lunes, 25 de febrero de 2013

'Nunca busqué la fama, sólo quise ser torero' (Entrevista al maestro César Rincón)

 
"Yo soy capaz". Esta es la frase que siempre se ha repetido el matador César Rincón. La vida es para disfrutarla, dice, y se define como un hombre juicioso. La plata no lo desvela y si volviera a nacer, torero sería.
 
Esta entrevista la hice en compañía de Sergio Otálora y fue publicada en el diario El Espectador el domingo 12 de diciembre de 1993. Hoy la vuelvo a 'levantar' para el gusto de quienes sientan admiración por el mejor torero que ha parido Colombia.
 
"Hace poco me dijo un periodista español: 'Tú eres el torero americano más importante que ha pasado por España'. Y algo por allá, dentro de mí, se reía, porque eso me llenó de un ego muy lindo. Peor hay una frase de  una revista que se me quedó grabada para siempre: 'Lo de César Rincón en Madrid es como hablar con Dios y que él conteste'. Eso es m uy hermoso".
 
Un héroe. Así llegó a Colombia después de salir cuatro veces por la puerta grande de Las Ventas, Ahora, sentado en un sofá rosado, rodeado de trofeos y una fotografía con el rey Juan Carlos, un hombre cálido ríe con ganas y cuenta su historia con tal sencillez, que no prece que cargara sobre sus hombros un enorme kilometraje de sacrificios y de juegos con la muerte.
 
Retrocede la película. Es la tarde del 4 de noviembre de 1990 y Julio César Rincón Ramírez (Bogotá, 5 de septiembre de 1965) está herido de muerte. Se desangra por la femoral. En la enfermería de la plaza de Palmira (Valle del Cauca) no hay uni una gasa para trancar la hemorragia. Cada vez con menos aliento, César Rincón se tapa la arteria con las manos, pero la sangre corre sin tregua, mientras que el luchador siente que se va, poco a poco, y sólo puede decir, al borde de perder el conocimiento, 'no me dejen morir, no me dejen morir'. Lo montan en una ambulancia y se lo llevan al hospital. Un ginecólogo se encuentra en pleno parto, lo deja todo y salva a César Rincón: sin saberlo, lo pone en el camino de la gloria.
 
¿Cómo hizo para no dejarlo todo, después de haberle visto la cara a la muerte?
 
Si no hubiera podido asimilar las heridas, con seguridad estaría en otra profesión. Es cuestión de carácter: un mes más tarde, en Quito (Ecuador), corté dos orejas y triunfé. Cuando salí al ruedo ya no me acordaba de nada. De ahí en adelante, fueron victorias: es como si el día de la cornada en Palmira, no me hubieran puesto sangre sino gasolina de alto octanaje.
 
César Rincón no es el típico triunfador exhibicionista, de golpe soberbio ante la fama y el dinero. Es un caso raro. Muchos, con su mismo origen popular, con infinidad de obstáculos, con una lucha constante y, por último, el éxito, se marearon, se dejaron llevar por las debilidades.
 
Pero él no. Es como si los hechos trágicos de su vida los hubiera convertido en energía positiva para mirar las cosas con frescura, con la misma ingenuidad de los primeros tiempos, el papá pendiente de su hijo, los pases iniciales con el capote, los consentimientos de su madre, siempre la pelea. El amor irracional por los toros. Sabe que la profesión es dura y efímera, muchos están empujando para remplazarlo, "el día de mañana, Dios no lo quiera y toco madera, paso de moda y si uno no logra sostenerse y tener una buena estrategia, carajo, está en la olla".
 
¿Cómo hizo para tener conciencia de todo eso?
 
Es ver la experiencia de los demás, porque si uno sólo vive de la propia, con terquedad, se pega unas estrelladas muy verracas. Yo he visto desfilar a muchos toreros, que han triunfado en España, y hoy en día andan por los pueblitos, buscando oportunidades, golpeando las puertas de los empresarios, y eso es muy duro. En esta profesión, te descuidad, te dan una  patada y te bajan del tren.
 
