Vivir la UNAB, en circulación desde el 13 de marzo de 2017)



A lo mejor de viejo y rodeado por sus hijos y nietos, o de un infarto fulminante en el escenario, pero Kenny Devone Wesley jamás se morirá de hambre.

Este músico excepcional de 34 años, nacido en las paradisíacas islas de Hawái aunque criado en Jacksonville (Carolina del Norte), estuvo el pasado 24 de febrero en la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) y dejó con la boca abierta a los 890 asistentes que abarrotaron el Auditorio Mayor‘Carlos Gómez Albarracín’.

No saben lo que se perdieron las casi 300 personas que se quedaron por fuera del recinto, algunos de los cuales se conformaron con el eco de una voz privilegiada que por instantes sonaba a Michael Jackson y por otros a Ray Charles Robinson.



Y es que durante cerca de una hora y media, Wesley demostró con creces que la música la lleva en el alma y que debe tener un pacto secreto con Stevie Wonder, o con el diablo, pero en todo caso de su boca salen unas tonalidades que atrapan y seducen al público.

Wesley es cantante pero también hechicero. Espectáculo y poesía. Malabarismo y derroche de gracia y energía. Es un relámpago cuyo destello perdura desde el momento en que sale corriendo del camerino para empezar la función, hasta cuando con evidente nostalgia se despide de la gente improvisando una tonada de esas que se acostumbran oír en las orillas del Misisipi.

La pinta para este joven de 34 años no es lo de menos. Unas gafas rosadas sin vidrio, pajarita de pepas, pantalón ceñido y saltacharcos, unas medias coloridas de figuras geométricas, su boina hacia atrás marca Adidas y una camisa azul en la que más tarde se dibujará el croquis del sudor derivado de no quedarse quieto un segundo. Kenny no hace muecas. Lo que pasa con él es que como si se tratara del azul profundo del océano, se sumerge en los pentagramas del jazz, el blues, el folk y el funk,sin que haya nadie ni nada que pueda liberarlo.



Quizás por eso es que en su muñeca izquierda lleva tres relojes baratos que deberían recordarle que todo tiene un límite y que no puede pasarse la noche embrujando a quienes cayeron en la trampa de acudir a una cita que poco o nunca se ve en la capital mundial de ese ruido llamado vallenato de la nueva ola. Pero qué va, dos de esos aparatos no caminan y jamás se fija en el otro. Kenny también sorprende con su picardía a los músicos que le han acompañado en esta gira por Bolivia, Perú y Colombia.

Lo hizo en la mañana cuando en la charla-taller contó sus inicios y sus secretos, les dio juego al baterista Dante Pope, al bajista Dennis Turner y al guitarrista Zachary Cutler, y de repente se sentaba al teclado con ganas de interpretar una pieza que no estaba en el libreto. Igual fue en la noche. Con un español fluido, Wesley se dejó llevar por el romanticismo, en una cadencia de mil voces que van de un sonido áspero -como el de las garras en el metal de Freddy Krueger- al susurro que eriza la piel.

Lo califican como un tenor lírico. No obstante, Kenny es indescifrable. Es un muchacho que se ríe de sus travesuras, que se inclina a los pies de su baterista para agradecerle de alguna manera ese desenfreno que recuerda sus raíces africanas. Y se contonea como si fuera miembro de una compañía de ballet. Toma un buche de agua, ajusta los botones de la consola y vuelve a dispararse como un cohete espacial. De tal forma que ni el más frío de los asistentes puede resistirse a que el hielo se rompa, aunque no falta el que se sale ufanándose de que tiene mayores condiciones que el invitado.



En la calle hace calor y no hay asomos de aguacero alguno; sin embargo en el Auditorio Mayor cae una lluvia púrpura. Kenny invoca a Prince y lo logra. Suena esa canción que figura en la lista de las mejores 500 de todos los tiempos, según la revista Rolling Stone. Pocos se han repuesto de la sorpresa y Wesley arremete con Rock with you, de Michael Jackson.

¡Bravo! ¡Bravo!, le grita una espontánea de la tercera fila. La emoción se apodera de un muchacho que aplaude en la parte menos indicada. Hasta los dos niños cansones que no saben por qué sus papás los llevaron, se quedan hipnotizados con la voz de quien desafió al destino y no fue militar como su padre o profesor de escuela como su madre.     

La fama no le trasnocha, así que con la misma disposición que realizó su espectáculo, también accedió a tomarse fotos con quien las quiso, a saludar de manera especial a los estudiantes del colegio Fe y Alegría que no se perdieron un segundo de su estadía. Un autógrafo por allí, un saludo en vídeo por allá. Un abrazo, diez abrazos, cientos de abrazos y sonrisas, porque no conoce la cicatería. Wesley no es de esos artistas que en el escenario son unos y en la cotidianidad se transforman en unos ogros que repelen a quienes intentan acercárseles.



