(Esta nota la publiqué en la edición 449 del Periódico Vivir la UNAB,
en circulación desde el 7 de mayo de 2016)
"Me llamen compae Chipuco
y vivo a orillas del río Cesar,
soy vallenato de verdad
y tengo las patas bien pintá’s,
con mi sombrero bien alón
ypa'remate me gusta el ron”
“Compae Chipuco” del compositor José María 'Chema' Gómez Daza.
Pedro José Rueda Pinilla no tiene que
decir que es vallenato porque con la gracia que hace sonar el acordeón diatónico
alemán marca Hohner, ya es suficiente para dejar con la boca abierta a su
interlocutor, cuando no es que de inmediato pone a cantar y bailar a quienes se
encuentren cerca.
De 20 años de edad y aunque nació en la
ciudad de Barranquilla, considera que es del municipio de Fundación (Magdalena),
donde se hizo bachiller del colegio ‘La Sagrada Familia’. Rueda Pinilla ganó el
pasado 1 de mayo la corona de Rey Vallenato Aficionado, un título por el que ha
luchado tanto o más que por sacar adelante sus estudios de Administración de
Empresas en la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB).
Quien lo guía para esta cita es su profesor César Darío Galvis Moreno, que más pareciera su promotor artístico dado el entusiasmo con el que lo presenta a todo aquel que se encuentra en el camino. Estamos en la Plazoleta de los Fundadores y son las 12:40 del mediodía. De la soledad propia de la hora van apareciendo rápidamente curiosos que asoman del Bloque D y del Edificio Administrativo cuando escuchan los aires de “La casa en el aire”, “039” o “La diosa coronada”.
Quien lo guía para esta cita es su profesor César Darío Galvis Moreno, que más pareciera su promotor artístico dado el entusiasmo con el que lo presenta a todo aquel que se encuentra en el camino. Estamos en la Plazoleta de los Fundadores y son las 12:40 del mediodía. De la soledad propia de la hora van apareciendo rápidamente curiosos que asoman del Bloque D y del Edificio Administrativo cuando escuchan los aires de “La casa en el aire”, “039” o “La diosa coronada”.
Pedro José
recuerda que ese domingo en la tarima ‘Colacho Mendoza’ de Valledupar (Cesar)
donde se llevaba a cabo la edición 49 del Festival de la Leyenda Vallenata
tendría que enfrentarse a contendores como José Gómez Molina, Pablo Morales,
Daniel Holguín –a la postre segundo– y Camilo Carvajal –tercero–, quienes
contaban con más favoritismo entre los 70 aspirantes al título.
Sin embargo, se subió convencido de que
esta vez sí sería, transmitiéndoles esa energía a Andrés Camilo Sáenz y Breiner
Alfonso Gutiérrez, sus acompañantes en la caja y la guacharaca. Ya había
competido en una ocasión en la categoría infantil, cinco en la juvenil y una en
aficionado, así que iba mentalizado para que la octava incursión y tercera
final consecutiva fueran la vencida. Por eso se entregó al máximo con la interpretación
del paseo “La vecina de Chavita”, el merengue “La Sandiegana”, el son “El
pájaro carpintero” y una pulla de su autoría denominada “En nombre de
Jesucristo”.
“Esto es algo indescriptible, un sueño
que se me ha hecho realidad y es una gran responsabilidad porque de ahora en
adelante debo llevar el acordeón en el pecho con mucho más compromiso y con más
cadencia, conservándolos aires tradicionales y la nota vallenata que se ha
perdido en los últimos años, pero estamos en pro de rescatarla”, manifestaba
emocionado a El Pilón apenas se
conoció el veredicto de los jurados (Danilo Rojas, Esteban Salas, Javier
Montero, Carlos Huertas y Noé Martínez) y una nube de periodistas le abordó
para obtener su reacción.
Se refería a las composiciones de
juglares de la talla de Rafael Calixto Escalona Martínez, Gilberto Alejandro
Durán Díaz y Leandro José Díaz Duarte, entre otras leyendas que proyectaron a
tal nivel el género Vallenato que la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) lo declaró en diciembre pasado
Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Un Vallenato de merengue, paseo, puya,
son y tambora que no puede confundirse con la cría de la ballena y mucho menos
con esa cosa destemplada, repetitiva, ramplona y hasta grotesca que suena tanto
en ciudades como Bucaramanga y que algunos seguidores de Peter Manjarrés y
Silvestre Dangond osan denominar ‘la nueva ola’ y que otros califican como
vallenato comercial o ‘vallenato yuca’.