Desde los días iniciales, César Rincón siempre miró hacia el futuro. El 9 de diciembre de 1982, recibió la alternativa, a los diecisiete años, y desde ese bautizo, ensayó un camino: "ganaba algunos pesos en las corridas por los pueblos, y después me iba a España a seguir toreando, pero se me acababa la plata, y volvía al país, y eso se me convirtió en un círculo vicioso. Fue entonces cuando tomé la decisión de triunfar aquí y después, sí, volver de nuevo a España".
 
Era la época en que empezó a coronar todas las temporadas importantes, Cali, Manizales, Bogotá; el momento en que se dio cuenta de que se medía de igual a igual con los toreros de la madre patria, pero faltaba probarse de verdad, en la meca, en la arena de Juan Belmonte y del inmortal Manolete. "Yo puedo -me dije- y cuando me dieron la oportunidad, sólo una corrida, en la feria de San Isidro, triunfé, me les monté y salí por la puerta grande. Llegué con esa idea fija, y lo logré. Después, vino el desconcierto. ¿De dónde salió ese tipo?, se preguntaron todos. Y empezaron los celos profesionales".
 
Entonces César Rincón, el hombre que cambiaba una cornada por un plato de sopa, el que nunca buscó la fama sino torear, siempre, sin descanso, el que se estremece con la historia de El Flechas, de David Sánchez Juliao, aún después de haberla escuchado más de 80 veces, porque ve que los boxeadores son sus hermanos en la lucha ante la adversidad, "porque, ¿quién no ha empezado toreando con el perro de su casa? Porque a Rincón no se le ha olvidado su origen, por eso pasó a la historia. A la inmortalidad.
 
¿Qué hay en la mirada de un toro?
 
Hay miradas matadoras o de nobleza. El toro e sun animal inteligente y, a veces, desarrolla tanto el instinto, que no deja torear. No lo engaña el trapo. En cualquier momento puede reaccionar. El animal está muerto sóolo cuando ya es arrastrado.
 
¿Pero, dado el peligro, la tensión, esa interpretación de la mirada del toro no es algo subjetivo del torero?
 
Claro que sí. El riesgo de una cornada, hace que ele studio sea mutuo: del toro y del torero. Los taurinos jamás lo entenderán.
 
¿Llegó a pensar que su profesión no tenía sentido, y que mejor era dedicarse a otra cosa?
 
Nunca lo pensé. No tuve tiempo de contemplar otra profesión. Empezó como un juego, pero después me consumí en el toreo.
 
Ahora que es famoso, ¿cómo le ha hecho el quite a las mujeres?
 
La vaina es que no queda tiempo. Por ejemplo, en España, entre julio y agosto, toreé 25 corridas, es decir, casi una por día. Entonces, si se aparece una niña linda, es muy difícil el ligue, porque para eso se necesita tiempo, y yo no lo tengo.
 
¿El dinero para qué sirve?
 
Da estabilidad emocional. La lucha, las angustias, afectan anímicamente. El dinero es importante, pero, como dicen, yo no soy metalizado. No tengo el estilo del torrero que quiere participar en muchas corridas para que entre más plata. Eso le quita el gusto a la profesión. Es fatigante. Hace unos días, por ejemplo, los españoles me ofrecieron una suma importante para transmitir por televisión una corrida mía en Quito, pero yo dije que no: el encierro estaba malo, no tenía buena presentación. Y después de tantos años de sacrificio, vale más la imagen que diez millones de pesetas (un poco más de 140 millones de pesos). Tú luchas mucho para construir un prestigio, pero así, en segundos, se puede caer. Ahí está el caso de (René) Higuita.
 
Ya que habla del arquero de Nacional y de la Selección Colombia, en esa atmósfera de alto riesgo en la que usted nació, en la que se dan desde boxeadores hasta guerrilleros, ¿cuál es la razón para que usted haya sido torero y no narcotraficante?
 
A mí me dejó una huella impresionante, me impacta mucho, el caso de (Kid) Pambelé. Pensar en un gran boxeador, que nos dio muchas alegrías, y verlo ahora donde está, es muy duro. Tal vez malos amigos, falta de preparación mental. A él le gustan los toros, y yo lo veo, carajo, es muy doloroso. Uno tiene que ser consciente de lo que es y para dónde va. A mí no me gusta la ostentación. No me preocupa tener un mejor apartamento del que tengo. Quiero se runa persona común y corriente.
 
¿Sus años de infancia fueron duros, ¿le queda algún rencor?
 
