(Esta nota la publiqué el 29/12/24 en el periódico Vanguardia, de la ciudad de Bucaramanga, Colombia)
Un marino socorrano revela la historia detallada, salpicada de desatinos y horrores, de la que fuera una de las empresas insignias de este país.
Por un instante, piense que el gerente de una compañía ignora los fundamentos del negocio, que por sus trabajadores estar de jolgorio se daña una de las máquinas o que no cobran los cheques con que sus clientes les pagan sus servicios...
Sí, una lista interminable de hechos inverosímiles, de decisiones erróneas, más torpeza y falta de olfato, fueron los factores que llevaron al hundimiento de la Flota Mercante Grancolombiana (FMG), un gigante que durante décadas tuvo en sus manos el negocio del transporte de carga desde y hacia Colombia, que estuvo exento de impuestos y del pago de derechos portuarios, y sin embargo fracasó.
“La patria en los mares”, ese fue el lema de una empresa creada en 1946 con un capital de 35 millones de dólares, y de la que inicialmente fueron socios tres países (Colombia, Venezuela y Ecuador). Su primer gerente fue el veleño Álvaro Díaz Sarmiento, quien condujo con pulso firme el timón de la Flota durante los siguientes 38 años.
La FMG alcanzó a tener 25 buques propios y 80 alquilados y tocar 147 puertos de 50 países. La Flota hizo posible que nuestro café llegara a lugares tan remotos como Japón e incluso se dio el lujo de contar con oficinas de 1.500 m2 en el piso 16 de la Torre 1 del desaparecido World Trade Center de Nueva York, una excentricidad que muchas corporaciones americanas ni siquiera podían soñar.
En 1994 mandaron a construir dos modernos barcos portacontenedores de última generación en los astilleros de Hyundai (Ulsan, Corea del Sur), que diseñados al gusto del comprador y alcanzados a marcar con los nombres de “Providencia” y “Álvaro Díaz”, jamás navegaron con las insignias nacionales porque a la hora de su primer zarpe desde las oficinas de Bogotá ordenaron venderlos por necesidades económicas de la compañía a unos griegos por el precio de 34,2 millones de dólares cada uno, siendo rebautizados “Thermaikos” y “Dorikos”.
Fue tal la abundancia de la FMG que uno de sus presidentes, el político nortesantandereano Enrique Vargas Ramírez, en 1989 en la costa de Manhattan al ver el yate de lujo del magnate (hoy reelecto mandatario) Donald Trump, se antojó y por poco manda a comprar uno similar para no quedarse atrás.
Su músculo financiero era tan robusto, que hasta dio para meterse en un negocio paralelo del que no tenían la más remota idea: el transporte de pasajeros. Por esa razón es que el “Crucero Express”, que iría a Cristóbal (Panamá) y vendría a Cartagena, resultó en un estruendoso fracaso en la administración de Luis Fernando Alarcón Mantilla, al tener 150 tripulantes, dos orquestas y 12 despampanantes bailarinas rusas, con una capacidad para 750 pasajeros pero que realizó viajes con apenas 30 usuarios, dejando pérdidas estimadas en más de 40 millones de dólares.
La FMG también fue aprovechada por delincuentes que utilizaron camarotes, extintores y ‘torpedos’ soldados a los cascos de motonaves para llevar cargamentos de marihuana y luego de cocaína a Norteamérica y Europa, forzando a los sabuesos gringos a crear un comando de buzos expertos en sumergirse para detectar los alijos y por los que más de una tripulación se vio en aprietos con la Guardia Costera, debiendo la Flota pagar cuantiosas multas.
Cuesta trabajo entenderlo, pero la FMG registró accidentes como el del buque “República de Colombia” que debido a una falla en el timón colisionó con uno de bandera americana, en cercanías al Triángulo de las Bermudas, sin que el oficial de guardia en el puente y el timonel alertaran de este siniestro que llevó a la muerte de un ingeniero y daños por más de un millón de dólares. O el barco “Ciudad de Pasto” que se salió de rumbó y encalló en la zona protegida de corales de la Florida, mientras en cubierta celebraban un coctel para agasajar a un candidato presidencial (Virgilio Barco Vargas). O el mismo “Ciudad de Pasto” que navegando entre Los Ángeles y Yokohama (Japón), fue golpeado por una ola que hizo que entrara el agua a su sala de máquinas, generando escenas de pánico que llevaron al capitán y a su primer oficial a abandonar el buque y su tripulación en una actitud vergonzosa que iba contra todo principio ético.
Episodios que parecen sacados de una película surrealista pero que narra con lujo de detalles Guillermo Sierra Barreneche, un marino socorrano de 81 años, que durante 32 navegó sin parar y que desde su lugar de retiro en Piedecuesta se atrevió a contar indelicadezas y desatinos de quienes llevaron a que la FMG se fuera a pique.
“Gloria y Naufragio de un Coloso” es el libro de 323 páginas que llega a su segunda edición, en el que Sierra Barreneche –formado en la Escuela Naval de Cartagena– tiene la memoria para revivir los años de prosperidad de la naviera, así como las decisiones erradas, con nombres y apellidos, lo mismo que la interminable cadena de desaciertos que condujeron indefectiblemente a su liquidación ordenada por la Superfinanciera en el año 2000, como las concesiones onerosas a los pliegos de peticiones de los sindicatos, su exagerada burocracia o los barcos multipropósito hechos en Polonia con motores sobredimensionados que consumían más del doble de combustible que lo normal.
Colegas y amigos le recomendaron que no lo hiciera porque se granjearía la enemistad de los protagonistas –algunos de ellos paisanos–, pero él sacó los bríos suficientes para contarles a quieres conocieron el calado de la FMG, cómo fue que se llegó a su hundimiento a pesar de registrar años como el 1992 con 173.000 millones de pesos de utilidades.
De la Flota Mercante Grancolombiana, que tuvo un barco bautizado “Ciudad de Bucaramanga”, solo queda la nostalgia entre quienes la conocieron y los pleitos de cientos de oficiales y tripulantes que al día de hoy siguen reclamando el pago de sus derechos pensionales, ante una Federación Nacional de Cafeteros que sacó provecho de la FMG y cuando debe responder por esa carga prestacional simplemente responde que no lo puede hacer porque se asfixiaría económicamente, así el Tribunal Superior de Bogotá y la Corte Suprema de Justicia le hayan ordenado que debe responder económicamente a quienes en su vejez se niegan a morir en el abandono.
El otro vestigio es el bambuco “Almirante”, compuesto por Alberto Acosta Ortega e interpretado en violín y guitarra por Jaime y Mario Martínez Jiménez, Los Hermanos Martínez.
La FMG fue un coloso cuya partida de bautismo la firmaron hace 78 años con la pluma del propio Libertador Simón Bolívar los presidentes Alberto Lleras, Rómulo Betancourt y José María Velasco, pero que recibió un entierro de tercera categoría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario