lunes, 29 de enero de 2018

La Laguna Verde de los Muiscas


A mitad de camino entrel municipio boyacense de Ventaquemada y el Puente de Boyacá (Colombia), en la carretera Bogotá-Tunja, hay una señal que muestra que cerca de allí se encuentra la Laguna Verde.


Son 14 kilómetros en ascenso por una vía sin pavimento, entre cultivos de papa, vacas lecheras y una que otra tienda donde las canastas con botellas vacías dan una pista de la importancia que tiene la cerveza en los hábitos destos campesinos laboriosos.


Pero las indicaciones para llegar hasta este fabuloso lugar hay que buscarlas en el parador del mismo nombre, donde un par de jóvenes que venden arepas de maíz con queso solo atinan a decir que vale la pena ir pero que lo más recomendables abordar a quienes aparezcan por el camino.



Así que luego de varios ramales en los quel sentido de orientación cuenta para no tomar una ruta distinta, aparece la casa a mano derecha en la que como es día de trabajo no hay ninguna persona y el recibimiento corre por cuenta de un perro con los dientes más afilados de la vereda Matanegra.



La alternativa es estacionar a la orilla o ir hasta la tienda questá 250 metros adelante y donde gentilmente permitirán dejar el carro o la motocicleta.

Lo que vienes una empinada cuesta y 25 minutos a pie, cargando el morral con la cámara fotográfica y el impermeable debido a que repentinamente puede venir la lluvia y no hay lugar para escampar. Gorra, guantes, chaqueta, bloqueador solar y una aguadepanela doble son indispensables para coronar esta cumbre ubicada a 3.400 metros sobrel nivel medio del mar.



Cuando las fuerzas parecen agotadas, de la espesa neblina aparece una diminuta anciana a lomo de caballo, sonriendo al toparse con el forastero que gasta su último aliento para indagarle: ¿Falta mucho para la Laguna Verde?

"No se angustie, sumercesito. Llegue a esa loma y ahí nomasito está lo que busca", respondesta mujer que con certeza fuenviada por los dioses del pueblo Muisca que hasta antes del arribo de los invasores se bañaban en sus aguas mansas.



Los frailejones de casi dos metros le dieron la razón. Mencontraba ante unas rocas dispuestas por Xué (Sol) y Chía (Luna) a modo de fortificación para proteger este lugar sagrado en el que una bandada de patos improvisó una bulliciosa bienvenida.

No habían transcurrido más de 15 minutos y unos tímidos rayos de luz se asomaron en el horizonte dejando apreciar en toda su magnitud un invaluable tesoro que colinda con el municipio de Samacáel nacimiento del agua del que viven los cerca d200.000  habitantes de la ciudad de Tunja.




Les dejo las imágenes que tomé para que se antojen a conocer la magia de los páramos colombianos y de paso comprendan porqué hay qué protegerlos por encima de cualquier ambición humana, sin caer en la tentación de los espejitos que a cambio puedan dar las multinacionales.