domingo, 8 de diciembre de 2013

Rikaruwa o los guardianes del Planeta Azul

                                                             Foto Pastor Virviescas Gómez

Muchos se han preguntado qué hacen por estos días dos indígenas del pueblo UWA en el Bloque N de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, UNAB. ¿Cómo así que editando?, comentan otros. Pues bien, Wachurú y su Cacique Síriso llevan tres semanas de intensas jornadas sentados frente a los computadores, alejados de las montañas ancestrales, guiados por el profesor Frank Rodríguez.

Indígenas, docente y estudiantes elaboran entre todos “Rikaruwa: Guardianes del Planeta Azul”, la serie documental que busca “poner en valor muchos de los trabajos que están haciendo los UWA, la comunidad que a finales de los años noventa saltó a la actualidad por su propuesta de suicidio colectivo si las petroleras explotaban sus territorios. Ellos hoy siguen en su lucha porque a muy corta distancia de sus resguardos hay explotaciones de varias empresas y se han dado cuenta que el deterioro de la naturaleza, o de la Madre Tierra como ellos le llaman, está a su alrededor. Entonces lo que queremos es mostrar cómo ellos siguen siendo guardianes de ese espacio, sobre todo en la frontera formada por los municipios de Cerrito y Concepción (Santander) y Cubará (Boyacá)”, explica Rodríguez.

Rikaruwa no solamente habla de la recuperación de la tradición artesanal, que se había dejado de lado, sino también del papel de la mujer dentro de ese pueblo, como líder interna y como promotora de la cultura, pasando por los hábitos alimenticios, que han variado sustancialmente debido a la presión de los colonos que en su afán de ‘tumbar monte’ han hecho desaparecer animales y especies vegetales. Asimismo muestra las olimpiadas de los UWA, que a través de un proyecto etnoeducativo especialmente dirigido a los niños, se lograron rescatar.

Un trabajo arduo de ocho capítulos que ha sido posible gracias a la financiación de Autoridad Nacional de Televisión –que aportó 90 millones de pesos–, la Facultad de Comunicación y Artes Audiovisuales de la Universidad Autónoma de Bucaramanga –que suministra personal y equipos– y la Asociación AsoUWA, que avala la iniciativa y acompaña a los productores por ríos, selvas y páramos.

                                                                            Foto Iván Luna

La idea surgió del investigador Javier Vesga, quien durante varios años ha convivido con los UWA. Fue él quien le comentó al profesor Rodríguez y con el beneplácito de los indígenas echaron a rodar el sueño. “Éramos conscientes de que estar en el territorio no era tan fácil y la mayoría de quienes trabajaron en la serie son egresados o estudiantes del Programa de Artes Audiovisuales de la UNAB. Así que decidimos mezclar sonidistas, directores de fotografía, realizadores y director general que fuéramos de la ciudad, mientras que los dos productores de campo, tres traductores y tres guías son UWA. El Cacique nos acompañó durante todo el recorrido y muchas veces tuvimos que pedirle permiso para respetar su misticismo; en otras sencillamente no pudimos grabar porque no contamos con su aprobación”, dice.

Fueron 17 días de rodaje, con dos unidades de trabajo, con una planta eléctrica transportada a lomo de mula, ahorrando al máximo las baterías de las cámaras, realizando caminatas de seis horas y más, durmiendo en el piso donde iban llegando, adaptándose a una alimentación que no era precisamente de hamburguesas, perros calientes y Cocacola, recuerda Rodríguez, haciendo memoria de su aventura en la selva.

Vómito, diarrea y dolores musculares fueron palabras con las que tuvieron que habituarse durante su trabajo de campo, pero el profesor quería que sus muchachos conocieran lo que es desenvolverse en condiciones agrestes, reemplazando los ‘mil y un’ documentales que se han hecho sobre los hippies de Cabecera del Llano y adentrándose en otra realidad, con compatriotas que tienen otras costumbres y otra cultura, con el propósito de ayudarles a tener herramientas para su vida profesional, tal como también los ha estimulado el director del Programa de Artes Audiovisuales, Carlos Acosta Posada.

                                                                           Foto Iván Luna

A pesar de contar con un guión para cada capítulo, la misma magia del documental hizo que después de algunas travesías extenuantes llegaran a determinado lugar donde supuestamente los estaba esperando alguien, pero ya se había ido, así que tenían que hacer ajustes sobre la marcha y aprovechar al pescador que estaba montando trampas o a la tejedora que topaban en el rancho. “Fue una maratón que solo se hizo posible porque nuestros muchachos respondieron. Teníamos que grabar 25 minutos por capítulo, lo cual quiere decir que son un poco más de 200 minutos para pantalla y grabarlos en 17 días así lleváramos dos unidades era todo un reto, pero era la única forma de hacerlo por los recursos que daba la Antv”, asevera.

