(Esta nota la publiqué en la edición número 446 de Vivir la UNAB,
en circulación desde el 4 de abril de 2016. Primer parte)
Por Pastor Virviescas Gómez
Así como en la
historia del boxeo mundial los nombres de Sugar Ray Robinson y Muhammad Ali
encabezan los listados, su equivalente en el periodismo investigativo colombiano
son Daniel Samper Pizano y Alberto Donadio Copello, y no solo por sus informes
sólidos y demoledores, sino por el respeto que se han ganado, teniéndolos hoy
como referentes para quienes se inician en estas lides.
Alberto Donadio Copello y Daniel Samper Pizano dialogan con Pastor Virviescas Gómez (Foto Jesús David Carillo Aranda).
Ellos, junto a
Gerardo Reyes, conformaron esa Unidad Investigativa del diario El Tiempo que abrió el camino hacia el
periodismo de profundidad que en Estados Unidos permitió que reporteros y
editores de The Washington Post
destaparan el escándalo conocido como Watergate, el cual llevó a la renuncia
del presidente republicano Richard Milhous Nixon el 9 de agosto de 1974 tras
ser hallado copartícipe en la conspiración para evitar que la justicia
esclareciera las ‘chuzadas’ a la sede central del Partido Demócrata.
Ya con canas
pero con la misma vitalidad y chispa de sus años mozos, Samper Pizano y Donadio
Copello estuvieron el pasado 14 de marzo en el Auditorio Mayor ‘Carlos Gómez
Albarracín’ de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, participando en un mano a mano organizado por Gestión Cultural de
Extensión Universitaria, que contó con la asistencia de unas 450 personas y fue
moderado por este periodista.
Previamente la
vicerrectora Académica, Eulalia García Beltrán, destacó la importancia de
debates como este que ayudan al crecimiento y fortalecimiento integral de
estudiantes y docentes, así como a la construcción de país y conciencia
ciudadana, a la vez que son “una muestra de libre expresión y pensamiento”,
como ha sido característico de la UNAB.
Existía el
riesgo de que en cualquier momento tratara de ingresar un ofendido gritando
groserías, una señora furibunda por el trato dispensado a su marido congresista
o una procesión pidiendo por el alma de estos dos desalmados, pero este par de
pioneros del Periodismo Investigativo se mantuvieron firmes y accesibles a todo
tipo de preguntas.
Daniel Samper es
ese abogado bogotano de La Javeriana, carnal de Les Luthiers y vallenatólogo consagrado, autor de más de 30 libros
entre los que se cuentan: “A mí que me esculquen”, “El discreto encanto del
liguero y otros motivos para sonreír”, “Lecciones de histeria de Colombia”,
“Antología de grandes reportajes”, “¡Piedad con este pobre huérfano”, “Jota,
caballo y rey”, y “Dejémonos de vainas”. Además, es el padre de Daniel Samper
Ospina, columnista de la revista Semana.
Por su lado,
Alberto Donadio es un abogado cucuteño de Los Andes, que ha escrito, entre
tantas obras: “Banqueros en el banquillo”, “Los farsantes”, “El escándalo de
Interbolsa”, “La corrupción en el régimen de Rojas Pinilla”, “Que cese el
fuego. Homenaje a Alfonso Reyes Echandía”, “Guillermo Cano, el periodista y su
libreta”, “La llave de la transparencia: El periodismo contra el secreto
oficial”, “La guerra con el Perú”, y junto a su esposa Silvia Galvis, “Colombia
Nazi” y “El Jefe Supremo”.
Los dos,
ganadores en numerosas ocasiones de reconocimientos y premios de periodismo a
nivel nacional e internacional, aprovecharon la ocasión para presentar sus más
recientes producciones: “Breve historia de este puto mundo” (Aguilar), y “El
asesinato de Rodrigo Lara Bonilla. La verdad que no se conocía” (Sílaba
Editores), respectivamente. Aquí la primera parte de esta extensa entrevista a
dos mosqueteros que siguen vigentes en la labor de poner el dedo en la llaga de
la corrupción y tantos otros males que se siguen abundando en este país.
