(Esta entrevista la publiqué en la edición 461 de Vivir la UNAB, en circulación desde el 6 de noviembre de 2017)
Por muy ‘cachaco’ que sea, Ricardo Silva
Romero no va con rodeos. Por eso se atreve a decir que “es una buena noticia que esté aquí
un papa que ha pedido perdón por unas cuantas cosas: a ver si el odio deja de
ser útil”, o cantar la tabla afirmando que “(Alejandro)
Ordóñez “ha sido y es y será un vendedor de odio: de misoginia, de homofobia,
de estigmatización, de persecución al periodismo”.
En nada parecido a tantos colegas
timoratos que solamente hablan de temas triviales o se pasan de ‘lagartos’, su
estilo punzante es el que le ha valido el reconocimiento como uno de los
mejores columnistas que hay en Colombia y no solo por lo que dice semanalmente
en el periódico El Tiempo, sino
también por su sección en el diario madrileño El País. Su pluma es mordaz y por eso se atreve a decir: “Pero el
repugnante caso del señor Moreno Rivera, que así se llama el exjefe de la
Unidad Anticorrupción de la Fiscalía, no solo ha probado que somos pastoreados
por los lobos, sino que ha hecho evidente la perversa solución que hemos estado
dándole a la corrupción: decir ‘es que somos así’”.
Esta labor la combina con el oficio de
escritor, con obras tan posicionadas en librerías como las novelas “Historia
oficial del amor”, “Parece que va a llover”, “Autogol” y “El hombre de los mil
nombres”.
Este bogotano nacido en 1975, que
durante 12 años fue comentarista de cine en la revista Semana, más otros ocho en la revista Soho, estuvo en la reciente Feria del Libro Ulibro de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (UNAB).
¿Por
qué sostiene que si en las elecciones de 2018 llegara a ganar la extrema
derecha hay que ir considerando la idea de seguir viviendo en este país?
Es que la extrema derecha que tenemos es
un delirio anacrónico. Es gente que todavía cree que hay una conspiración
judeomasónica para derribar el imperio católico, para arruinar la imagen que
tenemos de la hispanidad, para implantar el comunismo y hoy en día la
homosexualidad en la sociedad colombiana. El delirio es tal que realmente vivir
bajo esa mirada lo pondría a uno a dudar de vivir en un manicomio. Pero me
parece que así como hay gente a la que ese discurso delirante y violento la
seduce, también produce miedo a mucha gente más que no está de acuerdo en que
haya que ser violentos. La ultra derecha está radicalizándose y eso es
importante porque vuelve a ser una minoría. Va como camuflada con el uribismo y
con el conservadurismo, tratándose de volver como una especie de bloque
alrededor de la idea de no al acuerdo que termina al conflicto, y cada vez se
ha visto que no, porque el Centro Democrático se está separando entre la
ultraderecha y la derecha, y cada vez se está viendo que esa alianza no existe
porque los pastores van por un lado, los conservadores van por el otro, que el
uribismo es una cosa y el ordoñismo es otra, y aunque compartan delirios no
creo que estén tan unificados y así como producen devoción también generan
muchísimo miedo.
¿Ha
contemplado la posibilidad de que el próximo presidente de Colombia sea el
santandereano Alejandro Ordóñez Maldonado?
Sería una Colombia gobernada de
espaldas, en latín. Y sería un lugar realmente siniestro. La gente tiende a
pensar que cuando uno habla de Ordóñez se está refiriendo en términos
personales. A mí me tiene sin cuidado la persona que probablemente sea un buen
padre, un buen esposo y un buen amigo de sus amigos, pero políticamente es
siniestro, y es un hombre cuyo menor problema es que sea así de religioso,
porque su mayor problema es la manera como ha hecho política, los contactos que
ha hecho para hacerla, lo inescrupuloso que ha sido para hacerla y lo
inescrupuloso que está dispuesto a ser. Claro, lo religioso es aberrante porque
es devolvernos cientos de años a un mundo en el que alguien aplasta a los que
sean diferentes y en el que alguien promueve el fin de la diferencia. Eso me
parece gravísimo. Y adicionalmente es una persona no muy competente e incapaz
de gobernar el Estado colombiano. Su Procuraduría fue muy mala y mediocre, y
todos los escándalos que están reventando ahora salieron justo cuando él se fue.
