sábado, 6 de abril de 2013

A solas con 'el hombre nuclear' (Una exclusiva mundial que logré con El Espectador en 1996)

Esta es la primera entrevista que concedió a un medio de comunicación en el mundo Justiniano Torres Benítez, el colombiano condenado por el tráfico de material nuclear, caso que enturbió las relaciones entre Aemania y Rusia. (Publicada en el diario El Espectador el domingo 16 de junio de 1996).
 
Tras cuatro pesadas puertas blindadas de la prisión de máxima seguridad de Landsberg -la misma donde estuvo detenido Adolfo Hitler intento de golpe de estado de 1923 y algunos de los asesinos nazis del Proceso de Nuremberg, está Justiniano Torres Benítez, 'el hombre nuclear', el colombiano que confiesa que no sintió ni una pizca de miedo aquel 10 de agosto de 1994 cuando abordó el avión de Lufthansa en Moscú con 363 gramos de Plutonio-239 y 262 gramos de Litio-6 en su maleta marca Delsey rumbo al aeropuerto de Münich, donde fue detenido en lo que resultaría ser una puesta en escena del servicio de espionaje alemán BND, destapada oportunamente por publicaciones como Der Spiegel y Focus.
 
¿Por qué habría de sentir temor, si el material iba suficiente protegido en tres capas de plomo y no había corrosión y por lo tanto no se corría ningún riesgo de radioactividad?, dice Justiniano. Sin embargo, parte del gran debate es cómo los servicios secretos consintieron que transportara material altamente radiactivo en un vuelo comercial a riesgo de los pasajeros y la tripulación.
 
Esta es la primera entrevista de Justiniano Torres desde su celda en la que paga condena de cuatro años y diez meses por orden de la Audiencia Provincial de Münich. Sus próximas declaraciones, advierte, "serán con autorización de mis abogados y previo acuerdo de un pago".
 
El porte de Justiniano -baja estatura y pasado de kilos, conservando la línea... curva- corresponde más al de un notario de pueblo que al de un hombre que en su momento y pese a no tener antecedentes judiciales fue espaculativamente catalogado como un peligroso delincuente al servicio del dictador iraquí Saddam Hussein y con contactos con la organización separatista vasca ETA.
 
"Sin darme cuenta, pasé a ser el criminal más grande del mundo y El Chacal -el mítico terrorisrta venezolano Carlos Illich Ramírez- quedaba chiquito a mi lado, dice Justiniano mientras apura una cucharada de goulach, parte del suculento almuerzo que un guardia le ha traído para que Justiniano 'no se moleste' en interrumpir esta conversación.
 
"No me arrepiento".
Justiniano iba a recibir por el negocio, junto a sus socios españoles Julio Oroz Eguía y Javier Bengoechea Arratibil, la tentadora suma de 276 millones de dólares, pero muy tarde se percató de que era un montaje de los servicios secretos germanos bien con propósitos electorales o bien para demostrar su eficacia y justificar su existencia, y de paso desacreditar la seguridad de las autoridades rusas frente a los cientos de instalaciones y basureros nucleares que quedaron de la Guerra Fría.
 
Hoy asegura -pensando y repensando los términos que emplea para no complicar aún más su situación- que "no me arrepiento, sabía lo que traía y que por esa misión me podía ganar muchos millones. La platica que iba a recibir me servía para salir de unas deudas, asegurar mi futuro y el de mi familia y el resto dedicarlo a ayudar a los gamines de Bogotá".
 
Un botín para compartir
Justiniano, nacido en un camino de herradura en Salazar (Norte de Santander), "a tres horas de lo que llaman civilización", aprendiz de seminarista en Floridablanca, ascensorista en Cúcuta, mesero del hotel Hilton en Bogotá y médico en Krasnodar (Rusia), con estudios en cancerología gracias a una beca y a pesar de las burlas de sus conocidos, dice que para este último propósito -"no darles el pescado a los niños de la calle sino la oportunidad para pescar- amigo constituido con diez amigos más la fundación Fatesco, con personería jurídica 320 de la Secretaría de Gobierno de Bogotá, y abierto una cuenta en Corpavi con unos pocos pesos.
 