¿Además de paranoia, qué otro trastorno les han
dicho que padecen? ¿Ustedes son esa “Otra Justicia”, como los tildó en su
momento el presidente interino Carlos Lemos Simmonds? ¿Cómo es que ese trabajo
que ustedes hicieron fue recompensando con tantos premios y el reconocimiento
de tantos lectores y ciudadanos que hoy los siguen recordando y siguiendo?
Daniel Samper Pizano (Foto Jesús David Carillo Aranda).
D.S.P.: En el
curso de los años de investigación que hemos hecho con Alberto –y que no voy a
decir porque adivinarán que no solo somos abuelos sino que yo podría bisabuelo
muy pronto–, nos han acusado de muchas cosas, ¿pero ante la Justicia cuántas
veces nos habrán demandado? A mí una un señor que cómo será de bandido que hoy
es Senador de la República.
A.D.C.: Y a mí
una de Mendal Hermanos, que me defendió gratuitamente Antonio José Cancino y
que me sobreseyó el Tribunal Superior, pero no fueron más de dos o tres casos.
D.S.P.: Sí,
generalmente son insultos y hay que tener mamá blindada para estas cosas, pero
bueno, yo también por mi hermano –el expresidente liberal Ernesto Samper
Pizano– ya heredo toda una cantidad de insultos. Mi mamá tenía blindaje por
varios lados, así que no había problema por ese aspecto. Lo que sí hay que
decir es que en una sociedad democrática o aunque no lo sea pero que aspire a
serlo, es indispensable que la prensa cumpla una función de fiscalización. Esa
función tiene que cumplirse dentro de determinadas normas. El periodista que fiscaliza
lo primero que sabe es que no es la Corte Suprema de Justicia y que no va a
impartir sentencias, sino que va a aspirar a que los mecanismos de las
instituciones funcionen para que recojan lo que se está denunciando y lleguen
hasta el final con una sentencia. Ese periodista tiene que saber también el
daño que puede hacer con una acusación equivocada de buena fe –también las hay
de mala fe–, porque puede hacer un destrozo en la vida de una persona, entonces
ese cuidado hay que tener siempre. Nosotros recomendamos en las charlas de
periodismo y procurábamos hacerlo en la Unidad Investigativa la posibilidad de
que la persona acusada tuviera una ocasión de defensa. Se les brindaba la
oportunidad y algunos la rechazaban o nos insultaban, pero otros la aprovechaban
para exponer su caso ya cuando teníamos todos los materiales y debo decir que
podía ocurrir una de tres cosas: que presentara su punto de vista y se le
reflejaba en el periódico, como honradamente habría que hacerlo, o que se
complicara aún más la vida mintiendo –lo cual pasó con una entrevista que le
hicimos al exsenador y exministro Alberto Santofimio Botero, quien pensó que
teníamos mucho menos material del que teníamos y empezó a mentir y nos dimos
cuenta que además de que había cometido esas faltas de las que se le acusaban,
estaba mintiendo para tratar de ocultarlas–, o que honradamente lo convenzan a
uno de que uno está equivocado. A mí me pasó con un congresista de Caldas.
Había unas acusaciones sobre un abuso con tiquetes de los que se les dan a los
parlamentarios para que vayan a pasar revista a su electorado, y teníamos el
dato de que había vendido o cedido algunos pasajes. Afortunadamente cumplimos
la norma de presentarle al señor la queja de lo que íbamos a decir, y él nos
demostró que habríamos estado muy equivocados si hubiéramos señalado eso, y
habría sido un factor de desprestigio para nosotros –lo cual era lo menos
grave– y un factor de injusta acusación para él. De modo que es indispensable
que la gente tenga la oportunidad de defenderse. Se les da pero si la niegan no
se les puede dar más. Alberto recordará un caso muy famoso y lamentable de un
banquero, que era Jaime Mosquera, del Banco del Estado. Teníamos ya todos los
elementos que nos permitían afirmar que habían hecho un autopréstamo él y sus
compañeros o secuaces, de manera que daban una vuelta a un dinero, sin que
hubiera ninguna transacción de por medio que inyectara dinero al banco y se
