Al sureste de Lima, en el Imperio de los Incas, está Machu Picchu (Montaña Vieja), un nombre que debe pronunciarse con reverencia por tratarse de una maravilla de la creación.
Encumbrada en los Andes y con el río Urubamba (Vilcanota) surcándole los pies, encuentro esta montaña sagrada, cuyos vestigios prueban todos los avances de una cultura arrasada por los invasores.
El viaje el tren desde Cusco al poblado de Aguascalientes es la antesala de un encuentro cargado de energía sobrenatural, divina, infinita... o como le quieran llamar.
Lo más recomendable es llegar el día anterior para poder tomar el bus a las 6 de la mañana que lleva a los primeros turistas al recorrido por Machu Picchu y a quienes se registración con antelación y quieren ascender a su montaña gemela, Huayna Picchu.
Machu Picchu fue construida por los incas en el siglo XV, a 2.490 metros sobre el nivel del mar (y del mal que causaron los españoles y posteriores aventureros).
Palacio y santuario, este Patrimonio de la Humanidad es el destinado de miles de turistas peruanos y extranjeros que no quieren perderse la que es considerada una de las siete maravillas del mundo moderno, así no cuente con teleférico y en vez de avestruces tenga llamas, alpacas y cóndores -que de cuando en vez se asoman a reiterar que ellos son los amos y señores de estas cumbres devoradas por la vegetación-.
Fue redescubierto en 1911 por el profesor estadounidense Hiram Bingham, y con el paso de los años se ha convertido en uno de los sitios que hay que visitar, ya sea en plan de mochilero o con todos los lujos, aunque no se requiere tanto dinero para apreciar este tesoro.
Ir a sus principales lugares y construcciones, así como tomar las mil y una fotografías que van apareciendo al menor movimiento de la cabeza, requiere al menos de seis horas, más si se tiene en cuenta que por la altura hay que hacer constantes pausas para descansar y tomar agua.
Claro que la estadía se puede extender hasta las cuatro de la tarde, hora recomendada para tomar el bus de bajada a Aguascalientes y así evitar la congestión que se produce por los visitantes que a esa hora se despiden con nostalgia de estas ruinas en las que en su momento de esplendor Pachacútec fue amo y señor.
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