miércoles, 3 de mayo de 2017

William Ospina: “Tanto Uribe como Santos están en decadencia”

(Esta entrevista la publiqué en la edición 457 de Vivir la UNAB en circulación desdel 1 de mayo de 2017)


Por apoyar la Revolución Bolivariana y manifestar que Hugo Rafael Chávez Frías es el hombre más grande que ha parido América Latina en los últimos tiempos, a William Ospina Buitrago (Herveo-Tolima, 1954) se le ha venido medio mundo encima. Pero él sigue ahí, firme en sus convicciones, soportado en una búsqueda incesante del conocimiento. Tiene una mente brillante y un tono pausado pero contundente que le hace mantener la atención del público, trátese de avezados investigadores o de estudiantes de esos que creen que todo está en Google.

Autor de novelas como “Ursúa”, “El país de la canela”, “La serpiente sin ojos” y “El año del verano que nunca llegó”, así como de ensayos como “Pa'que se acabe la vaina” y “¿Dónde está la franja amarilla?”, Ospina es uno de los autores más eruditos que hay en Colombia, lo cual le ha sido reconocido con premios como el Rómulo Gallegos (2009), Casa de las Américas (2003) y Nacional de Poesía (1992). Con su columna dominical en el diario El Espectador, se atreve a ir al fondo de temas que otros colegas y medios de comunicación no ponen sobre el tapete.

Por razones como esas la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) lo invitó a la V Jornada de Derecho Constitucional “El derecho a la paz”, el pasado viernes 21 de abril, donde leyó una ponencia en la que exploró las causas del conflicto armado interno en Colombia, el panorama tras la firma de los acuerdos entre el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos Calderón y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el papel que deben cumplir aspectos fundamentales como la educación, la cultura y el medio ambiente.

Tan ‘encarretado’ está con el tema del agua, que la próxima vez que pise estos parajes no vendrá tras los pasos del conquistador español Pedro de Ursúa –fundador de Pamplona–, sino porque aceptó la invitación de este periodista a recorrer el Páramo de Santurbán la gran ‘fábrica de agua’ de agua de ciudades como Bucaramanga y el cual está amenazado por voraces proyectos de megaminería que han deslumbrado a más de un gremio y gobernante.

Y es que raíz de la reciente consulta llevada a cabo en el departamento del Tolima, Ospina ha sentado posición: “No acaba de expresarse la voluntad popular en Cajamarca, rechazando una explotación aurífera que amenazaría las fuentes de agua, en una votación histórica que es ejemplo para el mundo, y ya un ministro colombiano está negando la validez de ese triunfo y declarando que la decisión ciudadana nada puede contra las decisiones del Gobierno”.

Complementando: “Han convocado a la comunidad de Cajamarca a expresarse sobre si quiere o no que haya actividad minera en su región, en esas montañas cuya riqueza son el agua y la agricultura. Han autorizado la consulta, la han financiado: y cuando la comunidad se expresa abrumadoramente a favor del agua y de la agricultura, un ministro desvergonzado sale a negar la validez de la elección, la grandeza del triunfo ciudadano y la obligatoriedad de su decisión.Uno no sabe si sentir indignación, o sólo asco”.

Ante cuestionamientos de ese calibre, no quedaba más remedio que entrevistarlo no solo sobre este tema, sino también para conocer –por ejemplo– su concepto de democracia y su perspectiva sobre lo que puede ocurrir en la Venezuela de Nicolás Maduro pero también en la Colombia de Odebrecht y otros escándalos de corrupción. País que para Ospina “es un inmenso desastre social donde los gobiernos se desentienden del sufrimiento del pueblo; sólo llegan a cuidar de la gente después de unas calamidades que nunca previenen, maquillan las cifras de empleo y procuran no tener en cuenta que la mitad de la población trabajadora languidece en la informalidad y en el rebusque”.

Esta es la extensa entrevista no apta para quienes siguen creyendo que el mundo es de color rosa y no saben que –como lo sostiene Ospina– “la compra de votos, el acarreo de electores, la financiación ilegal de campañas, la calumnia, el rumor, y lo que recientemente se llama la mermelada, el uso indebido de dineros públicos para obtener el triunfo electoral, son prácticas comunes de nuestra democracia, bajo un poderoso y bien aceitado modelo de gamonalismo regional totalmente conectado con los poderes centrales”.