beneficiaban con el autopréstamo. Cuando lo citamos en El Tiempo para que dijera su punto de vista, empezó a afirmar que a
unos ganaderos del Patía les habían dado un préstamo y que después ellos habían
comprado unas vacas –y usted lo debe recordar mejor Alberto que tiene memoria
de elefante y perdón que nombre este animal aquí–. Pero esos ganaderos no
existían y eran todos falsos. Habían sacado unas cédulas de la lista de muertos
que se la vende a uno cualquier empleado de la Registraduría, y con esas bases
de un papelito y un número habían falsificado el autopréstamo. Nosotros
encontramos que no habían muerto todos los supuestos ganaderos, sino que muchos
no solo estaban vivos sino que jamás habían visto una vaca, no tomaban leche
algunos y vivían varios en Bogotá. Entonces los llevamos a un salón en el
periódico y cuando él empezó a decir que tal era íntimo amigo suyo y que tenía
un ganado muy bueno, le dijimos al señor ‘Rodríguez’ que pasara y resulta que
tenía una ferretería en el barrio Chapinero, no sabía de qué le estaban
hablando y se fue derrumbando en presencia de él toda su coartada. En ese
momento le dimos la oportunidad de que se defendiera y entró una llamada al
periódico, en la que le decían que su hija había sufrido un accidente montando
a caballo y que se fuera para la clínica. Él nos dijo que tenía que irse porque
su hija estaba gravísima, pero hasta en eso mintió porque hicimos un rastreo
ese viernes y a ninguna clínica había ido nadie que se hubiera caído de un
caballo desde la Guerra de los Mil Días. Y en ese fin de semana Mosquera saqueó
el banco, se llevó todos los documentos y se fue a vivir a Puerto Rico. Son los
riesgos que hay cuando se juega limpio contra las personas que juegan sucio,
pero creo que es indispensable que los periodistas de investigación y que aquí
habrá muchos que quieran serlo, sepan eso: que es un juego muy delicado en el
que se puede arrasar la fama de una persona y si esa fama se arrasa con buenos
argumentos está bien. La gente tiene derecho a su buen nombre, salvo que haga
cosas malas, pero puede ser también un error o alguien que quiera perjudicarla.
Alberto Donadio (Foto Jesús David Carrillo Aranda).
¿Para qué hacer Periodismo Investigativo en un país
que muchos insisten en calificar como “el más feliz del mundo”?
A.D.C.: En los
años setenta cuando empezamos a trabajar con Daniel, era muy común que la gente
que uno investigaba decía: ‘ustedes no pueden hacer esto porque no son jueces’.
Y efectivamente los periodistas no somos jueces, no dictamos sentencias y lo
que publicamos no tiene apelación ni casación, pero la Constitución Nacional sí
les da a todos los periodistas y a todos los ciudadanos el derecho de
fiscalizar todos los poderes. Y es que la ‘Finca Colombia’ no es de Juan Manuel
Santos ni de Álvaro Uribe Vélez, sino de todos los ciudadanos. Santos y Uribe
son los administradores de esa ‘finca’, los que reciben la delegación del
pueblo, de modo que cualquier persona y cualquier periodista está autorizado a
fiscalizar al Poder Ejecutivo, al Poder Judicial, al Poder Legislativo, a los
organismos de control… pero hay que hacerlo con la debida cautela que menciona
Daniel, de que hay que estar seguro de lo que se dice porque lo peor que puede
pasar es equivocarse. La credibilidad está basada en no equivocarse. Y en eso
nosotros siempre fuimos muy cuidadosos de llamar previamente a las personas que
se iba a acusar para hablar con ellos, aún si había documentos que
fehacientemente daban cuenta de la fechoría, porque como en un juicio penal o
en un juicio civil el acusado tiene derecho a que se le informen los cargos, a
defenderse y a plantear algo. Casi nunca había una respuesta satisfactoria, pero
ese procedimiento es esencial para que la gente tenga la garantía de que puede
defenderse y para que el periodista tenga la seguridad de que está diciendo
algo que está fundamentado porque la defensa no rebate ninguna de las
acusaciones.