Pedro José, hijo de un zapatoca llamado
Carlos Rueda y de doña Inés Pinilla, repite que lo que más cuenta es el
sentimiento que se le ponga a cada interpretación y que el Vallenato no se toca
con los dedos sino con el corazón. Melancólico o alegre, apenas algo se le viene
a la mente, toma uno de los acordeones y le saca melodías a ese fuelle que se
asemeja a una serpiente subiendo hacia la Sierra Nevada de Santa Marta. “Los
vecinos me entenderán”, dice y suelta una carcajada.
No está estudiando Administración de
Empresas por descarte y afirma que sabrá combinar las complejas teorías que le
enseñan Néstor Raúl Obando León e Ignacio Carvajal Almeida con su pasión por el
acordeón y la música, que empezó desde cuando tenía nueve años y no porque en
su familia haya artistas. “Solamente mi hermano y yo somos como el inicio de
esta dinastía. El acordeón llega a mis manos porque mi padrino se lo regaló a
mi primo y él se fue para la universidad. Entonces él nos los cedió, aprendimos
y le fuimos cogiendo más amor a este instrumento”, explica.
Y complementa: “He tenido muchos
profesores y este instrumento es muy difícil, que requiere improvisación y
mucha creatividad y para llegar a un punto alto se necesitan unas bases
vallenatas, que eso de oído no se logran mucho”.
Con ese acento propio de los habitantes
del Cesar, Magdalena o La Guajira, dice: ‘Claro que sí compadre!”, al explicar
que alguien que no ha nacido en la ‘Ciudad de los Santos Reyes del Valle de
Upar’ también puede ser un vallenato de verdad. “No hay raza, ni edad, no hay
nada que impida que alguien toque Vallenato, después que sientan, vivan y
mueran por el acordeón y por esta música”.
Sostiene que cada quien es libre de
escuchar lo que la plazca, en respuesta a quienes eso que tanto suena en las
emisoras locales nos pone al borde de un ataque de nervios. Y agrega: “El
Vallenato es un canto al paisaje, a las madrugadas, a la mujer bonita, aunque
últimamente se ha venido perdiendo calidad en las composiciones y hay canciones
que no dicen nada. Pero el Vallenato es cantarle a la vida, respetando a la
mujer, y es lo más bonito que ha podido mi Diosito ponernos en las manos”.
Conoce de esa metamorfosis –por llamarla
de una manera generosa– que ha llevado a que un par de cantantes se den besos
en la tarima –como ocurrió en el reciente festival– y otro salga a gritar “Te
empeliculaste, te sollaste” o “Pum, pum, pum, se acelera mi corazón, me pones a
bailar de la emoción y hasta te bailo reguetón”, y por eso trata de mantenerse
a distancia de esa tentación facilista, como también del licor, porque hay
quienes no conciben música sin ron. Mucho más ahora que acaba de ser papá de un
niño al que junto con su novia Mónica Macías llamó José Alejandro y aspira que
continúe sus pasos. “Este arte es de mucha responsabilidad y uno es lo que
quiere ser. Uno tiene que ser un ejemplo a seguir”, acota.
“Yo respeto mucho mis raíces vallenatas.
Estar en una parranda donde hay conocedores me motiva mucho más a seguir
guardando la línea de Rafael Escalona, Leandro Díaz, Juancho Polo Valencia,
Luis Enrique Martínez y tantos otros que han sido lo que han hecho relucir este
Vallenato”, asevera.
Como si ser Rey Vallenato Aficionado
fuera poco y mientras sus amigos María Eugenia y Fernando concretan la
invitación a un ‘toque’ en su apartamento, Pedro José, el futuro hombre que
manejará los negocios de comercio y ganado de sus padre, será uno de los
protagonistas de la próxima Feria del Libro Ulibro de la UNAB ya que en la
última semana de agosto estará en un mano a mano en el Auditorio Mayor ‘Carlos
Gómez Albarracín’ con el periodista bogotano Daniel Samper Pizano, quien vendrá
a hablar del libro “100 años de Vallenato” (Editorial Aguilar), que escribió
junto a su esposa Pilar Tafur. Ese día le pasará la tristeza que siente por no
haber podido presentarse hasta ahora en esta UNAB que tanto dice amar.
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