sábado, 17 de noviembre de 2018

Alberto Donadio Copello, Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista


(Tengo la enorme satisfacción de publicar las palabras pronunciadas por mi maestro y amigo Alberto Donadio Copello al recibir el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista, el pasado jueves 15 de noviembre de 2018 en la ciudad de Bogotá).


Cuando nos conocimos en 1983, mi esposa Silvia Galvis tenía enmarcada en su oficina esta frase de Albert Camus: "Debemos comprender que no podemos escaparnos del dolor común y que nuestra única justificación, si hay alguna, es hablar mientras podamos en nombre de los que no pueden".

El encuentro con Silvia estuvo precedido de otras afinidades. Silvia leía desde los nueve años Vanguardia Liberal, el diario que fundó su papá en Bucaramanga. A esa edad yo leía los tres periódicos de Cúcuta —El Diario de la Frontera, La Opinión y Oriente Liberal— así como El Tiempo que llegaba en aviones DC-4. Cuando los azares se encadenan son destino, solía decir Silvia, citando una frase de Gabo.

Las luces intermitentes y penetrantes de muchos faros ilustres como Albert Camus me han guiado en esta navegación de cuarenta y cinco años por el periodismo. He vuelto muchas veces a la sentencia magistral de don Fidel Cano estampada en 1887 en el primer número de El Espectador: "No damos a las buenas y a las malas acciones unos mismos nombres. No hablamos a los dueños del poder el lenguaje de la lisonja. No tributamos aplausos a los hombres ni a sus actos sino cuando la conciencia nos lo mande".

Cien años después de su fundación empecé a escribir en las páginas de El Espectador y sigo escribiendo en este diario que Silvia consideraba el séptimo cielo de la tolerancia, el respeto a las ideas ajenas y la gallardía personal. Ese espíritu se ha mantenido siempre, en la época del actual director Fidel Cano y en la que siguió al asesinato de don Guillermo Cano, con sus hijos Juan Guillermo y Fernando Cano Busquets, y con Juan Pablo Ferro.

No soy sobrino nieto del doctor Eduardo Santos pero adhiero firmemente a su pensamiento: "La democracia exige e implica libertad en las discusiones, severidad en los juicios, crítica inexorable de todos los actos".

En 1972 empecé a escribir en el periódico del doctor Santos donde Daniel Samper Pizano y yo desbrozamos el camino de un periodismo que no se hacía en Colombia. Fuimos los pioneros del periodismo de investigación en América Latina porque no había competencia. Se podía escribir sin censura únicamente en islotes como Venezuela, Costa Rica y Colombia, pues la bota militar sojuzgaba casi toda la región. Un poco después llegó Gerardo Reyes. Los tres trabajamos en amistosa armonía animados por la convicción común de que el periodismo es oidor, veedor y fiscalizador de los poderes públicos y privados y abanderado del interés público.

En la Unidad Investigativa logramos que los tribunales reconocieran el derecho de acceso a los documentos oficiales, una conquista que solo después quedó codificada en las leyes y en la Constitución y que otros países tardaron más tiempo en admitir. Somos los abuelos del derecho de acceso y del derecho de petición. Ante una demanda que presentamos, el Consejo de Estado afirmó: "Sólo mediante la publicidad de las actuaciones de los funcionarios estatales se hace posible el control que la opinión pública tiene derecho a ejercer sobre sus gobernantes". La sentencia es del magistrado Carlos Galindo Pinilla, que no usaba toga sino Everfit y que no pertenecía a ningún cartel.

Como periodista no recibo regalos. Fuí sí favorecido muchas veces con la dádiva de la amistad y el apoyo de personas que comprenden la misión del periodismo. Recuerdo la anécdota que cuenta Fabio Castillo de cuando publicó "Los Jinetes de la Cocaína". Lo llamó el presidente de Avianca, Edgar Lenis Garrido, y le dijo: "Mijo, yo no lo dejo matar a usted". Lenis le entregó un paquete de diez pasajes internacionales, todos en blanco, con estas instrucciones: "Usted llénelos, eso tiene mi firma. No tiene que pagar un peso, váyase para donde quiera. Pero eso sí, no me cuente".