D.S.P.: Alberto mencionaba
los poderes públicos que son sujetos de fiscalización por parte de la prensa, y
hay uno más que es muy delicado y es el que más se irrita cuando se lo vigila
que es la prensa misma. Los periodistas deberíamos vigilar también a la prensa y
de hecho se hacen algunos intentos, pero si son celosos los militares o los
sacerdotes, etcétera, más celosos somos los periodistas cuando algún compañero
nos vigila. Hay en este Auditorio el caso de un columnista –Jorge Gómez
Pinilla– que por atreverse a escribir una columna señalando a una columnista
–María Isabel Rueda– de El Tiempo que
todos los días denuncia cosas y ataca a todo el mundo, lo echaron de la revista
Semana. Jorge es un buen ejemplo de
la dificultad que tenemos los periodistas para que nos critiquen y nos
fiscalicen. ¿Y qué ha pasado? A fuerza de que la prensa se niegue a
fiscalizarse y exista una gran solidaridad de cuerpo entre los periodistas, en
este momento los que nos están juzgando son las cloacas estas que aparecen en
los periódicos y revistas, no las redes sociales solamente, sino los foros que
van detrás de cada columna. Los abusos y atropellos no ya de la condición
humana del pobre columnista o del periodista, sino de la lengua española que es
lo más grave de todo. Creo que hace mucha falta una buena y serena crítica de
prensa hecha por los periodistas, no hecha por los gobiernos, no hecha por el
Congreso, no hecha por los jueces salvo cuando un periodista deba ser señalado
y acusado por violar la intimidad, por mentir, por lo que fuere. Esa parte
también hace falta y que desarrollemos un poquito de callo para aceptarlo.
Aprovecho para mencionar la frase Carl Bernstein, uno de los reporteros que
destapó el Watergate, quien dice que
el mejor periodista de investigación no se conoce por lo que escribe sino por
la suela de los zapatos. El que más gastados tiene los zapatos es el mejor
periodista de investigación, porque hay que andar mucho, hay que investigar
mucho y hay que estar dispuesto a sacrificarse mucho por lo que puede ser nada,
porque así la investigación de Bernstein y (Bob) Woodward resultó tan exitosa
que cayó Nixon, que nunca ha debido ser elegido porque era un sinvergüenza, en
el caso de muchos otros episodios no pasa nada. Es decir, uno llega a la
conclusión o de que el señor es inocente o de que no es inocente pero que no
tenemos cómo demostrar que no lo es, o de que podríamos llegar a demostrarlo
pero cuesta mucho dinero, mucho tiempo, mucho esfuerzo y no se logra. Y hay un
elemento más que supongo que está presente en todos los países, pero que en
Colombia lo padecimos. Estábamos investigando el contrabando de una gasolina
que se vendía a menor precio y había una mafia que la llevaba a las estaciones
y esa misma que para determinado efecto valía diez pesos pues la vendían a quince
y era una mafia. Una persona nos informó de esto, empezamos a investigarlo y
descubrimos que todo esto era verdad. En un momento dado a ese señor lo
secuestran. No sé cómo saben, porque nosotros nunca contamos nuestras fuentes,
que él nos estaba informando. Aparece emburundangado en una esquina de Bogotá,
hay que ir a rescatarlo a una clínica de toxicología y unos pocos días después
recibimos un mensaje en el que decían que si seguíamos investigando ese tema,
ellos ya habían secuestrado por unas horas a la hija del señor que nos servía
de fuente, estaban dispuestos a secuestrarla definitivamente y no la volverán a
ver. Entonces el señor fue muy valiente y nos dijo que la vida de su hija
estaba en nuestras manos. ¿Qué decisión tomamos nosotros? ¿Qué decisión habría
tomado usted? Tuvimos una reunión y llegamos a la conclusión de que preferíamos
vivir con la amarga sensación de que nos hubieran callado la boca en una
investigación a través de la violencia en otras personas, que eventualmente
cargarse uno con la vida de una muchacha de trece años para el resto de lo que
a uno le quedaba. O sea que hay momentos en los cuales hay sentimientos y
valores superiores al de averiguar la verdad, sobre todo si no es la vida de
uno la que se juega. Muchas veces nos jugamos nosotros nuestra vida, pero no la
de otras personas. Y la prueba es que al poco tiempo estábamos los tres
viviendo en el exterior. Hay toda una serie de opciones que buscan impedir que
el periodista trabaje. Por eso la definición clásica del Periodismo de
Investigación es revelar algo que es de interés público, no es una conversación
de dos homosexuales entre un carro, y que alguien quiere tener oculto, no es un
boletín de Palacio.