Así que sírvase un café y lea.


En la consulta popular de Cajamarca votaron 6.296 ciudadanos, de los cuales 6.165 lo hicieron por el No a la actividad minera en la zona cerrándole las puertas al proyecto aurífero de ‘La Colosa’, detrás del cual está la multinacional sudafricana AngloGold Ashanti. ¿Para qué sirvió que la comunidad expresara su voluntad?

La decisión de la comunidad fue muy importante y muy abrumadora en su mayoría, y aunque ya hay voces del Gobierno y voces por supuesto interesadas en el tema de la minería que intentan minimizar la importancia de esa consulta o negarla, yo creo que esa consulta va a tener un efecto grande y multiplicador sobre el resto de la sociedad colombiana donde se van a hacer consultas similares. El país ha sido condenado por la dirigencia a convertirse en un país minero, nos han devuelto a la economía extractiva del siglo XVI, pero la verdad es que aquí si no echamos a andar una agricultura y una industria sanas y adecuadas a la época, pues destruyendo las fuentes naturales y fracturando las montañas y aniquilando el agua no será como vamos a salir de los problemas económicos que tenemos. De manera que hay que seguir viendo la consulta de Cajamarca como un hito, como un ejemplo importantísimo que tiene que seguir la comunidad en el proceso no solamente de rechazar la minería y de proteger los recursos naturales, sino en el proceso de construir una democracia en la que verdaderamente podamos creer.

Expertos en el tema como Juan Pablo Ruiz Soto, miembro del Consejo Nacional de Planeación además de economista y montañista, han dicho que “la minería sostenible no existe. Por definición es la extracción de recursos naturales no renovables y esto niega la posibilidad de una minería sostenible. Esto no significa que no existan diversas formas de hacer minería, unas de alto impacto, por su efecto destructivo sobre el medio social y natural, y otra de bajo impacto”. ¿Usted se come el cuento de esas empresas y gremios que hablan de ‘minería sostenible’ o de políticos como el ex presidente peruano Alan García que aseguran que hay mineras que después de procesar el material devuelven un agua más pura que la que utilizaron para el proceso?

Es que una cosa era la minería en los tiempos arcaicos, la minería de la Edad de Bronce y de la Edad de Hierro, e incluso una cosa era la extracción de metales en los tiempos de la conquista de América cuando los instrumentos con los cuales se hacía la extracción eran mecánicos elementales y se extraía así el oro de la superficie. Aún en el siglo XIX la extracción minera con los primeros rudimentos de la Revolución Industrial, y otra cosa es la minería contemporánea que como ya se han agotado las reservas superficiales de las minas, tendría que socavar la tierra, fracturarla y ahondar no solamente en las fuentes del agua y en las reservas de toda índole. Es una minería que ya no se puede hacer sino con tremendos traumatismos para la naturaleza. Yo no creo que a estas alturas de la historia la minería pueda ser un factor central de la economía de ningún país. Pienso que la economía de los países tiene que contar básicamente con la creatividad, con la fuerza de trabajo de la gente, con la capacidad de transformación de los recursos, pero sobre todo en una estrategia que no sea la de la acumulación ciega de riquezas para unas multinacionales o para unos capitales, sino una economía que se revierta en beneficios para la comunidad y de la que la comunidad sea protagonista. Basta seguir el rastro de lo que han sido las zonas mineras en el mundo a lo largo de la historia para no encontrar prosperidad sino las zonas más arrasadas y más deprimidas del planeta.

Algún dirigente gremial que lo lea va a sospechar que usted es enemigo del desarrollo.

Sí, hay una teoría del desarrollo y una teoría del progreso que consiste en que los recursos son más importantes que las personas, los metales más importantes que el agua y que los bosques. Una idea nefasta del progreso que consistió en pensar que es progreso todo aquello que destruye la naturaleza, todo lo que nos aleja del ámbito natural y que solo es progreso lo que trae incremento del capital para los inversionistas. El progreso se va a medir por el bienestar de las comunidades. Un progreso real se va a medir por la manera como mantengamos el equilibrio de la naturaleza, como podamos proteger unos recursos que no son solo para nosotros sino para las generaciones del futuro. Esa idea del progreso como acabar con el mundo ya, hay que borrarla.

