martes, 21 de enero de 2025

“Azul pálido”

(Esta columna de Donaldo Ortiz Latorre fue publicada el 16 de diciembre de 2024 en el periódico Vanguardia, de la ciudad de Bucaramanga)

 

Esta exposición que se realizará en la generosa Casa Cultural El Solar retrata al grandioso páramo, al abuelo y a la nieta, en las crestas de esas montañas donde habita el cóndor.

Borges cita a Theodor Fechner, un filósofo alemán, que pensaba que todo tiene vida y esa vida estaría dormida en las piedras; luego en las plantas de las cuales “podemos suponer que sueñan”, hasta llegar a los animales que, como las aves, pueden traer mensajes de otros mundos. Las hormigas y abejas milenarias deben tener sueños de otras colonias que se repiten en este maravilloso mundo que tiene luna y sol y en el que corre Dios como agua. “El agua es Dios corriendo”, pero el Homo Sapiens (Hombres sabios) es demasiado autodestructivo como para valorarlo.

Estamos al borde de un colapso ecológico “causado por el mal uso de nuestro propio poder”, palabras del profeta y científico judío, Yuval Harari. Aunque hemos acumulado poder e información del mundo nuestro y de galaxias remotas no somos sino el punto “azul pálido” de Sagan. “Eso es nuestro hogar. Eso somos nosotros. La suma de nuestras alegrías y sufrimientos, cada héroe y cobarde, cada rey y campesino, cada madre y padre, cada político corrupto, vivió ahí, en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.

La tierra no deja de ser un “punto pálido azul y bello” en la arena cósmica. No somos nada, sino seres pretenciosos que despreciamos todo, mientras nos matamos los unos a los otros. Pronto nos convertiremos en una “Torre de Babel”. Con todos los adelantos nos seguimos preguntando ¿por qué destruimos todo? Mares, nevados, montañas, seres humanos.

En esa pretensión, Arabia Saudita, construye una ciudad lineal de 170 km alejada de la polución y de los demás seres humanos (un mundo cada vez más desigual e inestable). Una ciudad marciana, una nueva Babilonia. Costará 500 mil millones de dólares. Cada edificio de 500 metros de alto, todos juntos, con una gran muralla de espejos, “llena de robots hogareños, una playa con aguas luminosas en la noche.

Todo esta introducción para hablar de la exposición: “Santurbán a paso de Molano” con bellas fotografías y textos de Pastor Virviescas, que se subió al Páramo de Santurbán hace 12 años con Alfredo Molano, “ese personaje andariego de tenis de tela, y que llegó a tener 126 pares.

Subieron a 3.550 metros sobre el nivel del mar, mientras “Antonia, su nieta, volaba fresca como un colibrí disfrutando ese frágil ecosistema”. Esta exposición que se realizará en la generosa Casa Cultural El Solar retrata al grandioso páramo, al abuelo y a la nieta, en las crestas de esas montañas donde habita el cóndor.



El Páramo de Santurbán a paso de Alfredo Molano

(Esta nota la publiqué en el periódico Vanguardia, de la ciudad de Bucaramanga, el 15 de diciembre de 2024)

Fotografías inéditas del renombrado escritor bogotano, que estuvo en el páramo acompañado de su nieta Antonia, y dejó para la historia dos conmovedoras cartas.

El nombre de Alfredo de la Cruz Molano Bravo (1944-2019) genera admiración entre los miles de lectores que saben que este sociólogo, historiador y periodista es de los pocos con conocimiento para hablar de la realidad colombiana porque recorrió el país de cabo a rabo, ya fuera a pie, en chalupa, flota intermunicipal o a lomo de mula.

Pero para quienes no lo sepan, este bogotano escribió obras como “Los años del tropel: relatos de la violencia”, “Trochas y fusiles”, “Selva adentro: una historia oral de la colonización del Guaviare” y “Ahí les dejo esos fierros”, por solo mencionar cuatro de los más de 30 textos de consulta obligatoria para el que pretenda aproximarse a las raíces y el devenir de tantos conflictos que nos han desangrado.

Capítulo aparte es “Cartas a Antonia”, las conmovedoras reflexiones y enseñanzas de un abuelo a su nieta. Son 311 páginas editadas por Penguin Random House, las cuales después de su partida al infinito fueron compiladas por su hijo Alfredo Molano Jimeno, hasta hace unos meses reportero de El Espectador, diario en el que su padre también brilló como columnista y cronista, así por ello lo intimidaran y tuviera que marcharse al exilio.

Molano Bravo “estuvo unos siete u ocho años viviendo, o mejor, sobreviviendo, fuera de Colombia por cuenta de que a Carlos Castaño le parecía que su pluma era más peligrosa que la guerrilla, y lo sentenció con algunas cartas amenazantes, entre ellas una escrita en la primera página de El libro negro del comunismo”.

