(Esta nota la publiqué en la edición 475 de Vivir la UNAB, en circulación desde el 31 de marzo de 2019)
Desde la primera hasta la última de sus
reflexiones lleva una carga de profundidad. Julián de Zubiría Samper es un ‘execonomista’
graduado con honores en la Universidad Nacional, que además de desempeñarse
como director del calificado Instituto Alberto Merani, de asesorar a entidades
del orden nacional e internacional como Naciones Unidas, ser columnista de Semana Educación y haber escrito 17
libros, es de aquellos que se permite decir en público lo que piensa porque es
una autoridad en la materia.
Así que con la excusa de dictar la
charla “Reformas pedagógicas pendientes en la universidad”, De Zubiría Samper
estuvo en el Auditorio Menor ‘Alfonso Gómez Gómez’ de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB), donde durante
casi dos horas formuló sus planteamientos, lanzando gran parte de un arsenal de
ideas y desafíos que al día de hoy siguen retumbando en la cabeza de decanos,
directores de programa, docentes y expertos en pedagogía.
Corriendo el riesgo de poner en aprietos
a sus anfitriones de la Facultad de Ciencias Económicas, Administrativas y
Contables, el profesor De Zubiría empezó preguntándoles a los 128 asistentes:
“¿Cambian sus estudiantes sus estructuras para pensar a lo largo del tránsito
por la universidad? ¿Si yo hiciera una prueba de argumentación hoy y volviera
en un año, argumentarían mejor? ¿Si aplicáramos una prueba de lectura crítica,
leerían más críticamente en uno o dos años sus alumnos? ¿Si yo les preguntara
quién es usted, se conocen más sus alumnos o no? ¿Son más sensibles? ¿Son más
éticos?”.
¿Pero por qué esas preguntas? “Porque ese
es el papel de la educación, que no es que el estudiante aprenda. En eso
estamos confundidísimos. El papel de la educación es formar mejores ciudadanos,
es formar individuos más éticos, más críticos, más soñadores… ¿Sueñan mejor sus
estudiantes al terminar el semestre? ¿Se enamoran más de la vida? ¿Construyen
sus proyectos de vida en las universidades? ¿Sirve ir a la universidad? ¿Agrega
valor?”.
Tamaño de interrogantes con los que de
entrada puso a mirarse en el espejo a los concurrentes, algunos con evidente
desasosiego y otros intentando digerir el reto. Con un tono pausado, como si
estuviera relatando un cuento de los hermanos Grimm, De Zubiría prosiguió con
sus sorpresivos enfoques: “La Universidad Pedagógica no tiene un Saber Pro muy
alto, pero puedo demostrar que agrega más valor en lectura crítica que las
universidades más prestantes; por lo tanto puedo decir que es mejor universidad
porque los toma en un nivel bajo y no los entrega donde los entregan las principales
universidades privadas, pero sí cerca. Así es como debería evaluarse también un
docente: ¿dónde llegó el estudiante y dónde lo entregó? Todas las clases, de
todo el planeta Tierra, deberían empezar con unas pruebas diagnósticas que
determinen dónde llegaron y dónde acabaron”.
Entonces se deslizó a la necesidad de
repensar la educación universitaria, esgrimiendo dos argumentos elementales:
“El primero es porque el mundo cambió. Yo, que dediqué mi vida a cambiar la
educación básica, les confieso que nunca había visto un sector más conservador
que el de la universidad. Estoy impactado porque me he encontrado con un sector
muchísimo menos partidario de las transformaciones, convencidos de que el
problema no es de ellos sino de la básica. No, ambos tienen problemas y en
esencia son los mismos. El mundo se nos hizo global, flexible, con profundos
cambios sociales y económicos, pero la universidad no cambia. Lo que pasó en el
mundo no ha tocado a la universidad como debería. Y el segundo factor es que sabemos que los
jóvenes en los colegios no aprenden a pensar, a leer, a escribir, a analizar.
Entonces fracasó el sistema en la básica y en la media. En la superior tenemos
muchas dudas del valor que agrega, porque agrega mucho menos de lo que
creíamos”.
