(Nota publicada en la revista Arcadia por Sergio Rodríguez el 23 de agosto de 2016)
Dentro del marco de Ulibro el escritor nicaragüense Sergio Ramírez conversó con Pastor Virviescas, periodista, sobre la escritura, Rubén Darío, García Márquez, el Sandinismo, los diálogos de paz en La Habana y unas uantas cosas más.
Dos y media de la tarde del 22 de agosto, un auditorio abarrotado dejaba de cuchichear. En la tarima dos negros sillones y una mesa, con dos botellas de agua, dos vasos y un pequeño cactus en el medio. Pastor Virviescas a la izquierda y Sergio Ramírez a la derecha. Virviescas con un traje gris, camisa gris y corbata amarilla. Ramírez con camisa blanca, saco negro y pantalón ahumado. Afuera del auditorio un calor húmedo y dentro el aire acondicionado recordaba el frío de Bogotá, pero es Bucaramanga y ‘Literatura y sociedad’ era el nombre del conversatorio.
Virviescas comenzó presentando a Ramírez diciendo que no había podido dormir por haber estado escudriñando en la vida del escritor días antes. Mencionó los 13 premios que ha ganado, que en su juventud el escritor estudió derecho pues era eso o estudiar medicina, odontología o farmacia; “podríamos estar hablando ahora con el farmaceuta pidiéndole que nos recomiende alguna medicina” dijo y el público soltó su primera carcajada colectiva.
Le preguntó por su familia de músicos y cómo es que él es negado para la música y Ramírez con esa voz lenta que dan los años le respondió que “en la música hay dos clases de oído, el reproductor y creo que soy sordo del oído reproductor. Si a mí alguien me pone a cantar, canto en un solo tono. Pero tengo el oído que recuerda, el oído de la memoria y me parece que no puede haber un escritor sin oído, porque la literatura es asunto de melodía y de ritmo. La prosa tiene un ritmo, tiene también una melodía, tiene una música que se va construyendo con palabras y uno tiene que entender con eso que la prosa de un sordo no tiene ritmo, no tiene sentido”.
El periodista continuó hablando de la vida del escritor y llegó a Rubén Darío preguntándole por su influencia y el interés de Ramírez en la obra del poeta. “Hay que entender que en Nicaragua Rubén Darío está en el aire, en el aire que uno respira. Cuando yo era niño en el billete de mil Córdobas estaba el viejo Somoza, por supuesto, y en el que seguía estaba Rubén Darío, en el de 500 córdobas. Uno lo veía en los billetes, en las portadas de los cuadernos escolares, en los bustos, había un busto dorado que estaba en todas las oficinas en el que se veía una cara muy adulta. Pero por supuesto la poesía de Rubén Darío se aprendía escolarmente y había concursos de poesía" decía Ramírez. En uno de esos concursos, de declamación, llegó a la final y no ganó pero recibió una edición de las obras del poeta en papel de biblia, empastado en cuero y que aún conserva 62 años después.
Como dijo Virviescas, en estos días se lanzará el nuevo billete de 50.000 pesos que tendrá el rostro de García Márquez, y que espera los colombianos se contagien de su obra y avancen, por lo menos, a treinta años de soledad y se apresuró a pedirle a Ramírez que supusiera que habría dicho el Nobel de tal reconocimiento. “Conociendo como conocí a Gabo, es lo que más le hubiera divertido. Ya me imagino los comentarios que habría hecho de verse en un billete. Pronto va a verse su busto en todas las plazas y muchas escuelas van a llevar su nombre. Ese es el precio de la gloria y de la posteridad” dijo el nicaragüense.
La escritura
Virviescas debía preguntar por el oficio, por ese instante en el que decide ser escritor Ramírez, pero este deja claro que si bien Saramago comenzó a los 60 años y Rimbaud la abandonó a los 20 no implica que para comenzar a escribir haya una época determinada en la vida. Él se inició en la escritura a los doce o trece años, pues no recuerda bien, pero que lo importante es que “la única regla posible es identificar en uno mismo la necesidad de la escritura. La escritura es una necesidad. Sentir esa necesidad de contarle a otros lo que piensa que deberían saber, contarle una historia que a otro le podría interesar y pensar que nadie más que uno puede contarle esa historia” cosa que suele decir en los talleres que a veces dicta para escritores en ciernes.