El senador Jorge Enrique Robledo Castillo ha advertido reiteradamente –y también es válido para el Páramo de Santurbán- que las multinacionales mineras van por lo que van, tienen demasiadas gabelas, dejan escasas regalías, pagan pocos impuestos y cuando se marchan escasamente dejan el hueco, si es que lo dejan.

Así es, y yo veo que en Colombia basta ir a Tumaco (Nariño), a las zonas de Antioquia donde tradicionalmente se explotó el oro o a Marmato (Caldas) para ver en qué consiste el bienestar que la minería le puede traer a la humanidad. No podremos negar que Colombia vive en este momento en parte, o vivía hasta cuando se quebraron los precios del petróleo, de las pocas reservas que están señaladas como existentes en el país. Pero si tenemos que vivir tanto del petróleo y de la minería y del oro en estos tiempos, es exclusivamente porque aquí nuestra dirigencia arrasó la agricultura y arrasó la industria, poniéndonos a depender solamente de venderle materias primas al mercado mundial, y nos propuso la interesante teoría de que nosotros tenemos que consumir no lo que producimos sino lo que producen en otras partes. Lo que logró la apertura económica que estamos padeciendo todavía no solo fue desmantelar la incipiente industria nacional y desmantelar la pequeña y la mediana agricultura de Colombia, sino que logró también el efecto inevitable: que como los campesinos no pueden producir sino lo que se consume en el mundo, pues el país se llenó de cultivos ilícitos.

¿Para qué sirve el oro aparte de guardarlo en las bóvedas de los bancos (Estados Unidos tiene almacenadas 8.000 toneladas y China 1.800 toneladas), darle algún uso mínimo en la tecnología y adornar los cuellos, los dedos y las muñecas de los nuevos ricos orientales que no saben en qué derrochar su dinero?

Eso del oro es misterioso. El oro es un metal muy extraño. Casi todos los pueblos lo han visto con respeto y admiración, no tanto por razones económicas sino por motivos culturales y estéticos si se quiere. Los pueblos indígenas aquí por ejemplo consideraban al oro un punto de contacto con la luz del sol y tenían con el oro una relación casi sagrada, y a mí eso me parece mucho más razonable que venir, coger el oro, volverlo lingotes y guardarlo por allá en unas cavernas en Estados Unidos o China.

Una vez que hice una investigación aprendí que el oro no se formó en la Tierra, sino solamente a las altísimas temperaturas de la explosión de las estrellas, que es el vestigio de antiquísimas catástrofes galácticas y en esa medida tal vez allí está la fascinación que despierta en nosotros. Pero esa fascinación la despierta más en la gente que usa una sortija de oro o una cadena, o en quienes utilizan el oro para esos fines rituales, o el oro que se usa para fines muy sofisticados de la industria, y otra cosa es el oro como objeto de tráfico, de enriquecimiento y como objeto de saqueo.


Afirma usted que la democracia no hay que soñarla sino hacerla la realidad, construirla. ¿Es posible anhelar una democracia en un país como Colombia?

Nuestra República fue fundada sobre los ideales de la democracia de la Revolución Francesa. Todos sabemos hoy que ese fue un discurso impostado, que no había una voluntad real de construir una democracia por parte de los primeros poderes que fundaron la Nación y sobre todo de los que se tomaron la vocería de la comunidad un poco después, porque por ejemplo tardaron mucho tiempo en abolir la esclavitud, y la esclavitud ni siquiera fue abolida por razones humanitarias sino porque se volvió mal negocio. Pero aquí el esfuerzo verdadero por incorporar a la vida práctica esos ideales vagos de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, no se hicieron. Todos sabemos que Colombia es un país de exclusiones, de menosprecio por las gentes humildes, por los pueblos indígenas y de origen africano. Todos sabemos en qué condiciones viven hoy los pueblos indígenas y en qué condiciones viven en general los pobres del país, que son una subhumanidad y eso no es una democracia presentable.

La dirigencia colombiana muestra con mucho orgullo su feria de urnas electorales cada cuatro años, pero reconoce que esa feria de las urnas no expresa la voluntad y la opinión de la ciudadanía sino el poder de los recursos que se invierten para hacerse elegir, de las plutocracias que pagan las gigantescas campañas publicitarias que se requieren para esas elecciones, y en esa medida es necesario empezar a hablar de una nueva democracia y de una democracia verdadera.