"Buena vida"
Torres, que afirma no tener afán por salir de la cárcel de Landsberg -donde lo operaron de apendicitis- sostiene que cree mucho en Dios y "lo veo muy de cerca". "Tenía un Cristo, pero me lo quité y lo voy a fundir para hacer uno resucitado. Cristo en la cruz es Cristo muerto, la iglesia Católica es la negación de Cristo, dice, y advierte que no tiene temor a ser castigado por sus palabras. "A quienes han excomulgado les ha ido bien y sino mire el caso de (Simón) Bolívar o de (Martín) Lutero", apunta.
 
Sin embargo, da gracias por encontrarse en la mejor de las cárceles de Alemania y lo dice con conocimiento de causa, porque no solo estuvo en la de Garmich -donde apenas podía tomar una hora de sol-, sino que recientemente fue llevado a visitar otra más y allí notó la diferencia.
 
Su celda es individual, sus cubiertos están marcados, desayuna café con mermelada y pan, y como no trabaja -aunque dentro de la prisión hay pequeñas empresas particulares que pagan a un dólar la hora-, se dedica a darle los retoques a su libro de 240 páginas que empezó como la historia de su vida y replanteó en la página 50 hacia una nueva teoría del desarrollo de la humanidad. "No es mi obra, sino siento que es algo que me han dictado", declara Justiniano.
 
Su obra, escrita en una máquina marca Torpedo que le facilitaron en esta cárcel a orillas del río Lech (Baviera), habla del amor, de la fe, de un salto de la quinta a la séptima dimensión... y se ríe.
 
Cada mediodía viene sin prisa y con su almuerzo, y "podemos repetir pavo, pernil de cerod, pescado, hígado, ternera y de vez en cuando pollo".
 
Después de una horas de trabajo en la tarde -para los que voluntariamente lo escogieron y también para los que como él no lo hacen-, Justiniano puede leer a Julio Verne o Alejo Carpentier, ir a la piscina, jugar pimpón, fútbol o ajedrez, en el que emplea la salida clásica española que le ha valido para ganar un noventa por ciento de las partidas. Los domingos hay conciertos de música clásica que dan algunos de los detenidos, incluido un profesor español que se ha convertido en su mejor amigo. Ya sugirió que instalen una mesa de billar, como las que abundaban en Ocaña.
 
Justiniano va a la capilla, pero a llamar dos veces por semana a sus familiares en Bogotá y Moscú, donde está su esposa Natalia y su hija Cristina, de 11 años.
 
Optimista
El considerado cabeza del 'Plutoniogate' que llevó al canciller germano Helmut Kohl a reclamar medidas al presidente ruso Boris Yeltsin para frenar el contrabando nuclear,  y que se vanagloria de haber exportado a Colombia los primeros y enormes helicópteros rusos que llegaron al país -13 en total, de los cuales uno se cayó en Boyacá-, manifiesta que estos casi dos años tras las rejas "han sido de descanso, estoy tranquilo y para mí ha sido la felicidad porque antes trabajaba mucho".
 
De los momentos difíciles asegura que si acaso lo fue el primer día de encierro, pero que ha sido su familia la que ha cargado con el sufrimiento. El suicidio ni la depresión han pasado por su mente.
 
Piensa que hace rato debió haber recobrado la libertad, "pero a mi abogado no le interesaba que yo me fuera y por eso tuve muchas discusiones con él y terminé prescindiendo de sus servicios".
 
Su mutismo y desconfianza de un principio, poco a poco fueron quedando atrás y hoy agradece la ayuda y el apoyo moral que en los momentos decisivos, y a pesar de los limitados recursos de su despacho, le ha brindado el cónsul colombiano en Münich, Ricardo Mosquera Mesa.
 
Torres dice que desde 1992 se venía planteando el negocio del material nuclear, para el que le dieron "suficientes garantías bancarias para el pago". "Antes de hacer el viaje fatal le dije a mi mujer que así podría solucionar mis problemas y hasta aplicar algunos inventos que he hecho. Yo quería que el negocio fuera en Moscú y me negué a venir a Alemania, peor por las presiones terminé cediendo".
 
Con una sonrisa de oreja a oreja, Justiniano anota: "Dios no está bravo sino contento, porque en su nombre se han hecho cosas peores. Se supone que por tarde el 20 de octubre de 1997 -cuando cumpla 40 años de edad- debo estar libre, pero pueden suceder muchas cosas...".
 
