(Esta entrevista la publiqué en la edición 464 de Vivir la UNAB, en circulación desde el 19 de marzo de 2018)
Con el mismo desparpajo que un experimentado
goleador toma impulso, encara al portero rival, le mira a los ojos y convierte
un penalti —pero sin guayos ni pantaloneta sino con mochila y
sombrero—, Daniel Felipe Rodríguez Ángel se paró de la silla,
dio 13 pasos, subió al centro de la tarima y recogió el reconocimiento como
ganador del II Concurso Nacional de Novela Universitaria UIS.
La obra de Rodríguez
Ángel, titulada “En esa noche tibia de la muerte primavera”, fue exaltada
unánimemente por los jurados Pedro José Badrán, Felipe García Quintero y Philip
Potdevin, conceptuando que “es una indagación seria y juiciosasobre los últimos
días del poeta y novelista José Asunción Silva, figura emblemática de las
letras colombianas”, y subrayando que
“aunque es un tema ya trabajado en diversas obras literarias, especialmente
biografías, esta novela se destaca por su perspicacia y su espíritu
investigativo, así como por la creación de escenas que dibujan con gran acierto
la sicología de los personajes, siempre bajo una prosa limpia, con elaborados
tonos poéticos”.
El galardón
le fue entregado el pasado 1 de marzo por el rector de la UIS, Hernán Porras
Díaz; la directora de Extensión Cultural, Angélica María Díaz; y el galardonado
escritor antioqueño Héctor Abad Faciolince, para luego dar paso a un
conversatorio en el Auditorio Ágora de la UIS, junto a Deivis Duván Bolívar,
ganador del XIII Concurso Nacional de Libro de Cuento convocado por la
Universidad Industrial de Santander dentro de las celebraciones de los 70 años
de su fundación.
Después
llegaron las fotos, los abrazos y esta entrevista con Vivir la UNAB. Daniel Felipe nació el 2 de agosto de 1985 en
Bogotá, a las 7:15 de la noche y quizás por eso le gusta el frío y la noche.
Realizó estudios de Licenciatura en Humanidades y Lengua Castellana en la
Universidad Distrital de Bogotá. Sus publicaciones son: “Bogotá War” (2011), “El
último lector de Bukowski” (2012), “Montes de María” (2013, ganadora de la
convocatoria Internacional del libro de Saltillo, México), “País de colores”
(2015, Colombia – Estados Unidos) y “Rifles bajo la lluvia” (ediciones
Desdeabajo Colombia 2016). Sus poemas aparecen en el libro “Poetas que hay que
morir antes de leer” (UANL – México 2014) y en la antología nacional de
crónicas sobre el conflicto armado colombiano “Nosotros no iniciamos el fuego”
(2017).
¿Por qué decidió cursar Literatura en la UNAB y de
qué le ha servido?
La carrera
que había cursado tenía un enfoque pedagógico, siempre he sentido que la
literatura es tan abarcadora que necesitaba de un derrotero para seguirla
estudiando. Hay una pasión y un deseo que habita detrás del conocimiento, puede
llamársele narcisismo o simplemente amor por una disciplina. Quería explorar
más, sumergirme hasta el fondo misterioso de la palabra. Indagué, busqué
opciones para continuar con mis estudios en literatura y hallé el pensum de la
UNAB, me interesó e inicié el proceso.
Una de las
tantas cosas para las que me ha servido estudiar literatura es para comprender
los estados del arte a través de la historia de la humanidad y en especial,
para comprender que estos estados del arte están argumentados bajo una serie de
posiciones éticas que los poetas y novelistas han sorteado. Esto quiere decir,
que la literatura y el estudio de esta, convida a la comprensión por el ser
humano, por el otro, por el que es distinto a mí.
Por otro
lado, la comunicación asincrónica manifestada en la educación virtual, abre
otras posibilidades, genera relaciones humanas que van más allá de las
pantallas de los ordenadores. Saber que del otro lado de nuestras pantallas hay
profesores leyendo lo que escribimos o que un mensaje —como si aún nos
encontráramos en la época de las cartas—, tendrá un receptor y por tanto el
proceso comunicativo se abrirá más y más.
¿Cómo se aprende la literatura?
