Experiencia y
reflexiones de una estadounidense que aterrizó en Bucaramanga, no para saciarse
de carne asada o ir a centros comercales, sino para alentar a niños y
profesores ‘encarretados’ con la ciencia.
Ellen Baker pudo
darse el gusto que ningún acaudalado santandereano ha tenido: presenciar 16
puestas de sol y 16 amaneceres por día en el espacio. También tiene millones de
‘millas acumuladas’, para envidia de quienes se obsesionan con el tema.
Oriunda de Nueva
York, geóloga, doctora en Medicina y máster en Salud Pública, formó parte de tres
misiones a bordo de los transbordadores espaciales Atlantis y Columbia, y fue
la primera mujer en llegar en 1995 hasta la mismísima estación orbital rusa MIR
localizada en una órbita entre 300 y 400 kilómetros de la superficie de la
Tierra.
Sin ningún
alarde, vestida con un pantalón de dril y una camiseta roja con el escudo de la
Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (Nasa), el pasado 9 de octubre
Ellen se convirtió –sin proponérselo– en la primera astronauta que pisa tierra
santandereana y quedó sorprendida con dos cosas: la inteligencia de los niños
con los que interactuó, y que en esta Colombia del siglo XXI aún haya homínidos
que manifiesten que el Hombre jamás estuvo en la Luna.
Invitada por la
Fundación Escuelas Libres de Investigación Científica para Niños (Elic) al VII
Congreso Mundial para el Talento de la Niñez, esta espigada mujer vegetariana de
60 años de edad disertó sobre la vida y el Cosmos, enfatizando que el planeta
más bello que conoce es la Tierra, pero que sus habitantes deben tomar
consciencia de su obligación de cuidar este hogar al menos mientras se descubre
si es posible vivir en Marte o cuál será el refugio para quienes en nombre del
desarrollo arrasan con todo lo que encuentran a su paso.
Sus estudios le
permiten afirmar que el universo alberga centenares de miles de millones de
galaxias, en cada una de las cuales hay centenares de miles de millones de
estrellas y en muchas de ellas se encuentran planetas, por lo que no descarta
de tajo que haya vida –microbiana al menos– en algún lugar por más remoto que
sea.
Con 30 años de
experiencia en la Nasa hasta su retiro en 2011 y después de haber acumulado 686
horas en el espacio, Ellen recuerda por ejemplo la misión Atlantis STS-34 con
la que entre el 18 y el 23 de octubre de 1989 realizó 79 órbitas a la Tierra y
recorrió dos millones 896 kilómetros en 119 horas y 41 minutos, en el propósito
de lanzar la sonda Galileo que emprendió la exploración de Júpiter. Galileo
viajó durante seis años y por otros siete recolectó datos del gigante del
Sistema Solar.
En este diálogo al calor de un agua aromática, Baker hizo memoria de la segunda misión,
Columbia STS-50 con la que en 1992 realizó experimentos en el laboratorio de
microgravedad, le dio 221 vueltas a la Tierra y recorrió 9,1 millones de
kilómetros en 331 horas en el espacio.
La misión
Atlantis STS-71 se produjo entre el 27 de junio y el 7 de julio de 1995 y pasó
a la historia porque fue la primera vez que un trasbordador se acoplaba a una
estación espacial, uniendo de manera pacífica a los enconados enemigos de la
‘Guerra Fría’. Nuevamente se dio el placer de circundar la Tierra durante 153
ocasiones, sumando seis millones y medio de kilómetros y 235 horas de vuelo.
Así que con 453
órbitas a la Tierra, Ellen Baker habla con el conocimiento, la madurez y el
reposo suficientes para ni siquiera intentar descrestar a nadie, además porque
no lo necesita.
Cuando le
comento que hace apenas unos días la Nasa confirmó que la sonda Voyager 1
–lanzada en 1977 e impulsada por generadores termonucleares de plutonio 238–,
se convirtió después de más de tres décadas y 18.200 millones de kilómetros de
viaje en la primera nave humana que sale del Sistema Solar para adentrarse en
el oscuro espacio interestelar, Ellen dibuja una sonrisa por esta hazaña de los
Estados Unidos, pero de inmediato advierte que la estrella más cercana a la
Tierra, conocida como Andrómeda, se halla a dos millones de años luz, así que
lo recorrido por el Voyager 1 supone apenas 16,2 horas luz, lo cual ya deja ver
la inmensa pequeñez de los terrícolas.
“El planeta
Tierra es una mota en el universo, nuestro Sistema Solar es muy pequeño y
nuestra Vía Láctea es muy-muy grande, pero solo es una de ‘muchas’ galaxias.
Esto es algo para ponernos a pensar un largo rato”, dice en tono jocoso.