Al igual que Fabio, adquirí numerosos amigos, benefactores y patrocinadores. En El Tiempo conocí a Germán Castro Caycedo, que nos abrió a todos el frente de los libros periodísticos. Con Germán, que recibió hace tres años el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra, verificamos en El Guamo, Tolima, el uso del Agente Naranja, el herbicida utilizado en la guerra de Vietnam.

(Alberto Donadio y Jaime Abello Banfi)

Y gracias a las denuncias ecológicas que fueron la matriz de la Unidad Investigativa, tuve amigos inolvidables, como el profesor Federico Medem, zoólogo especialista en babillas y caimanes, el profesor Jesús Idrobo, botánico del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, el Mono Hernández del Inderena y la precursora femenina de las luchas ecológicas, la ex parlamentaria Alegría Fonseca.

Más que fuentes tuve benefactores, como don Hernán Echavarría Olózaga, que un día me llamó a su oficina para que le ayudara a denunciar los entuertos del Grupo Grancolombiano. Le contesté que yo ni siquiera sabía qué era el encaje bancario. Pero don Hernán me dijo que él me enseñaba y aquí estoy cuarenta años después porfiando con los fraudes de las libranzas y la estafa de Interbolsa.

Más que fuentes tuve verdaderos patrocinadores, como el doctor Germán Botero de los Ríos, gerente del Banco de la República en los años setenta. Cuando lo nombraron superintendente bancario me dio carta blanca para examinar los expedientes reservados de la Superintendencia. El doctor Botero de los Ríos decía que desde cuando se inventó la fotocopiadora ya no podía haber documentos secretos. Hoy, al recordarlos, echo de menos la existencia de personajes independientes de estatura moral.

Secretos del oficio hay varios, pero nada es más determinante que el viento de cola que dan aliados humildes y elevados que van apareciendo en el camino porque ellos también están indignados.

Y entre esos aliados incluyo ahora a editoriales como El Áncora y a editores como Gabriel Iriarte, y en Medellín al noble amigo Jesús María Gómez Duque, y a mi hermana Lucía Donadio, de Sílaba Editores. Sin su impulso no se habrían publicado los libros que vengo escribiendo desde 1983.

La receta del periodismo investigativo lleva tres ingredientes. Primero: El hecho debe ser de interés público. Segundo: Alguien quiere mantenerlo oculto. Tercero: Es el periodista quien lo descubre.

No siempre se tienen a la mano los tres ingredientes, pero siempre debe existir la más absoluta rigurosidad en los datos. Una acusación formulada contra un funcionario o contra una persona se lanza cuando está comprobadamente sustentada en pruebas irrebatibles. Un informe investigativo debe tener la misma fuerza de una sentencia judicial de última instancia dictada por magistrados probos e impolutos. La denuncia que se presenta ante la opinión pública no puede estar sujeta a rectificaciones porque del periodista investigativo se espera la última palabra. Cuando escribí que el senador que recibía en el estudio de su apartamento los sobornos de Odebrecht era el mismo que viajaba en el avión presidencial sentado al lado del Jefe del Estado, lo hice porque ambos hechos son ciertos y no pueden ser desmentidos.

Estas reglas no cambian aunque la tecnología haya cambiado y existan nuevas fuentes de información cibernética. Hoy hay acceso a distancia a documentos oficiales que antes solamente se podían examinar en la dependencia donde reposaban pero lo fundamental es la acumulación de pruebas irrefutables, verídicas y veraces. Antes o después de Google, se requiere criterio para analizar las pruebas, capacidad de interpretación para sopesar grandes volúmenes de información y mucho tiempo para llegar a conclusiones contundentes.

Para escribir el libro sobre el asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla leí seis veces el expediente de la justicia penal, que tiene diez mil folios. Descarté mucho material, que es un paso esencial para aprovechar lo verdaderamente relevante. Luego destilé la información en 168 páginas, traduciéndola y resumiéndola en frases y conclusiones sencillas, que es otra de las tareas ineludibles para facilitar la comprensión. Recargar el texto con todo lo que uno ha averiguado fatiga o aleja al lector.