La literatura
es la vida. Por un lado, se puede hacer una revisión de las teorías, de los
estados del arte, de las formas de lenguaje usados en diversas épocas, de los
símbolos y conceptos que otras culturas usaron para comunicarse; y por otro
lado, la literatura es la vida misma, el intento por comprender los
sufrimientos, las hazañas, los actos heroicos, las formas de amar, el dolor que
padecen los seres humanos. Basta con abrir bien los ojos, con observar cómo
transcurre la vida, cómo el tiempo se va encargando de arrastrarnos a ese
pueblo inexorable. Para las dos formas es necesaria la lectura, de las obras
que se escribieron y se están escribiendo, y también la lectura de la vida, de
los otros seres humanos.
¿Qué rasgos definen su estilo como escritor?
Inicialmente,
son dos. En la escritura creativa suele ocurrir que el mismo autor se sorprende
de sí mismo, o quizás es su escritura la que lo hace. No quiero decir que el
autor, o en mi caso, yo me vea sorprendido porque escriba una genialidad o
porque logre hermosas y compasivas escenas, la sorpresa es porque la escritura
es un autodescubrimiento, es una revisión exhaustiva a lo que somos los
humanos, a los compuestos de la vida. Así que, la escritura creativa también
está determinada por un sino, por un azar, por una suerte de injerencia
metafísica, pero a su vez el autor busca asentar sus rasgos definitivos en lo
que escribe. En mi caso siempre me he interesado por la historia, por el pasado
como fuente del presente. El escritor norteamericano William Faulkner diría que
el pasado es una forma del presente, y yo lo creo, considero que en un país tan
convulsionado, injusto, mancillado como el nuestro, debe existir una razón para
que el pasado-presente no cambie, entonces la literatura se convierte en una
forma somera, en una de las infinitas perspectivas de la realidad, para
comprender estas problemáticas. Y el otro rasgo es el tono poético, pues he
considerado que la literatura debe preservar la belleza del lenguaje, que
arranque del interior del lector el suspiro por la imagen bien construida, por
la sentencia que él estaba buscando desesperadamente sin saberlo, y esto lo puede
hacer el lenguaje poético.
¿Qué recompensa encontrará alguien que lea “En esa
noche tibia de la muerte primavera”?
Walter
Benjamin en su libro “El narrador” plantea la diferencia que existe entre el
narrador y el novelista. Explica que el narrador antiguo, el oral, el que
necesitaba de un público para que el acto comunicativo de la narración se
completara, buscaba dar consejo sobre la vida, a diferencia del novelista que
nace con la imprenta, con la producción del libro, en la que un escritor en
medio de su soledad componía un libro no para un público que lo iba a escuchar
de inmediato, sino para un público que en algún momento distinto al de la
creación del libro iba a tomar la obra y a hacerse preguntas sobre la vida.
Para (Mario) Vargas Llosa también es claro que muchos de los lectores buscan en
los libros vivir la vida de los personajes, salirse de su propia piel y poder
disfrutar de todo ello de lo que disfrutan sus personajes. Un ejemplo estaría
en la novela “Ana Karenina”, de (León) Tolstói, cuando este personaje va
arrellanada en un vagón del tren leyendo una novela y entonces llora porque
quiere vivir la vida del personaje del libro que está leyendo. Quizás todo lo
anterior hallará como recompensa alguien que lea “En esa noche tibia de la muerta
primavera”: preguntas sobre su vida, cuestionamientos sobre lo que conocemos de
nosotros mismos, además de los escenarios de la lúgubre Bogotá de finales del
siglo XIX, y la comprensión de algunos pasajes de la historia de nuestro país.
¿Por qué se interesó en un poeta bogotano del siglo
XIX y no en un figurón del siglo XXI?
Silva es un
personaje maravilloso, extraño, genial, además que es el poeta no solo de mi
infancia sino de toda mi vida. Lo leí cuando era pequeño y aún recurro a él en
las soporíferas tardes de los domingos. Por otra parte, el poeta Silva ha sido
idealizado con un halo de misterio. Tal es, que una de las cosas por las que
Silva es famoso es por su supuesta relación incestuosa con su hermana Elvira,
pero nadie jamás, a excepción de Enrique Santos Molano en su libro “El corazón
del poeta” y de Fernando Vallejo en su libro “Almas en pena, chapolas negras”,
se dio a la tarea de contarnos sobre ese Silva humano, que sufrió, gozó y
padeció la vida, y yo quise hacerlo.
¿“En esa noche tibia
de la muerte primavera” es una novela negra? ¿Cuánto pesa en su libro la obra
poética de José Asunción Silva y cuánto el suicidio con un disparo de revólver
en el punto exacto del corazón dibujado en su pecho?
No es una novela negra, podría o pudo llegar a serlo si el centro de la
novela se basara en un crimen, en la investigación que se hubiese producido
luego del crimen, pero quien cometió los crímenes en contra de Silva fue algún
dios voyerista o la vida misma y, ¿cómo investigamos el ensañamiento o el dolo
con que se encarniza un dios o la vida contra un hombre? La muerte de su tío
abuelo a su arribo a París, las quiebras en los negocios que regentaba con su
padre, la muerte de su mismo padre, la muerte de su hermana adorada, el
naufragio y la pérdida de su obra en altamar, las siguientes quiebras, el no
reconocimiento de su obra. Pareciera que la vida de Silva fue un cliché de una
deidad tiránica, el Ulises moderno que lucha en contra de la ira de Poseidón por
enceguecer a Polifemo, o la del mismo Edipo simplemente porque era su destino
sufrir.
De este modo, la novela intenta dar una imagen de ese Silva agobiado por
las deudas, desesperanzado ante la malevolencia que circundaba su vida; pero
está su obra, maravillosa, que lanza destellos a pesar de su propia oscuridad,
su obra que poetiza su vida de una forma, además de metafórica, repleta de
símbolos, como si se tratara de una vida y obra mitológica. Por eso se
construyó el mito del suicidio, en el que poco creo.
¿Silva Gómez es un alma en pena a quien
se le ve en las noches de luna llena por las calles de La Candelaria? ¿‘El
señor de los billetes de $5.000’? ¿Qué le dice su nombre a quienes no tienen la
más remota idea de su existencia y mucho menos de su obra?
Silva
representa el arquetipo de hombre culto, que manejaba varias lenguas, traductor
y poeta que vivió en la América Latina de finales del XIX. Sin embargo,
precisamente él fue uno de los más controvertidos, por sus maneras refinadas,
por su gran trabajo poético, por su vida como tragedia. Aún quedan los
vestigios de su paso lento en las calles de la Candelaria, aún se puede
percibir su hedor inundado por los cigarrillos egipcios entretanto anochece en
las bocacalles del centro de Bogotá, y en especial, aún se puede ver su
abundante cabellera siendo agitada por la ventisca que desciende de Monserrate
mientras en un carromato se dirige a Chapinero para descansar en su finca
Chantilly.
¿Este Premio de Novela de la UIS
lo consagra a usted como escritor o todavía le falta sobrevivir a varios
naufragios?
Lo veo desde
dos orillas. Por un lado, se consolida la obra y genera bríos para continuar y
emprender así nuevos proyectos. Quizás estos premios hacen que la mirada de
editores se vuelque sobre el autor, y eso es muy importante. Sin embargo,
consagrarse como escritor sugiere que sea una editorial grande quien publique
los libros, que haya una mayor visibilidad del autor, pero aún no hay nada
definido sobre el verdadero escritor, sobre la obra que trasciende en el
tiempo. Consagrarse como escritor es precisamente consagrarse a escribir; así
que no lo he logrado, cuando pueda pagar mi tiempo de trabajo con la
literatura, creeré que me he consagrado como escritor.
¿Los 10 millones de pesos del
Premio de la UIS ya los devoraron las ‘culebras’ o servirán de partida para una
nueva obra?
Se pagaron
cosas, algunas cervezas y chucherías que hacen falta para sobrevivir a la
barbarie. Pero especialmente se compraron libros, de estudio y de placer. Con
lo que quede le compraré un bello vestido a mi esposa y si me alcanza, otro
sombrero.
Después del ‘champú’ con Héctor Abad Faciolince en
la ceremonia del jueves 1 de marzo, ¿qué sigue en su vida?
El día
posterior a la entrega del premio me levanté a las cinco de la mañana, ya en mi
casa, en Bogotá, preparé el café, me fumé un cigarrillo y me fui a trabajar. En
la noche estuve leyendo hasta tarde, La odisea de Homero y luego cenamos con mi
esposa. Ese fin de semana proseguí con la escritura de mi nuevo libro, recibí
algunas invitaciones de amigos y familiares por el premio. Esto quiere decir
que en el exterior, lo que ocurre afuera del ser, todo sigue igual. La
transformación se da adentro, como si aquel encuentro, junto con el premio,
hubiera soplado con mayor fuerza y así hecho crecer la yesca que permanecía
encendida en mi interior.
¿Nunca se quita el sombrero?
Sí, para
escribir.
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