¿Qué significa una democracia verdadera?

Es aquella en la que cada ser humano tiene un valor. No solo el valor de un voto, sino el valor de una dignidad. Donde cada ser humano sienta que hay oportunidades para él. Un país como Colombia que tiene diez millones de personas en el exilio económico, gentes que no se van para Francia ni para Inglaterra porque quieran conocer la cultura de esos países, sino que se encierran allá en unas cantinas a comer empanadas y tomar aguardientico y añorar el país que tuvieron que dejar y que solamente quieren comer lo que comían aquí porque no les interesa la gastronomía de allí, eso solo significa que están contra su voluntad, sobreviviendo lejos del mundo y ayudando a mantener esta sociedad nuestra.

Construir un país en donde todos podamos habitar, donde todos nos sintamos significados y donde las inmensas mayorías ninguneadas hasta ahora por una casta aristocrática no solamente excluyente y codiciosa sino profundamente ignorante que tiene al país en una situación desesperante, es una prioridad de todos nosotros. Y no es difícil esa reinvención de la democracia. Basta dejar de creer que solo unos cuantos están favorecidos por el privilegio de poder gobernar, que solo unos cuantos tienen derecho a tomar decisiones, y basta amar este país y tratar de protegerlo, lo que no están haciendo quienes hasta ahora lo han administrado.

Quienes asistieron a su charla en el Auditorio ‘Jesús Alberto Rey’ quedaron atónitos cuando usted manifestó que “es alarmante que haya más muertos por un aguacero en Colombia que por una revolución en Venezuela”.

Por supuesto que son comparaciones que se hacen a la luz del diálogo, pero no tienen que ver con una teoría ni mucho menos de lo que pueda ser la situación de nuestros países. Yo siento que Venezuela es un país mucho más pacífico que Colombia. Eso es evidente. Colombia padece una violencia enquistada ancestral y pues una polarización como la que vive hoy Venezuela en Colombia costaría muchísimos muertos cada día. Pero sí me parece importante de todas maneras llamar la atención sobre que aquí muchas veces nos intentan convencer de que todos los desastres y todas las cosas horribles solo pasan en otra parte y hacen todo lo posible por que no advirtamos la profunda dificultad en que vive la mayoría de nuestra población. Estos son hechos son reales. Aquí los muertos de los aguaceros no se deben a los aguaceros, sino a una manera de administrar el país en donde la prevención es poca, el cuidado de la prudencia y de la justicia son pocos y después al final sí tratan con grandes shows publicitarios de mostrar la solución de los problemas, pero solo se quieren solucionar a posteriori. Ya pasó con Armero (Tolima), acaba de pasar con Mocoa (Putumayo)… los gobiernos llegan, pero siempre llegan tarde.

En los dos últimos años los sectores de derecha han organizado marchas protestando contra el Gobierno, contra los acuerdos con las Farc y contra todo lo que se les ocurre. Pero me llama la atención que gritan consignas como “¡Santos guerrillero!”. Si eso fuera así, entonces usted sería Lionel Messi o Napoleón Bonaparte.

Aquí hay mucha desinformación y a cada quien le da por reinterpretar el mundo a su modo. Personalmente soy muy crítico del proceso de paz que se está viviendo hoy en el país, pero no me cabe la menor duda de que ese proceso de paz es necesario. Lejos de mí el pensar que la guerra sea la solución para los problemas de Colombia y durante más de veinte años he abogado por la solución negociada del conflicto. Pero la razón por la cual soy crítico de ese proceso es porque me parece insuficiente, que no está cumpliendo con algunas tareas que son fundamentales para que se pueda hablar de una paz verosímil. Colombia no solo requiere pactos entre guerreros. Está muy bien que se den y que se desmovilicen, pero que no pretendan que allí se agota la paz.