Cuando un banquero ecuatoriano, Nicolás Landes, fue acusado por el gobierno colombiano de cometer un fraude de casi 200 millones de dólares que supuestamente giró desde Bogotá a su banco en Miami, tardé meses en empaparme de toda la documentación. La certeza de su inocencia la obtuve cuando pedí una cita en la superintendencia financiera del estado de la Florida, encargada de vigilar el banco gringo de Landes. Al llegar a Tallahassee, la capital de la Florida, me entregaron varias cajas con documentos confidenciales a rebosar, lo cual me sorprendió. ¿Por qué me los mostraban sin solicitarlos? Cuando terminé de tomar apuntes, el funcionario con el cual yo tenía cita vino a decirme que había estado esperando tres años a que alguien preguntara por el caso porque se había cometido una injusticia. Nunca pasaron 200 millones de dólares por el banco de Landes en Miami, ni legales ni fraudulentos, y la superintendencia de la Florida había dejado constancia escrita de ese hecho desde el día siguiente a la acusación de Colombia. Pero nadie se había asomado a preguntar.

Nicolás Landes había pagado altísimos honorarios a cotizados abogados de Miami, que nunca hicieron una llamada a Tallahassee. Yo le entregué, de balde, la fotocopia oficial de su inocencia. Lo cuento en detalle porque con o sin internet, con o sin la pipa de Sherlock Holmes, nada reemplaza a un buen sabueso.

Sobre Landes se había publicado información abundantísima en Colombia, Ecuador y Miami. Solamente el periodismo de investigación, que exige dedicar mucho tiempo a un solo asunto, lindando con la obsesión, permitió descubrir la verdad irrefragable. Habría también permitido arribar a la conclusión contraria, si se hubiera cometido el fraude.

La rigurosidad absoluta en la comprobación de los hechos no puede, sin embargo, arredrar y atemorizar a los medios de comunicación, que tienen que ser escépticos y suspicaces, que no pueden tragar entero y que deben dudar metódicamente de la versión oficial. 

Ello es particularmente cierto en Colombia, por varias razones. Primero, porque donde se ponga el dedo, sale pus. Segundo, porque las autoridades legítimamente constituidas rivalizan entre sí para cometer toda suerte de abusos y atentados contra los ciudadanos o contra el erario, unos graves, otros gravísimos, muchos escandalosos y oprobiosos y otros sencillamente atroces. Tercero, porque el gobierno no es del gobierno sino de los ciudadanos pero solo un manojo de ciudadanos tiene el tiempo y el conocimiento para ejercer la fiscalización sobre los poderes públicos, que en cambio sí pueden realizar los medios de comunicación a nombre de toda la comunidad. Su cometido y su derrotero es llevar a cabo esa vigilancia.

Del premio de hoy surgen felices coincidencias, añejas y actuales. En 1979 el Premio Simón Bolívar a la Vida y Obra fue otorgado al papá de Silvia, Alejandro Galvis Galvis, que lo donó a la Universidad Autónoma de Bucaramanga (Unab) como primer aporte a la fundación de una facultad de comunicación social, hoy próxima a cumplir cuarenta años. Esta universidad entregará en unos días, por primera vez, el Premio Silvia Galvis al periodismo crítico e independiente. Entre los jurados se cuenta Yvonne Nicholls, fundadora del Premio Simón Bolívar y generosa madrina de todos los periodistas del país.

Mencioné al papá de Silvia. Aquí está en primera fila mi papá, Fausto Donadio, que tiene 97 abriles. Nació en Morano Calabro, en el tacón de la bota italiana. Desembarcó en el muelle de Puerto Colombia en 1938 y vive en Colombia desde hace 80 años. Como si fuera el presidente de Avianca, nos regaló a los hijos decenas de boletos para viajar a Italia y a otras latitudes, abriéndonos mundos nuevos. Adquirí así los idiomas y el savoir-faire para adentrarme en fondos nunca antes consultados de los Archivos Nacionales en Washington, del Archivo Vaticano y de archivos similares en Roma, Berna, Londres y otros lugares y para extraviarme en la biblioteca más fabulosa del mundo. En la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos Silvia leyó todas las obras que necesitó para su formidable novela histórica sobre Soledad Román y yo pude descifrar períodos de la historia de Colombia para rematar un puñado de libros.

A este atrevimiento de escribir libros de historia llegamos también por el periodismo investigativo. La asociación de periodistas y editores investigativos (IRE por sus siglas en inglés) mencionó una vez en su revista que los Archivos Nacionales albergaban tesoros para los periodistas de investigación. Era literalmente cierto. Colombia Nazi reveló cómo la esvástica se exhibía orgullosamente en Barranquilla durante la Segunda Guerra Mundial. Juan Gabriel Vásquez escribió años más tarde una estupenda novela sobre ese período histórico, llamada Los Informantes. En El Jefe Supremo consignamos información inédita sobre la carrera militar y el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla. No debería decirlo uno de los autores pero desde cuando apareció ese libro hace 30 años no se ha publicado otro similar con documentación de archivo. 