La pluma de ese hombre corajudo y frentero, alumno en la Universidad Nacional de íconos como Orlando Fals Borda y Camilo Torres Restrepo, es la que plasmó en tinta y papel tantos testimonios recogidos en las montañas y selvas, los cuales retratan con lujo de detalles los variopintos fenómenos sociales colombianos, con los campesinos y colonos como fuentes imprescindibles.

Ese personaje andariego de tenis de tela (llegó a tener 126 pares), chaleco de lana y mochila fue quien el 2 y 3 de diciembre de 2012 subió hasta Berlín, Silos, Vetas con sus lagunas, California, Suratá y Matanza siguiéndole el rastro al tema del páramo de Santurbán y al espinoso asunto de la megaminería. Pero no lo hizo solo. Estuvo acompañado de su nieta Antonia, quien por la época tenía seis años, así como de la activista Alix Mancilla y un periodista intruso que no hacía más que observar cada detalle y disparar su cámara, incrédulo de semejante visita.

De ese extenuante recorrido en el que la falta de oxígeno en sitios de hasta 3.550 metros sobre el nivel medio del mar le fatigaba, mientras Antonia volaba fresca como un colibrí disfrutando ese frágil ecosistema, quedaron al menos 700 fotografías que los muestran dichosos, pero a la par inquietos porque en ese momento, como ahora, no se sabe con certeza si primará la necesidad de preservar –por encima de todo– esa fuente de vida o si se impondrá el interés extractivista, aupado por quienes aseguran que es imposible no aprovechar tanta riqueza de oro, plata y otros metales acumulada en esas cumbres borrascosas, que ha deslumbrado y hasta enceguecido a tantos lugareños y buscadores de tesoros desde el desembarco hace 532 años.

Esas imágenes permanecieron 12 años guardadas junto a millones de paisajes y rostros en un hermético disco duro, hasta que llegó el momento, de manera súbita como aparecen y se esfuman las densas nubes, de seleccionarlas, ampliarlas y documentarlas para una conmovedora exposición que se abre este domingo 15 de diciembre en la Casa Cultural El Solar, ubicada en la calle 34 # 8 – 10.

Son 35 fotografías en las que se muestra a un hombre de 68 años desviviéndose por su nieta, quien por las circunstancias del momento adoptó el nombre de Violeta para así caminar desapercibidamente por esos riscos repletos de frailejones y nacimientos de agua, bajo la mirada recelosa de los que se preguntan por qué tantos forasteros se interesan por conocer y defender el páramo.

“Fue tanto el amor y el miedo que tenía de no poder estar para ella cuando fuera adulta, que hace años decidió escribirle un libro”. Y es que “Cartas a Antonia” aparte de una bitácora de recuerdos, es el compendio de las enseñanzas y reflexiones que Alfredo le dejó a su nieta, pero también a quienes de la mano de sus descendientes y amigos recorran esta exposición que en tiempos de Navidad se convertirá en un alimento para el alma, así como un espacio didáctico para enamorarse irremediablemente del páramo de Santurbán.



De Ciudad Norte a Barcelona y Madrid

(Esta crónica la publiqué el 30 de junio de 2024 en el periódico Vanguardia, de la ciudad de Bucaramanga, Colombia)

El destino unió a una joven colombiana mutilada por las minas antipersona con un laureado corresponsal de guerra español, quien con sus libros y exposiciones les pone rostro a miles de víctimas en el mundo.

La vida de Mónica Paola Ardila en San Pablo (sur de Bolívar) transcurría como la de cualquier niña campesina de siete años que cada tarde regresa dichosa de la escuela. Pero ese 21 de febrero de 2003 un episodio fatal le destrozaría su cuerpo y sus ilusiones.

Al sentir la necesidad de orinar, se desvió a un matorral, tropezó y activó una mina antipersona. La explosión la dejó ciega y le cercenó la mano derecha, así como tres falanges de la izquierda, provocándole cicatrices imborrables en su cara y pecho.

De ahí en adelante empezó una pesadilla que jamás concluirá, pasando por maltrato, violación, intentos de suicidio y abandono, más la condición misma de miles de personas que en el conflicto armado interno han sido blanco de estos enemigos ocultos cuya fabricación no vale más de tres dólares, y que han sido sembradas por guerrilleros, paramilitares y el propio Ejército regular.

Y si los ángeles de la guarda existen, el fotoperiodista español Gervasio Sánchez encabeza la lista, ya que al enterarse de este insuceso ha venido con frecuencia a Colombia y le ha hecho tal seguimiento al caso que en esta ocasión permaneció diez días en Bucaramanga visitando a Mónica Paola, que acaba de ser madre del niño Denil Dael, a quien se aferra en su casita del barrio Villa Rosa (adquirida con la indemnización del Estado).

‘Gerva’ es el autor del libro “Vidas Minadas, 25 años”, cuya impecable edición de 2,8 kilos presentó junto al actor danésestadounidense Viggo Mortensen (Aragorn en la película “El señor de los Anillos”) en Madrid, ciudad en la que las imágenes de Mónica Paola forman parte de la exposición de amputados por minas en Camboya, Afganistán, Irak, El Salvador, Nicaragua, Angola y Mozambique, que ha estado abierta en la Sala Picasso del Círculo de Bellas Artes, lo mismo que en el Palau Robert (Barcelona), La Lonja (Zaragoza) y el Museu Valencia d’Etnologia (Valencia).

Para Gervasio las víctimas no son meras cifras. Con el mayor profesionalismo y respeto, él muestra sus cuerpos mutilados, narra su dolor, relata su superación y nos sensibiliza frente al horror de las guerras, “que no terminan cuando se firma un pedazo de papel ni cuando Wikipedia lo dice”.

Gervasio ya retornó a España. Fue a su casa en Zaragoza, abrazó a su esposa Choco y su hijo Diego, con quienes se marchó a disfrutar del concierto de Bruce Springsteen, en una cortísima pausa que le permite su oficio de corresponsal de guerra y colaborador de medios como El Heraldo, de Aragón, y la cadena SER. El 4 de julio partirá a Croacia, y de allí vendrá a cubrir las elecciones presidenciales en Venezuela, para luego marcharse a Ucrania y después a quién sabe qué conflicto donde no lo han llamado.

Lugares todos en los que el retrato de Mónica Paola, junto a los de Sofía Elface Fumo, Justino Pérez, Joaquina Natchilombo, Adis Smajic, Mao Rattanak, Fanar Zekri, Sokheurm Man y Medy Ewaz Alí, entre tantos otros, permanecerán en su mente por cuanto ya está preparando la exposición “Vidas Minadas 50 años”, que tendrá lista para 2049 porque está convencido que contará el cuento hasta los 104 años, con la vitalidad propia de aquellas temporadas de mesero en las playas de Tarragona y estudiante de periodismo.

Un ejercicio impecable que inspira a que escritores como la renombrada Irene Vallejo Moreu, autora de “El infinito en un junco” y “El silbido del arquero”, manifieste: “Aunque la fotografía es un arte mudo, posee una asombrosa capacidad para dar voz. Las extraordinarias imágenes de Gervasio hablan el lenguaje proscrito de los supervivientes silenciados. Su mirada desvela rostros que, a lo largo de los años, vida tras vida, disparo a disparo, retrato a retrato, narran una historia secreta, plasman biografías rotas. Estas instantáneas expanden el tiempo para convertirse en relatos de esperanzas segadas. Resuenan, cuentan, contienen la reverberación de un dolor antiguo que sigue palpitando. En silencio, claman”.

O que el reportero estadounidense Jon Lee Anderson, maestro de la Fundación Gabo de Periodismo y quien ha publicado libros como “La caída de Bagdad”, diga: “Con su presencia inquieta y llena de empatía, Gervasio –una ‘peste’ con un corazón enorme– nos recuerda la importancia de la conciencia moral”, recordando que el obstinado e incómodo Sánchez ha tenido los pantalones para levantarse ante políticos españoles de diferentes pelambres para denunciar la hipocresía de su gobierno con las ventas internacionales de armamento.

Gervasio va y viene. Regresa a donde los fantasmas no permiten que otros colegas se asomen de nuevo. En su hombro cuelga un pesado morral con la cámara que no desampara. A la mano lleva el computador y el celular con los que monitorea día y noche el acontecer mundial y los partidos del que insiste en llamar ‘el mejor equipo del mundo’, porque eso cree del combinado de su país. El resto de su equipaje son un par de camisas y pantalones, unas pantuflas, así como un pequeño tarro de champú y otro de jabón del último hotel en el que estuvo, y una carpeta con dietas que no acata. El cupo lo completa con paquetes de jamón ibérico y fuet catalán para obsequiarle a sus anfitriones. Queso no, porque lo detesta y es alérgico.

Así es la existencia de este cordobés ganador de 30 premios entre los que se cuentan el Ortega y Gasset y el Rey de España, quien con “Vidas Minadas, 25 años”, lanza un grito desgarrador contra una terrible injusticia y un drama diario, el luchador sin máscara contra el cinismo y la hipocresía de gobernantes que se refugian en la falta de transparencia y la impunidad, “incapaces de tomar las decisiones trascendentales que sirvan para poner fin a tantas tragedias ocultas en el gran negocio de la guerra y la muerte”.