La paz requiere transformaciones profundas. La paz requiere pensar en la gente. Pensar en las necesidades mínimas de ingreso de una población muy grande que no tiene recursos. Y cuando no se tienen recursos no se tiene ni siquiera la dignidad elemental para influir en la vida pública. Tenemos abandonados a nuestros jóvenes en manos del delito, de la guerrilla, de los paramilitares, en manos de las armas aunque sean las armas oficiales, o en manos del microtráfico. No solamente no les brindamos educación y salud, sino que no les brindamos un ingreso básico mínimo que les permita avizorar el fututo con alguna confianza y sentirse parte necesaria de la comunidad. Si esas reformas no se hacen, no creo que haya voluntad de paz real. Una paz que desmovilice unos ejércitos porque son muy incómodos, pero que no viabilice la posibilidad de una vida digna para la comunidad, es una paz muy frágil. Una buena prueba está en que un proceso tan necesario, más de diálogo que de paz y que ha debido recibir un apoyo masivo de la población se hizo tan a espaldas de la gente que al final el ochenta por ciento le dio la espalda. ¿Y qué paz puede ser una paz a la que el ochenta por ciento le da la espalda? Si la paz no se hace con la gente, difícilmente puede abrirse camino.


¿Es posible pensar en una paz en la que los grandes empresarios y los terratenientes no se metan la mano al bolsillo?

Una paz verdadera tiene que implicar una suerte como de negociación múltiple de los muchos poderes que hay en la sociedad. Aquí hay unos dueños de la tierra con los que hay que dialogar, porque esa tierra tiene que volverse benéfica para la comunidad. No se trata casi ni de discutir el problema de la propiedad porque es un problema de productividad, de tributación y de modernidad. En ningún país del mundo la gente se puede dar el lujo de tener cincuenta mil o cien mil hectáreas y que no se traduzca eso en beneficio para un sector considerable de la población. Y eso no tiene que ser un proceso traumático. No tiene que volverse un enfrentamiento entre colonos y propietarios, entre aparceros y dueños de la tierra, pero sí hay que hacer unas alianzas productivas y unos acuerdos que favorezcan a todo el mundo, especialmente a la gente más humilde que está despojada de toda esperanza y de toda oportunidad. Hay que echar a andar una gran y una pequeña agricultura con el contrato básico de proteger la naturaleza y restaurar una naturaleza tan extraordinaria como la nuestra, que está padeciendo de tantas maneras el saqueo y la destrucción. Nuestra tierra es muy exuberante, pero también es muy frágil y si no logramos encontrar ese equilibrio entre nuestro aprovechamiento de la naturaleza y su conservación a largo plazo, pues estaremos cometiendo un suicidio pavoroso. Necesitamos una industria limpia, una sustitución de fuentes de energía y necesitamos que un montón de poderes que existen entre en esos acuerdos. Hay que dialogar con los empresarios que se ven frustrados en sus posibilidades porque no hay ni crédito suficiente ni verdadera interlocución. La gente humilde también tiene que ser un poder. Gobernar debería ser una fiesta del conocimiento y del asombro por un país tan maravilloso y desafortunadamente aquí gobernar se ha vuelto solamente una escuela de odios y de intolerancia.

Santos le dijo a Maduro que la Revolución Bolivariana es un fracaso, y Maduro le contestó que Colombia es un Estado fallido, que hay 5,6 millones de colombianos viviendo en el vecino país, y que solamente durante el año pasado llegaron otros cien mil huyéndolo al desempleo y al hambre. ¿Es una pelea de comadres? ¿Qué es?

Algo que no creo que vaya a llevar muy lejos. Alguien decía y creo que tiene razón, que cada uno de ellos trata de crear un problema afuera para tratar de distraer los problemas internos que son muy graves. Venezuela tiene hoy problemas muy graves de falta de diálogo y de acuerdo que tiene que resolver internamente. Colombia tiene muchos problemas también y no es bueno ni para Venezuela ni para Colombia que el país de al lado se convierta como en el interlocutor de la astucia política, de señalar al vecino como el verdadero causante de nuestros males. Los venezolanos no son los causantes de los males de Colombia, ni los colombianos los causantes de los males de Venezuela. Hay 5,6 de colombianos en Venezuela y han sido muy bien recibidos allá. No sé cuántos venezolanos hay ahora en Colombia pero también han sido bien recibidos. No debería haber motivo de discordia por ese lado. Pero este problema no es tanto para dejar en manos de los políticos, y tienen que ser las comunidades las que estén por encima de los odios políticos y encuentren caminos verdaderamente grandes para enfrentar los desafíos de esta época.

¿Usted ve un presidente Maduro sosteniéndose por la vía democrática o presagia un mar de sangre en Venezuela?

