(Columna de Adriana Villegas Botero @AdriVillegas publicada en el periódico La Patria,
de la ciudad de Manizales, el 6 de diciembre de 2020)
El viernes pasado celebré (en realidad no celebré nada: celebro ahora con ustedes) el equivalente a mis bodas de plata con el periodismo: el 4 de diciembre de 1995 empecé como practicante en la sección “Vida colombiana” de El Espectador y esa experiencia que duró más de un lustro me enganchó a dos actividades que todavía son parte de mis rutinas cotidianas: leer prensa y escribir.
No existía Transmilenio, así que madrugué mucho para poder llegar a las 8:00 a.m. Supuse que esa era la hora indicada para presentarme y pagué mi primiparada: tuve que esperar en la recepción porque los periodistas empezaban a llegar después de las 9:00 a.m. Llegaban algunos. Muchos se reportaban telefónicamente y aparecían al final de la tarde, o simplemente no iban: llamaban para dictarle datos de su reportería a algún compañero que pudiera recibir la información, redactarla y subirla al sistema antes del cierre.
Teníamos dos horas de cierre: una al final de la tarde para la edición nacional, que tenía que imprimirse y llevarse al aeropuerto para distribuirse por avión y luego por carretera a distintos municipios del país, y otra en la madrugada para circular en Bogotá. Así, desde mi primer día laboral, entendí que las jornadas de los periodistas tenían hora de inicio pero no de fin, y que la noche era el momento de mayor frenesí.
Era la época del gobierno Samper, el elefante, el embajador Myles Frechette y la descertificación de Estados Unidos a Colombia. Pastor Virviescas, el sarcástico editor internacional, lucía una bandera de Estados Unidos en su escritorio, y mi primer jefe, Diego Chonta, me decía cosas que yo anotaba como si fueran instrucciones, aunque se tratara de pequeñas bromas. En general se vivía un ambiente de amistosa camaradería colectiva, con mística, risas, chiflidos y cierres nocturnos que incluían carreras en sillas de rodachines, entre escritorios rebosantes de periódicos viejos, revistas, documentos, informes y fotos. Papeles y más papeles en una época anterior a Internet y Wikipedia
El periódico estaba dividido en secciones, cada una con editor. “Vida Colombiana” era el contacto con los corresponsales en todo el país. Ellos enviaban sus textos por fax, un equipo de digitadoras los tecleaba, junto con columnas de opinión, cartas del lector y otros contenidos que llegaban en papel, y después nosotros ajustábamos el artículo al espacio asignado: a veces recortábamos y a veces mutilábamos. También ocurría que cuando la página estaba lista entraba un aviso publicitario que obligaba a sacrificar alguna nota, para felicidad del equipo comercial y tristeza nuestra. El editor enviaba el artículo a los correctores para una revisión gramatical y de estilo y después imprimían las hojas de prueba para lectura del jefe de redacción y los directores. En cuanto a la fotografía, los corresponsales gráficos iban todos los días al aeropuerto para enviar los rollos que alguien recibía en El Dorado y revelaban en un cuarto oscuro contiguo a la sala de redacción.
Lo cuento porque nada de eso existe hoy. Por supuesto ya no hay digitadores, que desaparecieron con el uso de correos electrónicos; pero tampoco hay correctores de estilo: fueron suprimidos en alguno de los recortes de personal originados por la falta de publicidad, que migró hacia Google, Facebook y otras plataformas plagadas de noticias falsas. Desaparecieron también, y por la misma razón, los corresponsales de medios que siguen definiéndose como “nacionales”, aunque ya no lo sean; no hay editores internacionales y están desapareciendo los demás editores, que equivale a decir que un equipo de fútbol en crisis decide suprimir el cargo de director técnico. En cuanto a los cuartos oscuros, la fotografía digital eliminó la magia del revelado: ese milagro de ver un papel sumergido en una sustancia química, en el que lentamente y bajo una luz roja empiezan a emerger manchas que se convierten en figuras claramente definidas.
No soy de las que piensa que todo tiempo pasado fue mejor. Hoy hay muchos ejemplos de buen periodismo y creo que celulares con grabadoras y cámaras, así como medios con páginas web, ofrecen posibilidades impensables para el periodismo que se hacía hace pocos años. Sin embargo, cuando veo la mediocridad de quienes se limitan a “copiar y pegar” lo que reciben por grupos de Whatsapp, sin ningún ejercicio de edición, o el facilismo de quienes reemplazan la entrevista (¡con lo maravilloso que es entrevistar!) por la petición de enviar un audio por Whatsapp, siento desazón: no solo por lo que eso implica en términos de calidad informativa para las audiencias: también por el respeto que merece la tradición de un oficio en el que el rigor importa.
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