Foto Pastor Virviescas Gómez
Muchos se han
preguntado qué hacen por estos días dos indígenas del pueblo UWA en el Bloque N
de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB. ¿Cómo así que editando?, comentan otros. Pues bien, Wachurú y su
Cacique Síriso llevan tres semanas de intensas jornadas sentados frente a los
computadores, alejados de las montañas ancestrales, guiados por el profesor
Frank Rodríguez.
Indígenas,
docente y estudiantes elaboran entre todos “Rikaruwa: Guardianes del Planeta
Azul”, la serie documental que busca “poner en valor muchos de los trabajos que
están haciendo los UWA, la comunidad que a finales de los años noventa saltó a
la actualidad por su propuesta de suicidio colectivo si las petroleras
explotaban sus territorios. Ellos hoy siguen en su lucha porque a muy corta
distancia de sus resguardos hay explotaciones de varias empresas y se han dado
cuenta que el deterioro de la naturaleza, o de la Madre Tierra como ellos le
llaman, está a su alrededor. Entonces lo que queremos es mostrar cómo ellos
siguen siendo guardianes de ese espacio, sobre todo en la frontera formada por
los municipios de Cerrito y Concepción (Santander) y Cubará (Boyacá)”, explica Rodríguez.
Rikaruwa no
solamente habla de la recuperación de la tradición artesanal, que se había
dejado de lado, sino también del papel de la mujer dentro de ese pueblo, como
líder interna y como promotora de la cultura, pasando por los hábitos
alimenticios, que han variado sustancialmente debido a la presión de los
colonos que en su afán de ‘tumbar monte’ han hecho desaparecer animales y
especies vegetales. Asimismo muestra las olimpiadas de los UWA, que a través de
un proyecto etnoeducativo especialmente dirigido a los niños, se lograron
rescatar.
Un trabajo arduo
de ocho capítulos que ha sido posible gracias a la financiación de Autoridad
Nacional de Televisión –que aportó 90 millones de pesos–, la Facultad de
Comunicación y Artes Audiovisuales de la Universidad Autónoma de Bucaramanga
–que suministra personal y equipos– y la Asociación AsoUWA, que avala la
iniciativa y acompaña a los productores por ríos, selvas y páramos.
Foto Iván Luna
La idea surgió
del investigador Javier Vesga, quien durante varios años ha convivido con los
UWA. Fue él quien le comentó al profesor Rodríguez y con el beneplácito de los
indígenas echaron a rodar el sueño. “Éramos conscientes de que estar en el
territorio no era tan fácil y la mayoría de quienes trabajaron en la serie son
egresados o estudiantes del Programa de Artes Audiovisuales de la UNAB. Así que
decidimos mezclar sonidistas, directores de fotografía, realizadores y director
general que fuéramos de la ciudad, mientras que los dos productores de campo,
tres traductores y tres guías son UWA. El Cacique nos acompañó durante todo el
recorrido y muchas veces tuvimos que pedirle permiso para respetar su
misticismo; en otras sencillamente no pudimos grabar porque no contamos con su
aprobación”, dice.
Fueron 17 días
de rodaje, con dos unidades de trabajo, con una planta eléctrica transportada a
lomo de mula, ahorrando al máximo las baterías de las cámaras, realizando caminatas
de seis horas y más, durmiendo en el piso donde iban llegando, adaptándose a
una alimentación que no era precisamente de hamburguesas, perros calientes y
Cocacola, recuerda Rodríguez, haciendo memoria de su aventura en la selva.
Vómito, diarrea
y dolores musculares fueron palabras con las que tuvieron que habituarse
durante su trabajo de campo, pero el profesor quería que sus muchachos conocieran
lo que es desenvolverse en condiciones agrestes, reemplazando los ‘mil y un’
documentales que se han hecho sobre los hippies de Cabecera del Llano y
adentrándose en otra realidad, con compatriotas que tienen otras costumbres y
otra cultura, con el propósito de ayudarles a tener herramientas para su vida
profesional, tal como también los ha estimulado el director del Programa de
Artes Audiovisuales, Carlos Acosta Posada.
Foto Iván Luna
A pesar de
contar con un guión para cada capítulo, la misma magia del documental hizo que
después de algunas travesías extenuantes llegaran a determinado lugar donde
supuestamente los estaba esperando alguien, pero ya se había ido, así que
tenían que hacer ajustes sobre la marcha y aprovechar al pescador que estaba
montando trampas o a la tejedora que topaban en el rancho. “Fue una maratón que
solo se hizo posible porque nuestros muchachos respondieron. Teníamos que
grabar 25 minutos por capítulo, lo cual quiere decir que son un poco más de 200
minutos para pantalla y grabarlos en 17 días así lleváramos dos unidades era
todo un reto, pero era la única forma de hacerlo por los recursos que daba la
Antv”, asevera.