Alberto Donadio (Foto Jesús David Carrillo Aranda).
En la película Spotlight
(“Primer Plana”), reciente ganadora del Óscar a la mejor cinta, un fiscal le
recomienda al editor que mejor no siga investigando los casos de pederastia en
la iglesia católica de Boston porque es muy delicado y no quiere que una bala
sea para él. Recuerdo que en los años ochenta los visité en Bogotá y Alberto me
mostró un impacto de bala que había en la pared de la oficina de la Unidad
Investigativa. ¿Esa bala era para quien de los tres? ¿O nunca se supo?
A.D.C.: Había
una guarnición de la Armada Nacional detrás de la sede de El Tiempo, y después se supo que era algún recluta que había salido
borracho y había disparado, e incluso la bala quedó en una cortina, pero no era
contra ninguno de los ‘abuelos’.
De todos los casos que desarrollaron desde
el año 1973, que es cuando Alberto lo llama de Medellín para plantearle el tema
del tráfico de especies animales y usted le ‘coge la caña’ yéndose él para
Bogotá, ¿cuál fue el que más canas les sacó? ¿El caso que más dificultades les
representó para poderlo publicar?
D.S.P.: A mí lo
que más dificultad me presentaba era leer los informes que hacía Alberto sobre
cómo iban sus investigaciones bancarias, que es una cosa complicadísima. Los
informes bancarios casi todos eran trabajo de Alberto, que era el único que
tenía la capacidad de entender todas esas cosas tan raras. Luego hacíamos el
trabajo conjunto de cómo redactarlo. Siempre el que escribía procuraba ser
fiscal de lo que se le iba pasando. La persona que escribía, no siempre era yo
pero a menudo lo fui, preguntaba por cada documento así fuera cierto u obvio.
Por decir, desde que el mundo es redondo…, entonces yo preguntaba: ¿es el mundo
redondo? Entonces Alberto o Gerardo sacaban sus tesis y sus argumentos. Cada cosa
aunque uno supiera que era verdad había que estarla documentando. Hacíamos un
borrador con glosas sobre lo que se podía encontrar, dónde se podía encontrar
cada afirmación y luego procurábamos que ese borrador sufriese una segunda
redacción que fuera agradable de leer para la gente. No se trataba solo de
hacer una especie de atestado de policía ilegible, sino de trabajar para un
periódico. En ese orden de ideas había temas que ayudaban más a la amabilidad
del texto. Una investigación que tuvo mucho éxito porque era muy sabrosa fue la
del alcalde de Bogotá, Isnardo Ardila Díaz, quien pagó la fiesta del matrimonio
de la hija con dineros públicos.
¿El caso del pago de los conjuntos musicales con
dineros de la Orquesta Filarmónica de Bogotá?
D.S.P.: Eso fue
una delicia y está lleno de anécdotas. Podríamos pasar una hora contando cómo
hablamos con los músicos. Uno de ellos nos dijo: ‘A mí me pagaron allá. Yo me
acuerdo porque tenía dolor en un testículo’. No sé si eso pasa mucho en la
música y he tenido ganas de averiguarlo. Creo que pasa con el arpa llanera. O
si era una persona que dice que testimonio viene de testículo luego es cierto.
El caso estaba lleno de anécdotas y todo con documentos y respaldo, aparte de
que era un tema sabroso, y el alcalde acabó renunciando. Lo recuerdo porque era
espectacular, no fue muy complicado hacerlo, pero transcendentales creo que los
de los bancos porque realmente pusieron el dedo en una crisis que era una
especie de malformación general que había en los bancos colombianos.
¿Cómo ha hecho Colombia para sobrevivir a tanto
Alberto Santofimio, tanto Fernando Londoño, tanto Fuad Char, tanto Eduardo
Mestre, tanto Rodolfo González, tanto Norberto Morales, tanto Tiberio
Villarreal, tanto Alirio Villamizar, tanto Bernabé Celis, tanto Horacio Serpa,
tanto Álvaro Uribe, tanto José Obdulio Gaviria, tanto Jesús Alberto Gil, tanto
Hugo Heliodoro Aguilar…?