Una vez más fueron los particulares los que más aprovecharon el evento. Directivos, docentes, estudiantes y administrativos estaban ocupados o tuvieron una excusa para no ‘trasnocharse’ ese viernes.

Vaya paradoja: Kenny Wesley, todo melodía, todo pasión, todo amistad, se convierte –sin que se lo proponga o le paguen por eso– en el mejor embajador de Estados Unidos, particularmente en estos días en que el magnate Donald Trump enarbola su nacionalismo más furioso, aborrece a la prensa y pone a temblar a medio mundo con sus trinos virulentos.

Viajó a la capital santandereana –como lo hizo a Cali, Manizales, Armenia, Pereira, Bogotá y Medellín–, para la conmemoración del Mes de la Historia Afro-Americana (Black History Month), donde fue presentado por la Embajada de Estados Unidos, la Oficina de Educación y Asuntos Culturales del Departamento de Estado y el Centro Colombo-Americano, como “uno de los artistas jóvenes más originales de la escena jazz en Norteamérica”.



Soulful Nerd o un nerd con alma musical que conmueve con su voz. Así lo dice el programa y él no se incomoda. “Escribe poemas al amor, compone melodías que combinan lo folclórico con el funk, toca el piano con maestría y canta en un rango de cuatro octavas, habilidades que han hecho que críticos lo comparen con el excéntrico y ya fallecido, Prince”.

En el año 2008 publicó su primer disco llamado I’m sorry y en 2013 fue seleccionado para representar a Estados Unidos en el Festival de Jazz de Montreux (Suiza) –el evento musical más importante de Europa–. Luego vino su disco Real thing.

Se inspiró en Alwin López “Al” Jarreau, célebre por tema central de la serie Luz de Luna (Moonlighting) de los años ochenta, y Rachelle Ferrell, entre otras figuras, pero Wesley no puede negar la influencia que ejercieron su abuela, su madre y su hermana en el góspel–la música religiosa propia de las comunidades afronorteamericanas–.



“El color de la voz de Wesley solo es comparable con el oro. Es un momento mágico cuando Kenny y el micrófono se unen”, manifestó Gordon Anthony Chambers, cantante ganador y nominado a varios Premios Grammy.

Así que antes tomar su morral y pensar en su regreso a Berlín (Alemania), ciudad donde reside, Kenny aceptó intercambiar algunas impresiones con Vivir la UNAB, siempre acatando la advertencia de sus acompañantes –“no se refiera a temas políticos”–.

“La música es una expresión de mis sentimientos y por eso no canto ni toco con la mente sino con el corazón. La parte espiritual para mí cuenta mucho siempre y es por eso que hago la música, para inspirar a la gente”, señala, a la vez que subraya que desde el momento en que se despierta cada mañana Dios está presente y se ve reflejado en la letra de sus composiciones como cuando se refiere al carácter del creador.



“Expreso mi vida a través de mi música”, dice, y suelta una risotada cuando le pregunto si se puede hacer jazz sin ser negro.

-¿Qué es negro?

-Su piel.

-Mi piel es café (carcajada)… Los orígenes del jazz claro que vienen de los negros, pero es un género internacional. No se pueden negar los orígenes, pero la música es para todos, no para una raza.

Para no meterme en honduras, entonces le pido un consejo para esa cantidad de jóvenes que anhelan ser músicos y por ese camino alcanzar la fama. “Ser famoso es una cosa; ser buen músico es otra y eso implica educación, disciplina y pasión. Ser famoso es el equivalente a una lotería enorme y hay como un uno por ciento de todos los músicos que llegan a serlo. Entonces no vale la pena pensar en eso, sino en ser un buen músico y un buen ser humano”.



Con su risita de niño travieso Kenny recuerda que sus padres y su tía le recomendaron ser médico y tener una ‘profesión noble’. “Temían que me fuera a involucrar en las drogas, que son los estereotipos del ámbito musical, pero cuando notaron que tenía un don y que no iba a dejar de perseguir ese sueño de ser músico, me apoyaron incondicionalmente”, acota.

Sabe que se puede vivir de la música, pero aclara que de sus ingresos un ochenta por ciento viene por esa vía, mientras que el resto lo deriva de clases y talleres. “Las regalías de mis conciertos las invierto en mi futuro y mi jubilación”, manifiesta, aunque le recalque que apenas tiene 34 años de edad. “Pienso en mi futura familia”, remacha.

No vino a Bucaramanga con el objetivo de cosechar discípulos para el jazz. “Pienso en expresar mi corazón en el escenario y sé que el público puede relacionarse con mi música. Lo que siempre busco y espero haber logrado en la UNAB, es que el público devuelva la energía que tenemos”.


Tampoco recomienda canciones ni autores y cuando le indago por la composición que lo traslada a otra dimensión, el nerdo del jazz sonríe y dice: “¡Una alabanza!”. Entonces empieza a tararear alguna, me da un abrazo y se marcha.




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