(Esta nota la publiqué en la edición 457 de Vivir la UNAB en circulación desde el 1 de mayo de 2017)
“Ascuas y azufre” es la gota de alcohol que una y
otra vez cae en la herida abierta de un paciente bautizado Colombia, matizada
por la ironía y la explosión de sonrisas que se convierten en analgésicos para
ese otro mal que padece el país: la corrupción en el Sistema de Justicia.
Esta comedia del Teatro Libre de
Bogotá –no apta para menores de edad–, fue la que durante 87 minutos concentró
la atención de los cientos de estudiantes, docentes, jueces y magistrados que
acudieron al Auditorio Mayor ‘Carlos Gómez Albarracín’ de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB) con el propósito de ver –y
disfrutar en la medida de lo posible– una puesta en escena en la que dos
actores haciendo uno de fiscal y otro de abogado, realizan una radiografía
descarnada de un flagelo que se presenta más de lo que muchos sospechan, como
lo acaba de demostrar el caso del fiscal especializado acusado de recibir un lujoso
apartamento como pago por parte del ex senador Otto Nicolás Bula –implicado en
el escándalo Odebrecht–, a cambio de frenar investigaciones en su contra.
Fiscal que hoy duerme en La Picota y que ya reconociósu responsabilidad en los delitos de prevaricato por omisión, cohecho propio y
concertación para cometer delitos contra la administración pública.
Tan
solo que en “Ascuas y azufre” el ‘fiscal Alberto Gálvez’ –representado por
Jeyner Gómez– no se deja tentar por los halagos y los locales comerciales que el
‘abogado Ulloa’ –encarnado por Jorge Plata–
le ofrece a nombre de la empresa ‘Luis Ernesto Bautista y Compañía’, para que embolate
los folios y los medios de comunicación no se enteren de la muerte de siete
personas que invadieron uno de sus lotes.
El
‘fiscal Gálvez’ recibe en su despacho la visita del ‘abogado Ulloa’, quien
afanado por llegar a un acuerdo no sabe de qué artilugios echar manos para
convencer al servidor público. Pero ‘Gálvez’, con los apuntes propios de un
hincha del Junior de Barranquilla y los movimientos convulsivos que remedia con
una palmada en la frente, logra sacarle de quicio invitándoles a tomarse un
güisqui, fumarse un cigarrillo, bailar una tonada tropical y escuchar sus
cuitas, que terminan siendo las reflexiones profundas de un fiscal que debe
caminar por la cuerda floja de su condición de empleado público saturado de
trabajo y mal remunerado, y la oportunidad de darle un giro a su miserable vida
recibiendo el soborno que su interlocutor le ofrece en reiteradas ocasiones.
Sin omitir las profundas convicciones religiosas que hacen ‘Gálvez’ un tipo
cauteloso mas no por ello genuino.
Con
una escenografía que representa a cabalidad el caos de esos despachos
judiciales en los que se pelean cada centímetro el desgreño y los arrumes de
expedientes, el ‘fiscal Gálvez’ alcanza a considerar la oferta, para finalmente
exigirle al ‘abogado Ulloa’ que mejor se largue cuanto antes de su oficina, si
no quiere que haga pasar a los miembros del Consejo Superior de la Judicatura a
los que llamó para darles a conocer el caso. También le advierte que tiene
copia del expediente en el cual un hijo del ‘abogado Ulloa’ aparece involucrado
en un accidente, así que lo que debe hacer es marcharse.
Entre
dimes y diretes, y cuando el público de la UNAB estaba esperando que le echaran
mano al letrado, el ‘fiscal Gálvez’ decide ponerle punto final a la cita y a la
obra de teatro. Para ello intempestivamente saca una pistola de su escritorio,
la pone en su sien y se dispara. En ese preciso instante la luz se apaga. Fin
de la función (gratis).
Lo
que pocos vieron el pasado 3 de marzo es que el actor Gómez, en aras de hacer
más real su representación, acercó tanto el arma a su cabeza que la pólvora le
causó una herida superficial por la que debió ser atendido en la Enfermería de
la UNAB, para luego sí retornar y atender pacientemente esta entrevista, mientras algunos de los
asistentes salían pensativos, otros confusos y unos cuantos refunfuñando.
Jeyner
Gómez Agudelo nació en Palmira (Valle del Cauca) y a los 16 años de edad se
mudó a Bogotá para estudiar artes escénicas en la Universidad Pedagógica, de
donde se retiró en tercer semestre para profundizar en el tema actoral,
ingresando a la entonces escuela del Teatro Libre de Bogotá, convertida hoy en
la carrera de arte dramático de la Universidad Central en convenio con el TLB.
Terminó estudios en 2008, laboró con Misi Producciones en propuestas como “La
más grande historia jamás contada”, luego se fue a vivir tres años a Estados
Unidos y desde 2015 está vinculado al Teatro Libre, donde ha participado en
obras como “Las picardías de Scapin” –de Molière– y “En este pueblo no hay ladrones” –de Gabriel García
Márquez–. También se desempeña como docente del área en la Central.
