(Esta nota la publiqué en la edición 467 de Vivir la UNAB en circulación desde el 6 de julio de 2018)
David de la Trinidad Manzur Londoño
podría estar disfrutado la bohemia del parisino barrio de Montmartre o viviendo
en un penthouse de Nueva York con
vista al Parque Central, pero prefirió echar raíces en Barichara (Santander),
de la que dice que tiene el clima perfecto y la luz perfecta.
Nacido en el municipio de Neira
(departamento de Caldas), Manzur es fiel representante de la gente longeva que
caracteriza a su pueblo. Por eso a los 88 años de edad luce tan campante y
tiene la energía suficiente para asistir a la apertura de la exposición “Manzur
por Manzur, muestra virtual” y al día siguiente en el Auditorio Mayor ‘Carlos
Gómez Albarracín’ de la Universidad Autónoma de Bucaramanga repetir la maratón por sus 65 años de trayectoria pictórica.
Desde mayo y hasta finalizar el mes de
julio está abierta la muestra en la Casona UNAB ubicada en la esquina de la
calle 42 con carrera 35, por lo que esta es una razón de peso para recorrer sus
remodeladas instalaciones y deleitarse con las reproducciones salidas de la
imaginación, del corazón y del pincel de este gigante de la pintura
latinoamericana.
El pasado 31 de mayo, acompañado de su
entrañable escudero Felipe Achury, Manzur deleitó a la concurrencia con un
repaso virtual de su trabajo, salpicado de tantas anécdotas y recuerdos para
ese muchacho hijo de un comerciante libanés, que del Eje Cafetero tuvo que ir a
criarse en África y posteriormente en Sevilla y las islas Canarias, en esa
España que pasaba de la Guerra Civil a la Segunda Guerra Mundial. Su único
juguete en el continente negro era el casco abandonado de un barco que el mar
engullía con lenta prisa frente a las costas de Guinea Ecuatorial. Quizás esa
fue la inspiración de su serie de “Ciudades Oxidadas”, siendo consciente que el
deterioro es una forma de belleza.
Pasó hambre de niño, pero los cuadros
del barroco Diego Velásquez y de Francisco de Zurbarán que encontró en los
colegios de curas claretianos alimentaron su espíritu y su inspiración. Hoy
habla con fluidez y chispa de sus naturalezas muertas, de sus caballos
musculosos, de partituras y laudes, de lo tridimensional y lo bidemensional,
del tiempo, de su amistad con Enrique Grau, Alejandro Obregón y Fernando Botero,
de su estudio, de sus lecciones de astronomía, de la representación, de los
trazos y de Honorato de Balzac, apoyándose en el novelista francés para decir
que “el arte es una larga paciencia” o en sus propias palabras: “trabajo,
trabajo y trabajo…”.
Un dibujante y un romántico, ese es el Manzur
que echa mano nuevamente de Balzac para insistir en que “el arte que no asombre
no es arte”, mientras un cuarteto de estudiantes del Programa de Música de la
UNAB, conformado por Carlos Andrés Torres Vanegas, Julián Andrés Guevara,
Sergio Arias Verdugo y Julián Andrés Rey Peñaranda, interpreta con sus violines,
violas y chelos una de las cuatro estaciones compuestas en el siglo XVIII por el
italiano Antonio Vivaldi.
Detesta que le digan maestro, pero también
es aprendiz de mago, porque de las fotografías que ha ido reproduciendo en el
telón, pasa a la oscuridad y el silencio como si hubiera concluido su
intervención, para emerger el cuadro que con la técnica del óleo sobre lienzo y collage y el título "Primavera", pintó para el rector
de la UNAB, Alberto Montoya Puyana, obnubilando al público.
“Manzur por Manzur” no ha pintado el
cuadro ideal y está convencido que nunca llegará, pero no por ello dejará de
buscarlo. Mientras tanto se muestra dichoso de visitar la UNAB y de que los
bumangueses tengan a su alcance esta exposición montada por la docente Gloria
Clotilde Oviedo Chávez.
Manzur apura una copa de vino y comparte
su filosofía, que es la de todas las actividades humanas: consultar el pasado,
desconfiar del presente y proyectarse al futuro. No copiar, sino desdibujar y
dar el salto a la creatividad. Habla de sus murales, revive los momentos
tormentosos en el colegio, enseña un cuadro de un futbolista, se solaza con sus
caballos fantasmagóricos y con los peces que devoran a sus corceles… cuenta que
encarga partituras para ser pintadas y no para ser tocadas.