Pidiendo la reserva absoluta sobre sus planes, brillan los ojos de Justiniano y expresa que confía en que con la verdad triunfe la justicia.
 
No sabe, sin embargo, que va a hacer cuando salga de prisión, si reorganizar sus negocios en Moscú o disfrutar de "otras" vacaciones en una playa del Caribe, sin estar pendiente de su reloj, que no tiene baterías de litio y que por ser desechable pronto tendrá que botar a la basura.
 
Tras las huellas de una maleta
Las primeras líneas de las agencias de noticias estaban lejos de la realidad. El Plutonio y el Litio hallados en la maleta de Justiniano Torres no iban con destino a Iraq o a la Eta. A medida que se fue deshaciendo el entuerto, los hilos llevaron a un montaje en el que Justiniano aparecía como la cabeza, pero tras el cual estaban muchas personas, incluido el servicio de espionaje alemán BND.
 
Esta noticia, que le dio la vuelta al mundo el 10 de agosto de 1994, se transformó primero en una 'enfrentamiento' entre Alemania y Rusia, y luego en un escándalo, con visos de crisis política hábilmente aprovechada por la oposición, en el que se descubrió que se había echado mano del engaño y de falsos compradores de material nuclear con fines hasta hoy no determinados con exactitud.
 
Gracias a las declaraciones de un agente encubierto, el exguardia civil español Rafael Fereras, se supo que fue en Madrid que se 'cocinó' la Operación Hades, detrás de la cual estaba la Policía de Investigación Criminal de Münich que cedió la iniciativa al BND, que por consiguiente estaba al tanto de este delito internacional y no hizo nada para evitar poner en peligro la vida de los pasajeros del avión en que viajó en una maleta común y corriente el material de Moscú a Münich.
 
Solo cuando se sintió traicionado fue que 'Rafa' decidió 'cantar', peor ya habían sido condenados el colombiano y los dos españoles.
 
Justiniano y sus amigos cayeron en la trampa, y después de ofrecer unas pequeñas muestras del material, cuya calidad fue verificada, se decidieron por el negocio de sus vidas. Los 'cebos' querían cuatro kilogramos de Plutonio, material enriquecido indispensable mas no suficiente para elaborar una bomba nuclear.
 
La exigencia se redujo porque se requería con prisa el 'encargo' y ese 10 de agosto Justiniano Torres fue capturado el bajar del avión en el que 'coincidencialmente' viajaba el viceministro ruso de Asuntos Atómicos, Víktor Sidorenko. La historia sigue en manos del Parlamento Alemán, Bundestag.
 
De su puño y letra
"Un saludo al pueblo colombiano a través de El Espectador, que ha tenido a bien visitarme en mi reclusión en Landsberg.
 
Sé que mis compatriotas se encuentran en similares circunstancias a las mías, víctimas del sensacionalismo que lo único que hace es ocultar la verdad y crear condiciones para que se imponga el noeobscurantismo que nos impide romper las cadenas de la esclavitud.
 
De mi caso, más pequeño que una mosca, han hecho no un elefante sino un mamut.
 
Mi mensaje es de esperanza. Sé que, como dijo Jesucristo en una de las pocas enseñanzas que han podido lelgar hasta nosotros, 'la verdad nos hará libres', y tanto en vuestro caso como en el mío, ella se abrirá paso y esta experiencia nos servirá para subir un escalón más, de la democracia a la verocracia".
 
Esta es la breve nota que Justiniano escribe de su puño y letra desde su celda en el castillo de Landsberg, a 50 kilómetros de Múnich, capital del mayor estado federal alemán, Baviera.
 
Justiniano recuerda que en una celda como la suya, el mosntruo de Hitler escribió durante 263 días su tristemente célebre libro "Mi lucha", documento base de su ideología nazi. Un fantasma sepultado por la historia y por los alemanes, hoy dedicados a la reunificación con sus hermanos del Este y a la construcción de una Europa para todos.
 
Torres también ha desenmarañado su teoría sobre "la verocracia, el poder de la verdad, que hay que buscarla, y la ciencia es la que tiene que hacerlo". Ahora busca quién le haga el prólogo y dice ya tener ofertas por el anticipo de uno de sus capítulos.

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