La
de la UNAB fue la función número treinta y Gómez Agudelo junto al Fiscal de
Vida número 23 aspira a que “Ascuas y azufre” siga dando de qué hablar. Ya se
presentaron en la sede del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en
Washington, donde el público reaccionó de manera similar. Jeyner, Jorge y sus
demás compañeros de faena, que también son docentes de arte dramático, tienen
la fortuna de pertenecer a una de las compañías de teatro más estables y con
más trayectoria en Colombia, que cada vez lucha más por dignificar la
profesión.
¿“Ascuas y azufre” es el reflejo de la Justicia
en este país?
(Sonríe)
No me comprometería a decir que es el vivo reflejo, pero es la sensación que
tenemos todos, y si de alguien depende cambiar esa imagen es de ellos mismos,
de nuestros gobernantes y de todos los altos mandos, porque esa es la sensación
que tiene el autor –montaje original del dramaturgo Juan Diego Arias bajo la
dirección de Diego Barragán-, nosotros los actores y mucha gente del pueblo
colombiano. De modo que eso es lo que tratamos de decir, y así como lo mencionó
Juan Diego al comienzo, es un teatro de ideas que nos pone a pensar. Ese es el
propósito fundamental.
¿A quién encarna ese ‘abogado Ulloa’ tan
tieso y tan majo, acostumbrado a litigar por los micrófonos y las cámaras de
televisión?
La
inspiración de los personajes viene directamente del autor y cualquier parecido
con la realidad es mera coincidencia. Juan Diego ha conocido personas con
ciertas características físicas y expresivas y la historia la construye a
partir de la sensación que tiene de nuestro sistema judicial colombiano.
¿Qué reacciones han percibido durante o al
finalizar la obra por parte de quienes tienen algo que ver con el sector
judicial? ¿O hipócritamente les dicen que estuvo espectacular?
No
sé si hipócritamente, pero el cien por ciento se ríen, se divierten y se van
con una muy buena sensación. Muchos nos han dicho directamente: ‘Eso es así’.
No sé a qué se referirán con eso, pero así nos lo han manifestado. Ignoro si
hablan del desorden de la escenografía y que así son sus oficinas o qué quieren
decir, pero el caso es que nunca hemos recibido un comentario negativo ni un
reproche por parte de nadie del público. En realidad la han disfrutado mucho y
más las personas vinculadas con la Rama Judicial.
Quien evidentemente queda mal parado es el
abogado, ¿pero habrá fiscales que no quieren saber de visitas y a cambio
reciben la consignación?
En
este caso particular el fiscal es un tipo que claramente se ha untado de cosas
en el pasado, pero muchos factores han influido para que él llegue un día, se
despierte y diga: ‘Esto no puede seguir así’. Y no por algo completamente
moralista, sino por el desespero que le está produciendo vivir esa vida: su
enfermedad, el desorden en el que vive tanto físico en su despacho como mental,
con las voces que le hablan, con su enfermedad, con su tic… Y trata de
encontrarle el verdadero significado a la Justicia, queriendo saber qué es lo
justo y qué no. Él mismo lo dice: ‘Hay cosas que son legales pero que no son
éticas, y es muy diferente la Ley a la Justicia’. Él está pensando todo el
tiempo en qué hacer para enmendar eso. Qué hacer para aplicar la justicia
terrenal y la divina frente a lo que él ha hecho y lo que han hecho los demás,
para concluir –y ese es el concepto que tengo como actor para representar este
personaje– que la única forma de purgar todos sus pecados y todas sus fallas es
a través de su muerte. Y al mismo tiempo hace que la otra persona, que
representa a esa sociedad que lo ha hecho caer a él tantas veces, pague
terrenalmente, entonces él va y se entiende con quien se tenga que entender, ya
sea Dios o el Diablo, y deja a alguien acá pagando por esos mismos pecados y
haciendo justicia.
El ‘fiscal Gálvez’ insiste en que hay una
justicia para los adinerados de ‘cuello blanco’ y otra para los que huelen a
sudor, quienes no tienen para pagar un abogado y van a su despacho a llorarle.
Él
está todo el tiempo frenteando todo lo complicado de este trabajo y ya está
mamado porque es humano y porque por más que quiera hacer justicia, pues llega
una gente que le produce asco. Entonces está cansado de su labor y lo dice
abiertamente: ‘Esto no puede seguir así. Yo soy el que tiene que joderse viendo
todas esas caras y esas lágrimas, esa gente oliendo a feo, unos pobres a los
que no les van a dar nada’, y llega la empresa constructora ofreciéndole muchas
cosas y él piensa en su beneficio hasta que dice ya no más, ‘ya no puedoseguir
con esto y necesito que a esto se le dé el peso que tiene que tener,
independiente de cuánta plata represente. Ese es el conflicto ético y moral que
tiene en su cabeza.
El final pintaba flojo porque mucha gente ha
expresado sus dudas respecto al comportamiento e idoneidad de una entidad como
el Consejo Superior de la Judicatura, pero para sorpresa de todos el ‘fiscal
Gálvez’ opta por el suicidio. ¿Por qué ese desenlace?
Es la
única forma que él encuentra de purgar todo eso. Porque lo intenta de muchas
formas a lo largo de la obra y el ‘abogado Ulloa’ no entiende y no quiere
participar de la justicia, de lo que él le quiere plantear: ‘Oiga, hagamos las
cosas diferentes esta vez’. Entonces como no hay forma de convencerlo, dice que
no va a continuar con eso. ‘Yo hago este sacrificio con mi vida para purgar
todos esos pecados y usted entiéndase acá con los que le gusta entenderse. Siga
en las mismas a ver qué va a pasar. Con unos muertos, con un maletínde lleno de
cosas y de sobornos, el expediente del hijo… y ya’.
¿Este es el país del rabo de paja, llevado
por los sobornos y la compra de conciencias?
Es
tan sencillo como que la justicia está hecha para los que tienen plata, entonces
yo pago y no me pasa nada.
Y los muertos tienen precio.
Exacto.
Y si es pobre pues hasta barato será. Porque cómo es posible que una persona
que asesina a una niña de siete años, después de violarla y torturarla, va
escoltado a su juicio por veinte policías y un equipo del Esmad. Vaya y haga
eso alguien del estrato uno a ver qué le pasa. Pero como tiene dinero para
pagar su protección y su suite
personal donde sea que lo vayan a meter. Es eso. Si tengo plata me salvo, y si
no pues me jodí.
¿Por qué el fiscal es costeño?
Esos
son elementos que define el autor, y no es que queramos tachar a alguien de una
forma u otra por su personalidad. No queremos referirnos a los costeños como
sobreactuados ni corruptos, ni nada de eso, porque se eso hay en todo el país.
Es un elemento que nos ayudó dramáticamente. Cómo darle credibilidad a un
personaje con una enfermedad de ese tipo, una euforia que maneja, cambios de
temperamento, humor negro y ese sube y baja en su estado de ánimo, y cómo
hacerlo creíble. Entonces pensamos que una persona de la costa es más
expresiva, habla más alto, hace chistes, se ríe y de un momento a otro cambia
de estado de ánimo porque es su naturaleza, pero no queremos tildar a ninguna
persona de nada.
Una ciudad como Bucaramanga en la que los
tsunamis vallenatos son el pan de cada día, ¿cómo debe tomar este espacio para
el teatro?
El
llamado es a que por ejemplo personas como las que nos trajeron a la UNAB, pues
sigan gestionando eso. No solo para que traigan grupos de afuera, sino para que
motiven a los grupos locales, porque sé que hay unos cuantos que trabajan
seriamente y que también empiecen a promocionar a esas personas que hacen arte
acá con disciplina y rigor para que en un futuro el teatro se descentralice. A
través de estas invitaciones se debe generar conciencia sobre lo necesario de
estos espacios no solo como esparcimiento, sino como generadores de pensamiento
crítico, como formación de seres humanos.
¿Habían tenido un público como el que se
encontraron en la UNAB?
En
las temporadas que hemos tenido esta obra en Bogotá ha habido varios días en
los que el público está conformado mayoritariamente por los departamentos de
Derecho de varias universidades con las que hacemos convenios y descuentos,
entonces en esas ocasiones van en manada y se divierten de una forma que no me
explico. No sé cómo yo reaccionaría ante alguien que me está cuestionando tan
crudamente en escena mi profesión y mi vida. No es un insulto a un abogado en
particular ni a los abogados en general, sino una crítica al sistema judicial
colombiano.
En la pantalla del computador de Gálvez
aparece el logo de la Fiscalía General. ¿Alguien les ha reclamado?
Estamos
esperando ese día. Han ido varios fiscales a ver la obra, pero no. De hecho
cuando aparece el logo reaccionan de una forma eufórica y se ríen, pero no ha
habido nadie que diga cómo se nos ocurre meter a la Fiscalía en eso.
¿Y si la obra la viera el ex procurador
Alejandro Ordóñez Maldonado cuál sería su reacción?
(Sonríe)
Tal vez no llegaría yo al final. Sería algo bien particular, tal vez
inimaginable. No creo que una persona como él piense en la cultura. Quizás no
la soportaría y se saldría a los cinco minutos.
La escenografía le da fuerza a la obra porque
refleja tal cual son los despachos de pueblos y ciudades. ¿Quién la hizo?
Está
a cargo de un diseñador y artista plástico bogotano que se llama Wilson Peláez.
Nosotros comenzamos con el escritorio, las sillas y la Biblia, pero nos hacía
falta la sensación real del espacio. No solo sugerirlo, sino que la gente lo
viera, que nosotros pudiéramos sentir el encierro y el desorden, que a la vez
es como un reflejo del desorden de este tipo en su cabeza, y toda esa porquería
con la que tiene que lidiar día a día, ese olor… entonces creímos que era
necesario hacer un cambio estáticamente, así que cuando tuvimos esta
escenografía la obra cambió del cielo a la tierra. Yo hice mi trabajo de campo
y fui a los despachos de Paloquemao y eran peores. El bochorno era horrible y
uno se quería largar.