Agradezco al jurado este singular honor, que se torna particularmente grato porque viene a renglón seguido del premio que recibió el año pasado mi querido amigo Juan José Hoyos, el rey Midas de la crónica. Agradezco igualmente a Silvia Martínez de Narváez, que ejerce la dirección del Premio Simón Bolívar con cordialísima discreción.

Muchas gracias.

martes, 13 de noviembre de 2018

Susanita Pérez, 83 años y estudia Literatura en la UNAB

(Esta entrevista la publiqué en la edición 471 de Vivir la UNAB, en circulación desde el 9 de noviembre de 2018)



Si los 83 años que lleva a cuestas y el accidente con la moto que la atropelló y la dejó un año recuperándose no la han hecho desistir, mucho menos está dispuesta a ‘tirar la toalla’ con los análisis del estructuralismo ruso que le endosa su profesor Julián Mauricio Pérez.

Susana Pérez Hernández de Correa es una cucuteña nacida el 18 de julio de 1935 pero con el acento tradicional de los cachacos, debido a que la mayor parte de su vida ha transcurrido en la capital colombiana.

Y es precisamente aquí, en un inmenso apartamento en el que hay tres paisajes de Segundo Agelvis, tres biblias antiguas de gran tamaño, un florero, los retratos de sus antepasados y un enorme piano en el que durante incontables veladas se sentó el compositor pamplonés Oriol Rangel, donde se produce este encuentro con Susanita, la abuela que ingresó en 2010 a estudiar Literatura en la Universidad Autónoma de Bucaramanga y quien está a punto de coronar el sexto cuatrimestre de los doce que comprende este programa que se imparte bajo la modalidad virtual.



El torrencial aguacero hizo que la cita de las tres en punto de la tarde se aplazara 38 minutos, debido a que llegar hasta los alrededores del Centro Andino resulta complicado aún en domingo. Sin embargo Susanita, con su dinamismo y alegría que la caracterizan, estabamás que dispuesta a atender esta visita.

Le pido que hagamos las fotografías en su lugar de estudio, pero ella dice que prefiere en la sala porque hay algo de desorden. Entonces, bajo la mirada de una hermana, de una nieta periodista que vive en México y de su tutor, Susanita accede a dejarse retratar. Al poco rato hace su aparición Emilia Maldonado de Gaona, la amiga y cómplice con la que viajó en la última semana de agosto pasado a Bucaramanga con el propósito de no perderse la Feria del Libro de la UNAB y donde conoció al exministro de Salud, Alejandro Gaviria, autor del libro “Hoy es siempre todavía” y quien la visitaría semanas más tarde para autografiarle un ejemplar y tomarse un tinto.

Entre foto y foto cuenta que validó el bachillerato y que su esposo, Mario Correa Lince, la cuidaba tanto que prefería que permaneciera en el hogar, razón por la cual se trazó como meta realizar algún día sus estudios de Literatura, primero en una institución bogotana en la que permaneció poco tiempo y ahora en la UNAB, donde Susanita se ha convertido en la consentida de la directora del Programa, Yaneth Lizarazo Ortega, y de casi todos los docentes, en especial de Juan Diego Serrano (Edición de Textos), a quien insiste en mandarle saludos.



También hace referencia a su tío Luis Pérez Hernández, quien alcanzó a ser el primer obispo de Cúcuta y obispo auxiliar de Bogotá por allá a mitad del siglo XX, además de uno de los precursores de la ecología en Colombia, y por supuesto que rememora a su abuelo Julio Pérez Ferrero, un pedagogo e historiador que sobrevivió al terremoto de la capital nortesantandereana el 18 de mayo de 1875, como alcalde tuvo la misión de reconstruirla y cuyo nombre lleva la Biblioteca Municipal de esa ciudad. No deja por fuera a su padre, Ramón Pérez Hernández, quien a los 28 años de edad fue nombrado gobernador de su departamento e inauguró en 1929 el servicio de cable aéreo que unía a Gamarra (Cesar) con Ocaña. Por último hace referencia a sus hijos María Emilia, Andrés y Santiago, un niño especial que adoptó hace 17 años. El diálogo se abre paso.