Confirmado: Los Corraleros de Majagual no se cansan

(Esta crónica la publiqué el 8 de septiembre de 2024 en el periódico Vanguardia, de la ciudad de Bucaramanga)

Todo era oscuridad y silencio. Hasta que un día, hace 62 años, se juntaron las voces de leyendas como Calixto Ochoa, Eliseo Herrera, Julio Ernesto Estrada ‘Fruko’, Lisandro Mesa, Chico Cervantes y Alfredo de Jesús Gutiérrez Vital (Sucre, 1943). Ahora son Dino, Walfredo y Alfredo, tres de los 12 hijos del triple rey vallenato, quienes mantienen vivo el nombre de Los Corraleros de Majagual, la agrupación que puso a bailar durante dos horas a más de 650 asistentes a la clausura de la XXII Feria del Libro de Bucaramanga, de la Universidad UNAB.

Pronunciar esa cuatro palabras es caer de inmediato en la tentación de subir el volumen para gozar el Festival en Guararé, La paloma guarumera, La burrita, El vampiro, Cumbia saramuya, Del tingo al tango, Pajarito platanero y Los sabanales, dentro de un repertorio interminable de éxitos que suenan sin cesar tanto en diciembre como en cualquier mes u ocasión del año y que se han transmitido por generaciones de costeños y cachacos que van a la fija cuando en sus juergas Los Corraleros de Majagual mandan la parada.

Horas antes de acostarse en la tarima del Gran Salón de Neomundo para divertirse al estilo desparpajado de su padre interpretando uno de los ocho acordeones marca Hohner que trastean a cada presentación, Walfredo se sentó al lado de Dino para contar recuerdos y secretos de un combo al que no le faltan astutos imitadores que se promocionan como si de los originales se tratara.

Avión, bus, chalupa o caballo los han llevado por todos los rincones de la geografía nacional desde sus inicios en 1962, alentados por Antonio Fuentes (fundador de Discos Fuentes) y adoptando esa denominación como un homenaje a la Plaza Majagual, de Sincelejo (Sucre), y las famosas corralejas de cada 20 de enero.

“De niñitos era frecuente ver a Calixto, Eliseo y Lisandro ensayando en un quiosco del patio de nuestra casa y convivir con ellos. Eso sirvió de mucho porque cuando fuimos llamados a Los Corraleros de Majagual había una familiaridad con esa música”, afirma Dino.

De forma espontánea y a capela tararean: “Pupún-sipigapa Ripi-ripiyopo Mepe-quepe-mopo Lapa-ropo-papa Popo-repe-sopo Mapa-nohe-pelapa Mepe-quepe-mopo Lapa-ropo-papa Sipigapa ripi-ripiyopo Fue por loco quepe-mopo Sipigapa ripi-ripiyopo Meque-mopo la-ropapa”. Es la letra de “La adivinanza”, que en la cadencia de su jeringonza significa: un cigarrillo me quemó la ropa. Una tarea que le queda al oyente porque en la canción no lo dicen explícitamente.

“Hay que entender que el formato de Los Corraleros de Majagual es único e inigualable en la historia musical de Colombia, porque es un grupo en el que no hay un solista nada más sino varias figuras. Imaginen juntos a tantas estrellas que compaginaban de tal manera y que hicieron que la agrupación siga tan vigente con sus éxitos como si hubieran salido ayer”, señala Walfredo.

Son tantas las canciones que para cada concierto deben rescatar, investigar y ensayar incontables letras que conservan sus fanáticos en sencillos o discos de larga de duración que se hacían en vinilo, las cuales les reclaman en Bogotá, Santander o México, país en el que cuentan con miles de seguidores. Solo a modo de referencia hay que decir que del 15 Festival Nacional de la Mejorana, el distrito panameño de Guararé ya va por la edición 75. “Tendrían que invitarnos a siete Ulibro más para que pudiéramos medio tocarles el grueso de nuestro repertorio”, dice Walfredo y después suelta una carcajada.

Lo corralero es una combinación de la música de bandas y la de acordeón sabanera, según sostienen entendidos como Darío Blanco, quien atribuye a esta agrupación un papel protagónico en la difusión y adopción de la música caribeña colombiana en Latinoamérica, con Alfredo Gutiérrez a la cabeza. Aparte del acordeón, los otros instrumentos que hacen posible su parranda en ciudades como París, Bruselas o Ámsterdam son trombón o bombardino, saxofón, bajo electrónico, congas, caja vallenata, guacharaca, timbal, platillos y cencerro.

El periodista cultural, escritor y moderador Juan Carlos Garay Acevedo, de la Radio Nacional de Colombia, lo subraya: “Los Corraleros de Majagual no son solamente una orquesta del pasado, sino que está muy viva y presente”, rememorando sus raíces descomplicadas y alegres.

