(Publicado en Vivir la UNAB del lunes 23 de febrero de 2015)
"Sobre la huella de antiguos estudiantes
que en otro tiempo rondaron la ciudad
hoy se pasean las chicas elegantes
igual de guapas que antes, que alegran Alcalá”
Por Pastor Virviescas Gómez
pavirgom@unab.edu.co
Por ningún
motivo pasan desapercibidos al lugar que lleguen. Ya sea en el más encopetado
escenario o en la cuadra más ‘picha’ de la ciudad en la que se encuentre de
gira, la Tuna de la Universidad de Alcalá de Henares (España) se convierte en una
especie de mecha que en cuestión de segundos hace explotar de alegría a los
asistentes con su peculiar mezcla de pasodobles, espontaneidad y picardía. Y
eso fue lo que aconteció el pasado 29 de enero, cuando bajo la batuta de Luis
Usero Aragonés, se pusieron ‘de gorra’ el Auditorio Menor de la UNAB, contagiando con su
música y su salero a quienes abarrotaron el lugar e incluso se animaron a
bailar.
Fue tal el
derroche de energía, que el propio rector de la UNAB, Alberto Montoya Puyana,
se subió a la tarima y agradeció esta expresión cultural, muestra de las
excelentes relaciones que hay entre la Universidad Autónoma de Bucaramanga y la
Universidad de Alcalá de Henares, uno de los centros de educación superior más
antiguos de Europa, como que fue fundada en 1499 y por allí han pasado figuras
de la talla de Tirso de Molina, Lope de Vega y Francisco de Quevedo, con uno de
tres campus enclavado en la ciudad donde nació el soldado, poeta y dramaturgo
Miguel de Cervantes Saavedra, autor de Don Quijote de la Mancha.
Vivir la UNAB siguió los pasos de esta especie de
espíritus chocarreros, que tienen consciencia de que no son músicos y sin
embargo se entregan con alma, vida, sombrero… y capa (repleta de escudos por
donde han pasado), a un repertorio que más que eso es un estilo de vida que
consiste en gozarse la existencia y alegrarle el rato a quien se topen de día o
de noche por el camino. Así lo han hecho en los más de 30 países que han
visitado en sus frecuentes giras, sin contar con los recorridos nocturnos por
las calles de Alcalá, así como las obras de beneficencia en las que participan.
De paso desarman
cualquier prejuicio de que este es un oficio de vagabundos, porque en sus filas
se encuentra desde el más encopetado gerente de una compañía hasta el profesor
con títulos de doctorado, pasando por el experto en esa palabra tan de moda
llamada coaching, el historiador o el
ingeniero, todos con la única condición de haber pisado las aulas de Alcalá y,
por supuesto, de no cruzar el Atlántico para venir a amargarse o complicarse
con los mosquitos o con el caos de estos parajes ecuatoriales, sino a disfrutar
las veinticuatro horas de cada jornada.
Eso al menos fue
lo que los 20 integrantes de la Tuna de Alcalá de Henares hicieron en estas dos
semanas bajándose de un avión en Cali, Bogotá, Bucaramanga y Cartagena para
presentarse en universidades, centros comerciales, auditorios, plazoletas y
hasta en bares donde por unos minutos demostraron que no solo de reguetón y
vallenato vive el hombre.
A ellos no les
gusta hablar de disciplina, pero la palabra final la tiene Usero Aragonés, más conocido
como ‘Diente Puto’, quien así como les da rienda suelta, en determinado momento
llama al orden a los ‘pardillos’ –principiantes de la tuna– o al curtido Sevillano,
el mago de la pandereta y sobreviviente de tantas embestidas que le han dado la
vida y el amor. Claro que sus filas también están ‘El Abuelo’, ‘Cito’, ‘Mofeta’,
‘Otilio’, ‘El Tocho’ y hasta ‘Escorbuto’, como si más bien se tratara de la
tripulación de esas carabelas que hace cinco siglos llegaron por primera vez a
estas tierras, pero en lugar de arcabuces hacen sonar sus guitarras, bandurrias
y laúd.
Su indumentaria
inspirada en el Siglo de Oro español –lógicamente que no en estos tiempos de
recesión y corrupción a granel en ese país–, está compuesta por camisa,
pantalones cortos y anchos llamados bombachos –también conocidos como
gregüescos o cervantinos–, medias que cubren el resto de las piernas, un
bicornio como tocado, una chaqueta tallada al pecho denominada jubón, una banda
–beca– bordada con el escudo y del color de cada institución –que se coloca en
forma de V–, zapatos negros y una capa que cada tuno porta y que los hace ver
como seres salidos de un cuento de hadas o de la propia corte del rey Felipe II,
sin que importe quién es católico o ateo.
Este es el
diálogo con Luis Usero, en nada angustiado porque tendrá menos de dos horas
para dormir y llegar a tiempo al aeropuerto Palonegro, con la nostalgia de
dejar esta región adina y el anhelo firme de regresar algún día no muy lejano
cuando Colombia haya entrado en el posconflicto.
¿Los rasgos distintivos de la Tuna de Alcalá –que
alcanza los 90 integrantes de planta– cuáles son?
Primero, la edad
de sus participantes. Hay gente que lleva en la tuna cuarenta años. Esto lo que
crea es un respeto y un enlace entre juventud y madurez que se ha podido
observar en todas nuestras actuaciones. En el grupo que hemos venido a Colombia
hay gente que está rozando casi los sesenta años y chicos que no han cumplido
los veinte. Lo bonito es que viajamos veinte personas juntas y no existe ningún
problema.
¿Por qué esta vez Colombia?
Hace dos años
estuvimos en Perú. Se ha viajado por Costa de Marfil, islas Fiji, Taiwán,
Japón, Israel y otros destinos remotos, pero Suramérica para nosotros es un
destino inigualable porque compartimos idioma, compartimos gustos y compartimos
música. Hay una influencia de la música española en la música suramericana,
pero todavía ha habido mayor influencia de la música suramericana en la música
española, entonces esa simbiosis para nosotros es magnífica. Es un auténtico
placer poder disfrutar y no sólo ofrecer nuestra música, sino que cada vez que
hacemos un viaje aprendemos nuevas canciones y las metemos dentro de nuestro
repertorio. Además, el ser latinos nos llena de emoción y nos hace disfrutar
muchísimo en el escenario.
¿Quiénes conforman la Tuna de Alcalá?
Para estar en la
tuna lo único que es necesario es que te guste la música, que te guste la tuna
y que se acepte una serie de obligaciones que luego se convierten en pasiones o
en necesidades, que es ensayar, disfrutar de los viajes, disfrutar de la música
y compartir. Dentro de la tuna, como tú bien dices, tenemos almas en pena,
almas alegres, directivos de altas empresas, tenderos, estudiantes, profesores…
No se solicita ninguna otra cosa que disfrutes de lo que haces.
Hay otras tunas
que cuando acaba el periodo universitario la gente abandona la tuna. Dentro de
la tuna de Alcalá durante tus estudios te implicas muchísimo porque viajas un
montón y haces muchas labores dentro de la universidad y de la ciudad. Hacemos
un festival bianual, actuamos en todos los eventos de beneficencia y en cualquier
sitio que nos reclaman nosotros vamos. Al final esos compañeros pasan a ser
amigos y luego hermanos, y al final mis hijos son amigos de los hijos de los
otros tunos y se monta un grupúsculo de gente que al final son con los que
compartes y lo disfrutas. Es una hermandad e intentamos ayudarnos los unos a
los otros, compartimos un montón de cosas dentro lo heterodoxo del grupo y
tenemos una ilusión común.
¿En un mundo contemporáneo de música electrónica y
tanto ruido ensordecedor, quedan espacio y público para las tunas?
Creo que hay
espacio para todos. La música electrónica tiene un público y la música
folclórica, tal y como la concebimos dentro de la tuna, puede tener incluso el
mismo o un público diferente. La música de la tuna tiene unos momentos y la
electrónica otros, pero hay gente que puede participar de las dos. Nosotros
hemos venido haciendo música y marcando un folclore de las diferentes
provincias españolas y esto a lo largo del tiempo se ha mantenido. Y no solo
eso: dentro de España o cualquier país de Latinoamérica hay mariachis,
estudiantinas y diversos grupos que están enfocados a este tipo de música y por
supuesto que tienen su público. En Bogotá llenamos el auditorio ‘Reyes
Católicos’ y hubo gente que se quedó por fuera, en Cali tocamos en la
Biblioteca Departamental y tuvieron que multiplicar por tres los sitios porque
se volvió a llenar. Así que tenemos un público y más aún aquí, porque cuando
tocamos en países que no son de nuestra habla y no tienen nuestra tradición lo ven
como algo pintoresco, en cambio aquí sí que es algo que está arraigado en
nuestra cultura y disfrutamos tanto nosotros como la gente que nos escucha.