¿Qué la motivó a estudiar Literatura y precisamente en la UNAB?

El motivo para estudiar literatura, no fue otro que estar encantada leyendo todos los libros que llegaban a mis manos, me ha gustado toda la vida estudiar, leer, y escribir poesía, ha sido el motivo que me ha alegrado la vida, y me siento completamente feliz de haber cumplido con ese sueño. Para entrar a la UNAB busqué muchas oportunidades en varias universidades, y la que más me gustó fue la UNAB, que tenía muchas facilidades para poder estudiar por computador y sin salir de la casa, pudiendo cumplir mi anhelo de conocer más a fondo la literatura. Tantas eran mis ganas de estudiar que hasta volví a hacer el bachillerato y me matriculé en el Instituto Bacatá con todos los muchachos que perdían el año y pasé el examen del Icfes.

Si no tiene que rendir cuentas por calificaciones y promedio acumulado, ¿qué hace que se tome tan a pecho cada una de las asignaturas?

Me tomo con mucha responsabilidad el estudio y no estoy tranquila hasta que saco buena nota. Es un compromiso conmigo misma y con cumplir mi sueño de conocer lo máximo posible la forma de escribir de todos los autores.



¿Qué les responde a quienes en esta sociedad consideran que una persona mayor de cincuenta años prácticamente está ‘descontinuada’ para la vida académica y laboral?

¡No! A los 50 años uno está demasiado joven para descontinuarse, falta mucha vida para completar los sueños. A las personas que piensan que yo estoy muy vieja para estar estudiando, les digo que tengo la convicción de que cuando uno está viejo tiene la obligación de hacer más cosas que cuando está joven, para tener una vida plena, mientras llega el momento de entregarle a Dios el alma y dejarles un buen recuerdo a los hijos y nietos. Mientras tenga memoria y pueda escribir voy a seguir estudiando porque me encanta y además para salvarme del Alzheimer.  

¿Sus hijos qué opinan de que usted esté cursando una carrera profesional a estas ‘alturas del partido’?

Mis hijos se sienten muy orgullosos de tener una madre entusiasmada estudiando, leyendo y comentando el nuevo concepto de literatura. Para los hijos es una inspiración y una enseñanza de todos los días de cómo vivir la vida con ganas y con entusiasmo, y sin miedo de ensayar cosas nuevas. A mí me encanta hablar con ellos y contarles todas las cosas nuevas que he conocido, dejándoles ese ejemplo como experiencia de vida, y que ojalá les sirva de recuerdo para cuando lleguen a mi edad.



¿Qué ha sido lo más difícil de adelantar esta carrera bajo el modelo de enseñanza virtual?

Pues no he tenido mucha dificultad, porque he contado con varios profesores que me han ayudado, para escribir en el computador y acceder a la plataforma virtual. Lo más difícil es entender las palabras modernas como el estructuralismo ruso y a teóricos como el francés Michel Foucault.

¿Cuáles son sus libros favoritos y su escritor de cabecera?

No tengo ningún libro favorito. Me gusta leerlos, analizarlos y aceptarlos o rechazarlos. Toda mi vida he leído, cuanto libro llega a mis manos, y agradezco a Dios que me ha dado la fortaleza de poderlos leer, analizar y comprobar, la forma que tiene cada escritor en contar sus sentimientos y sus ganas de llegar al público y ser aceptado. Me gustó mucho leer el libro de Héctor Abad Faciolince sobre la muerte de su padre y me fascinan las poesías de Gabriela Mistral como ‘El Ruego’: “Señor tú sabes cómo, con encendido brío…”, y los poemas de Manuel Machado como ‘Adelfos’: “yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron. Soy de la raza mora, vieja amiga del Sol, que todo lo ganaron y todo lo perdieron…”.

¿Para qué leer si todo está en Google -como dicen los alérgicos a los libros-?

Leer sostiene la mente viva y pienso que estas generaciones no tienen suficiente ánimo para resolver los problemas, porque todo lo encuentran en Google. Entonces no hacen esfuerzos para poder reflexionar sobre las cosas, porque ahora todo es fácil y se encuentra en el Internet. Es importante que a los niños les ayuden a gozar la lectura y los libros.

¿Qué se va a regalar el día del grado en la UNAB?