Se agotarán primero el infatigable conejo rosado y las pilas Duracell que los integrantes de Los Corraleros de Majagual. Dino, Walfredo y Alfredo, con su ‘manager’ Tony Cabarcas y los demás integrantes, tienen cuerda para sobrepasar con tanto derroche de energía los 81 años de su padre, ‘El rebelde del acordeón’.

“¡Nos fuimos!”, dijo hace décadas Chico Cervantes, y lo repite Dino, cabeza del equivalente a La Sonora Matancera, como fue el sueño de Antonio Fuentes. Su legado perdurará con la fundación musical que funciona en Sincelejo, con el propósito de sembrar esa semilla de la Dinastía Gutiérrez en niños de 5 a 15 años a quienes acogen con los brazos abiertos.

Se agotarán primero el infatigable conejo rosado y las pilas Duracell que los integrantes de Los Corraleros de Majagual. Dino, Walfredo y Alfredo, con su ‘manager’ Tony Cabarcas y los demás integrantes, tienen cuerda para emular con tanto derroche de energía los 81 años de su padre, ‘El rebelde del acordeón’.



Gente de todo el mute

(Columna de Óscar Domínguez Giraldo publicada en el periódico El Colombiano, de la ciudad de Medellín, el 27 de junio de 2024)

Como los santandereanos están de moda por el triunfo del Atlético Bucaramanga, decidí recordar a algunos de mis colegas y amigos búcaros:

A los 97 años, Gonzalo Castellanos, hecho en Málaga, es una fiesta. Ha brillado como cronista y reportero purasangre en prensa, radio y televisión. A su edad, sigue tarareando a sus compositores preferidos, leyendo y fumando. A los médicos que le piden que deje el cigarrillo Pielroja les responde que han debido decírselo en sus quince. Es de una modestia apabullante.

Lo han buscado de editoriales para publicarle sus crónicas. Se ha negado diciendo que no valen la pena. Los hay que escribimos un párrafo y nos sentamos a esperar el Nobel. En Estocolmo cubrimos la entrega del Nobel a García Márquez. También compartimos el avión de la FAC ametrallado desde tierra cuando estaba próximo a aterrizar en el aeropuerto de Managua. Mientras unos rezábamos, Gonzalo y su camarógrafo grababan un informe para su noticiero.

Historiador y periodista, Antonio Cacua Prada, de 92 febreros cumplidos, pertenece a la cofradía de los que se agachan y se les cae un libro. Son más los libros que le faltan por escribir. Hace rato pasó de los cien publicados. Alguna vez me nombró miembro de la Sociedad Sanmartiniana de Colombia que presidía. Decliné el nombramiento porque en ese momento, del Libertador de Argentina, Chile y Perú, sólo sabía que montaba muy bien a caballo. No me aceptó la renuncia.

Mi única amiga atea es santandereana. Como atea no se cambia ni por Dios mano a mano. Se le puede aplicar este aforismo de Jardiel Poncela: El ateo cree que él mismo es Dios. Se llama Nohra Parra, fue reportera estrella de El Tiempo y ennietece en París. Cuando la abuela Nohra habla francés saltan pedazos restos de mute en todas direcciones.

¿Quién no ha dicho alguna vez: “Yo también tuve veinte años” del maestro José A. Morales? ¿A quién no se le arruga hasta el pasaporte oyendo la melancólica música para piano del maestro Luis A. Calvo?

Eduardo Durán Gómez tiene más hoja de vida que una mujer fatal. Es periodista, columnista, escritor, abogado, viajero, notario, historiador. Durán, actual director de la Academia Colombiana de la Lengua, es el único santandereano zen que conozco. Los demás son más bien atravesados. Compartí en Colprensa con “pingos” como Sonia Rodríguez, Pilar Cadena, Mario Hernández, Alvarángel Pabón, Pastor Virviescas y Carlos “Cachetada” Gracia.

Dejé algunos denarios en Barichara. Protesté ante el párroco porque el reloj de la iglesia da la hora cada quince minutos. Esa forma de notificar que Dios existe no deja dormir. No, no le jalo a las afrodisíacas hormigas culonas de Santander. Me toca repetir con un amigo: Si no me alcanza para la fidelidad, muchos menos para la infidelidad.

viernes, 17 de enero de 2025

Cinco canciones

(Nota publicada en Lima el 05/10/24 por el laureado autor Gustavo Rodríguez Vela en jugo.pe, una cooperativa de escritores y divulgadores que ofrece un extracto diario de temas actuales)

Rodríguez Vela es escritor y comunicador. Ha publicado, entre otras, las novelas "La furia de Aquiles", "La risa de tu madre" (finalista del Premio Herralde), La semana tiene siete mujeres (finalista del Planeta-Casamérica), "Madrugada" y "Treinta kilómetros a la medianoche"; y libros infantiles que se leen en las escuelas. Su libro "Traducciones peruanas" reúne gran parte de sus artículos en el diario El Comercio. Ganó el Premio Alfaguara de novela 2023 con "Cien cuyes".