¿El público cómo hace para entender que es música
hecha por no músicos de academia?
Nosotros no
somos músicos; lo que hacemos -y no me gusta la palabra porque es inglesa- es
un performance, una actuación, y
jugamos con castellano antiguo, hacemos diferentes bromas, cuchufletas y
realizamos un recorrido por toda la cultura española. Cada uno de nosotros tiene
su oficio, pero ensayamos todos los jueves porque disfrutamos estar juntos y
porque nos gusta este tipo de música, pero realmente no hay ninguno músico
profesional. Nuestro director musical sí que tiene formación musical
universitaria e incluso superior, pero el resto lo que hacemos es gozarnos la
música.
¿Qué papel juegan los ‘pardillos’?
Aquí cada uno
tiene que desempeñar un rol. En este caso son Astérix y Obélix, que no saben
tocar ni cantar, y por lo tanto su único rol es obedecer las necesidades del
grupo. Ese desde fuera puede parecer como esclavizante, pero tampoco es así.
Ellos no solo se sienten orgullos de hacerlo, sino que consideran que es su rol
y están aquí para ello.
¿Disciplina o respeto?
La disciplina no
me gusta; lo que existe es un respeto. Yo he tenido mis ‘pardillos’ por debajo
y por encima he tenido mis ‘veteranos’. En las tunas hablamos del ROA: Riguroso
Orden de Antigüedad. Mover veinte personas no es una tarea fácil. Alguien que
lo haya hecho lo sabría. Sólo se puede hacer cuando hay un respeto absoluto y
aunque la gente pueda dudar de lo que le estás diciendo que haya que hacer, lo
hará aunque luego te comente por qué o te pueda dar otra posibilidad, porque si
no sería imposible viajar. Y hay momentos en que las decisiones se tienen que
tomar en dos segundos, porque por ejemplo hay que cambiar una canción o aparece
alguien, entonces es muy agradable el respeto que nos tenemos los unos a los otros
y realmente lo que se busca es el bien del grupo. Hay roces mayores o menores,
pero jamás ha habido un problema que no se haya solucionado en diez o quince
minutos.
¿Cuál es la canción que en todas partes les piden y
ustedes como embajadores de esa ciudad considerada Patrimonio de la Humanidad
desde 1998, no se pueden marchar sin interpretarla?
La canción
quizás más emblemática es el himno de nuestra ciudad y de nuestra universidad,
y en todas las presentaciones en España es la que más nos solicitan. Cuando
salimos quedan encantados con los arreglos de zarzuela que ha hecho un
compañero, tanto “La boda de Luis Alonso” como “El sitio de Zaragoza” y “El
tambor de granaderos”. Esas canciones son complejas de llevar al escenario y no
tienen parte cantada, pero a la gente les sorprende que una tuna las interprete
con ese nivel tan alto.
¿Les sorprendió ver al rector Alberto Montoya Puyana
y al vicerrector Gilberto Ramírez Valbuena enfiestados en primera fila
escuchándolos y gozándose la presentación?
Nuestra
universidad está hermanada con la UNAB y estamos aquí gracias a nuestro rector
Fernando Galván y a Mario Martín. Para nosotros es un honor que hayamos
recibido por ellos, que hayan venido a nuestra actuación y ya el hecho de que la
hayan disfrutado nos llena de emoción. Pero al igual que la disfrutaron ellos,
es maravilloso ver las caras de todo el mundo. En varios momentos la gente
salta, canta o se pone a bailar. Cuando estás en el escenario se te hacen
cortas las actuaciones, porque el placer que sientes de que la gente está
disfrutando del trabajo que estás haciendo pues es inenarrable. Supongo que
cualquier profesional cuando hace algo y ve que todos disfrutan lo que está
haciendo, pues le llena de emoción y de placer.
¡Qué Dios los perdone!
Que Dios haga lo
que considere oportuno y yo lo respetaré como tal.
“Hoy ya no hay tunas que vendan ilusiones
Ni las murallas defienden tu solar
Pero en las rejas que cercan tus balcones
Alegres corazones se vuelven a asomar”