(Esta nota la publiqué en Vivir la UNAB en el mes de noviembre de 2012 y la rescato a raíz de su designación como magistrado de la Corte Constitucional en reemplazo de Jorge Pretelt)
Por Pastor Virviescas Gómez
Aquiles Arrieta está acostumbrado a que en esa rancia y acartonada sociedad bogotana le anden preguntando: ¿Qué se le ofrece al señor? Y a él eso le importa cinco centavos o un poco menos.
Aquiles Arrieta está acostumbrado a que en esa rancia y acartonada sociedad bogotana le anden preguntando: ¿Qué se le ofrece al señor? Y a él eso le importa cinco centavos o un poco menos.
Quienes lo conocen en el edificio de la Corte Constitucional (calle 12 con carrera Séptima) saben que se trata de uno de los magistrados auxiliares más ‘pilosos’, y tienen suficientemente claro que en su caso -como en otros muchos-, la pinta es lo de menos.
Este abogado y filósofo de la Universidad de los Andes, fue uno de los conferencistas invitados a los 40 años de la Facultad de Derecho de la UNAB. Vino a hablar de “El problema jurídico para la enseñanza del Derecho” y Vivir la UNAB aprovechó para abordarlo.
Cuando Aquiles no está metido de lleno en la Corte -donde empezó como practicante en el año 2001-, se le puede localizar en la Facultad de Derecho de Los Andes dictando clase y sirviendo de ejemplo a quienes aman esta profesión y quieren salir adelante. Tiene 39 años de edad y, si la legislación no cambia, le faltan 21 años para pensionarse, asunto que por ahora tampoco le preocupa de a mucho.
“Todos los policías me conocen y el capitán que maneja la seguridad de la Corte me tiene muchísimo cariño. En parte porque no está la parafernalia del doctor tan marcada”, dice.
Con una sonrisa de muchacho travieso, Aquiles recuerda aquella mañana que salió de bluyín y pelo largo y su mamá le indagó para dónde iba. “Voy a pedir puesto en la Corte Constitucional”, le respondió. “Cómo se le ocurre ir así”, le dijo ella. “Porque a la persona que le voy a pedir empleo, si piensa realmente lo que escribe, no le va a importar”. Y al magistrado Carlos Gaviria, que ya había escrito algunas sentencias protegiendo esas libertades, no le importaron los huecos en el pantalón de Aquiles sino lo que llevaba en su cerebro de abogado y sus ganas de hacer las cosas más que bien.
Enemigo de la ‘doctoritis’ que se respira tanto en los altos tribunales como en las aulas, Aquiles afirma: “El Derecho pareciera depender de estas formalidades y jerarquías, poniendo estas distancias que han sido útiles para trancar preguntas de estudiantes inquietos que hubieran puesto en aprietos a la teoría o al profesor”. Él más que nadie sabe lo provechoso que le ha resultado romper tanto formalismos, como también lo testifica su colega, el exmagistrado y conjuez Rodrigo Uprimny Yepes.
Arrieta ve con curiosidad que muchos estudiantes de Derecho desde primer semestre estén más preocupados por qué vestido se compran, que de estudiar la Constitución Nacional. “Claro que eso es mucho de lo que transmiten los abogados y profesores. Digamos que los ingenieros de sistemas están más acostumbrados a que pueda alguien llegar con pinta de loco pero el man es genio, porque lo que importa es lo que tiene en su cabeza”, señala.
Obvio que a Aquiles la corbata no le provoca alergia y se la pone cuando no tiene escapatoria, “pero cuando algún estudiante me dice ‘Doctor’, yo le digo ‘Enfermero’… y le explico que pensé que era un juego”.
Los estudiantes deben dejar a un lado tanta etiqueta y confiar más en el conocimiento, en las ideas y en los argumentos, aconseja.
Su labor como docente, reconoce, le ha permitido comprender muchos de los límites del Derecho y cómo éste se enmarca en una serie de situaciones sociales, políticas y económicas más amplias, donde el Derecho es una arista, no es lo único. “Si el abogado está encerrado únicamente en sus conceptos y no tiene posibilidad de comunicarse, tendrá dificultades”, asevera.
Arrieta desconfía por igual de aquellos profesores que jamás han litigado o ni siquiera han acompañado un caso, como de los que “están en la práctica y llegan a la clase solamente a contar cuáles son sus casos”. Un desastre en ambas situaciones y que obligado a escoger, Aquiles se queda con el docente que solo está en la Academia. “Un abogado exitoso puede no ser un buen profesor y si lo es se debe a que le ha metido la muela a la Academia”, acota.