Primero que todo, no pienso graduarme. Mientras me acepten así, haciendo cursos de cuatrimestres y pensando todo lo que pueda contestar, estoy contenta y para mí eso es un regalo, poder todavía contestar las preguntas sin angustiarme. El diploma que me lo pongan en el ataúd.

Tengo entendido que usted vio crecer al periodista Felipe Zuleta Lleras. ¿Él está al tanto de sus ‘andanzas’ en la Literatura?

Felipe no ha vuelto a comunicarse conmigo, y no sé en que está, pero él es muy buena persona y si yo lo llamo puedo enterarme de qué está haciendo.  



El exministro de salud, Alejandro Gaviria, escuchó de su historia y vino a su casa a visitarla. ¿Cuál de sus comentarios fue el que más le llamó la atención?

El exministro Gaviria me pareció un hombre encantador, muy humano y muy agradable en su manera de ser. Aquí en mi casa leyó mis poesías, y fue una visita muy agradable y todos quedamos encantados con él. En el libro “Hoy es siempre todavía”, que él escribió, me hizo una dedicatoria que dice: “Con un fuerte abrazo de aprecio y gratitud para una compañera de letras y ejemplo de vida”.

¿Cuántas voces de desaliento ha recibido para que no estudie y en su lugar se quede tejiendo en casa?

Bastantes voces de desaliento he recibido. Me preguntan qué voy hacer con el estudio, y me dicen que ya no es hora de estar en la universidad, sino dedicarme a tejer para los niños pobres, cosa que también hago. Me han animado mucho sobre todo Yaneth Lizarazo, la directora del Programa y mis profesores como Juan Diego, que me encantó conocerlo en Bucaramanga. Una persona muy importante para mí es Fernando Perdomo, que me ayuda a escribir en el computador para poder mandar las tareas y me acompaña a tomar capuchino y a todas las diligencias que necesito hacer.



¿Qué comentarios hacen sus nietos cuando la ven ‘haciendo tareas’?

Mis nietas Alejandra y María se sienten orgullosas de la abuela. También  a Samuel, que tiene cinco años, le gusta que su abuela está en el colegio como él. Quieren ser como ella y llegar a viejos con entusiasmo y haciendo, como yo opino, más cosas que cuando jóvenes. También disfrutan cuando les cuento sobre las cosas que leo porque aprenden y se divierten con mis análisis. Mis hijos y mis nietos, que han estudiado muchas carreras, me han dado el aliento para seguir estudiando y poder salir adelante.

¿Se le medirá a escribir un libro de cuentos o una novela?
Yo he escrito muchos cuentos y poesías, pero no quiero tener un libro porque pienso que eso es para los grandes escritores.

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Una hora y media después termina el encuentro. Me brinda una aromática para que deje de titiritar. Ignoro cuándo se graduará Susanita, pero ese día ella sabe que lanzaré varios voladores y le daré un abrazo por su perseverancia y optimismo contagioso.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Algún día habrá humanidad (Páramo de Berlín, Santander) -columna de Ricardo Silva Romero-

Algún día habrá humanidad (Páramo de Berlín, Santander)

A esta hora de este día unos 300, 400, 500 venezolanos cruzan el camino de Cúcuta a Bucaramanga a diez grados bajo cero.


Por Ricardo Silva Romero
 (Publicada en el diario El País, de España, el miércoles 10 de octubre de 2018)