El panorama que dibujó es el de un
planeta impresionantemente intercomunicado, llámese globalización, tercera ola
o sociedad poscapitalista. Que aplica para todos los sistemas, menos para el
educativo, construido sobre unas bases opuestas y desde la fragmentación. De
tal forma que la primaria no tiene que ver con la secundaria, la media no tiene
que ver con la superior. “La universidad va de para atrás. Porque la ruta que
adoptó fue la de la especialización, que hace que cada vez el nivel de
especialización sea más alto. El problema es que el mundo lo que necesita es
otra cosa. Para hablar de temas de salud, lo que necesita el mundo son médicos
generales pero lo que ofrece el sistema educativo son médicos altísimamente
especializados. Lo que se requieren es un pensamiento interdisciplinario”,
subrayó. Disciplinariedad o transdisciplinariedad de la que todos hablan, pero
que al revisar las estructuras curriculares se encuentra que no existe.
“Estamos formando gente que sabe
muchísimo pero de un aspecto muy particular. Medicina es un ejemplo claro y en
campos como la anatomía hay hasta 16 profesores porque cada uno está
especializado en un pequeño aspecto. El problema es que nada se puede
interpretar desde una sola ciencia. ¿Por qué vivimos una guerra? Eso no se
puede explicar solamente desde una perspectiva económica y nos tocaría
involucrar factores políticos, culturales e históricos. Es decir, interdisciplinariamente.
La fragmentación no deja ver lo global. Los árboles no dejan ver el bosque y lo
que necesitamos es tener más claro los bosques”, agregó.
La segunda contradicción es que hay
acuerdo en que el mundo es totalmente flexible e incierto, pero la universidad
mantiene alto énfasis en lo rutinario. Un caso palpable es el relacionado con
el Cálculo, en el que se siguen enseñando algoritmos mecánicos,
descontextualizados y rutinarios, resolviendo problemas formales e
impertinentes.
Julián de Zubiría estudió economía en la
Universidad Nacional, pero recuerda que en los tres niveles de Cálculo que
cursó y en los que sacó 5,0, “no entendí una sola idea, nada. No me quedó ni un
concepto. ¿Cómo puedo sacar cinco sin entender? No, yo aprendí”. Así que en las
derivadas de X al cubo, sabía que cubo era ese 3 chiquito que estaba arriba y
lo que hacía era bajar el 3 sin ponerle mucha tiza, para luego escribir la X.
De la misma forma en que a los matemáticos se les llena la boca cuando
pronuncian “a la n”. “Cálculo es un muy buen ejemplo de lo que no hay que hacer
en educación”, razón que lo lleva a sentenciar que los profes de cálculo están
perdidísimos. Si hay un buen ejemplo de educación tradicional y de hacer cosas
absurdas y sin sentido, ese es Cálculo 1, 2 y 3. Son procesos de carácter
mecánico donde no hay conceptos ni interpretación. ¿Qué le pasa al mundo sin
derivadas? Ni idea. Nunca vimos esos temas y siempre era derive, derive y
derive”.
Es la antítesis del mundo anterior
estático, en el que alguien que trabajaba en Ecopetrol lo hacía toda la vida y
aspiraba a que su hijo lo sucediera. “Se estima que en los últimos diez años se
ha creado tanto conocimiento como se creó en los dos mil años anteriores,
entonces la universidad está equivocada si quiere transmitir conocimiento”,
dijo, recordando que aprenderse la tabla periódica en el colegio le sirvió para
pasar el examen de Química y para llenar crucigramas.
Pero el más complejo de los problemas,
en su opinión, “es que cualquier joven de hoy sabe más que Aristóteles. Tiene
25 siglos de conocimiento de la historia humana. Sabe de todo, física,
matemáticas… pero ojo, no piensa mejor. Ese es el núcleo del problema
pedagógico. El problema no es saber; el problema es pensar. ¿Qué hacen ustedes:
enseñan la ciencia o enseñan a pensar científicamente? ¿Enseñan economía o a
pensar en términos económicos? ¿Enseñamos conocimientos administrativos o
enseñamos a pensar y actuar con criterios administrativos? Es distintísimo”.