¿Somos un
accidente?, le indago, y ella con un español machacado responde: “Espero que no,
pero la vida es preciosa, ¿no?”.
¿Estaremos solos
para habitar esta cosa tan grande llamada Universo? “No sé. Los científicos
creen que hay más de ciento setenta billones de galaxias, pero si hay vida no
lo sé”.
Sostiene que
nunca serán suficientes los recursos económicos para explorar el espacio y se
muestra optimista de una cercana misión tripulada a Marte. “La radiación es un
problema y también algunos aspectos fisiológicos, pero es posible encontrar las
soluciones”, acota.
Ellen también
insiste en que el Hombre debe volver pronto a la Luna, como lo hicieron sus
colegas Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins aquel 20 de julio de
1969 en el llamado Mar de la Tranquilidad. De ahí que se aterre cuando le
comento que en estas breñas de café y hormigas culonas hay personas que
sostienen que el alunizaje fue un montaje grabado en estudios de Hollywood y
para esa especulación se amparen hasta en las sombras de la bandera de Estados
Unidos clavada por Armstrong después de pronunciar la famosa frase: “Es un
pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la Humanidad”.
“Es difícil
cambiar la mente de los adultos. Personas que no entienden la ciencia, no
comprenden tampoco las posibilidades y este tipo de cosas. Es casi imposible
cambiar las mentes de algunas de estas personas. Yo digo la verdad y ellos me
pueden creer o no. ¡Claro que el Hombre estuvo en la Luna!”, recalca sin llegar
a enfadarse.
¿Cómo luchar
entonces contra la ignorancia?, le pregunto. “Pues con educación de muy buena
calidad para todos los niños. También es clave que los ciudadanos sean
alfabetizados sobre su pasado, al igual que sobre la ciencia”, afirma.
Sintió un poco
de tristeza cuando en julio de 2011 Estados Unidos clausuró el capítulo de los
transbordadores espaciales, aunque señala que “fueron muy buenos, pero también
peligrosos y complicados. Así que si hay una vía mejor para volar en el
espacio, bienvenida sea. Hay que darle paso al progreso”.
La explosión del
Challenger en 1986 –que causó la muerte a sus siete tripulantes a los 73
segundos de su lanzamiento– no la hizo desistir. “Con este tipo de trabajo
siempre hay riesgos y necesitamos reducirlos, pero ir al espacio siempre será
riesgoso. Yo entiendo eso y los demás astronautas también”.
Ellen igualmente
sonríe cuando le hablo de los cincuenta años (16 de junio de 1963) del primer
viaje al espacio exterior de una mujer, la soviética Valentina Tereshkova, y
dice: “¡Fantástico!, exclama. Pero enseguida se le viene a la cabeza que cuando
era niña, “solo los niños podían ser astronautas, pero ahora es un campo
abierto para hombres y mujeres”.
En su infancia,
señala, no jugó a ser Uhura en la nave Enterprise comandada por el capitán
James T. Kirk en su interminable “Viaje a las estrellas”, o convertirse en
amiga del señor Spock. “Nunca pensé ser astronauta”, dice con franqueza.
El tesoro más
valioso que conserva de su vida dedicada a la ciencia es el de haber podido
mirar la Tierra desde tan alto. “Hacemos una vuelta a la Tierra cada noventa
minutos. Eso es fantástico, como también magnífico observar nuestro planeta,
que es nuestro hogar sin fronteras. La Tierra es tan bella que es casi imposible
desde el espacio creer que hay problemas”.
Preocupada por
no llegar tarde a su primera cita del día, la exastronauta que hoy vive
plácidamente en Houston (Texas) no da más tiempo que para una última pregunta:
¿Usted cree en Dios? “No. Creo que en la vida espiritual, pero Dios no sé”.
En la
conferencia de 30 minutos le escucho decir frases que darían para otra
entrevista. Dice: “Milagro no; ciencia”. E insiste: “La curiosidad es el
elemento principal para que los niños se interesen por la Ciencia”.
Su pragmatismo y
su inteligencia le permiten afirmar: “Las estrellas nacen y mueren, pero al
menos en los próximos tres millones de años podremos estar tranquilos. Mientras
tanto, tendremos que aprender a viajar por el espacio”.
Por primera vez en la historia de Santander, una
científica del espacio estuvo compartiendo con niños, maestros e
investigadores, alentándoles a explorar. La exastronauta estadounidense Ellen
Baker contó su experiencia y reflexionó sobre la inmensidad del Universo.
“Nuestra búsqueda de vida puede seguir siendo un misterio, pero es lo que nos
mantendrá inquietos por el resto de la eternidad”, dijo.
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