En lo personal, Frank
Rodríguez se resistía a creer que “lo único que teníamos de tradición o de
sangre indígena eran los Yariguíes y los Guanes, y entonces son museos llenos
de huesos. Mi papá y mi mamá son de la provincia de García Rovira, y con ellos
veíamos en los días de mercado en Málaga a unos ‘tunebos’ –les molesta que les
digan así porque esa era la forma en que les llamaban los invasores españoles y
los evangelizadores que vinieron a imponerles su religión–. Luego una amiga en
Bogotá me explicó que en Santander quedan indígenas vivos y ya después con
Javier Vesga me ‘encarreté’ en el tema”.
Su inquietud por
hallar esas raíces alentó a que recorriera con su equipo de jóvenes de la UNAB
las comunidades de Támara, Taburentes y Aguablanca, las tres localizadas entre
las jurisdicciones de Cerrito y Concepción, en una especie de terreno comanche,
uno más de los que tanto abundan en este país en el que el Estado sólo hace
presencia esporádica y no precisamente con obras de infraestructura.
“Lo que estamos
diciéndole a nuestros paisanos y al país entero es que sí hay indígenas en
Santander. Uno no puede pretender cambiarles la vida a los UWA con un
documental, pero sí que tengan un material como este, decir que existen y que están
en ese territorio que les pertenece, donde por siglos han pescado, cosechado
sus alimentos ladera arriba y luego celebrado sus ritos de canto en lo más alto
de esas breñas que comprenden las cimas de la Sierra Nevada del Cocuy –‘La casa
de los dioses’–”, añade.
La nómina
completa es: investigador principal, Javier Vesga; productora de campo, Caya
Machá Bócota; realizadores Angélica Meza e Iván Luna; directores de fotografía
y cámaras, Rolando Angarita y Juan Manuel Soto; editoras Yodi Torres y Sara
Reyes; traductores Síriso Barrosa y Wachurú Tegría; productora general, Ibeth
Johana Rey, y la dirección de Frank Rodríguez. La musicalización es de Natalia
Morales.
La serie “Rikaruwa:
Guardianes del Planeta Azul” se transmitirá durante este mes de diciembre –en
fechas y horarios que están por establecer– por el canal TRO y los demás
canales regionales en los que tiene injerencia la Autoridad Nacional de
Televisión. También harán una presentación y un foro en Bucaramanga y elaborarán
unas ‘maletas’ con el paquete completo, las cuales serán entregadas en las
escuelas de los UWA, beneficiando directamente a los más de 3.400 integrantes
de ese pueblo indígena que se caracteriza por ser seminómada –una condición
cada vez más difícil ante el acecho de esos seres que se apodan blancos y que
destruyen todo lo que encuentran a su paso–.
Foto Iván Luna
De viva voz
Rikaruwa es el
nombre que los indígenas UWA le dan a la zona de Santander que ellos habitan y
uno de esos guardianes de la vida y del medio ambiente es Wachurú Tegría, quien
dice sobre la serie documental: “Para nuestro pueblo es muy importante porque
vamos a poder plasmar nuestra cultura, nuestra forma de pensar y de hacer las
cosas”.
Wachurú es
tímido, pero toma un poco de confianza y explica que los UWA habitan la zona en
la que convergen Santander, Norte de Santander, Boyacá y Arauca, llegando
prácticamente hasta la frontera con Venezuela. “Nuestro principal peligro es la
explotación petrolera y queremos denunciar la presencia de empresas como
Ecopetrol. Estamos llamados a desaparecer por esa explotación”, expresa,
lamentando la forma en que ha bajado el nivel de ríos como Cugón, Covaría y
Tambojabá y menguado tanto la pesca como las cosechas, así los ingenieros
respondan que no es culpa de sus perforaciones.
La Tierra para
Wachurú es su hogar y por eso la aman y la cuidan, de ahí que sean sus
guardianes. “Ella nos quiere, pero si la dañamos se pondrá furiosa con
nosotros. Nuestro territorio es para vivir armónica y espiritualmente; no para
la explotación. ¿Qué les vamos a dejar a nuestros hijos? ¿Contaminación? ¿Creen
que los chinos van a tomar petróleo o a comer billetes? Por favor entiéndalo”,
concluye. Le espera regresar a su cultivo de plátano, yuca, ocumo y maíz, y que
el Ejército y la guerrilla no les sigan amargando su existencia.
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