Pero lo que está pasando es esto: que a esta hora de este día unos trescientos, cuatrocientos, quinientos venezolanos cruzan el frío insoportable e inmisericorde del Páramo de Berlín, diez grados bajo cero en el camino de Cúcuta a Bucaramanga, con el ansia de llegar a alguna parte en donde puedan ser las personas que fueron antes del régimen siniestro. Está ocurriendo esto: que si no fuera por la solidaridad de quienes tienen el don de ver el viacrucis ajeno, si no fuera por los estrujones y los sánduches y las ropas de doña Juana, doña Leonor, don Iván, don Pastor, don José Luis, los caminantes venezolanos sufrirían y morirían más. Está pasando que, por líos de presupuesto o por miedo a los vigilantes estatales, las autoridades están haciendo muy poco —ni Acnur está sirviendo— para aliviar el drama. Y esto es ya lo peor que podía pasar. Y está empezando aquí la xenofobia.
Dice la brillante doña Leonor, una venezolana asilada en Pamplona, que hubo gente que vaticinó estas escenas del fracaso humano —gente que predijo la elección democrática de la tiranía, el empobrecimiento de la sociedad, el reino tambaleante de la versión oficial, la violencia brutal, la degradación de la degradación, el éxodo—, pero que es el momento de augurar que un buen día dejará de pasar. Celebra la alegría caribe de los venezolanos: su entereza para seguir adelante, para reírsele a la tragedia en la cara, para recibir la ayuda de los colombianos que entienden que aquello de que somos iguales no es un anhelo sino un hecho. Pero sabe de memoria, también, que el horror se tiene que conocer, que los lectores y los televidentes y los usuarios tienen que enfrentarse a esta noticia como si estuviera pasándoles.
Cuenta la templada doña Juana —una santandereana con el corazón en la mano— que los venezolanos van a pie entre el polvo, desde el calor hasta el frío del infierno, porque los buses se niegan a correr el riesgo de llevar a quienes no tienen pasaporte. Cuenta que sube un par de veces al hoy llamado “páramo de la muerte”, 3.200 metros sobre el nivel del mar en esa odisea de 195 kilómetros, a darles a los caminantes lo que les pueda dar, a llevarles a los peregrinos lo que les consigan los empresarios bumangueses. Y don Iván y don Pastor y don José Luis, que están allí para ser testigos de esa ruina, insisten e insisten en que esta es la hora de ver a los hombres gritándole al cielo de Maduro por quitarles todo, a las mujeres diciéndose entre dientes que algún día volverán a sus casas, a los niños tiritando y tosiendo y vomitando con los pechos cerrados.
Se pierde demasiada salud, demasiado espíritu, en el intento vano e inútil de demostrar que una cosa son ellos y otra cosa somos nosotros, que no nos iguala el hecho de la vida. Sería ridículo, por no usar la palabra “humano” en el peor de sus sentidos, que se vuelva común el odio por los venezolanos, que se siga diciendo que están tomándose los trabajos y las esquinas de los mendigos y los burdeles como vengándose de lo que hicieron los colombianos en Venezuela hace décadas —eso también se dijo— cuando Venezuela era la solución a los problemas. Pero para eso, para que los prójimos no resulten parias, hay que ver a las madres que tratan de que sus bebés no se mueran, a los niños desnutridos que escupen bilis, a los muchachos sonrientes que ruegan para que sobren cobijas en los gallineros y los garajes del camino.
Aquí están mirándonos a los ojos. Un día y una noche se pasan volando, como una hora nomás, cuando no se es un emigrante venezolano que cruza la frontera a pie con todo el peso sobre un cuerpo sin fuerza. Cuando no se está perdiendo la esperanza de llegar al lugar en donde uno está esperándolo a uno.


viernes, 21 de septiembre de 2018

Ulibro UNAB en fotos

La Feria del Libro 'Ulibro', de la Universidad Autónoma de Bucaramanga se llevó a cabo del lunes 27 de agosto al sábado 1 de septiembre de 2018. Hice estas fotografías a manera de inventario y las publiqué en la edición 469 de Vivir la UNAB -en circulación desde el 14 de septiembre-.

Entre los principales invitados especiales se contaron: Leonardo Padura y Atilio Caballero (Cuba), Juan José Millás (España), Daniel Mordzinski y Abel Basti (Argentina), Laura Niembro (México), 'Vladdo', 'Matador', 'Enrique Rojo', Alberto Donadio, William Ospina, Jorge Orlando Melo, Pablo José Montoya, Jorge Valencia Jaramillo, Jorge Hernán Peláez, Héctor Abad Faciolince y su hija Daniela, Roberto Burgos Cantor, Celso Román, Mauricio Silva, Antonio Casale, Pilar Quintana, Camila Chaín, 'Calarcá', 'Betto', Gloria Valencia, Juan Gabriel Vásquez, Marta Orrantia, Mario Mendoza, Alejandro Gaviria Uribe, Paola Guevara, Sergio Álvarez, Daniel Felipe Rodríguez, Daniel Ferreira, Elisa Estévez, Fernando Salamanca, Amalia Andrade, Carlos Alberto Yanguas, Orquesta Sinfónica UNAB, Yolanda Ruiz, Juan Manuel Ruiz y el equipo de RCN Radio, así como la agrupación musical Doctor Krápula.