Me siento orgulloso de ese pasado. Me da una gran alegría por el esfuerzo invertido, por las metas que me tracé y las cumplí, y las nuevas que tengo ahora. No me queda, entonces, ningún rencor. 
 
¿Se siente tranquilo en Colombia?
 
No. Por desgracia es el sentir de mucha gente. Yo amo mi tierra y tenemos gran cantidad de cosas positivas, pero hay mucha violencia.
 
¿Muestra con orgullo su pasaporte colombiano?
 
Siempre he sacado muy en alto que soy colombiano. Si embargo, es triste cuando uno lleva su pasaporte, como me ocurrió el año pasado en Miami (Estados Unidos), que a mi apoderado español lo dejaron pasar, y a mí por ser colombiano me hicieron a un lado. Eso siempre lo hace a uno sentir golpeado.
 
¿Cuál es su compromiso, en esa otra faceta del país que no se limita al uso de la imagen?
 
Es muy duro eso. A veces me siento maniatado. Claro, hay cinco o seis personas con bonita imagen, pero nosotros no podemos taparnos los ojos: en una semana, hay más de cien muertos. Nuestro país es terriblemente violento. Violencia del narcotráfico, de la delincuencia común, de la guerrilla. Es un proceso largo concientizar a la gente de que el progreso no se logra con violencia, sino incentivando el trabajo. Si la gente roba o mata, es, muchas veces, por necesidad.
 
¿Qué ha significado su papá, don Gonzalo Rincón?
 
Él fue torero y hacía corridas en los pueblos, no con toros de casta sino cebú. Con cinco hijos pasó trabajos. En mi caso personal yo puedo enfrentar las dificultades solo, pero con familia ya es otra cosa. Pienso muchos en los hijos, pues ellos no tendrían por qué vivir esas limitaciones. Además, no quisiera que un hijo mío fuera torero, y de serlo, yo no iría a sus corridas.
 
¿Su éxito es el desquite frente a lo que no pudo hacer su papá?
 
La vida e slinda, da recompensas. Mi papá es un romántico de la profesión. Además era fotógrafo e iba a los periódicos para tratar de que publicaran las fotos en las que yo salía. Su error fue haber amado tanto el toreo, porque se encegueció. Pero al mismo tiempo me enseñó a dar la vida por el toreo.
 
¿Qué recuerdos guarda de su mamá?
 
Yo era el más mimado de ella. Recuerdo que cuando toreaba en el patio, en compañía de mi padre, lloraba de impotenciia: ¡carajo, no puedo!, y mi mamá creía que me estaban pegando y salía al patio diciéndole a mi papá 'por qué me le pega al chino, no me lo moleste'. Ella colaboraba mucho, me llevaba el tinto por la mañana y me decía 'apure mijo, vaya a entrenar'.
 
¿Cuál fue la estrategia para alcanzar las metas que se trazó?
 
Ser juicioso. Honesto, Recto. Después de estar cuatro años en España -de 1982 a 1986- en una especie de ruleta, me mentalicé: así no podía vivir. Entonces, fue ccuando regresé y llamé a todos los ganaderos para que me dejaran torear sus vacas, y por fortuna encontré eco. Cuando toreaba en los pueblos lo hacía como si fuera en la ciudad más importante.
 
El mensaje de su vida es que hay que luchar por lo que se cree. ¿Pero qué piensa de quienes no se esfuerzan y sólo quieren la plata fácil?
 
Propongo que quienes quieran sigan mi ejemplo, y sepan que cada cosa requiere mucho trabajo.
 
¿Qué sensación le deja la muerte del narcotraficante Pablo Emilio Escobar Gaviria?
 
Nunca he sido violento ni me gustan las muertes. Por eso no me alegró, pero pues por su culpa mucha gente murió.
 
¿Le teme a la muerte?
 
Con la cornada que sufrí en Palmira sentí que me iba del todo, que no tenía fuerzas para seguir luchando por la vida. De pronto sentí una tranquilidad, una sensación muy linda´y entendí que la muerte no es solo tragedia.
 
¿Qué hay más allá?
 
No me lo imagino... ja ja ja. No quiero soñar ni pensar en eso. La vida es lo mejor del mundo y es para disfrutarla... la otra no debe ser tan buena.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario