miércoles, 11 de julio de 2018

Manzur se mira al espejo

(Esta nota la publiqué en la edición 467 de Vivir la UNAB en circulación desde el 6 de julio de 2018)


David de la Trinidad Manzur Londoño podría estar disfrutado la bohemia del parisino barrio de Montmartre o viviendo en un penthouse de Nueva York con vista al Parque Central, pero prefirió echar raíces en Barichara (Santander), de la que dice que tiene el clima perfecto y la luz perfecta.

Nacido en el municipio de Neira (departamento de Caldas), Manzur es fiel representante de la gente longeva que caracteriza a su pueblo. Por eso a los 88 años de edad luce tan campante y tiene la energía suficiente para asistir a la apertura de la exposición “Manzur por Manzur, muestra virtual” y al día siguiente en el Auditorio Mayor ‘Carlos Gómez Albarracín’ de la Universidad Autónoma de Bucaramanga repetir la maratón por sus 65 años de trayectoria pictórica.


Desde mayo y hasta finalizar el mes de julio está abierta la muestra en la Casona UNAB ubicada en la esquina de la calle 42 con carrera 35, por lo que esta es una razón de peso para recorrer sus remodeladas instalaciones y deleitarse con las reproducciones salidas de la imaginación, del corazón y del pincel de este gigante de la pintura latinoamericana.

El pasado 31 de mayo, acompañado de su entrañable escudero Felipe Achury, Manzur deleitó a la concurrencia con un repaso virtual de su trabajo, salpicado de tantas anécdotas y recuerdos para ese muchacho hijo de un comerciante libanés, que del Eje Cafetero tuvo que ir a criarse en África y posteriormente en Sevilla y las islas Canarias, en esa España que pasaba de la Guerra Civil a la Segunda Guerra Mundial. Su único juguete en el continente negro era el casco abandonado de un barco que el mar engullía con lenta prisa frente a las costas de Guinea Ecuatorial. Quizás esa fue la inspiración de su serie de “Ciudades Oxidadas”, siendo consciente que el deterioro es una forma de belleza.


Pasó hambre de niño, pero los cuadros del barroco Diego Velásquez y de Francisco de Zurbarán que encontró en los colegios de curas claretianos alimentaron su espíritu y su inspiración. Hoy habla con fluidez y chispa de sus naturalezas muertas, de sus caballos musculosos, de partituras y laudes, de lo tridimensional y lo bidemensional, del tiempo, de su amistad con Enrique Grau, Alejandro Obregón y Fernando Botero, de su estudio, de sus lecciones de astronomía, de la representación, de los trazos y de Honorato de Balzac, apoyándose en el novelista francés para decir que “el arte es una larga paciencia” o en sus propias palabras: “trabajo, trabajo y trabajo…”.


Un dibujante y un romántico, ese es el Manzur que echa mano nuevamente de Balzac para insistir en que “el arte que no asombre no es arte”, mientras un cuarteto de estudiantes del Programa de Música de la UNAB, conformado por Carlos Andrés Torres Vanegas, Julián Andrés Guevara, Sergio Arias Verdugo y Julián Andrés Rey Peñaranda, interpreta con sus violines, violas y chelos una de las cuatro estaciones compuestas en el siglo XVIII por el italiano Antonio Vivaldi.


Detesta que le digan maestro, pero también es aprendiz de mago, porque de las fotografías que ha ido reproduciendo en el telón, pasa a la oscuridad y el silencio como si hubiera concluido su intervención, para emerger el cuadro que con la técnica del óleo sobre lienzo y collage y el título "Primavera", pintó para el rector de la UNAB, Alberto Montoya Puyana, obnubilando al público.


“Manzur por Manzur” no ha pintado el cuadro ideal y está convencido que nunca llegará, pero no por ello dejará de buscarlo. Mientras tanto se muestra dichoso de visitar la UNAB y de que los bumangueses tengan a su alcance esta exposición montada por la docente Gloria Clotilde Oviedo Chávez.


Manzur apura una copa de vino y comparte su filosofía, que es la de todas las actividades humanas: consultar el pasado, desconfiar del presente y proyectarse al futuro. No copiar, sino desdibujar y dar el salto a la creatividad. Habla de sus murales, revive los momentos tormentosos en el colegio, enseña un cuadro de un futbolista, se solaza con sus caballos fantasmagóricos y con los peces que devoran a sus corceles… cuenta que encarga partituras para ser pintadas y no para ser tocadas.



Hasta que aparece la figura de la dama de rojo que dialoga con la Luna y que siempre está en su mente. Baja el tono y adelanta que está concluyendo una exposición sobre el horror experimentado en carne propia por los habitantes de Bojayá (Chocó). El Cristo mutilado. Manzur calla. Suena Vivaldi.



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