Afortunadamente Venezuela no es un país violento. Si algo han demostrado estos diecisiete años de polarización venezolana es que no es un país violento. Yo estuve hablando con una amiga venezolana que es antichavista y que quiere que el país vaya por otro camino, y ella me decía que había vivido una situación extraña en Colombia, porque un día se estaba quejando de Maduro y alguien le dijo que entonces por qué no lo matan. Ella se quedó alarmada y le respondió que no porque los venezolanos no somos así y no pensamos que todo se resuelva matando gente. Y desafortunadamente en Colombia hay quienes piensan que así se resuelven las cosas, matando gente, y después de un siglo de muertes no hemos resuelto nada porque matar no es una solución. Venezuela me parece ejemplar. Yo admiro a la oposición venezolana porque a pesar de la ira y de la animadversión y de la discordia que vive la sociedad, está lejos de llegar a extremos de violencia como los que ha padecido tantas veces la sociedad colombiana. Admiro también al chavismo que ha intentado hacer cosas muy benéficas para la población humilde. Creo que tendrían campos de encuentro, posibilidades de diálogo tal vez no con una vieja élite petrolera que se siente despojada de esa gran riqueza planetaria, pero los sectores medios y humildes de Venezuela podrían encontrar una agenda común y avanzar por un camino de prosperidad, si logran excluir a los que quieren ser dueños de todo y que nadie más lo sea. Si creo que Colombia puede encontrar su camino, siendo un país mucho más extraviado que Venezuela, mucho más doloroso, más trágico, y que ha padecido una historia de conflictos políticos y de intolerancias escalofriante. Sin embargo creo que Colombia podría encontrar su camino también y que estamos aprendiendo de nuestra experiencia y de la experiencia de nuestros vecinos, a construir las sociedades que necesitamos. En eso no soy apocalíptico. Creo que los pueblos aprenden y maduran, y Colombia va a encontrar su camino, pero sobre todo también en Colombia ese camino pasa por apartar a una dirigencia que ha sido indigna de su lugar y de sus posibilidades.

¿Y el presidente estadounidense Donald Trump ‘qué pitos toca’? ¿En manos de quién está la suerte del mundo?

Tal vez también en eso la historia es sabia. Lo que parece estarnos diciendo la política contemporánea es que cometimos un error al construir unos modelos políticos en los que unos hombres pueden apoderarse de todo aún contra la voluntad de la humanidad. La historia nos está diciendo que vamos a tener que inventarnos un modelo político en el cual la democracia representativa delegue menos tanto poder en unas manos que a veces pueden ser muy sabias y a veces pueden ser muy necias y entonces estamos jugando con candela. Estamos jugando a la ruleta rusa con el modelo de democracia que hemos construido. No sabemos en qué momento la pistola va a disparar sobre nuestra sien. Una de las consecuencias que va a tener el Gobierno de Trump es que va alarmar a la comunidad y le va a enseñar también a los estadounidenses que los ciudadanos deben pesar un poco más y las potestades deben pesar un poco menos. Que esa vieja solución de crear emperadores transitorios que cada cuatro años puedan hacer lo que se les dé la gana no puede ser una democracia en el sentido profundo de la palabra y que tal vez va a haber que corregir tanta centralidad, tanta autonomía de los poderes y también devolverle a las comunidades un poco más de capacidad de decisión con respecto a lo que se hace en los territorios y con respecto a los recursos que se invierten, porque estamos lejos de la democracia que necesitamos.

Fíjese que terminamos esta entrevista sin mencionar si quiera a Álvaro Uribe Vélez. ¿Eso quiere decir que estamos avanzando en Colombia?

Creo que sí y que tanto Uribe como Santos están en decadencia. La vieja dirigencia colombiana, que mangoneó al país durante décadas siempre con la misma lógica que ahora intentan utilizar que es la de polarizar a la sociedad y ponerla a girar no alrededor de ideas sino de personas, no alrededor de soluciones sino de odios, está fracasando porque no está resolviendo problemas. Eso no nos está llevando a encontrar caminos para nuestra sociedad. Después de cien años de esa manera de hacer política, hay que ver el país y su naturaleza, cómo están los ríos, cómo están los páramos, cómo están los glaciares, cómo están los bosques, cómo están las ciudades, cómo está la juventud, cómo está la educación y como está la salud, para entender que de esta catástrofe tenemos que salir renunciando a esa dirigencia y aprendiendo a confiar más en nosotros mismos.

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