Su ausencia en los cargos de vigilancia del poder ha sido lo mejor que nos ha
podido pasar, y él en el cargo de presidente fallaría en lo mínimo que es en
conciliar tantas voces que son las voces colombianas, en hacer ese trabajo de
equilibrismo que es tan difícil y se parecería a (Álvaro) Uribe en cierto
sentido como presidente pero sería muchísimo peor y muchísimo menos respetuoso
de las formas, que ya es mucho decir.
¿Qué
país es esa Colombia en la que el poder se sigue heredando entre unas cuantas
familias?
Esa es una Colombia que existe y sigue
siendo muy fuerte. Es la Colombia de un puñado de apellidos que empezó quizás
en el comienzo del siglo XX y que sigue dominando y que sigue gobernando, pero
es una Colombia que convive con muchas más. Una Colombia por ejemplo la del
narcotráfico, o la del paramilitarismo o la nueva que es ciudadana, la de
Claudia López, Sergio Fajardo, Humberto de la Calle o Antanas Mockus que están
más hacia ese lado y que representa a una buena parte del electorado y a la que
hay que convencer. Es hasta cierto punto deprimente ver a un Vargas Lleras
hereda de un Santos el poder, pero no es la realidad completa. Es una buena
parte y va a seguir existiendo esa casta política, como estaban en Estados
Unidos eligiendo entre Hillary Clinton y Donald Trump, pero le va a tocar
seguir conviviendo con muchas Colombias más y eso los obliga a replantearse.
Cuando
en agosto de 1989 asesinaron a Luis Carlos Galán muchos temieron que el país
había tocado fondo, pero las barbaridades y los escándalos se han seguido
repitiendo a cual más. ¿El próximo capítulo de esta Colombia que no tiene
remedio cuál será?
Esta historia de los magistrados y su
corrupción le vuelve a uno a dar la idea de que esto ha tocado fondo, cuando ha
tocado fondo tantas veces, pero ese tocar fondo de la Rama Judicial se puede
interpretar como el horror o como el fin del horror y que por fin lo que era un
rumor se volvió un hecho. Esta gente sí estaba negociando con la justicia y es
terrible pero muy importante probarlo porque nadie revisa a los jueces. Siempre
ha estado abierta la pregunta de quién está vigilando a los vigilantes, y esto
a todos aquellos que estén entrando a la Rama Judicial como los políticos que
entran al Ejecutivo en busca del botín, pues les da la idea de que no pueden
andar por ahí haciendo trucos ni portándose como políticos en el peor de los
sentidos.
Al reiterar en sus columnas que los colombianos no se pueden negar la posibilidad
de construir un país del postconflicto, ¿eso quiere decir que usted está
‘enmermelado’ o que se volvió ‘castrochavista’?
Me impresiona mucho eso: que cada vez
que uno diga me parece que el Acuerdo de Paz es sensato, porque es básicamente
que la gente no se esté matando y hasta ahí es la idea, librando a mucha gente
del aniquilamiento, inmediatamente hay gente que piensa que uno lo está
diciendo porque le están pagando o porque tiene contratos con el Estado. Eso es
increíble, pero una buena parte de esa gente lo dice porque a ellos les están
pagando para decírselo a uno. El uribismo es experto en eso e inmediatamente
uno dice que hagamos un acuerdo de paz para que la gente no se mate pero luego
uno critica a ‘Popeye’, les parece contradictorio porque está criticando a un
sicario pero está pidiendo que a los demás si los dejen en paz. Es el
desconocimiento absoluto de la historia colombiana y de lo que uno está
diciendo. Hay mucha gente que está lista a invalidarlo y a imponérsele a uno
casi que por política o por instinto, y creen que si alguien piensa diferente
es porque le están pagando. No deja de sorprenderme, entre otras cosas porque
en la vida he tenido nada que ver con ningún gobierno afortunadamente. Es un
gran orgullo para mí no tener nada que ver. En una columna yo trataba de
explicar que además es imposible ser santista, porque como el mismo (Juan
Manuel) Santos lo dice eso no existe, nadie es santista. Nadie está fascinado
por esa personalidad y lo que entiendo de ser periodista o columnista de
opinión es que gane quien gane el trabajo es el mismo. Si gana Ordóñez o si gana
De la Calle el trabajo va ser vigilarlos, estar pendientes de que no hagan lo
que se les dé la gana. Finalmente uno no está atado a nadie, aunque quisiera
que cierto tipo de persona fuera su gobernante, y el trabajo sigue siendo el
mismo sea quien sea. Pero sí, es una condición de esta época ser llamado
‘enmermelado’ o contratista del Estado, que es un recurso además muy uribista,
cada vez que uno diga que el gobierno le parece flojo pero la paz no.