También dijo que la escritura es un diálogo entre dos, el que cuenta y el que quiere que le cuenten. Dice que escribe pensando en un lector en singular y no en una masa de lectores, y que “cuando un lector lee fácil es porque el escritor ha escrito difícil, le ha costado”.
El sandinismo
“Nací en 1942 bajo la dictadura de Anastasio Somoza García, en 1959 me fui a la universidad bajo la dictadura de Luis Somoza que sucedió a su padre después de que ser ejecutado por el poeta Rigoberto Gómez Pérez en 1956, y contribuí a derrocar a Anastasio Somoza Debayle, que ya preparaba a su hijo para sucederlo. Esta familia es ineludible en mi vida, no puedo prescindir de ella. Vivir bajo una sola familia dominando un país tenía que llevarme necesariamente a la rebeldía. Pero, entre los dirigentes de la Revolución, yo era de los más veteranos, tenía yo treinta y tantos años. Había comandantes guerrilleros que habían comandado acciones heroicas por ejemplo Flora María Tellez, la comandante que liberó la ciudad de León, tenía 22 años y se enfrentó a un general curtido. Yo ligo la inexperiencia con la juventud, no era una dirigencia preparada ideológicamente. Si hablamos de marxismo era un marxismo más bien sentimental que científico”.
Años después fue vicepresidente de Daniel Ortega, entre 1985 y 1990, a quien ve con ojos de novelista y no de historiador, cree que es un personaje que puede resumir el papel del autócrata que inicia como revolucionario para volver al punto de partida, que revivió esa idea del caudillo latinoamericano. Pensaban que no sería así en Nicaragua pero pareció que no pudieron evitarlo. “Lo conocí como una persona más o menos normal” dice de Ortega, a quien no ve desde 1999, y el público se rompe en risas una vez más.
La novela
Ramírez cree que en la novela hay un pacto, casi místico, entre el lector y el escritor. El primero quiere ser bien engañado, el segundo debe ofrecer mentiras verdaderas que va creando y que como en un barco se van subiendo y bajando para darle forma a una realidad que deja de ser ficción. El éxito está en saber engañar al lector. Una mentira mal contada hace que el lector abandone el libro. Un viaje lleno de incertidumbres en el cual pareciera que no se sabe en qué dirección se está navegando, “no de manera anárquica” concluye.
Diálogos en la Habana
“Vamos a hacer caso omiso del letrero que dice que nos quedan cinco minutos y vamos a tomarnos quince. Tenemos el micrófono podemos tomárnoslo, ¿no?” dice Virviescas y le pregunta a Ramírez por el proceso de paz y los diálogos en la Habana, como sandinista que no ha dejado de ser. “Es una falsa ilusión que una guerra tan antigua se puede ganar por las armas. Eso no es posible. Ganar una guerra por medio de la victoria militar, derrotar al enemigo y pasearlo por las calles como en la antigua Roma, me parece que es muy difícil” dice Ramírez y continúa hablando del plebiscito. “Me parece que es un paso necesario para que una vez que se comiencen a ejecutar los acuerdos no haya excusa de nadie para que diga que no está de acuerdo con esto sino que ya es la voluntad popular. Si yo fuera colombiano votaría por la paz, votaría por el sí. No entiendo cómo se puede votar por la guerra, no me cabe en la cabeza”.
Virviescas le pide que declame Canción de otoño en primavera de Rubén Darío. “Juventud, divino tesoro,/¡ya te vas para no volver!/Cuando quiero llorar, no lloro.../y a veces lloro sin querer…” y versos más adelante:
- Pero aquí faltan páginas, dice Ramírez
- Sí, pero paremos ahí por el tiempo, le responde Virviescas y el público ríe una última vez.
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