Como si con estasojivas no fuera
suficiente, De Zubiría Samper apuntó que el problema es que el colegio y la
universidad no se dieron cuenta de un hecho que se agudizó hace 50 años en la
historia humana: no guardamos la información en el cerebro, sino de manera
externa. “Construimos unos aparaticos llamados celulares. ¿Cuántos números
saben si se les pierde? Todo está guardado en la ‘nube’ y un programa como
Spotifytiene 150 millones de canciones, por lo que tendría uno que vivir 200
vidas y no oiría ni la mitad. La universidad sigue centrada en la transmisión
de teorías y no en el desarrollo del pensamiento. El sistema educativo sigue
transmitiendo información que uno no guarda en su cerebro. Si ustedes en los
exámenes a sus estudiantes no les dejan sacar el libro, es porque el examen no
es para pensar. Si esas preguntas que ustedes hacen las meto a Google y salen
las respuestas, es porque esas preguntas no son para pensar. Así de categórico
porque Google no piensa, sino que es un depósito de información. El sistema
educativo está totalmente confundido”.
Echando mano a más piezas de su
artillería, Julián de Zubiría expresó que cuando uno les pregunta a los decanos
y rectores cómo ven la universidad, dicen que muy bien, pero cuando esa
pregunta es para el mundo laboral, responden que muy mal. “Uno de los dos está
equivocado. Cuando uno les pregunta a los empresarios de Colombia cómo ven la
formación en las universidades dicen que muy mal, pero al insistirles por qué,
ninguno dice que es que no saben resolver ecuaciones diferenciales de segundo
orden o que tienen un problema con las integrales, todos en cambio dicen algo
más importante y es que no saben trabajar en equipo, no tienen iniciativa, no
toleran la frustración, tienen bajo liderazgo, muestran poco emprendimiento,
muy reducido pensamiento crítico, no tienen ideas originales y para completar no
saben leer, además que su escritura y comunicación no son claras. Les falta,
nada más y nada menos, que inteligencia intra e interpersonal”.
Mirando a los ojos a cada uno de los
asistentes, De Zubiría disparó: “¿Cuántas veces en sus exámenes ustedes les
dicen a sus estudiantes que formulen una pregunta original? El ser humano es
muy poco original porque lo castigan. Al que piensa, habla, dice, cree, se
viste distinto, lo castigan, y uno de los sistemas que tiene es la educación.
No se cuida la originalidad en la escuela ni en la universidad. Por el
contrario, se atropella todo el tiempo. Hay una desconexión entre lo que hace
el profesor y lo que le pasa al joven, todos ellos leyendo en celular y ahora
sacaron un proyecto de ley para quitarnos el celular. Están mal de la cabeza.
Cuando lo que necesitamos es que todos saquen el celular”.
Sin dejarlos reponer del impacto, De
Zubiría sentenció: “Hay una enorme disparidad entre lo que se hace en la
escuela y lo que pide la vida. Y ahora nos han dicho que la universidad es para
preparar para el trabajo. No les crean. Porque no solo vinimos al mundo a
trabajar. También vinimos a enamorarnos, a soñar, a leer poesía, a ver un
amanecer, a convivir, a pensar, a analizar, a discutir políticamente… ¿Entonces
dónde vamos a aprender eso? Si quieren
que no se haga ni en el colegio, ni en la universidad, ni en el chat, ni en la
familia, entonces dónde. Ahora sí autistas nos vamos a volver”.
En la siguiente diapositiva tenía guardada
el equivalente a su bomba atómica. Para ello citó al expresidente uruguayo Pepe
Mujica, quien afirma que “tal como vamos, los depósitos de conocimiento no van
a estar dentro de nuestras cabezas, sino ahí afuera. Ahí va a estar toda la
información, todos los datos, todo lo que ya se sabe. En otras palabras, van a
estar todas las respuestas. Lo que no van a estar son todas las preguntas. En
la capacidad de interrogarse va a estar la cosa. En la capacidad de formular
preguntas fecundas, que disparen nuevos esfuerzos de investigación y
aprendizaje”.
En palabras de Julián de Zubiría: “Uno
va a la universidad no a oír las respuestas, sino a generar las preguntas. Uno
debería ir a la universidad a hacerle preguntas a la vida. ¿Así es la
universidad? ¡No!”.