Decir Pisaq es como mezclar en la paleta de un pintor todos los colores posibles. Y es que esta población cusqueña es la puerta al Valle Sagrado de los Incas, y esas son palabras mayores.
El pasaje en colectivo no cuesta más del equivalente a 4.000 pesos colombianos. La estación está localizada a siete cuadras de la Plaza de Armas y cualquier lugareño amable (que sobran) puede indicar el camino.
Al enterarse de mi oficio de periodista, el conductor no se calla un minuto con sus relatos, preguntas y recomendaciones de dónde es que se consigue el mejor cuy o las claves para identificar la mejor chicha. Así que al cabo de 50 minutos de recorrido, puntos pendientes son los que quedan en la improvisada agenda, pero las montañas salpicadas de nieve, los vestigios de los Incas, las artesanías y la gracia de sus pobladores causan de inmediato hipnotismo.
Pisaq es un gigantesco mercado artesanal atiborrado de cerámicas, chullos (gorros tradicionales), pesebres, tapices, bolsos, joyas, indígenas que cargan a sus espaldas a su pequeño hijo, mientras dicen que es su primera venta y pregunta: ¿Cuánto ofrece?
Aunque aquí se practica el canje y hay que verlo para constatar que quedan lugares parcialmente inmunes al capitalismo salvaje, un sector de la plaza principal está copado por mujeres que a su lado extienden todas las variedades de maíz y papa que alguien se pueda imaginar. También están las que ofrecen uchuvas, tomates, quinua, fríjoles, papayas, piñas, y coca, hojas de coca con las que se prepara el mate imprescindible para que el mal de altura no cause estragos en los forasteros.
El recorrido puede durar media mañana o más, si se quiere, tomando fotografías y haciendo las pausas necesarias para pedir un vaso de chicha morada (sin alcohol) y comer choclo cocido acompañado de queso salado.
Las caras y los gestos de alegría, de paz con la vida, son de las cosas que más impactan. Y la seguridad, porque nadie está mirando de reojo la cámara o aplicándole una 'radiografía' al morral del turista-reportero.
Pero hay que seguir la marcha porque media docena de kilómetros arriba están las monumentales ruinas de Pisaq, los andenes donde los sabios incas experimentaron con microclimas en esta tierra bendecida por sus dioses. Terrazas que desafían la gravedad y dejan con la boca abierta a los expertos en la materia y a los no iniciados, quienes expresan todo tipo de teorías sobre los responsables de esta maravilla, así como los métodos que emplearon para construir sus terrazas, viviendas, bodegas, garitas, lugares de adoración y tumbas.
Aquí, como en Machu Picchu o en Sacsayhuamán, cada piedra encaja a la perfección en la siguiente y en la siguiente. Por aquí no pasaron los Nule ni los Moreno, así que se puede apreciar la magnitud de las obras y de lo que representó el Imperio Inca que sería devastado por los invasores que abusivamente en nombre de Cristo cometieron sus tropelías y sembraron la desolación.
Pisaq, construida con la forma de una perdiz y de allí su nombre, les va a encantar si se animan a explorar en el Perú un destino diferente.
Y si algo hace falta, ese es el río Vilcanota o Urubamba, que serpentea al compás de Paul Simon y la banda del mismo nombre con 'El cóndor pasa' y esas melodías vedadas para quienes no saben apreciar la infinita grandeza de la creación.
(Texto y fotos Pastor Virviescas Gómez)
Debo decir que me da entre envidia y vergüenza, como peruano, no conocer esa parte de mi país.
ResponderEliminarEs imperdible, la paz que reina en todo ese lugar, la belleza de sus ruinas, el pueblo, su gente...va todo. Una maravilla. Me han tratado muy bien. Es uno de mis lugares favoritos.
ResponderEliminarUn registro fotográfico con una buena dosis de sentido y de sentires.
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