¿Teme
que los señalados en sus columnas o los fanáticos de aquellos algún día ‘le den
en la cara, marica’ o que le pase algo más grave?
Pues yo creería que no. Nunca siento
miento. A veces se me asoma algo parecido cuando algún lector me llama
valiente, entonces me da susto pensar que estoy siendo valiente, pero generalmente
no tengo nada de miedo porque cuando le pongo un adjetivo a alguien tengo
pruebas. Es decir, yo no llamaría ladrón a Hipólito Moreno (‘Cartel de la
Contratación’ en Bogotá) si él no hubiera confesado que robó, y no le pondría
ningún adjetivo tan duro a nadie como asesino o criminal, si esa persona no
hubiera cometido un crimen. Entonces me cuido mucho a la hora de adjetivar o de
perfilar a alguien hasta que no sea claro que estoy diciendo la verdad. Aparte
de que alguien me calumnie diciéndome ‘enmermelado’ o contratista del Estado,
no me ha pasado que alguien me amenace porque nunca he dicho algo que no sea
cierto y he tratado de decirlo de tal manera que se refiera a lo que está
sucediendo y no por ejemplo al pasado de las personas. Uno podría, como hace
mucha gente, hablar del pasado de Uribe o del pasado de Ordóñez, de cómo se la
pasaba quemando libros o defendiendo el paramilitarismo descaradamente. Me
parece que basta con lo que ellos hacen día por día. Es suficiente vergüenza lo
que cometen día a día, y es hasta cierto punto más leal enfrentarlos con lo que
acaban de hacer que con lo que hicieron antes, que uno se siente escarbando y
sacando cadáveres de los armarios en temas que no vienen al caso. Es suficiente
decir que Uribe Vélez denuncia al Estado ante la Corte Interamericana de
Derechos Humanos y eso es una infamia de campaña política. Es suficiente
enfrentarlo con ese y eso revela los demás temas. Si uno está enfrentando el
día a día, que es la labor del columnista de cierto modo, pues es más leal y es
menos difícil sentirse amenazado. Me libra del miedo eso.
Si
usted estuviera caminando por la selva y lo mordiera una serpiente, ¿qué haría
si la única persona con el antídoto a la mano fuera la ex columnista y
congresista uribista Paloma Valencia? ¿O preferiría dejarse morir?
No hay chance de que yo camine por la
selva. En el caso de que lo hiciera y la médica fuera Paloma Valencia, tengo la
suerte de haberla conocida y que me pareciera buena gente, simpática, chistosa
e inteligente. Luego cuando la veo hablar en público y decir las cosas que
dice, me parece otra persona, que está interpretando un personaje y que está
hasta cierto punto poseída por una fiebre agarrada en la selva amazónica. Es
increíble que una persona que tiene sentido del humor y sea tolerante y
tranquila, termine de uribista. Pero en el caso de que ella fuera la médica,
creo que sería querida y me daría la medicina, y me parece que esa es una buena
manera de pensar. Lo que llaman polarización realmente es el engaño de la
sociedad. La gente nunca está polarizada sino cuando los políticos se lo
quieren hacer creer que hay dos bandos y son unos genios para hacerlo. Ir a
demandar el Estado en la Corte Interamericana es un golpe de astucia porque
vuelve a reunir a unos alrededor del no y a otros alrededor del sí, que es lo
que ellos han estado perdiendo en estas semanas de campaña. Se les ha estado
desbaratando el grupo de la derecha y lo tienen que volver a unir. Quizás la
gente ya lo note.
¿Qué
pregunta le formularía a la representante a la Cámara, María Fernanda Cabal?
Muchas, pero empezaría por preguntarle en qué momento se le ocurre a uno subir ese video de Óscar Iván Zuluaga convulsionando a un ritmo. Desde ‘Locos videos’ no se veía una cosa tan extraña en Colombia.
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