Si alguien le pidiera cinco canciones importantes en su vida, ¿cuáles elegiría?

Hace unas semanas estuve en una feria literaria en Bucaramanga, Colombia, sabiendo que iba a participar de un conversatorio bajo el ambiguo tema de “música y sociedad”. Lo que no sabía es que para perfilar la sombra de ese paraguas amplísimo, el carismático moderador —Pastor Virviescas— nos iba a pedir a los entrevistados, sin mucha anticipación, una lista de cinco canciones para hablar de ellas. Imagínese usted la cantidad de canciones que ha escuchado en su vida —un estudio dice que en la actualidad cada persona escucha en promedio 368 canciones a la semana— y ahora decida en solo unos minutos qué cinco de todas ellas soltará para definir su identidad.

Yo entregué mi lista con muchas dudas, e imagino que lo mismo le ocurrió a Juan Manuel Ruiz, el periodista y escritor que me acompañó en el estrado. No obstante los nervios, el intercambio resultó cálido, emotivo, y Juan Manuel y yo hasta coincidimos con un músico, el número cuatro de mi lista. Si ahora comparto aquí esas canciones es porque no se me ha ocurrido algo mejor sobre qué escribir esta semana, pero también lo hago porque es probable que a usted le provoque también recorrer su vida musicalmente y conectar sus vivencias con sus emociones.

Tocata y Fuga en re menor, Johann Sebastian Bach

Los niños de mi generación que no tenían padres melómanos, al menos tenían acceso a los dibujos animados para escuchar música clásica: quienes hayan visto los cortometrajes de Looney Tunes jamás podrán separar al barbero de Sevilla de Bugs Bunny. Por esa época, a mí me tocó emocionarme adicionalmente cuando en la televisión peruana transmitieron una serie animada europea titulada Érase una vez el hombre que, en cada capítulo de media hora, contaba cronológicamente la historia del ser humano en la Tierra. Recuerdo que la secuencia de presentación empezaba con el Big Bang y que avanzaba raudamente junto con la inmortal composición de Bach: a la altura del Renacimiento, cuando un monigote de Leonardo se encontraba pintando su Mona Lisa, mi piel ya se había erizado de emoción sin saber exactamente la razón.

Tal vez la tutela de Bach me ayudó a presentir que la historia del ser humano es una larga batalla entre sus grandezas y bajezas. O quizá ya empezaba a definirse lo que hoy sé con absoluta claridad: que destierro al barroquismo frente al minimalismo cuando se trata de decorar mi propio hogar, pero que me fascina cuando se trata de contar historias; pues soy partidario de que los dramas y los placeres humanos se transmitan con toda la intensidad y exageración posibles. 

Chega de saudade, Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes

No sé por qué me emociona tanto el bossa nova, pero en aquel conversatorio en Colombia me arriesgué a proponer que quizá se deba a mi admiración infantil por mi tío Iván, quien fuera hermano de mi madre. Recuerdo que una vez mis padres y yo fuimos a visitarlo desde Trujillo a su departamento en una unidad vecinal en Lima y me la pasé viéndolo pintar por encargo un retrato de Napoléon mientras escuchaba música en su habitación atiborrada de discos.

Mi tío, además de pintor autodidacta, tenía una voz melodiosa que había hecho pública en las onda radiales cuando en los años cincuenta formaba parte del quinteto Os reis do samba.

Quién sabe si ese mejunje de fado, samba y jazz que Jobim embaló para el mundo, con la guitarra y voz nostálgica de Joao Gilberto en este caso, no me habla de mi infancia ida, de los laureles que mi tío no pudo ceñirse en las sienes, de la melancolía que siempre he escondido desde chiquillo y que a veces camuflo detrás del humor.

Back on the chain gang, The Pretenders

Hace unos años se hizo público un estudio que encontró que las canciones que un hombre escucha a los 14 años marcarán su gusto musical de por vida, y que en el caso de las mujeres la huella se inicia a los 13. Así, esta canción de Pretenders rubrica el hecho de que soy un hombre promedio, así como la importancia del pospunk en mi educación sentimental.

Aquel verano, que fue el de 1983, me enamoré por primera vez, fui un mocoso que traicionó a un compañero de clase a causa de sus hormonas, fui abandonado por un tipo mayor, más alto y aplomado; y me convertí en un borracho circunstancial que planeaba patrullar la casa de su ex tras buscarla en algunas fiestas. 

Curiosamente, en Bucaramanga el auditorio no conocía esta canción. Una pena, les dije, ya que todo patetismo adolescente sale mejor parado si lo acompañan Pretenders, The Cure y Roxy Music.

El padre Antonio y el monaguillo Andrés, Rubén Blades y Seis del Solar

Este año se cumplieron 40 años del lanzamiento del álbum que acoge este tema, y lo sé bien porque también se cumple el mismo tiempo desde que salí del colegio. Quien sea latino, tenga mi edad y no haya bailado Decisiones en su fiesta de promoción, no ha existido.

Ha sido sin embargo la penúltima canción del disco, la que habla del asesinato del sacerdote Andrés y de su monaguillo —inspirada seguramente en la muerte real de Óscar Arnulfo Romero—, la que ha terminado por estrujarme el corazón cada vez que la escucho.

Provengo de una familia práctica, apolítica y que nunca tuvo sobremesas trascendentales, y es por ello que mi ubicación ideológica en el mundo proviene de mis lecturas, de mis circunstanciales intercambios sociales y de la cultura popular. Luego de haber paporreteado sin entender un carajo la Teología de la Liberación en mi colegio, escuchar esta historia ficcionada por Blades y sentir pena inmensa por un niño inocente que no conoció a Pelé fue una de mis puerta tempranas para atisbar la inconmensurable injusticia que rodea a nuestras sociedades.

Existe un testimonio de Blades sobre cómo fue recibida esta canción cuando la cantó por primera vez en Uruguay: recomiendo verlo aquí.

Inconsciente colectivo, Charly García

Como le ha ocurrido a muchos hispanohablantes de mi edad, la primera vez que supe que se podía ser un rockstar y cantar en español fue al toparme con Charly García a los catorce años.

Ocurrió cuando escuché No bombardeen Buenos Aires en una radio A.M. del norte del Perú y la fascinación me persigue hasta ahora. Hubo un momento, sin embargo, que cuenta como uno de los más extraños y hermosos que me han ocurrido en mi relación con la música: me encontraba lavando platos en mi primer departamento de casado, a los veinticuatro años, en compañía de una radio portátil, cuando el flaco empezó a cantar Inconsciente colectivo. Y, no sé por qué, arranqué a llorar. No se me había muerto nadie. No estaba peleado con nadie. Es como si la canción hubiera destrabado una puerta de la que ni me había percatado.

Aquello solo me ha vuelto a ocurrir una vez más, ya no escuchando una canción, sino ante un cuadro de Picasso en un museo de Yale: un recordatorio de que los artistas, los de verdad, alcanzan en el resto frecuencias que no sabíamos que existían. 

Así ‘naufragó’ nuestra Flota Mercante Grancolombiana

(Esta nota la publiqué el 29/12/24 en el periódico Vanguardia, de la ciudad de Bucaramanga, Colombia)

Un marino socorrano revela la historia detallada, salpicada de desatinos y horrores, de la que fuera una de las empresas insignias de este país.

Por un instante, piense que el gerente de una compañía ignora los fundamentos del negocio, que por sus trabajadores estar de jolgorio se daña una de las máquinas o que no cobran los cheques con que sus clientes les pagan sus servicios...

Sí, una lista interminable de hechos inverosímiles, de decisiones erróneas, más torpeza y falta de olfato, fueron los factores que llevaron al hundimiento de la Flota Mercante Grancolombiana (FMG), un gigante que durante décadas tuvo en sus manos el negocio del transporte de carga desde y hacia Colombia, que estuvo exento de impuestos y del pago de derechos portuarios, y sin embargo fracasó.

“La patria en los mares”, ese fue el lema de una empresa creada en 1946 con un capital de 35 millones de dólares, y de la que inicialmente fueron socios tres países (Colombia, Venezuela y Ecuador). Su primer gerente fue el veleño Álvaro Díaz Sarmiento, quien condujo con pulso firme el timón de la Flota durante los siguientes 38 años.

La FMG alcanzó a tener 25 buques propios y 80 alquilados y tocar 147 puertos de 50 países. La Flota hizo posible que nuestro café llegara a lugares tan remotos como Japón e incluso se dio el lujo de contar con oficinas de 1.500 m2 en el piso 16 de la Torre 1 del desaparecido World Trade Center de Nueva York, una excentricidad que muchas corporaciones americanas ni siquiera podían soñar.

En 1994 mandaron a construir dos modernos barcos portacontenedores de última generación en los astilleros de Hyundai (Ulsan, Corea del Sur), que diseñados al gusto del comprador y alcanzados a marcar con los nombres de “Providencia” y “Álvaro Díaz”, jamás navegaron con las insignias nacionales porque a la hora de su primer zarpe desde las oficinas de Bogotá ordenaron venderlos por necesidades económicas de la compañía a unos griegos por el precio de 34,2 millones de dólares cada uno, siendo rebautizados “Thermaikos” y “Dorikos”.

Fue tal la abundancia de la FMG que uno de sus presidentes, el político nortesantandereano Enrique Vargas Ramírez, en 1989 en la costa de Manhattan al ver el yate de lujo del magnate (hoy reelecto mandatario) Donald Trump, se antojó y por poco manda a comprar uno similar para no quedarse atrás.

Su músculo financiero era tan robusto, que hasta dio para meterse en un negocio paralelo del que no tenían la más remota idea: el transporte de pasajeros. Por esa razón es que el “Crucero Express”, que iría a Cristóbal (Panamá) y vendría a Cartagena, resultó en un estruendoso fracaso en la administración de Luis Fernando Alarcón Mantilla, al tener 150 tripulantes, dos orquestas y 12 despampanantes bailarinas rusas, con una capacidad para 750 pasajeros pero que realizó viajes con apenas 30 usuarios, dejando pérdidas estimadas en más de 40 millones de dólares.

La FMG también fue aprovechada por delincuentes que utilizaron camarotes, extintores y ‘torpedos’ soldados a los cascos de motonaves para llevar cargamentos de marihuana y luego de cocaína a Norteamérica y Europa, forzando a los sabuesos gringos a crear un comando de buzos expertos en sumergirse para detectar los alijos y por los que más de una tripulación se vio en aprietos con la Guardia Costera, debiendo la Flota pagar cuantiosas multas.

Cuesta trabajo entenderlo, pero la FMG registró accidentes como el del buque “República de Colombia” que debido a una falla en el timón colisionó con uno de bandera americana, en cercanías al Triángulo de las Bermudas, sin que el oficial de guardia en el puente y el timonel alertaran de este siniestro que llevó a la muerte de un ingeniero y daños por más de un millón de dólares. O el barco “Ciudad de Pasto” que se salió de rumbó y encalló en la zona protegida de corales de la Florida, mientras en cubierta celebraban un coctel para agasajar a un candidato presidencial (Virgilio Barco Vargas). O el mismo “Ciudad de Pasto” que navegando entre Los Ángeles y Yokohama (Japón), fue golpeado por una ola que hizo que entrara el agua a su sala de máquinas, generando escenas de pánico que llevaron al capitán y a su primer oficial a abandonar el buque y su tripulación en una actitud vergonzosa que iba contra todo principio ético.

Episodios que parecen sacados de una película surrealista pero que narra con lujo de detalles Guillermo Sierra Barreneche, un marino socorrano de 81 años, que durante 32 navegó sin parar y que desde su lugar de retiro en Piedecuesta se atrevió a contar indelicadezas y desatinos de quienes llevaron a que la FMG se fuera a pique.

“Gloria y Naufragio de un Coloso” es el libro de 323 páginas que llega a su segunda edición, en el que Sierra Barreneche –formado en la Escuela Naval de Cartagena– tiene la memoria para revivir los años de prosperidad de la naviera, así como las decisiones erradas, con nombres y apellidos, lo mismo que la interminable cadena de desaciertos que condujeron indefectiblemente a su liquidación ordenada por la Superfinanciera en el año 2000, como las concesiones onerosas a los pliegos de peticiones de los sindicatos, su exagerada burocracia o los barcos multipropósito hechos en Polonia con motores sobredimensionados que consumían más del doble de combustible que lo normal.

Colegas y amigos le recomendaron que no lo hiciera porque se granjearía la enemistad de los protagonistas –algunos de ellos paisanos–, pero él sacó los bríos suficientes para contarles a quieres conocieron el calado de la FMG, cómo fue que se llegó a su hundimiento a pesar de registrar años como el 1992 con 173.000 millones de pesos de utilidades.

De la Flota Mercante Grancolombiana, que tuvo un barco bautizado “Ciudad de Bucaramanga”, solo queda la nostalgia entre quienes la conocieron y los pleitos de cientos de oficiales y tripulantes que al día de hoy siguen reclamando el pago de sus derechos pensionales, ante una Federación Nacional de Cafeteros que sacó provecho de la FMG y cuando debe responder por esa carga prestacional simplemente responde que no lo puede hacer porque se asfixiaría económicamente, así el Tribunal Superior de Bogotá y la Corte Suprema de Justicia le hayan ordenado que debe responder económicamente a quienes en su vejez se niegan a morir en el abandono.

El otro vestigio es el bambuco “Almirante”, compuesto por Alberto Acosta Ortega e interpretado en violín y guitarra por Jaime y Mario Martínez Jiménez, Los Hermanos Martínez.

La FMG fue un coloso cuya partida de bautismo la firmaron hace 78 años con la pluma del propio Libertador Simón Bolívar los presidentes Alberto Lleras, Rómulo Betancourt y José María Velasco, pero que recibió un entierro de tercera categoría.