En lo personal, Frank Rodríguez se resistía a creer que “lo único que teníamos de tradición o de sangre indígena eran los Yariguíes y los Guanes, y entonces son museos llenos de huesos. Mi papá y mi mamá son de la provincia de García Rovira, y con ellos veíamos en los días de mercado en Málaga a unos ‘tunebos’ –les molesta que les digan así porque esa era la forma en que les llamaban los invasores españoles y los evangelizadores que vinieron a imponerles su religión–. Luego una amiga en Bogotá me explicó que en Santander quedan indígenas vivos y ya después con Javier Vesga me ‘encarreté’ en el tema”.

Su inquietud por hallar esas raíces alentó a que recorriera con su equipo de jóvenes de la UNAB las comunidades de Támara, Taburentes y Aguablanca, las tres localizadas entre las jurisdicciones de Cerrito y Concepción, en una especie de terreno comanche, uno más de los que tanto abundan en este país en el que el Estado sólo hace presencia esporádica y no precisamente con obras de infraestructura.

“Lo que estamos diciéndole a nuestros paisanos y al país entero es que sí hay indígenas en Santander. Uno no puede pretender cambiarles la vida a los UWA con un documental, pero sí que tengan un material como este, decir que existen y que están en ese territorio que les pertenece, donde por siglos han pescado, cosechado sus alimentos ladera arriba y luego celebrado sus ritos de canto en lo más alto de esas breñas que comprenden las cimas de la Sierra Nevada del Cocuy –‘La casa de los dioses’–”, añade.

La nómina completa es: investigador principal, Javier Vesga; productora de campo, Caya Machá Bócota; realizadores Angélica Meza e Iván Luna; directores de fotografía y cámaras, Rolando Angarita y Juan Manuel Soto; editoras Yodi Torres y Sara Reyes; traductores Síriso Barrosa y Wachurú Tegría; productora general, Ibeth Johana Rey, y la dirección de Frank Rodríguez. La musicalización es de Natalia Morales.

La serie “Rikaruwa: Guardianes del Planeta Azul” se transmitirá durante este mes de diciembre –en fechas y horarios que están por establecer– por el canal TRO y los demás canales regionales en los que tiene injerencia la Autoridad Nacional de Televisión. También harán una presentación y un foro en Bucaramanga y elaborarán unas ‘maletas’ con el paquete completo, las cuales serán entregadas en las escuelas de los UWA, beneficiando directamente a los más de 3.400 integrantes de ese pueblo indígena que se caracteriza por ser seminómada –una condición cada vez más difícil ante el acecho de esos seres que se apodan blancos y que destruyen todo lo que encuentran a su paso–.

                                                                             Foto Iván Luna

De viva voz
Rikaruwa es el nombre que los indígenas UWA le dan a la zona de Santander que ellos habitan y uno de esos guardianes de la vida y del medio ambiente es Wachurú Tegría, quien dice sobre la serie documental: “Para nuestro pueblo es muy importante porque vamos a poder plasmar nuestra cultura, nuestra forma de pensar y de hacer las cosas”.

Wachurú es tímido, pero toma un poco de confianza y explica que los UWA habitan la zona en la que convergen Santander, Norte de Santander, Boyacá y Arauca, llegando prácticamente hasta la frontera con Venezuela. “Nuestro principal peligro es la explotación petrolera y queremos denunciar la presencia de empresas como Ecopetrol. Estamos llamados a desaparecer por esa explotación”, expresa, lamentando la forma en que ha bajado el nivel de ríos como Cugón, Covaría y Tambojabá y menguado tanto la pesca como las cosechas, así los ingenieros respondan que no es culpa de sus perforaciones.


La Tierra para Wachurú es su hogar y por eso la aman y la cuidan, de ahí que sean sus guardianes. “Ella nos quiere, pero si la dañamos se pondrá furiosa con nosotros. Nuestro territorio es para vivir armónica y espiritualmente; no para la explotación. ¿Qué les vamos a dejar a nuestros hijos? ¿Contaminación? ¿Creen que los chinos van a tomar petróleo o a comer billetes? Por favor entiéndalo”, concluye. Le espera regresar a su cultivo de plátano, yuca, ocumo y maíz, y que el Ejército y la guerrilla no les sigan amargando su existencia.

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