Podría estar ‘forrado’ en plata defendiendo corruptos y narcotraficantes, pero le viene a su mente el día que una amiga le consiguió trabajo en el flamante bufete de su papá y le respondió que lo hacía si a cambio le pagaban 50 millones de pesos mensuales. “Si alguien me quiere encerrar a mis veinticinco años en una oficina, a trabajar como loco y con el propósito de ‘tapar’ de plata a otros; no, muchas gracias”. Y entonces Aquiles prefirió destinar su plusvalía a las personas más débiles de la sociedad.
A esa decisión ayudó el momento en el que estudió esta carrera, porque coincidió con la Constitución de 1991 y apareció la figura de la tutela -por ejemplo-, que “no castiga al malo, sino defiende al bueno y no genera estos problemas de rabias y odios si yo le meto una denuncia penal a alguien”.
“Cuando en 1992 empezaron a salir los fallos de la Corte Constitucional varios amigos nos empezamos a ir en vacaciones a leer estas sentencias, de ‘culiprontos’, porque veíamos que lo justo debería ser que protegieran a este humilde y nunca pasaba, pero de pronto esta Corte empieza a decir lo que uno cree que debería ocurrir”. Así fue como Aquiles Arrieta se ‘enchufó’ para siempre con el Derecho, consciente de que es el oficio que le dará de comer, pero también que no es vana la esperanza de cambiar la realidad de ese país llamado Colombia, o al menos intentarlo.
Quizás por esos motivos Arrieta forma parte de esa generación de muchachos comprometidos -junto a Diego López, César Rodríguez y Óscar Guardiola, por citar algunos nombres- que levantaron las banderas de la Séptima Papeleta que fructificó en la Asamblea Constituyente.
“En un país que tiene estas inequidades, no creo que uno sea culpable de ello, pero uno sí es responsable de sus actos y qué hace frente a eso. Así que quienes tenemos medios de poder ayudar, podemos ayudar y sobre todo dar la posibilidad de crear herramientas para que otras personas puedan hacer sus luchas. Muchas veces el trabajo de escribir una sentencia la gran utilidad que tiene es que uno le está dando herramientas de combate para defender sus derechos a muchas personas, y es un trabajo conjunto en el que uno puede aportar unos granitos de arena y unos ladrillos para la construcción de una mejor sociedad”, reflexiona.
Su aliciente, el combustible que lo hace mover con tal compromiso, es la posibilidad de realizar bien su trabajo y que este tenga un impacto favorable en otros compatriotas.
Soportado en ese kilometraje que ha acumulado, Aquiles se atreve a decirles a los estudiantes de la UNAB: “La mejor herramienta para enfrentar no solamente el Derecho sino cualquier área, es el rigor, el estudio y ser juiciosos. La gente que logra ser un buen abogado es orque usualmente lo que le pusieron obligatorio a leer, fue lo mínimo que leyó, pero siempre sus lecturas fueron más allá de eso. Y para lograr eso lo mejor es buscar un campo en el cual a uno realmente le guste lo que está haciendo. Si eso no pasa, es muy probable que no vaya a ser bueno en su área y que vaya a sentir frustración. El motor más grande es elegir un campo en el que uno se motive, que le preocupe y que le interese. La curiosidad es lo mejor”.
Pero ahí no se detiene: “Incluyéndome a mí, las respuestas que los profesores damos son las respuestas para el mundo que vivimos, pero los abogados que se están formando hoy son abogados que van a tener que enfrentar un mundo muy distinto, y cuando pasen veinte o treinta años van a estar en las posiciones donde podrán tomar decisiones importantes”.
En su opinión, los estudiantes de hoy deben tener la consciencia de que lo que están recibiendo son las soluciones para un mundo que no les va a tocar vivir y que es probable que lo están aprendiendo se esfume, pero fueron modelos de cómo enfrentar unos problemas muy complejos y que les van a servir para que puedan construir sus propias respuestas. Y claro, enfatiza, hay que ser creativos. “Es muy importante que no se mate la creatividad, porque esa es la única forma de poder construir soluciones nuevas”.
De ñapa, deja otra consideración: “En el campo del Derecho que a uno le guste, tiene que nutrirse de todo el conocimiento no jurídico que estructure ese campo y su vez determinar cuáles son las soluciones que a ese tema se dan en otros contextos jurídicos. Así que si por ejemplo es un abogado dedicado a los temas de salud, entonces se tiene que volver prácticamente un médico”.
“Cuando uno compara soluciones eso le ayuda a relativizar un poco esa visión que tiene de que es lo absoluto y la verdad revelada, y le estimula la creatividad”, finaliza.
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