A.D.C.: Por lo que dice Daniel en este libro
“Breve historia de este puto mundo”, que lo que es la cohesión de las
sociedades latinoamericanas es la cultura popular, no los gobiernos, no las
instituciones, sino las relaciones entre la gente. Pero permítame que aclare
una cosa: el éxito de la Unidad Investigativa se debió a la columna de Daniel
(“Reloj”, luego convertida en “Cambalache”), que empezó a hacer una columna
diaria en El Tiempo en el año setenta
en un momento en el que la gente escribía columnas en el periódico muy tiesas,
muy acartonadas, muy rígidas. Gente importante como Germán Arciniegas, (Arturo)
Uslar Pietri, Luis Alberto Sánchez, del Perú, todos humanistas y escritores,
pero los temas eran muy pesados, por ejemplo “Aproximación a la
neurolingüística en los Chibchas”. Entonces salían tres partes sobre eso y uno
podía hacer el trabajo en la universidad copiando la columna de El Tiempo. Y Daniel viene con una
columna de humor, que habla de fútbol, que habla de las cosas que la gente
quiere leer. Yo iba mucho a la Procuraduría, a la Contraloría, a las
Superintendencias, y en todas partes había un funcionario con la página de El Tiempo abierta en la columna de
Daniel. Entonces cuando Daniel denunciaba cosas en la columna pues había una
audiencia enorme de gente que se enteraba de eso precisamente porque él había
irrumpido en el columnismo nacional con una cosa que no se hacía en el país. Y
luego ya cuando hacíamos informes separados en el periódico tenían el refuerzo
de la interpretación humorística que Daniel hacía en la columna. Entonces por
eso esos informes que a veces eran muy largos y complejos, Daniel los resumía y
los explicaba ya en términos más breves y más amenos, así que el impacto de la
Unidad Investigativa se debe exclusivamente a la columna de Daniel.
D.S.P.: Ya sé que me tocó
pagar el almuerzo de hoy. No se puede negar que la columna fue el ‘brazo
armado’ de la Unidad Investigativa, y nos permitía dos cosas: ser lo más
profesionales, imparciales y quirúrgicos posibles en la parte de investigación
y dejar la opinión para llevarla a la columna. Esa diferencia nos permitía
darnos el lujo de no opinar y darle el resultado de la suma a los lectores.
Pero evidentemente la columna comentaba o defendía cosas que la Unidad
Investigativa había trabajado. Hicimos cosas por ejemplo, que Alberto le
interesaba y a mí también, en defensa del medio ambiente. Hicimos publicaciones
que considero que fueron muy interesantes. La primera vez que trabajamos juntos
con Alberto fue para denunciar el contrabando de fauna nativa, lo mismo que se
está haciendo ahora solo que ya no está el hermano de Torrijos que era el que
se la llevaba para Panamá. Es que una de las tristezas del Periodismo
Investigativo es que uno pasa revista a lo que ahora se denuncia y se parece
tanto a lo que denunciábamos nosotros. Es decir, no hemos avanzado mucho, y
cuando uno ve los niveles de la corrupción se da cuenta de que se necesitarían
muchas unidades investigativas para que hubiera una pequeña represa de diez
centímetros ante este torrente. Pero quizás en el área de medio ambiente sí
ayudó la Unidad Investigativa a crear un poco más de conciencia. Entonces
hicimos lo del Parque Tayrona, lo del Parque Salamanca, lo del río Blanco, que
fue una coincidencia lamentable pero muy buena al mismo tiempo. El río Blanco
estaba siendo ensuciado por los vertidos de Cementos Samper en La Calera
(Cundinamarca) y era blanco porque le llegaban todos los remanentes de la cal
que no se usaba para el cemento. No tiene nada que ver con la familia, si
tuviera que ver no estaba aquí con ustedes sino dichoso en Niza (Francia). El
día que publicamos eso vimos en la prensa que la víspera habían condecorado al
presidente de Cementos Samper como ‘El industrial del año’. Fue un golpe muy
duro y parecía de ‘mala leche’, aunque de leche parecía el río también. Así
como en otros terrenos Germán Castro Caycedo había hecho algunas
investigaciones sobre un contralor y cosas así, en el terreno del medio
ambiente había habido muy poquitas denuncias. Ahora hay muchas más por fortuna.
Daniel Samper Pizano (Foto Jesús David Carrillo Aranda).
No hay comentarios:
Publicar un comentario